Estoy leyendo este periódico especializado, "Actualidad psicológica", que a veces me hace guiños desde el kiosco de revistas con el título no más, como este mes, con "Sufrimientos actuales". La verdad es que me hace sentir bien confirmar que los buenos psicólogos y psiquiatras son muy amplios, muy comprensivos, y que más allá de toda su jerga psicoanalítica que muchas veces se me escapa, entiendo que contemplan las circunstancias de toda vida, y que se resisten a la tendencia de los malos profesionales de etiquetar y recetar la pastillita mágica para encontrar la solución rápida e indolora para los padecimientos de nuestros tiempos, que conocen bien, por experiencia de consultorio, y que muchas veces admiten que los sobrepasan desde lo teórico que han estudiado en profundidad, por lo novedoso y lo complejo de los malestares actuales. Pero siguen aprendiendo y creciendo como personas que han elegido ayudar a quienes sufren.
Me sorprende un artículo como el de Luis Horstein, "Sufrimientos y algo más", por lo abarcativo de su temática y por reflexiones tan empapadas de sentido común, como cuando dice:
"El hombre actual sufre por no querer sufrir"
Y explica que el sufrimiento es parte natural de la vida, es el polo que resignifica la dicha, la alegría, la felicidad, y que estamos inmersos en una cultura que tiende a negar el sufrir, a reprimirlo, y abusa de la " La dictadura de la euforia" que "sumerge en la vergüenza a los que sufren". Una cultura que nos impone "el pum para arriba" todo el tiempo y a toda costa. Como escribe Mario Pergolini, que también tiene su ensayo publicado en el periódico, titulado "Si no lo fuera parecería ser cruel", cuando estás pasándola mal, la gente te dice, "CÓMO NO SOS FELIZ!!! CON TODO LO QUE TENÉS?? CON LA FAMILIA PRECIOSA QUE CONSEGUISTE!!! Y TU TRABAJO, MILES MATARÍAN POR TENER ESE LABURO!!! SE FELIZ INFELIZ!!!" Así lo escribe Pergolini, y su testimonio, si bien no se luce en estilo o corrección sintáctica, es válido como un exponente de alguien que uno imagina hiper-feliz porque "lo tiene todo". Y sin embargo pasó por el pánico y la depresión, según cuenta. Y aunque parece haberse recuperado, su visión es bastante derrotista al sostener que no es posible ser feliz más allá de las ráfagas, de los flashes, de los atisbos, de los fugaces momentos: "... nunca vamos a ser felices porque sencillamente NO PODEMOS SERLO"... "Es una vida tan cruel que de tan cruel parece hermosa.", concluye categórico.
Me gusta mucho el aporte de Hugo Lerner, "Felicidad, sufrimiento, realidad", y me quedo con lo que importa según él:
"Lo que importa es ir olfateando el desamparo que la realidad nos impone y recurrir a nuestras herramientas yoicas para sortear los escollos."
Genial: un psiquiatra que entiende que nos sentimos desamparados en esta realidad del siglo XXI, y que ésto no es razón suficiente para sentirnos patológicos. ¡Qué alivio que lo digan ellos! Además dice, lisa y llanamente, que, en el caso concreto de los duelos, sobre los que todos profundizan como parte integral de la vida, ,"Tenemos dos caminos: o transitamos por ellos y los elaboramos, o tratamos de eludiros con pociones mágicas." Y el concepto de duelo que dan estos especialistas es bien amplio, abarcando todo un arco de pérdidas esperables y naturales, no sólo las que ocasiona la muerte de nuestros seres queridos, sino duelos tales como los que acarrea un despido, una pérdida material significativa, un cambio físico, un embarazo (o la imposibilidad de lograrlo, agregaría yo, conociendo el paño femenino), o el pasaje de una etapa de la vida a otra. Lerner cierra su brillante contribución admitiendo que:
" Freud (...) nos advirtió acerca del sufrimiento humano y nunca nos prometió, ni como seres humanos ni como psicoanalistas, "un jardín de rosas"."
Estos son profesionales que desconfían, como uno, que toca de oído en ésto, de las simplificaciones y reduccionismos de las etiquetas del DSM, (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), de esa "clasificación ateórica y descriptiva porque sólo hace un inventario de síntomas", y que sostienen que "La psicopatología es tan sólo un bosquejo que ayuda a aprehender algo de una realidad que se resiste al intento de encasillamiento." , como explica Horstein, que no comulga con la urgencia de poner etiquetas y recetar pastillas así no más.
