lunes, 22 de agosto de 2016

Eleanor Rigby



    Entró al aula 3 del Pabellón Uballes para unirse a nuestra tercera clase de portugués apenas pasaditas las seis de la tarde de aquel viernes que parece que fue ayer, apoyada sobre su bastón con mango de carey y portando su libro nuevo bajo el brazo libre, vestida en una elegancia femenina e impertérrita y dejando a su paso una estela de un delicado perfume linguístico que me resulta tan familiar como irresistible. Iluminó su entrada triunfal con una sonrisa fresca, genuina, una sonrisa que denotaba años de clase llevados con mucha clase, y tuvimos todos la acertada sensación de que entraba con ella una brisa inesperada al aula y a nuestras vidas capaz de hacer algo mejor de una triste canción.





Nuestros ojos no dejaron de mirarla mientras su agilidad se contorsionaba para meterse de costado en uno de esos bancos incómodos que nos ponen a los alumnos como queriendo ahuyentarnos de aprender, y finalmente lo logró, sin perder un ápice de elegancia pese a su avanzada edad y su discapacidad motriz. Una vez sentados ella y su bastón, dijo en un simpático portuñol que se llamaba Eleonora Reyes, que tenía setenta y seis años y que era profesora de inglés. La profesora de portugués, Débora, pasó entonces a decir cómo nos llamaría a cada uno en su sonoro y sensual idioma, pero al llegar a Eleanora no pudo continuar con la ceremonia iniciática del bautismo. A Eleonora le brotó la profesora de inglés que siempre fue, y le dijo, decidida, que a ella le gustaba que sus alumnos y sus colegas la llamaran "Eleanor Rigby" por ser una fanática de Los Beatles. Quedó entonces establecido que todos seríamos quienes éramos en la lista, que seríamos a la vez alumnos de Débora y de Eleanor Rigby, y que esta señora iba a ser un trozo de poesía hecha canción entre nosotros. Y así fue, hasta el fin.

Hay algo en las profesoras de lengua que he conocido a lo largo de mis días que sin duda ha marcado mi destino. Tienen, por regla general, un andar tan sonoro como aquello que enseñan: llevan aros largos, muchos anillos y mil pulseras que van tintineando su presencia de semántica profunda a donde vayan. Son, por regla también, mujeres coquetas, que saben combinar los colores y las telas, que andan por la vida perfumadas - a sabiendas de ser olidas, escuchadas, miradas, odiadas y admiradas - y se les adivinan los buenos libros en las enormes carteras que portan cual bandera, una bandera itinerante de sus guerras ganadas con las palabras.

Cuando se emprende la empresa de aprender un nuevo idioma siendo una señora grande, luego de haberle dedicado años de tu vida a otro idioma que se ha convertido en algo así como un amante estable, lo que se desea aprender es algo más que una lista de estructuras gramaticales y palabras interesantes que generen un nuevo modo de comunicación y pensamiento, y eso es precisamente lo que Eleanor Rigby me vino a traer, apoyada en su bastón, sin siquiera ser la persona encargada de hacerlo. Lo que más me apena ahora es que se fuese de este mundo sin que yo se lo haya dicho en ningún idioma.

Aquel viernes nos adentramos en la primera unidad del libro en donde se nos interrogaba acerca de las motivaciones que nos habían llevado hasta ese pabellón frío a intentar aprender una nueva lengua a estas alturas de nuestras vidas, siendo, supuestamente, adultos ocupados. Todos dimos más o menos la misma respuesta: que nos atraía el idioma por haber viajado de vacaciones a Brasil más de una vez, que podía resultar útil para el trabajo, que nos gustaría entender algunas letras de canciones. Eleanor Rigby, en cambio, sentenció en perfecto portugués:

Eu quero ler a Pessoa em português.

Débora ríó. Eleanor Rigby la miró muy seria y agregó:

Así es como se me rieron en la cara tres viejas inglesas en el examen de ingreso al profesorado cuando yo les dije que quería leer a Shakespeare en inglés antiguo a mis diecisiete años , y acá estoy...

