jueves, 9 de febrero de 2012

Los hijos te hacen andar


A mí esto de bloguear me agarró con mis hijos ya grandecitos. Debería haber tenido un blog para escribir tantas vivencias intensas, descubrimientos y cuestionamientos que me asaltaron al ser madre de bebés y niños en sus primeros años. Hubiese sido una gran forma de hacer terapia y de cantar mis verdades a boca de jarro con respecto a todas esas experiencias desde mi óptica, que muchas veces era bien diferente a la de las mamás a mi alrededor, como les pasa a todas.

Cuando arranqué asiduamente con el blog, hace ya cosa de un año, solía escribir muy a menudo sobre mis hijos. Luego empecé a diversificarme y a explorar otros temas que tienen más que ver conmigo más allá de mi rol de madre. De todos modos, tengo amigas virtuales que me acompañan fielmente desde los comienzos y me concedieron el honor de formar parte de algo así como una tribu de mamás blogueras, donde me siento un poco una matrona que da consejos sin que se los pidan, a veces desenfocados, porque hay etapas que ya pasé y por que en esto de criar no sé si puede o se debe aconsejar demasiado.


De todos modos, las sigo, las comprendo e intento apoyar. Y ellas me siguen aún en mis diversificaciones, lo cual agradezco y valoro. Hasta me pasan un premio que viene del grupo. Lo tomo porque justamente el otro día había escrito esta entrada que pensé en dedicarle a Gi, que se pierde y se enreda tanto como me pasaba a mí cuando transitaba el tramo que a ella le toca andar ahora. La consigna para recibir el premio es contestar algunas preguntas. Intentaré hacerlo de modo creativo, adaptando mi post para responder los interrogaciones que se me formulan.


1. Elige un momento de tu vida muy importante. Sólo uno.

Sin dudas, un momento muy importante y que me desacomodó más que ningún otro fue el nacimiento de mi segunda hija: allí supe que había logrado formar la familia soñada. Hay memorias que a pesar del paso de los años no se borran, aunque la emoción que en principio las dejó grabadas se va aguando con el tiempo. Recuerdo que estaba embarazada de ocho meses de mi hija que cumple nueve años en abril. Por entonces, traía y llevaba a mi hijo de cinco al jardín todos los días, como lo hago ahora con la menor, que pasa a cuarto grado, y con los dos al club en verano. Íbamos mi panza y yo detrás a paso cada vez más cansino, y recuerdo haber notado por primera vez en años que las cuadras camino al colegio eran cuesta arriba.

Nunca falta la madre de un compañerito de tu nene que se te acerca en la puerta del colegio con sus suspicacias: "¿Dé cuánto estás? ¿Y dónde la vas a tener? ¿Con quién te atendés? ¿Y cuántos kilos aumentaste? Ah....". Tuve una hermosa beba de tres kilos y medio una mañana de abril. Decidí que mi hijo mayor tenía que seguir con su rutina para que su mundo no se alterara más de la cuenta. Ya era bastante con que le naciera una hermana que lo destronara. Durante mi internación mi primogénito fue al jardín todos los días acompañado por los abuelos. Yo me repuse pronto y sentí el deseo de seguir yendo a buscarlo a la salida. No vi que fuese demasiado problema. Era un otoño tibio, me cargaba a la beba en una mochila portabebé y disfrutaba de continuar con la rutina a pesar de la falta de sueño y el trajín de la recién nacida. Intentaba cronometrar alimentación y cambio de pañal para estar lista a esa hora. Siendo una madre reincidente, sabía que la beba no moriría por esperar un rato para comer o por ir hasta el cole con la pancita llena de leche. Y hasta hoy creo que nos hizo bien a las dos: me salió bien paseandera y camina gustosa a la par mía.

2. ¿Qué lugar del mundo te gustaría visitar que no conoces?

Aquí podría contestar muchos, pero realmente mi primera elección sería África. Paso a explicarles por qué. La señora que preguntaba tanto no dejaba de rondarme en la puerta del colegio. Se acercó, como otras, a conocer a mi bella dama, pero ella venía todos los días con preguntas y alguna importante enseñanza para transmitir. "¿Le estás dando el pecho? Porque mirá que cuando amamantás perdés tooodos los kilos que aumentaste más rápido. ¿Y, decime, cuántas veces te despierta a la noche? ¿Tenés alguien que te ayude? Porque mirá que lo vas a necesitar ahora con dos..." De todos los lugares a donde la podría haber mandado, el más apropiado hubiese sido África: hay gente a la que un buen baño de inmersión en la realidad más allá de sus narices le vendría de maravillas.



A veces nos hacemos tanto problema por esta cuestión, importante desde ya, de cómo alimentar a nuestros hijos, que siento que nos olvidamos de lo primordial: la función de la madre en un mundo donde nacen y viven millones de personas hambreadas es alimentar lo mejor posible, y el mejor alimento es el que es suficiente para que los chicos crezcan sanos y el que se da con amor. Todo lo demás es cuestión de suerte: digo, de tener la suerte de pertenecer a la parte de la población mundial que está bien nutrida. Eso es realmente lo que sentí entonces y lo que pienso hasta hoy.

