martes, 22 de mayo de 2012

Un paso por vez


Cuando me preparé para afrontar la decisión definitiva de dejar mi adicción al tabaco sabía que experimentaría síntomas de abstinencia. La abstinencia tiene muy mala prensa, asusta, se piensa que es antinatural, que implica reprimir algo que el cuerpo pide y que, al negárselo, se lo cobrará con una buena cuota de dolor psicológico, que es sin dudas el que más se teme y el que menos nos sentimos capaces de doblegar. Creo que todos los que nos hemos enfrentado alguna vez con este tipo de dolor hemos quedado marcados a fuego por una clase de miedo que es tremendamente difícil de superar: el miedo al miedo, es decir, el temor de sentir ese miedo de sufrir los síntomas del flagelo psicológico y no ser capaces de manejarlos. Se trata de un miedo anticipatorio: se padece antes de experimentar dolor y a veces ni siquiera llega el dolor que se esperaba. Y es así que cuando este dolor llega y se hace manejable, se siente una agradable sensación de sanidad y bienestar que disipa al cúmulo de miedos que nos paralizaba y nos autofortalecemos.


He estado leyendo bastante sobre adicciones en general  por estos días y aprendí que todos los adictos a ciertas sustancias somos propensos a hacernos adictos a más de una cosa ya que tenemos ciertas características que nos hacen vulnerables. Inclusive se sospecha que nuestros genes nos juegan en contra y se habla de personalidades adictivas. Las características que se asocian con este tipo de personas son todas negativas y, en mi caso personal, ciertas. Tanto que al dejar esta adicción me he propuesto luchar por lograr un cambio que me lleve a una superación que permita que me desintoxique ya no sólo a nivel físico sino a nivel psicológico. La primera vez que leí que era necesario "crear una nueva identidad" en la cual el fumar no estuviera asociado conmigo, pensé que sería imposible. Pero a medida que fueron transcurriendo los días que llevo sin fumar y al atravesar por estados de ánimo cambiantes que me han llevado a ver otras cosas sobre mí misma y mis conductas y emociones, entiendo que esto es real, aunque mucho más demandante que el hecho de dejar de fumar en sí mismo.

Abstenerse, de acuerdo al diccionario, significa renunciar a alguna cosa fundamentalmente por cuestiones morales. Está además ligado con la sintomatología que presenta la decisión de renunciar a algo a lo que uno se ha hecho adicto. Y al renunciar a la cosa, también se debe renunciar en buen grado a esa parte de nuestra personalidad que depende de ella para sentir que funciona, aunque se trate de un autoengaño, ya que al ser dependiente, se disfunciona. Al entender esto, intentamos enmendar todo el daño que este disfuncionamiento nos ha causado a nosotros mismos y a quienes nos rodean, y nos asalta el miedo: el miedo a sufrir, el miedo a fracasar, el miedo a que todas las características de nuestra personalidad que nos han hecho caer en la adicción salgan a la superficie. Estas son: la inseguridad que genera una baja autoestima, el infantilismo de querer satisfacer nuestros deseos inmediatos y nuestra falta de autocontrol e impulsividad, nuestro alto nivel de frustración y baja tolerancia, nuestra tendencia al autoengaño, la negación y la autojustificación, la ansiedad y la angustia.

Lo que más asombra a quienes somos adictos en recuperación es el permiso que nos hemos dado por tanto tiempo una y otra vez de caer en eso que sabemos que nos daña a pesar de las claras evidencias del deterioro que la adicción hace evidente con el paso del tiempo. Cuando nuestra conciencia comienza a advertir que algo anda mal y que ya no estamos en control de nuestras vidas se toca fondo emocional y se ve claramente esto que en principio parecía una locura, aunque es el único camino hacia el reestablecimiento de esa armonía que llamamos salud: hay que recrear nuestra identidad sin la muleta que nos hacía creer mejores y más fuertes, asumirnos desde nuestras flaquezas, y desde allí empezar a apuntalarnos. Hay que restablecer el equilibrio sutil entre nuestras luces y nuestras sombras.