Mucho fue lo que Eleanor Rigby me enseñó. Un viernes de lluvia nos tocó como tema de discusión el futuro. Nos pasamos media hora chapurreando en portuñol acerca de esa ecuación incierta sobre la cual tanto nos gusta especular y anticipar, para bien y para mal. Penamos también: suele suceder que el alumno adulto principiante quiere decir mucho más de lo que en verdad puede decir en un idioma en el cual está condenado a hacer agua por largo tiempo. No fue el caso de Eleanor Rigby. Ella salió a nado por el ancho mar de banalidades aportadas por sus compañeros para desamarrar su certera profecía:

O futuro é muito curto.

Para el exámen final oral, que fue pautado de a dos, la suerte quiso que formara dupla con Eleanor - aunque yo ya no creo en la suerte. La consigna era preparar una breve exposición acerca de la rutina. Estos días, luego de haber recibido la noticia de su muerte, no puedo quitar de mi rutina un texto de Marina Colasanti - texto sobre el cual Eleanor Rigby basó su brillante exposición oral, dejándonos a la profe de portugués y a mí boquiabiertas. 

En homenaje a Eleanor y a todas las personas solitarias que tienen el don de hacer de una canción triste algo mejor, les comparto y les traduzco el siguiente fragmento de ese bello escrito:




Sé que la gente se acostumbra. Pero no debería.


(Marina Colasanti, 
escritora, traductora y periodista ítalo-brasileña)

"La gente se acostumbra a vivir en un apartamento interior y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor. Y como no tiene vistas, luego se acostumbra a no mirar hacia afuera. Y como no mira hacia afuera, luego se acostumbra a no abrir del todo las cortinas. Y como no abre las cortinas, luego se acostumbra a encender más pronto la luz. Y a medida que se acostumbra, olvida el sol, olvida el aire, olvida la amplitud.

La gente se acostumbra a levantarse por la mañana sobresaltado porque es la hora. A tomar el café corriendo porque va retrasado. A leer la prensa en el autobús porque no puede perder el tiempo del viaje. A comer un sándwich porque no hay tiempo para almorzar. A salir del trabajo porque ya es de noche. A dormitar en el autobús por estar cansado. A acostarse temprano y dormir profundo sin haber disfrutado del día.

(...)

La gente se acostumbra a esperar el día entero y escuchar al teléfono: "Hoy no puedo ir". A sonreír a la gente sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorado cuando necesitaba tanto ser visto..."








A boca de jarro



domingo, 7 de agosto de 2016

De ruido y de furia






   Fue Galeano el que salió con el cuento de que el mundo está hecho de historias y no de átomos, y creo que algo de razón tenía, porque a mí, por lo menos - dueña de una mente poco científica y con altos valores de cuentos en sangre - si no me explican el cuento de los átomos de manera clara, entretenida y asequible, casi que ni me lo creo. Yo me declaro, sin ningún orgullo, mujer de historias, de cuentos, antes que de átomos. 



Shakespeare, varios siglos antes que Galeano, inmortalizó con su pluma una sentencia que ha sido repetida y reciclada hasta el cansancio: 



"La vida es un cuento contado por un idiota, 
lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido." 

William Shakespeare, Macbeth, Acto V, Escena V.




Por su parte, Faulkner tomó prestados el ruido y la furia para hacer de las suyas en el mundo de los cuentos. La literatura es así, siempre lo ha sido y siempre lo será: un constructo que tiende a reciclar los materiales para extender el entramado de los cuentos cada vez un poquito más allá y, tal vez - por suerte, yo diría - más acá, y así ponerlos más a mano. ¿De dónde sacaba el Bardo inspiración para sus obras, de enorme éxito popular en aquellos días sin Internet, televisión ni radio? Pues de la taberna, no te quepa la menor duda, igual que lo hicieron Faulkner y Galeano. En verdad, podría decirse que la taberna se llevó a unos cuantos escritores a la tumba, aunque antes de matarlos los hizo eternos, pero eso es harina de otro costal, o quizás no, ya lo veremos. 