3. Haz un menú con tu comida preferida: entrada, plato principal y postre.

Entrada: criterio propio; plato principal: sentido común y postre: atreverse a ser una misma como mamá. Y charlar en la comida, así... Un día de aquellos que rememoro se presentó un frente de tormenta de esas que empiezan con viento y unos gotones justo a la hora en la que salen los chicos del cole. Yo me fui con la beba en cochecito (perdón, mamás que portean: yo usaba cochecito también, lo confieso, y cargaba las compras en la parte de atrás). Tenía un protector plástico para el cochecito que no permitía que pasara ni viento ni agua. La verdad es que la beba estaba mejor que todos los demás a su alrededor. La señora en cuestión no pudo con su genio, se acercó y me increpó: "¿Te parece que es día para salir con la beba tan chiquita? ¿No se ahogará adentro de ese cobertor?" Mis ojos se inyectaron de sangre, me invadió un profuso flujo hormonal de hembra con cachorro recién nacido, abrí la boca y rugí como una leona. Demás está decir que nos dejamos de hablar por un tiempo.


Este recuerdo se me vino a la memoria en estos días de verano en los que hace unos 38 grados de sensación térmica a la sombra y me encargo de llevar a mis hijos al club en bici. Y son varias las voces que ponen el grito en el cielo para levantar la alarma: "¿No te parece que hace demasiado calor para ir en bici hasta el club a pleno rayo del sol? ¿No les dará un golpe de calor? ¿Por qué mejor no pedís un remis? ¿No ofrecen servicio de camioneta?"


Ahora ya no contesto, no rujo, ni me mosqueo. Ahora ya aprendí: me alimento de criterio propio, sentido común y atreverme a ser yo misma con mis hijos, más allá de lo que digan. Haga calor, haga frío, llueva, granice o caiga nieve, si hay algo maravilloso que logran mis hijos por mí es que siempre me ponga en marcha, es que todo lo que para los adultos adormilados que opinan sin ofrecer dar una mano es una tragedia, sea un motivo de risa y diversión compartida con ellos. Mi hija no se queja del calor: goza de contar mariposas camino al club. Mi hijo se pone a dirigir la marcha y me dice qué atajo tomar para llegar más rápido o evitar alguna calle bacheada. Y cada tanto se da vuelta y me pregunta: "¿Venís bien, má? Así de grandes son los ojos del corazón de los chicos. Y así de fuertes son sus impulsos por andar: porque son los hijos los que te hacen andar.

4. Si a trabajo se refiere, ¿cuál sería tu trabajo perfecto o profesión, sin pensar en salarios?

No hay profesión perfecta, y no puedo trabajar sin pensar en salarios: por eso tenemos un solo auto y voy y vengo en bici con los chicos desde siempre. Lo que tengo está bien. Doy gracias porque tenemos trabajo en casa.

5. ¿Recuerdas cuándo y por qué reíste la última vez? Cuéntalo si lo recuerdas.

Por última vez me reí una mañana de estas. Mi hija se levantó tarde. Había dormido acurrucada a una muñeca andrajosa que tiene hace años y adora. Le pregunté: "¿Qué le pasó a esa muñeca?" Me contestó: "¡El tiempo, mamá!". Nos reímos mucho. Y me reí cuando me vino este recuerdo de la señora metiche a la cabeza, me reí de ella y de mí misma, por haberme enojado tanto entonces y por poder recordar todo esto con humor hoy y pensar en que le puede ser útil a alguien a quien le quiero dibujar una sonrisa y dar las gracias: mi amiga Gi.



Y el premio hay que pasarlo. Se lo otorgo a tres buenos blogs de crianza que acompañan: 



A boca de jarro

martes, 7 de febrero de 2012

Tiempos difíciles: A doscientos años del nacimiento de Charles Dickens

Google doodle dedicado al 200° Cumpleaños de Charles Dickens


Hoy se conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens. El fenómeno Dickens no es difícil de comprender en nuestro mundo de sitcoms, películas y best-sellers. Más fácil es aún si lo comparamos con el boom de las telenovelas de las décadas del 70 y 80. Dickens fue un gran entertainer que impuso la novela como género masivo e hizo posible su disfrute en entregas por folletín para ricos y pobres por igual: el único requisito era saber leer. La entrega por capítulos le hacía posible ir construyendo la trama, agregando personajes y dándole giros tomando en cuenta la respuesta en caliente de su público. Eso es tal vez lo que la torne por momentos sinuosa y sentimentalista: el deseo de complacer a la audiencia además de ir ahondando en su propio cometido e idea inicial. Es esa interactividad y complacencia con el gusto de su público el mayor legado de Dickens a sus coetáneos y lo que lo hace comparable a nuestro acceso instantáneo a la ficción popular como forma de entretenimiento.


Lecturas públicas.

Se debe agregar que merece el crédito de ser un gran hacedor de historias, un ameno y minucioso narrador, un original creador de personajes caricaturescos de unicidad arquetípica, un dotado para la palabra que repica en el oído y se hace idiomática en su lengua madre gracias a su chispa lingüística, y además, como si todo esto fuese poco, se lleva las palmas como crítico social de la Inglaterra en la que vivió. Fue por ello casi un héroe nacional que pasó a la posteridad como el nombre literario tal vez más popular de la literatura inglesa de todos los tiempos, sin ningún barniz de intelectualismo y sin desmedro de su valor literario: un digno equilibrio para un escritor que alcanzó la gloria en vida sin dejar en el olvido su infancia pobre como obrero en una fábrica de betún para calzados.

