Cuando me preparé para afrontar la decisión
definitiva de dejar mi adicción al tabaco sabía que experimentaría síntomas de
abstinencia. La abstinencia tiene muy mala prensa, asusta, se piensa que es
antinatural, que implica reprimir algo que el cuerpo pide y que, al negárselo,
se lo cobrará con una buena cuota de dolor psicológico, que es sin dudas el que
más se teme y el que menos nos sentimos capaces de doblegar. Creo que todos los
que nos hemos enfrentado alguna vez con este tipo de dolor hemos quedado marcados
a fuego por una clase de miedo que es tremendamente difícil de superar: el
miedo al miedo, es decir, el temor de sentir ese miedo de sufrir los
síntomas del flagelo psicológico y no ser capaces de manejarlos. Se trata de
un miedo anticipatorio: se padece antes de experimentar dolor y a veces ni
siquiera llega el dolor que se esperaba. Y es así que cuando este
dolor llega y se hace manejable, se siente una agradable sensación de sanidad y
bienestar que disipa al cúmulo de miedos que nos paralizaba y nos autofortalecemos.
He estado leyendo bastante sobre adicciones en
general por estos días y aprendí que todos los adictos a ciertas
sustancias somos propensos a hacernos adictos a más de una cosa ya que tenemos
ciertas características que nos hacen vulnerables. Inclusive se sospecha que
nuestros genes nos juegan en contra y se habla de personalidades adictivas. Las
características que se asocian con este tipo de personas son todas negativas y, en
mi caso personal, ciertas. Tanto que al dejar esta adicción me he propuesto
luchar por lograr un cambio que me lleve a una superación que permita que me
desintoxique ya no sólo a nivel físico sino a nivel psicológico. La primera vez
que leí que era necesario "crear una nueva
identidad" en la cual el fumar no estuviera asociado conmigo, pensé que
sería imposible. Pero a medida que fueron transcurriendo los días que llevo sin
fumar y al atravesar por estados de ánimo cambiantes que me han llevado a ver
otras cosas sobre mí misma y mis conductas y emociones, entiendo que esto es
real, aunque mucho más demandante que el hecho de dejar de fumar en sí mismo.
Abstenerse, de acuerdo al diccionario, significa renunciar a alguna cosa fundamentalmente por cuestiones morales. Está
además ligado con la sintomatología que presenta la decisión de renunciar a
algo a lo que uno se ha hecho adicto. Y al renunciar a la cosa, también se debe
renunciar en buen grado a esa parte de nuestra personalidad que depende de ella
para sentir que funciona, aunque se trate de un autoengaño, ya que al
ser dependiente, se disfunciona. Al entender esto, intentamos enmendar
todo el daño que este disfuncionamiento nos ha causado a nosotros mismos y a
quienes nos rodean, y nos asalta el miedo: el miedo a sufrir, el miedo a
fracasar, el miedo a que todas las características de nuestra personalidad que
nos han hecho caer en la adicción salgan a la superficie. Estas son: la
inseguridad que genera una baja autoestima, el infantilismo de querer
satisfacer nuestros deseos inmediatos y nuestra falta de autocontrol e
impulsividad, nuestro alto nivel de frustración y baja tolerancia, nuestra
tendencia al autoengaño, la negación y la autojustificación, la ansiedad y la
angustia.
Lo que más asombra a quienes somos adictos en
recuperación es el permiso que nos hemos dado por tanto tiempo una y otra vez
de caer en eso que sabemos que nos daña a pesar de las claras evidencias del
deterioro que la adicción hace evidente con el paso del tiempo. Cuando nuestra
conciencia comienza a advertir que algo anda mal y que ya no estamos en control
de nuestras vidas se toca fondo emocional y se ve claramente esto que en
principio parecía una locura, aunque es el único camino hacia el
reestablecimiento de esa armonía que llamamos salud: hay que recrear nuestra identidad sin la muleta que nos hacía creer
mejores y más fuertes, asumirnos desde nuestras flaquezas, y desde allí
empezar a apuntalarnos. Hay que restablecer el equilibrio sutil entre nuestras luces y nuestras sombras.
Al lograrlo día a día, se va robusteciendo el
sentido de valía que tiende a ser escaso en nosotros. Comenzamos a notar pequeños
cambios que nos van conectando con alguien novedoso que habíamos olvidado. Hay más
luz, alegría y esperanza. Hay una reconexión con nuestro ser esencial que se
había bloqueado y esa ausencia nos hacía sentir más vacíos. Hay alivio. Hay más ganas y más fuerza
para cambiar otros aspectos que se hacen visibles y notorios. Y hay
todo un largo camino para seguir andando, porque cualquier paso en falso
implicaría volver a descentrarse. Es, como dicen todos los que lo han
transitado y caminan este sendero erguidos día a día, dar un paso por vez. El maestro Jung lo explica en términos del claroscuro que entiendo que somos, y se me hace mucho más claro a cada paso:
A boca de jarro