Por ahora, enfoquémonos en el hecho de que historias como la del moro Otelo, por ejemplo, formaban parte del bagaje cultural del europeo medio - cuando todavía ni algo como eso existía - que consumía mitos y leyendas a modo de entretenimiento. Desde la perspectiva moderna, que condena y combate ferozmente al plagio y resguarda la autoría por cuestiones comerciales, debería dirimirse seriamente quién plagió a quién. Así, Shakespeare, Verdi y Wagner entrarían en litigio por razón de Otelo, y un juicio como este resultaría tan divertido como para alquilar balcones, pero ellos no podrían ni creerlo. No eran aquellos gloriosos tiempos para el arte días en los que un genio se ocupaba celosamente de los derechos de autor: entonces se vivía bajo un cielo donde, como diría mi vieja, lo que estaba en España era de los españoles, y se practicaba ampliamente lo que hoy los literatos a sueldo han dado en llamar "intertextualidad".





¿Y a cuento de qué viene todo este cuento, te preguntarás a estas alturas del cuento? Esto viene a cuento de que una escritora muy amiga mía - a poco de cumplir los cincuenta y a quien le avergüenza que la llamen escritora aunque escriba - la han asaltado dudas con respecto a sus escritos. Le ha surgido la posibilidad, incierta pero tentadora, de darle trascendencia a lo que mejor hace a través de un concurso literario de cuentos, pero...

 ¿Te parece que participe? Yo creo que los míos no son cuentos...   me dijo, café por medio, llena de ruido y furiosas dudas.

Entonces se me ocurrió escribir para explicarle que sí debe participar de este concurso. Paso a explicarles, a ver si así, de paso, la convenzo y terminamos con este cuento.

Para toda esta gente a quien he nombrado más arriba, las etiquetas formales jamás importaron: escribían. Shakespeare escribió mayormente obras de teatro porque el teatro en su día era el reducto a cielo abierto donde la gente se divertía con cuentos. Tanto se divertían que algunos hasta se creían que lo que pasaba entre los actores no era cuento: creían que Lady Macbeth era una mujer, y no un hombre representando el papel de una lady, y creían que al final se suicidaba de verdad. Igual le pasaba a mi tía Juana cuando veía Titanes en el ring por canal 9 y creía que los tipos de veras se pegaban. Shakespeare - quien nada tuvo que ver con mi tía Juana - escribía cuentos en verso echando mano a las historias que se contaban en la taberna para deleite de todos sus espectadores y para congraciarse con sus mecenas y así ganarse la vida haciendo lo que mejor hacía. Y cuando pensamos en el deleite de estas gentes, no deberíamos asumir que ellos sabían que Shakespeare escribía en verso blanco, es decir, aplicando una métrica regular pero sin rima basada en el empleo y el abuso del infelizmente llamado pentámetro yámbico. Ni falta que les hacía. Esas cosas nos las hacen aprender a quienes estudiamos profesorado de inglés en la Argentina, a pesar de que tampoco nos sirven para nada. Marlowe ya había popularizado el blank verse antes que Shakespeare como modo de expresión sobre las tablas del teatro isabelino, pero le tocó a Shakespeare la mejor suerte de perpetuarlo por haber nacido con mejor oído y mayor maestría. Desde nuestra posmodernidad ecléctica y fetichista, podría decirse que tal vez Shakespeare tuvo más "duende" o más "ángel" que Marlowe. Aunque a una observación como esta, Shakespeare - con un vaso de vino en la mano y desde la barra de la taberna - respondería:

 — Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Marlowe, no está en las estrellas...





A lo que voy es que no es necesario ajustarse a un cierto formato de manual de literatura para contar una buena historia, ni hay que saber de técnicas y formalismos para disfrutar de un buen cuento, y mucho menos es menester conocer los nombres más que bizarros de esas técnicas para aplicarlas: eso es puro cuento. Se escribe porque se nació para escribir, fundamentalmente, por hastío vital también y por necesitar de cuentos para soportar la vida por sobre todos los cuentos. La culpa sí está en las estrellas a fin de cuentas, y todo lo demás es cuento. Cuestión de nacer con estrella en vez de nacer estrellado: he ahí la cuestión. Shakespeare escribió cuentos usando la poesía como forma de expresión, Wagner y Verdi lo hicieron sobre un pentagrama, Faulkner escribió cuentos en prosa, en forma de "short stories" o novelas, y Galeano escribió inspirados y originales cuentos que hoy se consideran micros o relatos breves, y que resultan exitosos porque nos hemos llegado a creer el cuento de que ni para leer cuentos largos nos queda tiempo...

