"The very ingredients that nurture love — mutuality, reciprocity, protection, worry, responsibility for the other — are sometimes the very ingredients that stifle desire."
"Los mismos ingredientes
que alimentan al amor, el compañerismo, la reciprocidad, la protección, la capacidad
de confiar en el otro, la preocupación, la responsabilidad, son a veces
exactamente los mismos ingredientes que apagan el deseo."
Esta cita resume el concepto básico
que sustenta una charla de casi veinte minutos de duración dada por Esther
Perel, psicoterapeuta, sexóloga y antropóloga belga que seguramente muchos considerarán
atractiva sexualmente a pesar de — o, más probablemente, gracias a —, la evidente artificialidad estética que
disimula su edad cronológica. Perel, conferencista en Ted Talks New York, investiga
los secretos del deseo sexual y el erotismo en sus expresiones multiculturales
basándose mayormente en sus viajes por el mundo y en su práctica de consultorio
de apoyo a parejas en crisis en Nueva York, ciudad donde reside actualmente. Es además autora del libro Inteligencia Erótica y Mating in Captivity: Reconciling the Erotic and
the Domestic. Me
resultó interesante escucharla por el sentido común que avala todo lo que
afirma en un inglés fluido, que maneja además de otras ocho lenguas. No viene a
decirnos nada nuevo a quienes estamos en relaciones de pareja hace años. Lo que
resulta novedoso e indudablemente efectivo como gancho comercial para vender es
el acuñamiento del término "inteligencia erótica", ya que
estamos más o menos familiarizados con la idea de inteligencias múltiples,
pero ésta no aparecía en la lista que confeccionó el poco erotizante
Howard Gardner, y que hasta podría llegar a considerarse como un
aspecto ligado a la inteligencia interpersonal, aunque el erotismo no implica
necesariamente el trato con otro u otros. Perel insiste en el rol central de la
imaginación y el juego en el deseo, a tal punto que sentencia que el sexo no es
algo que hacemos sino un lugar al cual nos transportamos.
La idea es reconciliar lo que a primera vista parece
irreconciliable: el amor que perdura a través del tiempo, dentro del marco de
la pareja monogámica — especie en extinción según los expertos —, que en
nuestros tiempos convive el doble de años que aquella para la cual el
matrimonio era un pacto económico cuya principal función era la procreación,
con una vida sexual plena y satisfactoria. La pregunta que ella misma
hace e intenta responder es cómo se logra reconciliar estos dos aspectos: el
amor y la realización sexual por años. Como respuesta, da pautas un tanto vagas, que no
contemplan ni la naturaleza del ciclo de la vida ni la realidad de millones de
seres, especialmente la de los habitantes del siglo XXI, en mi humilde entender. Describe
acertadamente lo que sucede con respecto a lo que esperamos quienes nos
embarcamos con amor y pasión en esta aventura actualmente. Cuando decidimos
vivir en pareja es porque buscamos un lugar de pertenencia más allá del hogar
paterno, alguien que nos ofrezca seguridad y respaldo, tanto económica como
afectivamente, un cierto estatus social, permanencia, responsabilidad,
protección, una familia, todo aquello que consideramos y asociamos con la
noción de "hogar". Y al mismo tiempo, sentimos una fuerte
necesidad erótica alimentada por lo que percibimos como la adrenalina de "el
viaje": la aventura, la novedad, el misterio, el riesgo, el peligro,
lo prohibido, la transgresión, todo ese cosquilleo que nos brinda un amante
fogoso, que a su vez es un confidente, un compinche con cierto grado de
atrevimiento sexual que alimenta el erotismo. Pero todo esto lo buscamos en
esa misma persona de la que pedimos familiaridad y estabilidad, con quien
compartimos la cotidianeidad y con quien solemos traer hijos al mundo
("El sexo hace bebés y los bebés destruyen el deseo", dice Perel,
logrando complicidad risueña con su mayormente joven audiencia en un momento de
su exposición). Razones por las cuales el misterio deja de serlo en poco
tiempo y hace que se marchite el deseo sexual, que era un elemento fuerte en
los comienzos de la relación. Es entonces cuando la pareja puede salir en busca
de ayuda profesional como la que Perel ofrece o a comprar sus libros, sintiéndose
disfuncional, como diagnosticarían muchos psicoterapeutas.
