sábado, 13 de febrero de 2021

El cuento perfecto




"A la deriva"Cuentos de amor de locura y de muerte, Horacio Quiroga, 1917


"El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.

(...)

El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.


-Un jueves..


Y cesó de respirar."



Decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga (1927)


I. Cree en el maestro – Poe, Maupassant, Kipling, Chejov – como en Dios mismo.

II. Cree que tu arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás, sin saberlo tú mismo.

III. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que cualquier otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV. Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas.

VI. Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba un viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de las palabras no te preocupes de observar si son consonantes o asonantes.

VII. No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él, solo, tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII. Toma los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta aunque no lo sea.


IX. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue has llegado en arte a la mitad del camino.


X. No pienses en los amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.


Horacio Quiroga: (Salto, Uruguay, 1878 - Buenos Aires, Argentina, 1937)
Cuentista, dramaturgo y poeta rioplatense, considerado el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista. Sus extraordinarios relatos retratan la naturaleza bajo temibles rasgos y la presentan como enemiga del hombre, lo cual brinda una hondura épica y hasta trágica inusitada a sus personajes.
Vivió en su país natal hasta la edad de 23 años, momento en el cual, luego de matar accidentalmente a su mejor amigo, decidió emigrar a la Argentina, donde vivió 35 años —hasta su muerte—, y donde se casó dos veces, tuvo sus tres hijos, además de ser el lugar donde desarrolló la mayor parte de su obra. Mostró una eterna pasión por el territorio de Misiones y su selva, adonde se asentó en dos oportunidades y cuyo entorno trasladó a la trama de muchos de sus escritos, principalmente en "Cuentos de la selva".
La vida de Quiroga, marcada por la tragedia, los accidentes y los suicidios, culminó por decisión propia, cuando bebió un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires a los 58 años de edad, tras enterarse de que padecía cáncer de próstata.

Obras destacadas:



Diario de viaje a París (Testimonio y observaciones), Montevideo, 1900. 
Los arrecifes de coral (Prosa y verso, El Siglo Ilustrado), Montevideo, 1901.
Cuentos de amor de locura y de muerte, Buenos Aires, 1917. 
Cuentos de la selva, Buenos Aires, 1918.
Anaconda, Buenos Aires, 1921. 
El desierto, Buenos Aires, 1924.
Los desterrados, Buenos Aires, 1926. 







A boca de jarro

jueves, 11 de febrero de 2021

Mi guitarra

 


   Fui a la tienda por más palo santo para quemar.

Estaba sentado en la penumbra, entre esencias, ensimismado en su celular. Levantó sus ojos tristes y su bella melodía tocó el oído de mi afinado corazón, que va por las calles del barrio llorando a gritos mudos, partido de dolor.

-¿Vos ya habías venido por acá, no? - me preguntó, desde la defensa de su mirada esquiva de adolescente herido.

- Sí, vine hace unas semanas, pero me atendió un señor mayor, tu abuelo...

-No, ese señor es mi papá... No, todo bien, no te preocupes, todos se confunden...

Tuve que reparar el quiebre intermitente que mi presunción apresurada había generado en la conexión que los dos necesitamos. Entonces eché mano a su guitarra.

-Vos estabas con tu guitarra recién arreglada. ¡Es hermosa tu guitarra!

-¡Ah, sí, mi guitarra! Ya hace tiempo que no la toco. Ese día volvíamos del luthier, de hacerle cambiar una cuerda. Llevaba meses rota, pero en los primeros meses de la pandemia no había dónde llevarla a arreglar.

Y supe más, y, esta vez, mejor. Creo que supe todo, aunque ya debería haber aprendido a dejar de suponer que sé tanto.

-¿Vos componés?-, lo interrogué, con una sonrisa que, por estos días, me duele como una queja.

-Sí... bah...  yo... hace rato que no escribo... con esto de la pandemia... ¿Viste cómo fue?

Fue como un relámpago de revelación divina, una epifanía literaria bien ejecutada, instantánea y fugaz, honda y reverberante, casi perfumada. Fue como ver mi propia sombra resonando en su mirada esquiva.

-Vos sos un artista. Tenés que componer.