Por lo tanto, y para no aburrirlos ni cansarlos con este cuento, yo diría que mi amiga debería presentarse a concurso sin preocuparse si los suyos son cuentos, relatos, micros o simplemente textos narrativos. Lo que sí ella y todo escritor debería preguntarse ante todo es por qué escribe, y en caso de que la respuesta pase por el ruido y la furia, entonces le aconsejaría replantearse ir a concurso y hasta el mero hecho de continuar escribiendo. Sería importante, además, que se planteara seriamente si sus cuentos, o cómo se llamen, hacen mucho ruido o pocas nueces, es decir, si serán creídos porque son creíbles gracias a su destreza a la hora de contarlos, porque a fin de cuentos por ahí pasa el cuento de los cuentos. Y, por último, ella debería dejar el cuento de las etiquetas y los rótulos para los críticos y los psicoanalistas, que tanto abundan y que viven de catalogar libros y personas que luego, por fortuna, igual viven una vida que no es de cuento, sin ruido ni furia, más allá de los compartimentos estancos de las grises secciones de las bibliotecas y las librerías o que de las habitaciones aisladas del loquero en los que algunos se empeñan en meterlos, ya que es así como se ganan la vida. 

Los locos que aún hoy soñamos y creamos cuentos vamos todos a parar a la taberna para hacer más llevadera esta vida, para librarnos por un rato de todos los idiotas que insisten con los cuentos de ruido y de furia, para encontrarle algún sentido a este cuento que no es cuento y que es la vida, porque en eso, en eso nos va la vida.



A boca de jarro

jueves, 4 de agosto de 2016

Conjuro

Pintura de Ron Hicks


Con retazos de poesía hilvanada
intentaré bordarte algunos versos;
vos ya sabés, amor, no soy poeta,
y con agujas no llegaría lejos.
Pero es que quiero tocarte en el deseo, 
dibujarte una sonrisa en el ombligo
 para encender tu alma somnolienta,
 para atizarte a modo de exorcismo.


Voy a decirte estos versos al oído
empapando el repulgue de tu oreja,
procuraré obviar los sustantivos
y con verbos conjugar este conjuro:
vagaré por tu vientre vespertino
haciendo noche en el cuenco de tu boca,
beso a beso llegaremos a destino.


 No me pidas que la rima sea perfecta,
ni tampoco la medida: ¡no es lo mío!
Me doy por satisfecha si, por breve,
en vez de una, me leés dos veces.
Hoy sólo quiero hacer magia a carcajadas.
La alegría es la sal de cada día
y el sexo, su consumación salada.






A boca de jarro

lunes, 1 de agosto de 2016

Sueño de café

   


   Debe ser que, por defecto, yo no nací con el gen de la territorialidad que hace tan fuerte el ser porteño para, pongamosle, un tachero porteño, porque acá en Rosario me siento tan en casa como allá. Rosario se me hace igualita a Buenos Aires en los detalles que gratis se me abren en esta noche fría de invierno: en el viejo con su bastón, enojado con la vida por tener que apoyarse en el bastón, que va abriéndose camino por la vereda sucia pegándole bastonazos a las botellas vacías de Coca Cola sembradas a su paso por la barra de pibes de la esquina, que fuman porro y usan gorrita; en el señor a quien pasea su perro - porque es el perro quien pasea a su amo en este caso - que lo hace mear a medio metro de donde estoy sentada lo más tranquila, como delimitando territorio, y si no te gusta el perro, agua y ajo, porque en la urbe ante todo están los perros, y su mierda es el patrón de la vereda; y en las palomas, dueñas de los techos, y a estas alturas también de las veredas. 

A mí se me hace que Rosario y Buenos Aires empatan en la ausencia de Dios, en el cielo y más allá de las palomas, y en su carestía crónica de policías. Es posible que Dios se haya cansado de que acá no se le diera pelota, y entonces rajó para otros puertos a patear penales, como Messi.

Rosario se me hace igualita a Buenos Aires también en la hijoputez de sus colectiveros: pasa uno a toda máquina por calle Sarmiento y levanta una nube blanca y tóxica que saca a la vereda a los curiosos, como si una niebla londinense hubiese decidido cruzar el océano y cubrir la calle. Sale el metre del Savoy, se encoge de hombros, se rasca la cabeza de pocos pelos y me pregunta extrañado por la niebla. Ni bien le explico que fue un colectivero, se sonríe de costado, y entonces todo queda más que claro.

