Padre nuestro:
¿Estás en el cielo?
¡Escuchame entonces, por favor!
Mirá que si no te lo pido a gritos, ¿estamos?
Santificá Vos mi nombre en el Tuyo
porque a mí nombre
lo han andado difamando injustamente
últimamente,
y eso
me jode soberanamente...
¡Yo no quiero un reino, Padre!
Vos ya sabés lo que quiero,
es mucho menos que eso...
¡Dámelo de una vez
para poder servirte
encarnando eso que quiero
para mí y para los míos!
Contá con eso, Padre:
Vos me conocés bien,
Vos me regalaste estos dones:
estás manos, esta voz,
estas palabras, este corazón,
estos pies,
y yo solo quiero darme.
Hágase alguna vez mi voluntad,
Padre, ¡dale!
Así en Tu tierra como en mi cielo.
Dame hoy
mas
que el pan de cada día,
por un día,
para ver cómo me sabe
y cómo lo puedo partir y repartir
como enseñó tu Hijo,
porque estoy
con hambre de mas
para mí y para los demás:
¿Vos pensás que eso está mal?
Ya no te puedo pedir perdón
por las ofensas
porque perdí la cuenta,
e intentaré perdonar
a quienes me ofenden
y lo seguirán haciendo
en nombre de un amor
que nunca es como el Tuyo,
por algo te elegí
a Vos como Padre.
Pero, por favor,
Padrecito, piedad,
que mucho me cuesta perdonar,
es que las ofensas duelen
como la madre que me parió,
y Vos sabés
cómo ella
me dolió
y me duele todavía.
¡Dejame caer
en la tentación, Padre!
¡Dale!
Yo estoy segura de que a Vos
te va a divertir tanto como a mí:
¡tanto la reprimí!
¡Resulta tan tentadora
la tentación
que los hombres inventaron
por temerle a Tu alegría,
sobre todo a estas alturas
de mi efímera existencia,
y aunque solo Vos
sabés el cuándo,
hace rato se fue el tiempo
al que los poetas
le escriben
sus versos mas encantados...
Y librame solamente del mal
que por bien no venga, Padre,
porque, como te darás cuenta,
yo ya dejé hace tiempo
de creer en los milagros.