Últimamente, resulta que el mejor remedio para las tripas no es el omeprazol ni el pantoprazol. En verdad, el pantoprazol me constipa, por más que agregue fruta con cáscara, fibra y Activia a mi dieta. Tengo que preguntarle al gastroenterólogo, que me va bajando la dosis en cada visita, por qué será. Mientras tanto, estoy un tanto inflada de tanta flatulencia. Y estando en este estado descubrí que la mejor medicina para mi acidez estomacal es mirar la realidad en la que estoy metida como desde cierta distancia. Podría decirse que antes me sentía inmersa, a veces desbordada, a punto como de ahogarme en ese mar revuelto y agitado del día a día. Ahora, el oleaje sigue batiendo contra la ventana pero yo lo observo detrás del vidrio, y hasta parece que hasta ni me salpicara.
Supongo que si además de gastroenterólogo
consultara con un psicólogo, como el mismo gastroenterólogo me recomendó sin
éxito, me diría que logré tomar distancia psicológica de ciertos hechos
en los que antes me enroscaba.
Jugando un poco a ser mi propia terapeuta, trato de que la cosa en sí no sea nada, como cuando uno es espectador de un hecho y se
hace conciente de las condiciones de su mirar: veo que algo sucede, algo está pasando,
lo percibo y punto. Trato de no ir más allá. Puede parecer digno de un autómata
y no siempre resulta tan sencillo, aunque con la práctica funciona para mi emocionalidad saturada. En cambio, si al observar un hecho
cotidiano, sea del ámbito privado o el ámbito social, político y económico que
muestra la prensa, le agrego, primero, un juicio de valor propio, especialmente
uno negativo; luego, la emoción que ese juicio dispara en mí, y encima de todo
me involucro y pretendo hacerlo mejor, cambiarlo o marcarle un rumbo diferente
o un ritmo distinto, ahí es cuando viene el reflujo.
Me puse a leer, para ver si esto que es
simplemente una hipótesis de un posible camino, que de hecho vengo transitando
para reducir la causa de mis males, de las cuales no me interesa la etiqueta de
un diagnóstico, tiene algún sustento psicológico comprobado. Y me encontré con
que en Estados Unidos, un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan
llegó a la conclusión de que la sabiduría se obtiene al ver las cosas desde la
distancia. Según estos
estudiosos "las personas con una perspectiva universal (de
distancia), en realidad procesan la información de forma distinta que las
que tienen una perspectiva más egocéntrica." La investigación también
ha mostrado que el dialectismo, es decir, el darse cuenta de que el
mundo es fluido y que es probable que el futuro cambie, y la humildad
intelectual, el reconocimiento del límite del conocimiento propio, son
aspectos claves de un razonamiento sabio. En un experimento llevado a cabo en
2011, estos señores les pidieron a 57 estudiantes universitarios a punto de
graduarse o recién graduados, que no podían encontrar trabajo, que eligieran
tarjetas de un mazo que describía la recesión en el país del norte y los altos
niveles de desempleo, y pensaran cómo la economía les afectaría personalmente.
Luego, se los instó a razonar en voz alta sobre el tema desde una perspectiva
egocéntrica o con distancia. Descubrieron que los participantes que adoptaron
una perspectiva de distancia eran significativamente más propensos a reconocer
los límites de su conocimiento y a admitir que era muy probable que el futuro
cambiase.
Lo cierto es que yo no quería ir tan lejos con
esta reflexión ni llegar a la conclusión de que he alcanzado la sabiduría ni de
que nos espera un futuro mejor, pero creo que di un paso al frente, y en un
mundo que parece ir para atrás, me congratulo por ello. Estoy aprendiendo a
confiar en el proceso y en el desarrollo de la vida, a soltar los juicios y los
temores que se apoderan de mí cuando me meto de cabeza en el hecho, sea algo del ámbito familiar, como la
escolaridad de mis hijos, por cuya pobre calidad me dio muchas veces ganas de
arrancarme los pelos, y créanme que perdí una considerable cantidad de cabello
durante los meses en los que mi malestar fue de índole agudo, o sea el
noticiero cotidiano o el diario del domingo. Me doy permiso para dormir
más, como una forma de desconectarme, y hasta sueño, dormida, con anhelos que
había archivado, como viajar, tan vívida y detalladamente que me da pena
despertar. No me fuerzo a hacer lo que no me sale o aquello para lo que llego
muy justa con el tiempo: confío en que los míos se las arreglarán sin mi
intervención, y me alegra comprobar que así sucede cuando vuelvo a la noche del
trabajo. No espero que en el trabajo las personas se vuelvan coherentes y
lógicas: me divierto con la incoherencia y pienso que me pagan por
tolerarla. Profundamente y a pesar de todo, siento que lo que
sembré, germinará a su debido tiempo y dará buenos frutos, pero tiempo al
tiempo, y el que esté apurado que se embrome. En definitiva, es como haberme
disciplinado en el arte de mirar la realidad con un sólo ojo, como parecen
hacerlo tantos de quienes nos gobiernan. Tal como hacía uno que nos
dejó hace un par de años.
A
boca de jarro