Despacito me voy en pos de un sueño, un sueño chiquitito y sencillito, como todo sueño de café. Suena el carillón del Palacio Fuentes, y siento que ya es hora de cumplirlo. Camino hasta Santa Fé y Sarmiento y, allí, lo veo, el mítico portón que da entrada valerosa al punto de reunión de intelectuales, locos, cuerdos, filósofos, políticos, quinieleros y estudiantes trasnochados de psicología. El Bar El Cairo. Tengo una cita a las ocho con el Negro, y me siento en su mesa de galanes a esperarlo. Ordeno mi cortado en jarrito, y el Negro me saluda tras el vidrio. Temblor de piernas, taquicardia y cholulismo... ¿Ahora qué hago, qué le digo, después de tanto tiempo soñando este momento...? Lo miro fijo, lo encaro y le largo : "Me cagué de risa con tus cuentos." Y Fontanarrosa, como es más un buen tipo que otra cosa, se da por bien pagado.






Un poco de historia....

Bar El Cairo


 "Inaugurado en 1943 en la planta baja de una casona, famoso por sus reuniones de artistas e intelectuales locales, nacionales e internacionales. Inmortalizado por el escritor rosarino Roberto Fontanarrosa en su libro "La mesa de los galanes" abrió su esquina en Sarmiento y Santa Fe, luego de que un voraz incendio hiciera peligrar el proyecto de reconstrucción allá por Mayo del 2004. Leyenda urbana por donde se lo mire, comenzó como un típico café, con mesas de billar, donde los hombres de la ciudad se juntaban para hablar de fútbol, política y mujeres. En la década del 70, tras ser remodelado, se convierte en un lugar donde un público de jóvenes intelectuales hacían del bar un punto de encuentro fundamental.


Fontanarrosa lo recordaba como "...un club, donde uno iba encontrarse con gente amiga. Muchos de los motivos de mis cuentos y muchos de los personajes ficticios que aparecen en mis libros están inspirados en las charlas que se daban con los muchachos en la mesa del bar". Una de las visitas más recordadas del lugar fue la de Joan Manuel Serrat, quien fuera acompañado una tarde por el negro Fontanarrosa."






El Negro Fontanarrosa



"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: «Me cagué de risa con tu libro»"


Roberto Fontanarrosa




A boca de jarro

viernes, 29 de julio de 2016

Tres días, tres citas (III)

  


   Este poema brilla con luz propia, interpolado como fuera por el mismo Benedetti en su novela Gracias por el fuego, y da debida cuenta de uno de los grandes fuegos de este autor emblemático de las letras rioplatenses: el amor.



Les comparto lo que a mí modo de ver es la mejor forma de disfrutar de la poesía, la versión cantada, ya que, en palabras de Borges, "... el verso exige la pronunciación. El verso siempre recuerda que fue un arte oral antes de ser un arte escrito, recuerda que fue un canto". Así doy por concluida mi participación en este reto agradeciendo vuestra compañía en la lectura.






A boca de jarro

miércoles, 27 de julio de 2016

Tres días, tres citas (II)

  

   Tomo esta segunda cita, que participa en este reto literario del que gustosa formo parte junto a otros blogs, de una novela ciertamente ardiente y luminosa. Como agua para chocolatede la mexicana Laura Esquivel, es un libro tan suculento como el chocolate, y como suele suceder cuando comemos una barra del buen chocolate, da pena llegar a terminarlo. Se trata, en mi entender, de uno de los mejores exponentes del realismo mágico de las letras hispanas y latinoamericanas. A través de una entretenida y bien tejida trama, se le echa una mirada profunda y muy real a los dramas de la mujer que se debate entre su propio y legítimo deseo de arder con luz propia y el sagrado fuego que recibe por parte de la tradición familiar y cultural, un fuego que hasta el día de hoy la recluye irremediablemente a la cocina.

Ambientada en la primera mitad del siglo XX y en plena ebullición de la Revolución Mexicana, esta novela - cuyo hilo conductor es jalonado por una serie mensual de sabrosas recetas de cocina en un rancho represor y matriarcal - apela al fuego como símbolo de la pasión que les está vedada a sus mujeres para encumbrarlo como fuerza de vida, tal como queda demostrado por esta candorosa cita. El poder de sus llamas ilumina el recorrido del lector hasta el mismo desenlace de la historia en la hoguera del amor de sus protagonistas, el cual a su vez marca el fulgurante ocaso de sus vidas.