Tiempos difíciles es quizás la más mordaz de todas las novelas del prolífico autor en su denuncia de los estragos causados por el industrialismo respaldado por la filosofía utilitaria que despojaba a la sociedad de toda humanidad para enarbolar las banderas de la practicidad y la productividad en masa. Y es en la educación donde a Dickens y al lector más le resulta aberrante tal tesitura: la educación basada en un vacuo acopio de fríos datos estadísticos que destrozan todo atisbo de fantasía en los tiernos infantes a los cuales se somete al lavado de cerebro y a la estandarización. Resulta por lo menos paradójico que en pleno siglo XXI se siga insistiendo con los resabios de este tipo de (de)formación, que no se abra el espectro a la fantasía y a la creatividad en la escuela mucho más ampliamente, que persistamos en fórmulas que devoran a muchos niños y que hace que sobrevivan los más aptos para adaptarse a la mediocridad que se plantea como producto escolar deseable. Son aún muchos los devoradores de niños (los M'Choakumchild) que pululan por nuestras aulas intentando manufacturar la fibra humana ("the manufacture of the human fabric"). Mis propios hijos deben lidiar con unos cuantos especímenes de este tipo y sobrevivirlos, tratando de conservar su chispa creativa en su paso por la escuela.


El paradigma de una eficiencia a base de datos y maquinaria, de deshumanización, de una inteligencia adormecida que condice con los ladrillos opacados por el humo de las chimeneas de Coketown, es comparable al espeso smog que tiñe nuestras urbes de gris en plena era informática. Fríos y desabridos datos es todavía lo que más consumimos en envases nuevos.

" Let us strike the key-note, Coketown, before pursuing our tune."

La vigencia de este retrato de clases sociales enfrentadas en un momento de la historia en el que el dinero se impuso definitivamente al sentido común, así como la feroz descripción de los empresarios que durante la industrialización se enriquecieron a costa de la sangre, sudor y lágrimas de los obreros (the hands) es descarnada y, por desgracia, resulta bastante familiar en nuestros días. Los inescrupulosos de ayer y hoy quedan expuestos a los ojos de los lectores de entonces igual que los de ahora. El autismo de las clases regentes se muestra con una crudeza impiadosa. Quienes deberían dar solución a los problemas se presentan como una caterva de individuos alienados por su propio enriquecimiento. "Son ellos los que se tienen que ocuparse...", afirma Stephen Blackpool, el obrero central en la obra, "si no, ¿de qué se encargan?". Es la simple, penetrante y mansa pregunta que los indignados ciudadanos del mundo nos seguimos haciendo hoy sin oídos que escuchen.

Dickens plantea en Tiempos Difíciles un universo maniqueísta: como en un tablero de ajedrez, de un lado están las blancas, los personajes contaminados por la riqueza que generan las factorías, elefantes enloquecidos de melancolía, que se alimentan de la opresión y la miseria a la que someten a los peones, para quienes existe sólo dos clases de gente: quienes conocen el valor del tiempo y quienes no (Time is money). Son la personificación de la razón. Pocos quedan apenas redimidos por su propia infelicidad. Del otro lado, están los obreros, las negras que no dan jaque. Ellos tienen corazón pero vidas lúgubres y pequeñas, aunque salen a flote con el salvavidas de sus sentimientos de bondad, empatía y amor por alguien de su misma condición.

Y en el centro de este tablero se erige la figura del circo, el despliegue imaginativo del arte, un lugar donde la fantasía y la ilusión no han sido aún contaminadas. Es una especie de contraposición Blakiana entre dos mundos: el mundo de la inocencia y el de la amarga experiencia, el gusano que penetra en la rosa para enfermarla y herirla de muerte.


Rescato un pasaje en el que parece escucharse la voz del autor mostrando a sus lectores una salida posible del desolado laberinto. En él se cuenta que había una biblioteca en Coketown, a la cual el acceso general era simple. El Señor Gradgrind, arquetipo del demoledor de la imaginación, se atormentaba pensando en qué leía la gente allí. Pero los lectores, cuenta Dickens, persistían en fantasear. Fantaseaban sobre la naturaleza humana, las pasiones, las esperanzas y los miedos, las luchas, los triunfos y los fracasos, las preocupaciones y las alegrías, las vidas y las muertes de hombres y mujeres comunes. A veces, luego de jornadas de quince horas de trabajo, se sentaban a leer meras fábulas sobre hombres y mujeres más o menos como ellos mismos, y niños, más o menos como los propios. Se llevaban a De Foe a su regazo y parecían confortados. El último refugio de las masas que generan pero difícilmente saborean los frutos de la riqueza material que producen está en la fantasía.

Y me quedo con la imagen del fuego, visto y sentido desde los tiempos líquidos que hoy nos tocan navegar, en el que Louisa ve como su breve vida se extingue sin que medie su elección de cómo vivirla, sin jamás habérsele permitido tener el corazón de una niña, los sueños de una niña, las creencias o los miedos de una niña. Una niña a quien no se le otorgó el derecho de serlo. En el fuego que la subyuga ve la pasión que reprime y la fuerza que destroza tanto como la del agua, que hace de todo algo transitorio y flotante. Un fuego que sigue resultando destructivo en el devenir adulto de muchos de los Gradgrinds, Bounderbys, Choakumchilds y Harthouses que abundan en nuestros tiempos difíciles.



A boca de jarro 

domingo, 5 de febrero de 2012

Reflexiones de un cuerpo a orillas del mar

"Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar."(*)



El mar es una de los lugares que más me fascinan. Me renueva, me refresca, me hace bien al alma pasar tiempo a orillas del mar. Pero la fauna humana que se congrega y se empeña en aglutinarse, en amucharse, en observarse semidesnuda con decenas de petates y celulares para ni siquiera conectar con la gloria oceánica es algo que me llena de asombro y contradicción.