Al lograrlo día a día, se va robusteciendo el sentido de valía que tiende a ser escaso en nosotros. Comenzamos a notar pequeños cambios que nos van conectando con alguien novedoso que habíamos olvidado. Hay más luz, alegría y esperanza. Hay una reconexión con nuestro ser esencial que se había bloqueado y esa ausencia nos hacía sentir más vacíos. Hay alivio. Hay más ganas y más fuerza para cambiar otros aspectos que se hacen visibles y notorios. Y hay todo un largo camino para seguir andando, porque cualquier paso en falso implicaría volver a descentrarse. Es, como dicen todos los que lo han transitado y caminan este sendero erguidos día a día, dar un paso por vez. El maestro Jung lo explica en términos del claroscuro que entiendo que somos, y se me hace mucho más claro a cada paso:



A boca de jarro

viernes, 18 de mayo de 2012

Vivir bajo los árboles

"Yo vivo en una ciudad 
que tiene un puerto en la puerta
 y una expresión boquiabierta
 para lo que es novedad.

 Y sin embargo yo quiero a este pueblo
 tan distanciado entre sí, tan solo,
 porque no soy más que alguno de ellos..."
                                                                                                                    Pedro y Pablo

Cuando se instalan los tiempos difíciles, las cosas comienzan a desgastarse. Y como no se puede cambiarlas por nuevas, los ojos parecen empezar a acostumbrarse a ver el desgaste y la decadencia como algo normal. Un día se cae un botón del saco y el saco queda sin un botón. Otro día se hace un agujero en el pantalón y el agujero queda sin remiendo, exponiendo la pierna sucia que ya no se lava, total ¿para qué? Y al tiempo se perfora la suela de los zapatos y nos acostumbramos a que nuestros pies desprotegidos y llagados anden pisando todo lo que hay tirado en el suelo. Se van acumulando las averías para convertirse en una vista común del paisaje que miramos a diario.


Así nos ha ido pasando en esta ciudad en la que yo vivo, que tiene un puerto en la puerta, con los indigentes en las calles. Empezamos a verlos hace años ya, cartoneando al caer el sol, abriendo y revolviendo nuestros residuos en busca de alimento o algo que les podía ser útil vaya a saber para qué. Se armó toda una especie de industria del cartoneo, y ahora son un ejército de familias enteras que pasan por la puerta de nuestras casas a levantar lo que encuentran.


Veíamos algunos linyeras durmiendo a la intemperie en ciertos puntos de la ciudad, tapados con papel de diario y cartones para protegerse del frío. Fueron gradualmente tomando las plazas, las escalinatas de edificios públicos e iglesias y algunos lugares ya no públicos, y ahora se ven  seres humanos durmiendo en la puerta de locales cerrados, de casas abandonadas en venta, en el hall de edificios habitados, haciendo una especie de vivienda con carros de supermercado que cumplen la función de alacenas, cartones como paredes, sillas desechadas que conforman su mobiliario y hasta tendederos de ropa donde cuelgan sus dos o tres prendas cunado no están en uso. Cada vez son gente más joven. Y andan con varios hijos viviendo en estación de tren frente de la casa de mis padres, por ejemplo, o en el sector pavimentado de juegos del parque municipal donde solía llevar a mis hijos a jugar de pequeños. Las mujeres hasta barren el piso por la mañana como si estuvieran en su propia cocina. Y cuando se van de allí como quien deja su casa para salir de compras o ir a trabajar, dejan sus cosas en un atado sobre los árboles. El otro día estuve tentada de fotografiar todo esto que describo, pero no me dio el alma...


A veces me pregunto qué futuro les depara a estos jóvenes, a estas argentinas y estos argentinos de veinte o treinta años que tal vez jamás hayan trabajado y que probablemente han pasado de vivir en una villa a sobrevivir en la calle, sin paredes ni techo. Pienso además en sus pequeños hijos. Se trata de una espiral social que veo difícil de revertir. El otro día circulaba por ahí una camioneta del gobierno de la ciudad y se bajaron unas chicas de la asistencia social con guardapolvos y guantes para hablar con ellos. Les hicieron unas preguntas, cargaron sus petates en la camioneta y se los llevaron, para alivio de los vecinos del lugar, a quienes les disgusta y les preocupa la situación, sobre todo ahora que viene el frío. Pero cuando cayó el sol, volvieron a apostarse donde habían quedado sus bártulos en un atado: bajo los árboles.