Con una sensibilidad y sensualidad chispeantes, Esquivel logra hacer arder las llamas de la pasión en los fogones de una vieja cocina mexicana y resplandecen los detalles costumbristas así como los ancestrales secretos culinarios que hacen a la cocina de la vida misma, narrados con un dejo de ingenuidad que los convierte en leyenda de fuego literario.


Esta vez le paso la posta de este reto de citas a la compañera Ana María Pedraza, quien lo ha pedido especialmente.




A boca de jarro

jueves, 30 de junio de 2016

Sutilezas de la lengua


                           

    Se citaron en un café del centro después del trabajo. Él le dijo que lo de él eran los números. Ella, rotunda, retrucó:

- Lo mío es la lengua.

Restándole importancia a esa oración simple con verbo copulativo y predicativo obligatorio, él agregó que, matemáticamente hablando, ella era la suma de todos sus deseos. Ella se fue por la tangente mirando intensamente su boca en espera de otro número. 

Por una de esas innumerables sutilezas de la lengua, él no la calculó del todo bien: fue una de esas ecuaciones mal planteadas que no tienen solución.

  
  
A boca de jarro

jueves, 23 de junio de 2016

El buen amor



El buen amor


❤ La noche previa, poner en remojo, en vino generoso, unos recuerdos elegidos de los primeros tiempos del amor con unas ramitas de nostalgia fresca perfectamente picaditas. Echar a volar a la imaginación.


❤ Revisar bien la cocina en busca de las sobras de los guisados del amor de los últimos tiempos. Siempre se encuentran en la heladera o en el horno trozos de carne ya cocida y restos de revoltijos o de verduras a punto de ser desechados. Inclusive, se podría descongelar algún remanente de un cocido que ha quedado congelado y hasta casi olvidado en el freezer del amor. Al contrario de la creencia popular, las sobras siempre resultan fuente de enorme placer y sabor. 




❤ Deshebrar bien la carne y echar todo en un bol, aunque venga con algún grumo de recientes peloteras. Incorporarlos a la mezcla sin dudarlo y revolver enérgicamente. Aquí conviene añadir unas hojitas de hierbabuena.

❤ Deberá tomarse en cuenta que, aunque parezca un plato de sencilla elaboración, deshebrar la carne puede llevar su tiempo y la cocción deberá hacerse a fuego lento para no chamuscar los ingredientes. Se aconseja crear un clima relajado y evitar la constante tentación al picoteo. Para ello,  puede Usted acompañarse con el  trago de su agrado.




❤ Calentar una sartén de la abuela aceitada en oliva y rehogar el preparado con unos dientes de ajo previamente triturados en el mortero de la suegra. De esta manera, quedará sellado todo aquello que había sido deshebrado, se le dará color a lo que parecía nada más que ropa vieja y se le agregará una nota de sabor a lo insípido de la rutina.

❤ En caso de obtener una consistencia demasiado espesa, rectificar con un chorro de caldo o salsa de su preferencia. No olvide revolver constantemente para evitar que la cocción se pegue: nada peor para el buen amor que el pegoteo.





❤ Cerrar puertas y ventanas para permitir que el aroma se adueñe del ambiente y los sentidos. Es conveniente en este punto desconectar los teléfonos, apagar ordenadores y televisores encendidos, minimizar las fuentes lumínicas y ubicar a niños y mascotas a distancia prudencial o en casa de la abuela que ha facilitado la sartén. Cualquier fuente de distracción puede arruinarlo todo.

❤ Escoger música propicia, aflojarse bien la ropa y quitarse los zapatos. Este puede ser el momento del autoboicot: ¡atención! No se deje apabullar si le parece que ha olvidado algún ingrediente, que le falta algo de picante o que le sobran unos años, unos kilos o unos pelos. Apilar esas dudas recurrentes sobre la tabla de picar y filetear en lonjas delgadas para luego incorporar a la sartén.