Se me cagó de risa con el desparpajo del que se desconoce en su más profunda esencia inexorable - de quién aún no sabe de qué madera está hecho -, mientras me embolsaba el palo santo que yo estaba a punto de pagarle. Entonces fui por más:

-Igual que mi hijo, te me cagás de risa en la cara. Creéme, yo sé lo que te digo: vos naciste artista. 

Lo sentencié: un hachazo de vida y muerte directo al corazón.

Se quedó colgado, prendado, me indagó en mis gustos musicales, me palpó el alma con sus ojos tristes, porque en ella se encontró con su propio eco de cuerdas gruesas, borbona letal. Fue mucho para procesar en mi primera tarde de caminata después de meses de encierro mental. Me prometió que, la próxima vez que vaya por palo santo, me la va dejar tocar.


Javier Limón, Juan Luis Guerra, Nella - Mi Guitarra (Lyric Video)




A boca de jarro

miércoles, 10 de febrero de 2021

La hora y el día

 



Es la hora y el día de huir: 

choco una vez más contra el tácito acuerdo,

 hijo del silencio y

una fría distancia

de ese terminal no-nunca-decidir,

y tengo que elegir preservarme a mí.

 Rebalsan mis aguas, 

se quiebra mi vara, 

mi amor, pisoteado,

me escupe en la cara, 

y bajo mentiras que tiñen de blancas

me exijo y me exigen poner la otra mejilla

y así me avasallan.



¡Qué vergüenza, qué asco!

Tabú desnudado,

violado pudor 

sin un corazón, 

sin el dulce eco de la empatía. 

Este es el oprobio de

la negra sombra

que yace en la cama, 

que se desmorona en esta agonía,

¡La cama, la cama!

 Génesis develada indebidamente a puertas abiertas

y penoso origen del ruidoso fin

tras persianas bajas en casa tomada.


"¡Qué tragedia griega!" - pienso, y me lo callo, -

"O, más bien diría, y mal que les pese,

 ya que la de Shakespeare también es mi lengua, 

debería nombrarla , con todo derecho, Shakesperiana:

Otelo y Yago, Emilia y Desdémona.

¿Quién toma la daga,

quién sale primero de lúgubre escena,

quién desencadena con acción letal el final cantado,

quién es el que expía hoy y aquí sus culpas,

quiénes se redimen y quiénes se condenan?

¿Dónde nos paramos héroes y villanos 

sobre este escenario sin grises matices

montado en la cama hecha pedestal?"


¡Qué horror y qué espanto!

Boca seca, arritmia, angustia,

temblor, temblor en el alma, 

temblor en las manos,

sed voraz de luz, de vida, por años, por siglos, enclaustrada,

cual loba feroz

defiendo a mi cría.

 Me invade la ira, 

la angustia que angosta tanto mi garganta,

toda mi impotencia y mi rebeldía ante las injusticia.

Y pierdo los pies y pierdo las piernas y pierdo las fuerzas:

"fight or flight", qué espanto, dilema moral,

trágica urgencia la de este final.


- "¿Vos me entendés?"

- "¿Vos me escuchás?"

Es claro que hablamos dos lenguas distintas...

Entiendo con pena:

 la razón paterna

vuelve a desoír a mi corazón de hija porque enloqueció, 

pero... me lo callo,

aunque gritaría descalza en contra del viento.

Escucho los truenos de este desamparo, que me huele eterno y me sabe amargo,

la voz ominosa de un rey sin corona,

 despojado ya de toda emoción,

ardiendo en su reino heredado 

de falta de abrazos, de falta de ojos.


 Te miro a los ojos

y veo en ellos a un frío reloj, un reloj vacío como el de la estación,

fútil, mecánica obsesión terrenal la tuya

de pesar al tiempo

medirlo, contarlo, de hasta mezquinarlo,

 pero sin vivirlo, pero sin parirlo,

pero sin gozarlo, pero sin morirlo;

obsesión que deshonra Vida y que deshonra Muerte, 

nosotras, tus hijas, celadas y celosas hembras

somos prisioneras, cómplices del acto final.

Telón, telón, fúnebre telón

y el pañuelo oculto que me hace dudar

al catártico instante de este gran final.