Poca gente sabe gozar de la playa. Confieso que yo la padezco en buena medida tal como se impone de vacaciones en temporada alta. Lo que más me disgusta es tener que despojarme de la ropa en la que vivo todo el resto del tiempo, en la que me reconozco como quien soy, y pasearme con todos mis complejos bajo el sol, bajo la mirada de una sociedad con un ideal de belleza femenino tan obsesivamente perfeccionista. Y es sobre todo la mirada femenina la que me pesa, mucho más que mi propia figura. Somos las mujeres quienes resultamos más intrigantes y patéticas, incluída yo misma, en relación a nuestra imagen corporal y a mostrarnos en traje de baño en una playa.

Están las menos, con cuerpos esculturales, mini bikinis que quedan perfectas, pendientes de dónde calza la tirita, con tan poco para tapar, sacudiéndose la arena que jamás se pega en esos bellos cuerpos, simplemente porque no son usados para el disfrute. Ellas me intimidan, desearía tener esa figura, pero al mismo tiempo, me resultan insulsas y aburridas. Nunca un revolcón en las olas, nunca un zambullido de cabeza, nunca barrenar con los chicos o construir castillos de arena a orillas del mar. Silla, agua mineral, sol, a lucir la estampa, la afinada estampa. Y a usar la afilada mirada oculta detrás de los lentes de sol para escudriñar al resto.



El resto somos las que siempre deseamos ser la garota de Ipanema y jamás lo conseguimos, las que cargamos con nuestras cicatrices de guerra de una vida de estudio y trabajo, de comidas familiares disfrutadas, de embarazos que han pasado y han dejado huella. Vidas comunes la de los cuerpos de la gran mayoría de mujeres que estamos muy lejos de ser amigas de la imagen que nos devuelve el espejo, y mucho menos, de estarle agradecidas, aunque en poco se parezca a la silueta de las modelos que tienen cuerpos para ser admirados pero no vividos, no gozados, no revolcados por las olas hasta la orilla del mar.

Y al llegar a casa, nos enteramos de que hay un cuerpo en la familia que no puede ir a ninguna parte en el mar de la vida hace doce años, y sin embargo resiste las complicaciones, ahora agravadas, que se presentan al estar postrado en una cama gracias al amor que le prodiga su familia en forma de cuidados especiales y seguramente gracias a su profundo amor por la vida y por su propio cuerpo, que no en vano ha persistido tan largo tiempo. Esto no hace más que reforzar mi necesidad de aprender a amar y verdaderamente disfrutar de mi propio cuerpo sano con alegría y plenitud, sin frivolizar: debería yo aprender a revolcarme con las olas hasta la orilla loca de contenta y a erguirme con naturalidad y gratitud de poder hacerlo sin estar pendiente de la mirada oculta detrás de las gafas, que no es más que una mirada tan limitada como la mía, que mira sin lograr ver más allá.


"Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar."(*)


(*) Fragmentos de Dolor de Alfonsina Storni.

A boca de jarro

lunes, 30 de enero de 2012

Criar hijos con leche y miel



Lunes lluvioso en Buenos Aires. Casa revuelta, todos empacando para irnos unos días al mar. Soplamos las nubes para que se despeje y podamos gozar del sol unos días. Hacía mucho que no íbamos al mar, y bastante que no se me daba por escribir sobre mis hijos. He ido explorando diferentes temas de mi interés en este blog, aunque desde ya la crianza siempre es de enorme interés en mi vida, la tarea que más me insume, que más me vivifica y que más me desvela. En buena medida, hay un cierto deseo al escribir de dejar un legado a los hijos también. Claro que una lo hace porque le gusta, por su propia plenificación y felicidad, pero se fantasea con la idea de que algún día ellos leerán algo de todo lo que se ha plasmado y descubrirán que mamá era algo más que la figura omnipresente en casa y en sus vidas.


Y me pasa que cuando se habla de crianza, me encuentro con que el tema parece agotarse en los primeros años de fusión emocional entre madre y niño. Mis hijos ya han pasado largamente esa etapa, y yo sigo criándolos: es una tarea que no se remite a los primeros tiernos años como a veces se piensa, tal vez porque vivimos en tiempos de apuro en general, y también tendemos a esperar que los chicos crezcan rápido, que se hagan independientes. Esto no va de la mano con la entidad de la infancia, ni siquiera con la de la adolescencia en muchos aspectos, por más apuro adulto porque los  hijos crezcan rápido haya de por medio.

Siento también que hay mucha teorización por parte de especialistas en el tema, con fundamentos sólidos y buenas intenciones, no lo dudo. Hay compendios de bibliografía enormes sobre cómo criar. Y lo cierto es que uno lo va haciendo como le sale, se piensa y se medita, se intenta lo mejor, pero hay días en los que, a pesar de todos los esfuerzos, no nos sale de libro, entonces nos sentimos los peores padres del mundo; y están los otros, en los que nos sentimos los superhéroes  que ellos piensan que somos por algún tiempo.


Entiendo que el gran éxito de las recetas que se nos dan para criar responde al hecho de que todos nos sentimos  inseguros a la hora de ejercer como padres. Entonces, las ideas basadas en el saber psicológico o médico de cómo llevar a adelante esta empresa humana y vincular compleja son siempre bienvenidas. Y con el correr de pocos años, hemos ido y venido sobre muchas cuestiones, inclusive cuestionando prácticas que aplicaron nuestros propios padres, simplemente porque cuando les tocó a ellos jugar este rol, el consejo calificado en el que confiaban como hoy confiamos nosotros en los expertos actuales, les dictaba que procedieran de ese modo que hoy ha quedado denostado, lo cual inclusive genera cuestionamientos nuestros como hijos hacia nuestros propios padres.