❤ Agregue condimentos a discreción pero con intención: pimentón, nuez moscada, sal marina o especiada y pimienta negra. Vierta los recuerdos que reservaba en remojo de la noche anterior y ligue con lo más reciente del amor ya calentito sobre el fuego. Perfume con unas gotitas de la imaginación que había echado a volar. 

❤  Esto ya debería estar a punto: pruébelo con un dedo y dé a probar a su acompañante del mismo modo. 

❤  Sirva el buen amor sobre el pan nuestro de cada día.








A boca de jarro

lunes, 20 de junio de 2016

Lo que debía ser




O que tinha de ser - Vinícius de Moraes - Antônio Carlos Jobim



Porque foste na vida
A última esperança
Encontrar-te me fez criança
Porque já eras minha
Sem eu saber sequer
Porque eu sou o teu homem
E tu minha mulher

Porque tu me chegaste
Sem me dizer que vinhas
E tuas mãos foram minhas 
com calma
Porque foste em minh'alma
Como um amanhecer
Porque foste o que tinha de ser






Lo que debía ser - Vinícius de Moraes - Antônio Carlos Jobim

Porque fuiste en mi vida 
la última esperanza
Encontrarte se me hizo infancia
Porque ya eras mío
Sin que yo lo supiese
Porque vos sos mi hombre 
Y yo soy tu mujer

Porque vos me llegaste
Sin decir que venías
Tus manos fueron mías
Con calma
Porque fuiste en mi alma
Como un amanecer
Porque fuiste lo que debía ser





jueves, 9 de junio de 2016

El Olimpo de las Letras

Jean-Léon Gérôme, "La pelea de gallos".
   


     Cuenta el mito que el joven Escritor se enamoró de Poesía a muy temprana edad. Ya desde su pubertad, ella lo tomaba de la mano y lo llevaba a dar largos paseos por los jardines del Olimpo de las Letras donde el joven solía perder toda noción del tiempo al intentar atrapar la belleza de su chica en versos. Al ver que cada día volvía ya entrada la noche y que dejaba inconclusas sus tareas escolares y hogareñas, sus padres comenzaron a preocuparse y se propusieron hacer que Practicidad - una doncella huérfana y aplicada - ocupara un lugar en su corazón y en su casa, próximo a la habitación del joven, con vistas a un futuro matrimonio. Pero el joven Escritor no tenía ojos para otra que no fuera Poesía: ella le hablaba en un lenguaje lleno de emoción que lo embargaba de ansias de trascendencia. 

Las amistades del joven veían en aquella unión tan singular encanto que comenzaron a animarlo para que mostrara al mundo lo que él era capaz de hacer cuando estaba junto a Poesía, y de ese modo persuadir a sus mundanos padres de la necesidad de abandonar la resistencia que albergaban contra ella. El joven Escritor sintió que la de sus amigos no era una mala idea, entonces, sin que mediara autorización paterna, pasó noches enteras en compañía de su amor haciendo versos. El fruto de estas noches de laboriosa pasión fue un ardiente poemario. Espantados y furiosos ante tamaña osadía, sus padres optaron por convocar al Tribunal de Críticos del Olimpo para que determinara la legitimidad de los recién nacidos versos. 

La semana siguiente al nacimiento llegaron al jardín del Olimpo unos señores muy bien vestidos, armados con gafas y con pesados tomos de crítica literaria de la más pura sepa. Se instituyó un Tribunal de Validación Poética en medio del jardín, y se citó a declamar al joven Escritor en compañía de sus consternados padres. La omisión de citar a declarar a Poesía fue hecha ex profeso.

Apabullado por la formalidad y la frialdad de su audiencia, el joven Escritor tímidamente exhibió sus neonatos. Enorme fue su conmoción y más grande aún su desazón cuando el tribunal se expidió tan duramente acerca de la legitimidad del fruto de su amor por Poesía.

Al concluir, los miembros del renombrado tribuno se tomaron un par de días de descanso en el Olimpo de las Letras aprovechando el cálido clima imperante. Se hospedaron en lujosos hoteles, se fueron de shopping y aprovecharon para exprimir a sus contactos literarios y decidir quién sería su próxima víctima en el estrado. Abatido, el joven Escritor rehuyó todo contacto con su amada. Durante esos días se propuso comenzar a escribir un libro de autoayuda inspirado por la presencia de Practicidad en su hogar, resignarse a vivir una vida antipoética junto a ella y así complacer a sus contrariados padres. 