El dilema, según ella, reside en
compatibilizar el amor de pareja con una vida sexual satisfactoria
dentro del marco de la monogamia con hijos, aunque ya no tantos como antaño, y
a largo plazo, algo inaudito en la historia de la humanidad. Estos son los
dilemas que nos plantea el amor erótico en nuestros tiempos según esta señora,
donde parece haber una crisis del deseo. Esperamos que la pareja cubra
necesidades de las que antes se encargaba el clan o la aldea. Y sin embargo,
ella insiste en que es posible lograr reconciliar esas dos realidades, la del
sentido de protección y el de aventura que foguea la pasión con una misma pareja. "Amar es tener, mientras que desear es querer",
afirma, y eso implica cierta distancia cómoda desde la que podemos vislumbrar a
nuestra pareja en su propia salsa, fluyendo en su medio y alejado
prudencialmente de nosotros, radiante y vibrante haciendo aquello que como
individuo lo enciende. Y es gracias a esa visión del otro conocido que vemos con
ojos nuevos que el deseo surge o resurge en nosotros. Al ver a quien me resulta
tan familiar bajo la luz de lo novedoso, en ámbitos que no solemos compartir
pero que alimentan su individualidad, dice Perel, nos excitamos: cuando lo
vemos "en escena", en su medio, lleno de autoconfianza y asertividad,
cuando lo vemos en una reunión o en una fiesta siendo requerido y codiciado por
otras u otros, por ejemplo, es cuando logramos ver lo conocido como un misterio
atractivo que deseamos porque sentimos que se ha alejado, que se ha salido del
ámbito de lo que tenemos o de lo que dependemos o necesitamos. "No hay
necesidad en el deseo, hay simplemente un querer poseer al otro sexualmente",
explica. Y al verlo distante, aunque conviva conmigo, me sorprende lo inusual de la
visión y se enciende la pasión. Y cita a Proust para no dejar dudas: "El
misterio no es viajar a lugares nuevos sino mirarlos con ojos nuevos."
Me pregunto para qué tipo de
personas esta disquisición puede llegar a resultarle trascendente en tiempos en los que sentimos que flotamos a la deriva en muchos ámbitos, incluido el sexual. Para los millones que luchan por sobrevivir en un mundo en donde hay
hambre, guerras, crisis de todo tipo, despersonalización y que nos deja solos y desprotegidos
en tantos aspectos, creo que no. Para aquellos que aceptan con madurez el ciclo
natural de la vida, esa explosión hormonal que caracteriza a una etapa que
luego da paso a otra en la que las hormonas se acomodan, si se crece y se
evoluciona adultamente acorde con el calendario, y las prioridades cambian, aún amando a nuestra pareja y manteniendo una intimidad sexual satisfactoria, y
prevalece el compañerismo, el diálogo, la toma de decisiones compartidas con
respecto a lo que esa pareja ha construido por y a través del deseo, me parece
que tampoco. Hay poco espacio para la imaginación y lo lúdico en el mundo
porque así se nos impone la realidad a los ciudadanos de estos tiempos
líquidos, como los describe agudamente el brillante y galardonado sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt
Bauman de 87 años.