A boca de jarro

domingo, 13 de mayo de 2012

Ser capaces de dar


"Dichosos los que pueden dar "

Hay muchas frases célebres sobre la capacidad de dar. Todos los libros sagrados, todos los iluminados, aquellos a quienes muchos tenemos como ejemplos de vida por su humildad, sencillez, auténtica generosidad, y por haber dejado una huella humana viviendo una vida llena de sentido gracias a lo que han dado para el bienestar de la vida de otros, nos han dado además poderosas palabras que ensalzan el acto de dar. "Así que yo les digo: pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá"; así enseñó Jesús que hay más dicha en dar que en recibir. "Da y tendrás en abundancia", decía Dar un vaso de agua a cambio de un vaso de agua no es nada; la verdadera grandeza consiste en devolver el bien por el mal", nos transmitió La raíz escondida no pide premio alguno por llenar de frutos la rama




"Si sólo se dieran limosnas por piedad, todos los mendigos hubieran ya muerto de hambre", dijo el hombre que declaró a Dios muerto, Friedrich Nietzsche. Y resulta tan cierto como que si el dar se convierte en un acto para demostrarme a mí mismo y a los demás lo bueno que soy capaz de ser, no da frutos. Si damos forzándonos a desprendernos de aquello que consideramos nuestro tesoro, ya sea nuestras posesiones, nuestro tiempo, nuestra presencia, nuestra escucha, nuestro apoyo, nuestro afecto incondicional, nuestra contención, nuestro interés por el otro, entonces es que no hemos nacido con la enorme riqueza de ser capaces de dar, y sufriremos esa amarga miseria de estrechez de corazón que no se arregla a fuerza de ceñirnos a máximas y preceptos. Seremos lo que Jesús llamaba "pobres de espíritu".


Creo que en eso los místicos no se equivocan. La visión del cielo en la tierra es la que vivenciaron almas capaces de darse a sí mismas con absoluto desapego por lo que la gran mayoría de los mortales consideramos digno de ser cuidado, protegido y valorado para ser. Esa inmensa mayoría incluye a todos los que no tenemos la libertad de corazón para dar-nos, y es allí donde encontramos nuestra propia cárcel. Somos aquellos incapaces de dar antes de que se nos pida, y nuestro infierno consiste en no conocer la verdadera generosidad, la que sabe anticipar lo que el otro necesita recibir de uno, y en eso encuentro dicha. Somos aquellos que creemos que nuestro efímero valor se prueba a fuerza de poner a buen recaudo nuestras posesiones materiales, y nos duele compartirlas: ahí reside nuestra mayor miseria, en nuestra incapacidad de desprendernos y de compartir. Y esta estrechez, tan típicamente humana, es lo que nos hace profundamente infelices, y la que difícilmente podamos enmendar a fuerza de hacernos seguidores del gurú de turno que vende sus libros en el kiosco de revistas.


Siempre que siento el dolor de dar y, sobre todo, el de dar-me, en la medida en que implica un autosacrificio, una auto postergación, una renuncia a lo que considero mi necesidad, mi yo, mi prioridad, mi momento, mi ego, recuerdo esa frase de la Madre Teresa que admite que hay un punto donde se experimenta dolor: "Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal." Y sin embargo sigo creyendo que a pesar de toda la publicidad negativa que estos conceptos tienen hoy, en tiempos de egoísmo, individualismo y hedonismo, realmente sería mucho más feliz si fuese capaz de dar y dar-me sin pagar esa cuota de dolor como buena señal.

 "Cuando yo doy, me doy a mí mismo."  Walt Whitman



A boca de jarro

Buscar este blog

A boca de jarro

A boca de jarro
Escritura terapéutica por alma en reparación.

Vasija de barro

Vasija de barro

Archivo del Blog

Archivos del blog por mes de publicación


¡Abriéndole las ventanas a la realidad!

"La verdad espera que los ojos
no estén nublados por el anhelo."

Global site tag

Powered By Blogger