Poesía no paraba de llorar ni de día ni de noche. Sus lágrimas llegaron a inundar toda la superficie del Olimpo de las Letras, y todos sus habitantes debieron ser rápidamente evacuados. La tormenta que el llanto de Poesía desató fue tal que los rayos de Justicia Poética que cayeron desde las alturas partieron a todos los miembros del apestoso tribunal y a los inflexibles padres del joven, y luego arrastraron a sus sobrevivientes - Escritor y Poesía- a la tierra de Contigo Pan y Cebolla, donde vivieron felices, aunque pobres, haciendo hermosos versos por el resto de los tiempos. Practicidad también fue prácticamente transportada por las aguas para quedar varada por siempre en el Archipiélago de los Finales Abiertos.








Logical Song - Roger Hodgson - Voice of Supertramp


A boca de jarro


miércoles, 1 de junio de 2016

Una vida de libro

Mike Stilkey

"Recuérdese la pobreza de los Infiernos que han elaborado los teólogos 
y que los poetas han repetido; léase después este cuento."

Jorge Luis Borges “Por qué eligió este cuento Jorge Luis Borges”, 
El Hogar, 26 de julio de 1935.



   Villa Pueyrredón tiene su biblioteca. Y sin lugar a dudas el mejor libro de la Biblioteca Vecinal Buena Lectura de Villa Pueyrredón es el que nunca se escribió en torno de la vida de su legendaria bibliotecaria. Muchas son las historias que sobre ella se cuentan en el barrio, y al posar mis ojos sobre ella aquella tarde nublada en la que decidí dejar de pagar una exorbitancia por best sellers de librería y volver a mis hábitos de tiempos de estudiante para pedir buenos libros prestados, me di cuenta de que todas ellas merecen ser contadas aunque es posible que ninguna sea cierta. 

Se cuenta en el barrio para quien quiera oírlo que en sus años mozos y estando embarazada de ocho meses, esta mujer descubrió que su marido la engañaba mientras se preparaba para asarle un pollo que acababa de sacar del freezer, y - tal como sucede con un cordero en una historia de Roald Dahl - de tanta indignación ante semejante noticia en su estado, cuando volvió su marido a casa del trabajo, se lo estroló a medio descongelar por la cabeza. La policía nunca logró dar con el arma homicida porque se la cenó al horno y con papas en casa del occiso y de su viuda como si tal cosa y sin la más pálida sospecha de tan tranquila que ella estaba. 

Cuentan también las malas lenguas de Villa Pueyrredón que después de eso la bibliotecaria ya de hombres no quiso saber nada. Entonces, cual una Sor Juana posmoderna y madre soltera, hizo votos de castidad y de abstinencia y puso toda su líbido en la fervorosa lectura de los libros de la biblioteca que como monja guardiana custodiaba. Fue en verdad por su memoria que la bibliotecaria se convirtió en una leyenda, y los cuentos sobre el tema han adquirido la estatura de hipérbole con patas. Al decir de los habitués más leídos de la biblioteca, en sus horas solitarias se dedicaba a memorizar las primeras líneas de sus poemas favoritos, y cuando alguien preguntaba por un poeta, ella se los recitaba. La gente también empezó a comentar que la bibliotecaria se había vuelto loca cuando se hizo público y notorio que se llevaba enormes pilas de libros a su casa al concluir cada jornada. Decían que de tanta soledad se había enamorado de los libros que vivía para enumerar, clasificar y ordenar, que los metía a la cama con ella y que cuando hasta su propio hijo se cansó de sus rarezas y se fue de casa, se inventaba mil excusas y ya ni siquiera los prestaba. 

Lo cierto es que yo aquella tarde nublada y fría me encontré frente a frente con los ojos gastados de una pobre mujer enajenada por tanto libro y tanto encierro, una mujer dolida y descartada, grismente desencantada, una mujer que quizás alguna vez soñó - igual que yo, igual que tantas - que su vida sería una vida de libro y que la historia de su vida se podría haber condensado en una gran frase literaria. Sin embargo, ya ves lo que son las cosas: su vida resulta ser - como la mía y la de tantas - un plagio al fin, una pieza de sainete de la más pura intertextualidad exagerada. 


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