El ensayo que más me hizo pensar, y se lo agradezco, es el aporte de María Cristina Rother Hornstein, quien elige una cita de Miguel de Unamuno para abrir su escrito, y me conmueve:
"Quien así quiso y fue querido
nació para la vida;
sólo pierde la vida su sentido
cuando el amor se olvida"
Miguel de Unamuno, "Cuando duerme una madre junto a un niño"
Y me interpela como madre e hija con su pregunta : "¿Hay sufrimientos propios de la vida y otros propios de conflictos mal tramitados?" ¡Qué buena pregunta! Y un poco más adelante en su exposición del sufrimiento escribe:
"La angustia es producto del desvalimiento psíquico del lactante (S. Freud, 1926). En los comienzos de la vida toda ruptura del equilibrio es vivida como displacer. "Una madre suficientemente buena" que compensa ese displacer con la acción específica no sólo calma la necesidad sino que agrega ese plus libidinal que transforma el displacer en una vivencia de satisfacción."
Y vuelve a citar a Unamuno:
"No te vayas de mi lado,
cántame el cantar aquél.
Me lo cantaba mi madre;
De mocita lo olvidé,
cuando te apreté a mis pechos
Contigo lo recordé"
Siempre he pensado que Freud se ha encargado de cargar las tintas en lo que los vínculos primarios dejan como impronta en nuestro psiquismo, pero yo soy lego en la materia. Ahora, siendo madre, repienso a mis padres y a mi propia biografía, y debo hacer un esfuerzo por adoptar una mirada compansiva del rol materno y paterno. Más allá de toda teoría, que ayuda y esclarece, me parece que "los buenos padres" hacemos lo mejor que podemos con nuestros propios desamparos y los de nuestros hijos desde que nacen hasta el lejano día, cada vez más desplazado en la línea del tiempo de la sociedad postmoderna, en el que se van de nuestro lado para hacer su propia historia. Mientras criamos, por más que hayamos deseado traer hijos al mundo con el alma y los amemos más que a nuestra propia vida, hay una historia personal que se llena de autorenuncias y autopostergaciones, que queda entre paréntesis por largo rato, y ésto genera sufrimiento inevitablemente, un sufrimiento del que parece muchas mujeres se sienten incómodas de experimentar o de verbalizar: parece que sólo evaluamos el sufrimiento que inconscientemente le causamos a nuestros hijos al sufrir.
Siento que como adultos paternantes tenemos la responsabilidad de mirar para atrás, observar el árbol familiar, "el alma de nuestra familia", las relaciones vinculares y los lugares de luz y sombra que cada figura del árbol ocupó y ocupa en nuestra vivencia de ese árbol, para hacernos conscientes de que, más allá de lo que se impone como parámetro o pauta de comportamiento esperable de nosotros, somos nosotros, en el aquí y ahora, los que debemos elegir cómo recrear eso roles y eso vínculos en nuestra propia historia. Eso es lo que yo entiendo como salud mental, como crecer y hacerse adulto. Además, implica ir más allá de los errores, de las ausencias de mirada, de lo que faltó, para ver lo que sí estuvo, lo que sí se nos dio, lo que sí se nos nutrió como mejor se pudo. En definitiva, nosotros hacemos lo mismo con nuestros hijos. Ésto se dice más fácilmente de lo que se logra. Uno tiende a echarle el fardo de sus sufrimientos a los que están en el piso de arriba... Creo que es un reduccionismo más, como el de pretender etiquetar y medicar a quien padece un sufrimiento para evitarle el tener que confrontarse con su propio infierno, y emerger más humano, más entero, más "yo" que antes.
Ojalá se publicara un "Actualidad Psicológica" dedicado a la problemática de la mujer que deviene madre en el siglo XXI: tal vez sería un record de ventas ahora que en octubre se viene el "Día de la Madre". Podríamos aprovecharlo para salir de los lugares comunes y bucear en los complejos vericuetos de la maternidad en la "era de la depresión". Se los podría dejar como propuesta de una ávida y agradecida lectora a esta gente que me ha nutrido y "maternado" tanto este año.
A boca de jarro
A boca de jarro