Ya un poco más alejada de la teoría del arte de maternar y más inmersa en la práctica, en esto de estar al lado, viendo que crecen y que se van independizando del vínculo de apego superlativo que toda madre adora porque le da un profundo sentido a su existencia, de esa entrañable fusión con los hijos de los primeros años que también pesa un poco, comprendo ciertas cosas que sigo encontrando en los libros para el alma que leo porque las vivo en carne propia.

La primera es que para maternar y paternar es menester hacernos madres y padres de nosotros mismos, superar la necesidad de recibir aprobación externa e incluso apoyo paso a paso: ahora tenemos que ser capaces de permitirles y brindarles eso a nuestros hijos. Tenemos que enfrentarnos con la realidad de que somos padres tanto desde nuestras fortalezas como desde nuestras carencias y necesidades como personas. Nuestros hijos aprenden del claroscuro que somos.

Erich Fromm dice en El arte de amar: "La persona madura se ha liberado de las figuras exteriores de la madre y el padre, y las ha erigido en su interior." Esto significa una tarea que insume una vida de ir elaborando una consciencia que asume a nuestros propios padres, en todo el claroscuro de su humanidad que nos dio la vida, y esta elaboración nos permite crecer y hacernos maduros y más aptos para ejercer de adultos y  padres.

Otra idea que me ronda es que las madres tenemos que lograr superar el idilio de los primeros años de amor incondicional de nuestros hijos, cuando sólo nosotras les bastamos, y aprender a amar al hijo que crece, que se despega, que elige y se equivoca, que no vino al mundo para realizar nuestros sueños ni para devolvernos todo lo que le hemos dado alcanzando ciertas metas. Las madres sentimos que trascendemos al tener un hijo, que nos autorrealizamos, pero debemos ser lo suficientemente amorosas como para disfrutar ver que crecen. Este es el momento en el que maternar se torna un desafío, porque se transforma todo lo que conocíamos y hasta quizás esperábamos como se transforman nuestros hijos que crecen. El desafío es seguir amando, es seguir dando, ya sin tantas autopostergaciones y sin esperar recibir nada a cambio, simplemente dejarlos ser quienes ellos han venido a ser a través nuestro y ser nosotras también quienes hemos venido a ser más allá de haber traído hijos al mundo. Debemos ser capaces de asumir a nuestros hijos como seres independientes de nosotras, y nosotras, de ellos, y seguir amándolos y cuidándolos sin quedar eternamente pegadas a la imagen de la mamá con el bebé en brazos, a la etapa de mamá canguro.

Y otra de las conclusiones a las que he llegado es que la figura del padre se agiganta y toma un lugar de relevancia extraordinario a medida que nuestros hijos se hacen grandes, que los fortalece a ellos y también a nosotras como madres que amamos a nuestros hijos y esposos. El padre tiene mucho que ver con el logro de esa independencia del hijo confiada y alegre, en tanto es quien brinda una bocanada de aire fresco al vínculo tomando más riesgos y explorando el mundo de afuera con sus reglas y sus trampas desde su visión y vivencia especial y privilegiada en la tríada. El padre ya no lleva a los hijos a upa: él sabe que ya es tiempo de que caminen solos, de que salten, de que corran, aunque se puedan tropezar, aunque se puedan lastimar, y uno igual siempre va a estar allí para asistirlos y auparlos cuantas veces haga falta aunque estén grandes. Son los riesgos que se corren al vivir siendo uno mismo y no un apéndice o una prolongación de un otro.


En definitiva, me parece que más que tanta intectualización del arte de maternar y paternar, en esta etapa de la crianza en que me encuentro, es necesario para mí lograr adquirir confianza en el proceso de la vida. Confiar en que mis hijos crecen y serán lo que deban ser por ellos mismos además de por todo lo que les hemos dado y les seguimos y seguiremos dando mientras seamos sus padres. De todos modos, sigo leyendo y buscando respuestas a mis preguntas existenciales. Por eso cito nuevamente a Fromm de este libro, que dista mucho de ser un popurrí de recetas para aprender a amar, ya que a amar se aprende dando amor, si es que somos capaces de hacerlo. Me encanta la metáfora que Fromm emplea para ilustrar la maternidad bien ejercida, aunque creo que nunca perfecta:  es la que da leche y miel.

"La leche es el símbolo del primer aspecto del amor, el de cuidado y afirmación. La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella y la felicidad de estar vivo. La mayoría de las madres son capaces de dar "leche", pero sólo unas pocas pueden dar miel también. Para estar en condiciones de dar miel, una madre debe ser no sólo una "buena madre", sino una persona feliz..."

Se intenta ser una persona feliz y dar miel además de leche, claro que sí. Ahora nos vamos unos días a libar de la naturaleza oceánica para saborear la felicidad de estar vivos y en familia. Seguimos blogueando a la vuelta.




A boca de jarro

viernes, 27 de enero de 2012

La educación es el camino



Esto es parte de un mail que me envió Ana y creo que merece ser compartido:
PARA PENSAR:

 Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura  no sólo hay esfuerzo sino también  placer.

 
Dicen  que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que  entra
 en una  especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda  el placer.

 
Creo  que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un  punto  donde  estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es  puro disfrute.

 
¡Qué  bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha  gente!

 
Qué  bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el  Uruguay  puede  ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de  consumos intelectuales.

 
No  porque sea elegante sino porque es  placentero.

Porque  se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede  disfrutar  un plato de  tallarines.

¡No  hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen  felices!

 
Algunos  pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de  shopping  centers.

 
En  ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de  bolsas  de ropa  nueva y de cajas de electrodomésticos. 
No  tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única  posible.

