lunes, 4 de enero de 2021

Padre Nuestro 2021

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Padre nuestro:

¿Estás en el cielo? 

¡Escuchame entonces, por favor!

Mirá que si no te lo pido a gritos, ¿estamos?

   Santificá Vos mi nombre en el Tuyo 
porque a mí nombre 
lo han andado difamando injustamente 
últimamente, 
    y eso 
me jode soberanamente...

  ¡Yo no quiero un reino, Padre!
Vos ya sabés lo que quiero, 
es mucho menos que eso...
¡Dámelo de una vez 
   para poder servirte 
encarnando eso que quiero 
para mí y para los míos! 
Contá con eso, Padre:
Vos me conocés bien, 
Vos me regalaste estos dones:
estás manos, esta voz,
estas palabras, este corazón,
estos pies,
y yo solo quiero darme.

       Hágase alguna vez mi voluntad,   
Padre, ¡dale!
Así en Tu tierra como en mi cielo.

 Dame hoy 
mas 
que el pan de cada día, 
por un día, 
  para ver cómo me sabe 
y cómo lo puedo partir y repartir 
como enseñó tu Hijo,
porque estoy 
con hambre de mas    
para mí y para los demás: 
¿Vos pensás que eso está mal?

    Ya no te puedo pedir perdón
por las ofensas 
porque perdí la cuenta,
          e intentaré perdonar 
      a quienes me ofenden
y lo seguirán haciendo
en nombre de un amor
que nunca es como el Tuyo, 
por algo te elegí 
a Vos como Padre.

   Pero, por favor,
Padrecito, piedad,
que  mucho me cuesta perdonar,          
es que las ofensas duelen
como la madre que me parió, 
y Vos sabés
cómo ella 
me dolió
y me duele todavía.

 ¡Dejame caer
 en la tentación, Padre! 
¡Dale!
Yo estoy segura de que a Vos 
   te va a divertir tanto como a mí: 
¡tanto la reprimí!

 ¡Resulta tan tentadora
 la tentación 
que los hombres inventaron 
por temerle a Tu alegría, 
      sobre todo a estas alturas 
de mi efímera existencia,
y aunque solo Vos 
sabés el cuándo,
hace rato se fue el tiempo
al que los poetas
le escriben 
sus versos mas encantados...

     Y librame solamente del mal 
         que por bien no venga, Padre,
    porque, como te darás cuenta,
yo ya dejé hace tiempo
           de creer en los milagros.

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A boca de jarro

sábado, 2 de enero de 2021

Blanca Dapenna




"No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía."

Julio Cortázar, "Conducta en los velorios"



    El hecho de que, de todos los nombres que podrían haberle puesto, la fueran a llamar así, Blanca Dapenna, aquel día, el día de su muerte, parecía profecía, aunque solo aquel día, y sirvió para alimentar la conversación en medio de la desazón de un velatorio sin colores por falta de flores. Ya había escuchado yo varias teorías acerca de la importancia y el significado de los nombres que se nos dan al nacer, pero nunca había tantas como en esta muerte.

La pusimos verde por aquellos días en  los que la nombraron manager en la oficina - y ya pasó toda una vida-, siendo, como era, que se trataba de la digna hija de su madre, la anterior jefa máxima. Chica de familia bien, con conexiones y de buen inglés, pero sin título, tenía apenas unos años más que nosotras, y, sin embargo, subió de un zaque al piso más alto para instalarse en la alfombra roja. Probablemente ella sabía que de ese piso no la iba a mover nadie: solo la muerte. Lo que me intriga y me corroe por estos días es si el temor de su final, lento, cruento y anunciado, el espantoso final que al final le tocó en suerte, la habrá acompañado casi tan largo como mi envidia. El caso es que su sentencia  la mantuvo en secreto por un tiempo, aunque no llegó a ser tan largo ni tan negro como los celos que yo silenciosamente le había profesado.

No olvidaré aquella reunión pringosa en la que nos la presentaron. Vestía trajecito sastre rojo, camisa de seda blanca inmaculada, al mejor estilo de la nobleza inglesa, y unos zapatos de taco cómodo y elegante que eran el centro de todas las miradas femeninas presentes. En nuestro ambiente, a una mujer se la juzga más por su apariencia que por su sapiencia, y su cabello rubio, piel trigueña y ojos verdes, con un centenar de pecas asomadas a los balcones de sus rosadas mejillas, que de vez en cuando se ponían coloradas como manzanas, y siempre cuando se enojaba, le concedían el aire perfecto para ser nuestra superior a su muy temprana edad. Eligió coronarse el cuello abierto con un collar de perlas que yo sólo usé el día que me casé, y tampoco podré olvidar que por el coraje de llevar perlas aquel día también la envidié: yo intuía ya para entonces que la vida nunca me concedería una reunión con unción para volver a usar las mías.

Me la encontré de sopetón una mañana helada y gris entrando al ascensor de la oficina hace cosa de dos años. Yo andaba de cacería de papeles por el centro, y recuerdo que había salido de casa apurada, despeinada y enfundada en mi gastado tapado gris de paño, arriba de todo lo que tenia, y deseando no ser vista. Cuando salió del ascensor, la noté distinta: más delgada, más etérea, como iluminada y rejuvenecida. Llevaba un tapado azul de ensueño, ese azul que no se consigue en la grisura de Buenos Aires, con detalles de cuero en las mangas y solapas, y un sombrerito haciendo juego que delataba el país de procedencia de la prenda. Ya me habían puesto al tanto de que se había pasado unas semanas en Estados Unidos, pero nunca imaginé la razón de aquel viaje - o la del sombrero -, tan extemporáneos ambos a mi austero y monocromático calendario de trabajo.