Le robo un segundo al mudo reloj,

tan sólo memento en mi sana mística de este ir fluyendo con este momento,

un reloj usado como un instrumento 

para perpetuar reinos: el del dominio,

el de la posesión, el de lo material, reino del control 

del hondo misterio que nunca está en nuestras manos poder controlar...

Conecto con este sentirme

abusada de siempre, violentada en mi eje,

 que, ya sé, no es centro, eso ya lo entiendo,

aunque es lo que soy para mí, entendelo vos, lo que en vano ofrezco,

soy pura emoción, un último intento de dar salvación, 

de dejar descansar de tanto latir a ese corazón

y así escapar las dos de la cárcel del tiempo que dicta el reloj. 


Registro, conecto, 

busco a esos ojos que ya nunca encuentro,

que se caen al suelo desde la penumbra;

la luz que me inunda, 

que quema, que arrasa.

Me voy a parar justo frente a ese reloj,

me freno un momento en tanta emoción, y pienso

y llamo en busca del conocimiento,

que desaprendí en falta, 

busco la palabra docta para que defina, pero otra vez tiemblo...

Un diálogo interno, un aside tan mío,

-Yo no estoy para eso, no puedo, no debo, yo soy enfermera de almas, 

ni más, ni menos, pero aquí eso no basta.


Encendida entonces y frente al reloj,

oscuro castillo de la crispación, del reino del "NO",

de todo lo tanto que yo nunca entiendo,

elijo otra vez observar el respeto que, temo, yo ya te perdí, 

-¿O será el miedo, viejo compañero? Quizás... No lo sé... ¿Qué sé yo al final...? 

Si es miedo otra vez, esta vez lo enfrento. Yo puedo. ¡Me puedo!"

Poder aceptar el parental mandato de siempre regresar,

me digo en silencio, aunque lloro y tiemblo: 

-"Está bien. Me basta a mí con solo volver, 

tal vez una última vez, ¡Qué dolor! ¡Qué horror!

¡Una epifanía tan clara, tan honda, justo, justo ahora! 

¿Es ésta la hora y es hoy el día 

en que llego así a descubrir yo para qué nací?"


¡Sí! Es ésta la hora y es hoy el día 

en que yo elijo escucharme a mí, 

a mi bella voz, 

toda empoderada de su alegre son,

y vuelvo al adentro del reino de sombras

firme y temblorosa para mi misión 

de intentar salvarte y salvarme a mí:

otra vez de tantas, la última vez.

El irme a esa hora 

de ese día, antes de tu muerte, la que velé en vida, 

salvó mi hoy, mi hora, mi día, 

mi yo, todo lo que tengo y todo lo que soy,

mi vida y tu Vida.


Y hoy, que es todo lo que entiendo y siento que todos tenemos,

desde el doloroso duelo de soltar amarras,

  las anclas seguras y férreas que son familiares,

de obediencia debida tan mal aprendida, o mal enseñada,

encuentro en la Luz a mi mejor voz, la encuentro en el agua, en el fuego 

y también la encuentro en tu propio viento,

 una voz que sopla con el amor puro de la aceptación,

sin gritos ni insultos, sin ningún reclamo.

Y me digo entonces: - Yo con mi unción de urgencia 

del día y la hora, los de de tu partida, 

sin ser sacerdote y sin ser profeta, mucho menos reina,

tan solo una sierva colmada de Luz amorosa,

sintiéndome aún una vil cobarde, traidora, una presa en fuga, un Pedro,


yo, por fin, me digo, ahora a viva voz, 

a boca de jarro

- perdón, pero es como sale -,

que fui yo al final quien te dio la Vida,

y que renací; que yo, a la misma hora de ese mismo día, me parí a mí misma,

te hice yo mi hija y me hice madre de mi propio ser,

de luces y sombras.

Y a vos que nunca pudiste 

 huir así en la vida 

para salvarte vos 

y salvarme a mí,

yo hoy a vos te cubro con el  manto lila de la compasión y de la gratitud. 

¡Salvación, perdón, liberación, redención!



La hora y el día de tu santa unción,

la que yo te di a la hora y el día de tu santa muerte, 

fue la hora y el día en que yo nací 

a la vida que hoy 

elijo para mí.



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