Digo  que también podemos pensar en un país donde la gente elige  arreglar  las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un  auto grande, elige abrigarse en  lugar de subir la calefacción.

 
Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a  Holanda  y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la  elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección  de los noveleros y los frívolos.

 
Los  holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero  también para ir a los  conciertos o a los parques.

 
Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta  tanto de  consumos materiales como intelectuales.
 

 
Así  que amigos, vayan y contagien el placer por el  conocimiento.


En  paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los  uruguayos  anden  de bicicleteada en bicicleteada.
 

 
LA  EDUCACIÓN ES EL CAMINO
.

 
Y  amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene  un  nombre y se  llama educación.

 
Y  miren que es un puente largo y difícil de  cruzar.  
Pero  hay que hacerlo.  

Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.
 
Y  hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro  tecnológico de Internet y se abren  oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.

Yo  me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión  en  colores,  después las transmisiones por satélite.

Después  resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia.

 
Después  los celulares y después la computadora, que al principio  sólo  servía para  procesar números.
 Cada una de esas veces, me quedé con la boca  abierta.
Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de  sorpresa.

 
Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera  vez.

O como los que vieron el fuego por primera vez.

 
Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la  historia.

Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los  museos; van a  estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del  mundo.

Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.
Es abrumador.
Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.

Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.

Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.

Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.

Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.

Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.

Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.

Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.
 
No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.

Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.
 Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica...
 Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.
No hay tarea más grande delante de nosotros.

 José Mujica  (Presidente de Uruguay)

¡Gracias, Ana! 

A BOCA DE JARRO 

miércoles, 25 de enero de 2012

El nombre de la rosa II

En una entrada anterior, reflexionando sobre las posibles restricciones al acceso a ciertos sitios de Internet que, según se especula, traería aparejada la aplicación de PIPA y SOPA tal como se nos informa, apelé a la alegoría del oscurantismo y el celoso resguardo de la llave del conocimiento que Umberto Eco magistralmente recrea en su novela El nombre de la rosa.

Umberto Eco ha opinado en repetidas oportunidades sobre Internet y la era informática, y lo ha hecho desde distintos ángulos. Se me ocurre que tal vez deberíamos escuchar a los autores que requieren protección legal de sus derechos para idear formas de regular lo que sucede en el ciberespacio, y sobre todo, para decidir quiénes serían los gatekeepers de la Web, los guardianes del copyright y la propiedad intelectual.

En un diálogo con Javier Marías en elpais.com hace cosa de un año, el autor de El nombre de la rosa afirmaba:

“Internet es la vuelta de Gutenberg. Si McLuhan estuviera vivo tendría que cambiar sus teorías. Con Internet es una civilización alfabética. Escribirán mal, leerán de prisa, pero si no saben el abecedario se quedan fuera. Los padres de hoy veían la televisión, no leían, pero sus hijos tienen que leer en Internet, y rápidamente. Es un fenómeno nuevo.”

En un artículo publicado en forma digital recientemente, basado en una extensa entrevista que le realizó la revista brasileña Epoca, el escritor y semiólogo italiano teorizó sobre la necesidad de una especialidad académica para filtrar información de Internet, a la que calificó como un mundo “salvaje y peligroso” para las multitudes que no pueden separar la buena y la mala información a la que acceden a través de las pantallas de sus ordenadores.

“Los que tenemos acceso al conocimiento aprovechamos mejor la Internet que el pobre señor que compra salame en la feria. La TV era útil para el ignorante, porque ella seleccionaba la información que él podría necesitar, aunque información idiota.”
Feria de salames.
Feria del libro.













Y advirtió: “Internet es peligrosa para el ignorante porque la Web no filtra nada; es buena sólo para el que sabe dónde está el conocimiento. Habrá multitudes de ignorantes usando Internet para tonterías: chat, noticias irrelevantes y juegos”.

¿Qué comerá Eco?

Es por lo menos interesante ponerse al tanto de la visión del mundo de este intelectual italiano, quien lo divide  entre los que tienen acceso al conocimiento y los ignorantes de manera tan políticamente incorrecta, que se sustenta en la premisa de que deberían ser las universidades quienes lleven a cabo un "filtrado" para seleccionar el contenido disponible en Internet. Pero evidentemente, esta medida no mejoraría las cosas para los usuarios: no sería suficiente para "el pobre señor que compra salame en la feria" para hacerse un poco más sabio, y probablemente resultaría innecesario y arbitrario para quienes tienen acceso al conocimiento y no dependen de una elite universitaria que seleccione por ellos. Además, estimo que somos millones los que compramos salame y libros, aunque ambos artículos de consumo se han puesto cada vez más caros en relación a nuestros salarios, al menos aquí en la Argentina.

Me pregunto además cuál sería el criterio para "filtrar" : ¿sería el de la legalidad, el de la legitimidad, el del valor intelectual, o el de "esto es para los iniciados y esto es para los ignorantes"? No especifica :

“Sería necesario crear una teoría del filtro, una disciplina práctica, basada en la experiencia cotidiana con Internet. Es una sugerencia a las universidades, elaborar una teoría para el filtro del conocimiento, conocer es saber separar”. 
  
Quien conoce y sabe es capaz de separar, es decir, discriminar, discernir, por sí mismo: esa es la gran libertad que ofrece el conocimiento, y cuanto mayor y más libre acceso tengamos al conocimiento, mejor sabremos filtrarlo por nosotros mismos, sin un Big Brother titulado dictaminando qué sirve y qué no sirve.

En una nota publicada por elmundo.es en 2010, al ser investido "doctor honoris causa" por la Hispalense, Eco parece haber recordado el valor de la educación en todo este asunto:

"Es mejor educar a la gente en usar críticamente la libertad que no reducir la libertad".