Otra vuelta que pasé por la oficina por más papeles grises y amarillos, la vi parada en la puerta de su despacho, al que los empleados llamábamos "el oval". Me encandiló su nuevo corte de pelo, bien cortito, tal y como siempre lo había querido usar yo, sin jamás juntar coraje para animarme al cambio. Y una vez más me puse verde por sus agallas para cambiar y rehacerse. Fue recién meses después que las chicas me contaron que el cambio en su apariencia era producto de sus repetidos tratamientos oncológicos, tanto acá como en el exterior.

Así y todo, imaginaba que de esta ella saldría. Una mujer de esos colores se me hacía casi tan eterna como invencible. Fueron varias las veces en estos últimos meses de vacíos y de esperas en las que, mirándome al espejo, la pensé: -"Si ella pudo, ¿por qué no habré podido yo también?"

El día que recibimos la noticia de su muerte, las chicas guardaron silencio. Yo, en cambio, sentí que todo adentro mío hacía un ruido oscuro. Eche mano a mi vestido negro y me fui al velatorio sin pensarlo demasiado. Era consciente de que a su familia ni la conocía, que mi presencia no agregaría ni quitaría nada, y aunque odio todo el sordo ruido de los velorios, sentí que debía despedirme y enmendarme de algún modo. Me abrí paso por las caras conocidas y las otras y me fui derecho a verla. Ni una flor, ni una cruz, ni una vela. Lo tomé descaradamente como un  ejercicio de afrontamiento que hice yo solita y mi alma negra: ¡nunca antes había visto un muerto de tan cerca! Había perdido mi mejor amistad de adolescencia por no poder acompañar a mi mejor amiga en el velorio de su mamá, que murió de cáncer a los 44 años. Nunca supo entender ni perdonar mi aprehensión. Siempre quiso cambiarme... Y fue la primera y única vez que miré a Blanca Dapenna con pena, sin poder ver ningún otro color mas que el de la despiadada blancura de la muerte.


A boca de jarro

martes, 29 de diciembre de 2020

Me destejo

 ©Carlos Javier Paz






"Estoy hecha de retazos
Pedacitos coloridos de cada vida que pasa por la mía 
y que voy cosiendo en el alma.
No siempre son bonitos, ni siempre felices, 
pero me agregan y me hacen ser quien soy.
En cada encuentro, en cada contacto, voy quedando mayor...
En cada retazo, una vida, una lección, un cariño, una nostalgia…
Que me hacen más persona, más humana, más completa.
Y pienso que es así como la vida se hace: 
de pedazos de otras gentes que se van convirtiendo en parte de la gente también.
Y la mejor parte es que nunca estaremos listos, finalizados...
Siempre habrá un retazo para añadir al alma.
Por lo tanto, gracias a cada uno de ustedes, 
que forman parte de mi vida y que me permiten engrandecer 
mi historia con los retazos dejados en mí.
 Que yo también pueda dejar pedacitos de mí por los caminos 
y que puedan ser parte de sus historias.
Y que así, de retazo en retazo, podamos convertirnos, un día, 
en un inmenso bordado de "nosotros"."




Tejo que te tejo, y sólo me destejo,

me desenredo,

me desenhebro,

deshago el entramado 

de todos los mandatos

de colores aceptados

con los que tejí un montón de mantos...

 

Me preguntás qué estoy haciendo,

¿si estoy perdiendo el tiempo?

Mejor ni te contesto.

¡Tanto perder mi tiempo

en tejerme al gusto tuyo:

ahora, alegremente, 

hoy y aquí yo me destejo!


Insistís en corregirme:

-"¡NO ES ASÍ, TE DIJE!
Que tejo apretado,
lazadas mal dadas,

 los puntos se escapan,

o que hago lo sencillo

siempre más difícil...

 

¡Ay, Señor, Dios mío! 

¡Maldito adjetivo!

Ves como la rima me empieza a desbordar,

y quiero gritarte, fuerte y en la cara, 

a boca de jarro: 

"¿No ves? ¿No sentís que es mío este entramado?

¿No ves cómo así pierdo el ritmo del tejido!"

 

Elijo callar una vez más

para regalarte cajitas de hilos blancos

que son como esquejes por mí engendrados,

los pequeños brotes que me van naciendo 

en este jardín donde a cada planta yo le pongo nombre,

un jardín al que sola yo aprendí a cuidar,

colgando de un hilo que yo misma he tejido.

 

¡A estas alturas!

Este es otro intento mío, otra vez fallido, 

de una poesía que quede bien tejida...

No me vengas con la rima, con la métrica, con la medida;

a mí me conocés: eso de la técnica no me importa nada, 

yo quiero romper con las reglas

y sin medida lograr retejerme.

 

Dicha inusitada

- de euforia algo cargada -

la de destejerme en la luminiscencia

de hacerme un ovillito, de echarme nuevos puntos, 

aunque el alma se me va quedando toda perforada.

Sin arte poética yo retejo mi poema

 

con colores propios y con mis propia lanas:

 lanas que para vos son raras,

pero que a mí - se me hace- me han sido dadas,

lanas que quizás jamás sean validadas.

Yo igual las conservo con celo guardadas

en un baúl muy viejo de todas esas cosas que me han sido legadas

y que aún a veces, se me hace,

 

 no sirven para nada...




                                                                 (Muchas veces editado...)




©A boca de jarro


A boca de jarro        

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