No sé qué pensarán ustedes, pero personalmente, después de casi veinte años de compartir mi vida y mi cama con el mismo compañero, el secreto del deseo en nuestra relación se encuentra en la risa cómplice, en su mano sobre mi hombro y sus dedos deslizándose por mi espalda al caminar juntos por la calle, sus caricias tangibles y etéreas, las del alma, sus gestos de caballerosidad amorosa, sus ojos, donde siempre veo al hombre a quien elegí y sigo eligiendo y veo el reflejo de aquella que fui y a quien él eligió y sigue eligiendo, porque me miran desde las profundidades de un amor que ha recorrido un camino intenso, nuestros códigos secretos, que sólo tienen sentido para nosotros susurrados apenas al oído, nuestra historia en común. Contrariamente a lo que afirma Perel sobre los bebés, los hijos que trajimos al mundo me han erotizado profundamente, e intuyo que me han hecho mucho más inteligente eróticamente, aunque la idea de esta inteligencia según su explicación no termina de cuajar para mí. Contrariamente a su opinión de que "Cuidar del otro es un poderoso anti-afrodisíaco", a mí me erotiza cuidar de los míos, porque el erotismo es un océano que se sale de los cauces de la sexualidad e inunda el cuerpo, el amor y la vida toda cuando es vivido en plenitud. La maternidad y la paternidad, sanamente entendidas y ejercidas, sin perverciones que lamentablemente abundan y dañan profundamente, son sumamente erotizantes, en el sentido del erotismo que esta mujer no contempla y que va mucho más allá de la genitalidad a la que ha quedado reducida en este siglo la compleja, rica y cíclica sexualidad humana, a quienes muchos intentan emplear como objeto de estudio para generar aún más insatisfacción con la vida que llevamos y así vendernos soluciones facilistas que no aplican a la individualidad, la marca más distintiva de nuestra especie. Y les digo más: me juego a que simplemente el título de esta entrada atraerá muchísimas más visitas al blog que todo lo que he venido escribiendo últimamente, que tiene mucho más que ver con la realidad de tantos, porque el sexo se ha convertido es un dios que ocupa el vacío que ha dejado ese Otro que ha quedado eclipsado, entendamos la divinidad como sea que la entendamos. Les dejo el video de la charla en inglés con acento francés y subtitulada al español para quien quiera escucharla.
A boca de jarro
No sé qué pensarán ustedes, pero personalmente, después de casi veinte años de compartir mi vida y mi cama con el mismo compañero, el secreto del deseo en nuestra relación se encuentra en la risa cómplice, en su mano sobre mi hombro y sus dedos deslizándose por mi espalda al caminar juntos por la calle, sus caricias tangibles y etéreas, las del alma, sus gestos de caballerosidad amorosa, sus ojos, donde siempre veo al hombre a quien elegí y sigo eligiendo y veo el reflejo de aquella que fui y a quien él eligió y sigue eligiendo, porque me miran desde las profundidades de un amor que ha recorrido un camino intenso, nuestros códigos secretos, que sólo tienen sentido para nosotros susurrados apenas al oído, nuestra historia en común. Contrariamente a lo que afirma Perel sobre los bebés, los hijos que trajimos al mundo me han erotizado profundamente, e intuyo que me han hecho mucho más inteligente eróticamente, aunque la idea de esta inteligencia según su explicación no termina de cuajar para mí. Contrariamente a su opinión de que "Cuidar del otro es un poderoso anti-afrodisíaco", a mí me erotiza cuidar de los míos, porque el erotismo es un océano que se sale de los cauces de la sexualidad e inunda el cuerpo, el amor y la vida toda cuando es vivido en plenitud. La maternidad y la paternidad, sanamente entendidas y ejercidas, sin perverciones que lamentablemente abundan y dañan profundamente, son sumamente erotizantes, en el sentido del erotismo que esta mujer no contempla y que va mucho más allá de la genitalidad a la que ha quedado reducida en este siglo la compleja, rica y cíclica sexualidad humana, a quienes muchos intentan emplear como objeto de estudio para generar aún más insatisfacción con la vida que llevamos y así vendernos soluciones facilistas que no aplican a la individualidad, la marca más distintiva de nuestra especie. Y les digo más: me juego a que simplemente el título de esta entrada atraerá muchísimas más visitas al blog que todo lo que he venido escribiendo últimamente, que tiene mucho más que ver con la realidad de tantos, porque el sexo se ha convertido es un dios que ocupa el vacío que ha dejado ese Otro que ha quedado eclipsado, entendamos la divinidad como sea que la entendamos. Les dejo el video de la charla en inglés con acento francés y subtitulada al español para quien quiera escucharla.
A boca de jarro