Y aunque criticó el nivel de anonimato y resultante carencia de confiabilidad y legitimidad de los contenidos disponibles, el catedrático admitió que imponer criterios mínimos para incluir información en la red supone "la reducción de la libertad".

Sin embargo, en la misma ocasión, Eco declaró que el fin de la cultura "no es sólo conservar" porque "una memoria sana conserva algunas cosas, pero otras las desecha", y apeló al ejemplo de una biblioteca, formada por los libros que uno desea tener y también por los que ha descartado. 

A pesar de que es cierto que hay un exceso de información, y de que, para colmo de males, gran parte de la misma es falsa, la analogía con una biblioteca me hace pensar en la mía. Y en mi biblioteca no desearía que nadie de afuera, por más títulos universitarios que haya alcanzado, viniera a decirme qué libros debo conservar y cuáles debo desechar.

Escena de la película Fahrenheit 451, basada en la novela homónima de Ray Bradbury.
Ya hemos pasado por períodos negros de quemas de libros en la historia y sabemos que el humo de esas fogatas no augura nada bueno. La verdad es que las opiniones de este paradigmático autor cuyo copyright estas leyes estarían protegiendo no me queda nada clara. Y con respecto a la idea de "filtros" para descartar lo falso, si es que de eso se trata, Eco se olvida, aunque me lo hacía un bicho de biblioteca, de tantos libros llenos de erratas y de interpretaciones variopintas de los hechos históricos, de los desacuerdos sobre la fecha de nacimiento o muerte de tal o cual personaje, y hasta de los rumores que ahora se convierten en película de que William Shakespeare no fue en verdad  quien alzó su pluma para crear lo mejor que la dramaturgia isabelina nos ha dado, y tal vez, la de todos los tiempos, pero es sólo una opinión de alguien que compra salame en la feria y también lee.

Ni siquiera un referente como Umberto Eco, que merece que sus derechos de autor sean protegidos contra los piratas del ciberespacio, me aclara el panorama; más bien, lo oscurece.

Me resulta más entendible, aunque no sé si ideal, la movida que ha hecho un éxito editorial como Paulo Coelho, cuyo valor literario será seguramente cuestionado por los intelectuales, que dice haber dado con la fórmula que convierte al enemigo en aliado, como haría un verdadero alquimista, subiendo a Internet su obra, que ya lo ha hecho millonario y le permite vivir en el sur de Francia, dedicarse a la arquería en su tiempo libre y llevar su propio blog: Pirate Coelho.

"Al final del día la gente lo va a comprar, esto les estimula a leer y eso a su vez, les estimula a comprar", asegura el autor en una nota publicada por El País en 2010. Y avala su teoría, en la que no median "filtros", con datos objetivos que prueban que multiplica sus ventas por diez gracias a las descargas gratuitas.

¿Tendremos que hacernos alquimistas para transformar esta SOPA en algo digerible para TODOS y para fumarnos esta PIPA y que finalmente resulte ser la pipa de la paz?

A boca de jarro

lunes, 23 de enero de 2012

Carl Gustav Jung: el maestro que nos conduce al alma

"Tu visión se hará clara sólo cuando mires dentro de tu corazón... Quien mira afuera, sueña. Quien mira adentro, despierta."



Carl Gustav Jung, (1875-1961), el psiquiatra de Zúrich, parece que tiene algo importante que decir al hombre de hoy. En este tiempo de despersonalización, Jung ahonda en la individuación, proceso mediante el cual cada uno de nosotros viene a ser lo que potencialmente es desde que nace hasta que muere. Una vida de estudio vasto e incansable, que lo llevó desde la medicina, y la filosofía a la alquimia, pasando por las religiones, la antropología, la sociología y el arte hasta la mitología, así como también lo impulsó a viajar a lugares tan variados como Estados Unidos, el norte de África, Kenia, Uganda y la India, con el noble propósito de la búsqueda de sentido existencial.


Hoy mucha gente recibe ayuda de las ideas de Jung, aún cuando no busquen en él terapia. Muchos pensadores relevantes se nutren de sus ideas. Así es como llegué a conocer e interesarme por lo que él tenía para decir de primera mano. Fue decepcionante aunque natural descubrir que su obra me supera ampliamente: el lector adulto no especializado, profano en la materia, necesita intermediarios, filtros de inteligibilidad que le allanen el camino a través de las ideas de este gran maestro, no sólo por el volumen de su obra, sino por tratarse de escritos que revisan todo lo conocido hasta su incursión en el mundo del pensamiento psicológico profundo, tanto como por sus amplificaciones hacia ramas del saber variadas y complejas.


Me quedo hoy con dos conceptos que me impactan y me resultan mucho más atractivos que el ejército de libros de autoayuda que se venden en todas partes con recetas para alcanzar la felicidad, intentando enseñarnos cómo se debe vivir para lograr la autosuperación y la autorrealización con sustentos eclécticos y pseudo-espirituales que nunca terminan de cuajar. Nos embarcan en programas en donde el secreto está en la adhesión a un número de principios que implican un buen lavado de cerebro y la adopción de una nueva mirada sobre la vida, como si  fuese tarea fácil y se pudiera lograr en masa.

Jung en cambio nos habla de individuación, la confrontación con el inconsciente individual y colectivo que lleva a una madurez que permite "llegar a ser individuo y, en cuanto por individualidad entendemos nuestra peculiaridad más interna, última e incomparable, llegar a ser uno mismo." Podría ser traducido como "autorrealización", aunque no entendida como una carrera virtuosa de autosuperación de todo aquello que nos disgusta de nuestra personalidad, ni de intentos por alcanzar éxito, gloria o trascendencia en términos materiales. Tampoco implica andar hurgando en las experiencias o los vínculos del pasado, sino en asumirlos y ser con ellos. No lo entiendo como otra cosa más que hacerse adulto desde la absoluta aceptación de nuestra biografía, el hacerse cargo de lo que en términos jungianos se denomina "la luz" y "la sombra" que nos habitan, sin evadirnos, sin buscar chivos expiatorios para nuestro lado oscuro.


 




Tal vez los mandalas, tomados de las tradiciones espirituales orientales, fueron el mejor instrumento que encontró para graficar y arrojar luz sobre estos complejos mecanismos de la psique humana. Iluminar fue siempre su meta principal:


"El propósito de la vida humana es encender una luz en las tinieblas del mero existir."






Otro de los conceptos claves y más escalrecedores de su pensamiento es sin dudas la noción de la sombra que nos habita. La sombra está compuesta "por los rasgos del hombre en parte reprimidos, en parte no vividos del todo, que desde el principio fueron mayormente excluídos por motivos morales, sociales, educativos o de otra índole y por eso cayeron en la represión, es decir, en la desolución." Somos seres polares y cada polo tiene su contrapolo así como sucede en el universo. Cada cualidad tiene su contracara, y ambas se complementan y conforman un todo, son dos aspectos de la misma unidad, interdependientes en su existencia. Esto significa que lo que vemos como opuestos es simplemente un producto de nuestra consciencia. La sombra es la zona que no está incluída en la luz de lo que asumimos conscientemente como propio, y se des-cubre a través del conocimiento de uno mismo, sin que medie nuestro ego que aprueba o desaprueba lo que emerge.


Según Anselm Grün, benedictino alemán, maestro espiritual, psicólogo y autor prolífico que se apoya en el pensamiento jungiano, la confrontación con la sombra que nos habita suele coincidir con lo que él denomina "la crisis de la mitad de la vida", cuando dejamos atrás la cumbre y nos encontramos en el valle donde comenzó la ascención de la curva psicológica y biológica de la vida. Y si bien estamos hablando de psicología profunda, constato en mis encuentros con amigos de mi edad, gente que está transitando su cuarta década, que hay mucho de cierto en lo que la psicología dice con respecto a cómo nos sentimos plantados frente a la vida en este tramo. Muchos parecemos habernos quedado como estancados, mirando un pasado que ya fue y añorándolo, aunque la vida nos convoca a plegarnos al paso del tiempo y seguir adelante, pero sentimos que hemos perdido la brújula.

Al respecto, Jung afirma: "A partir de la mitad de la vida permanece vivo solamente aquel que quiere morir con la vida. Así como hay un gran número de hombres jóvenes que, en el fondo, tienen un angustioso pánico ante la vida y que, sin embargo, la desean vivamente, hay también muchos hombres mayores que sufren el mismo temor ante la muerte.(...) Descalabros psicológicos de la naturaleza, perversos e incongruentes. Un joven que no lucha y vence ha derrochado lo mejor de su juventud y un viejo que ante el misterio de los arroyos que descienden sonoros de la cumbre no sabe escuchar es un sinsentido, no es nada más que un pasado anquilosado."


Para Jung, la vida es lucha, y la realización personal reside en luchar a favor de ella: "En la lucha a favor de la vida debemos confrontarnos profundamente con nuestras pasiones, con nuestra propia propensión a las adicicciones, con nuestra tendencia a dejarnos llevar y ser vividos en lugar de vivir nosotros mismos (...) Ni Prometeo, ni Fausto, ni Zaratustra, sino ser el benevolente hospedero de la realidad."

Sus pensamientos son hallazgos del sentido común en la psicología que construye a pesar de que no ofrece recetas sencillas. Sobre todo, me conmueve este texto, en el que le habla directamente al alma, esa con la que no conectamos, no escuchamos, no tomamos en cuenta, esa a la que Carl Gustav Jung invariablemente nos conduce:


"Yo hallé el camino correcto, me condujo hacia ti, a mi alma.
Regreso, moderado y purificado.
Entonces yo estaba totalmente absorto en el espíritu de los tiempos
y pensaba en forma diferente que el alma humana.
Pensaba y hablaba mucho acerca del alma; sabía muchas palabras eruditas acerca del alma;
la juzgaba y hacía de ella un objeto científico.
No consideré que el alma no puede ser objeto de mi juicio y conocimiento.
Mucho más son mi juicio y mi conocimiento el objeto de mi alma.
(...)
                                          Sin el alma no hay forma de salir de este tiempo." 

Carl Gustav Jung

( En Recuerdos, sueños, pensamientos, obra póstuma autobiográfica, 1963.)

Cuentan que el 6 de junio de 1961 falleció después de una breve enfermedad en su casa de Zúrich. Se encontraba leyendo. En el mismo instante en el que su vida llegó a su fin, un rayo partió el árbol donde solía descansar.

“La persona sabia no es la que está serena y cansada, sino la que ya no puede ser abatida por el viento y, cuando es necesario, golpea como el rayo”. 
Roberto Assagioli.
A boca de jarro

Buscar este blog

A boca de jarro

A boca de jarro
Escritura terapéutica por alma en reparación.

Vasija de barro

Vasija de barro

Archivo del Blog

Archivos del blog por mes de publicación


¡Abriéndole las ventanas a la realidad!

"La verdad espera que los ojos
no estén nublados por el anhelo."

Global site tag

Powered By Blogger