sábado, 16 de enero de 2021

El arte


Vincent Van Gogh, "Autorretrato con sombrero de paja",
Museo Metropolitano de Arte, 
Nueva York, 2018

 
El arte, me dicen algunos, 
socarronamente, 

es "cagarte de frío", empleando ese recurso

del juego de las palabras que resulta tan gracioso,

pero que peca de no-arte cuando no lo usa un artista:

"el arte" ="helarte"...

                          ¿Me explico? 

Y agarrate, Catalina,

dirían mi abuela y mi tía y el Señor Luis Landriscina,

que esto es largo como puteada de tartamudo, Chamigo,

-valga la comparación, un recurso consabido, en honor al buen humor:

la sal de una amarga vida sin tal marino sazón y un toque de pimentón,

aunque algo incomprendido como arte, casi tanto como el mío.


Esto va en serio, te aviso, que el arte no es chiste, no,

aunque puede apelar al humor 

y debería hacerlo mucho mas seguido.

¿Por qué no, Señores Míos?

Que la vida sin humor no es vida, sino sosa duración.


Bueno, te cuento, ahora, va en serio.

Mirá, escuchá, sentime:

para mí, que toco arte de oído, 

como casi todo lo que hago,

y desde que tengo memoria,

y que desde siempre lo uso 

como nido, escondite, refugio y subterfugio,

 acueducto, 

salida de emergencia 

y de raje,

 y como escalera al cielodesde que tengo conciencia, repito,

 para mí el arte es d-arte 

y es darme,

es dar y darme en mis dones.

 

Arte es 

lo que me ha sido dado sin ni siquiera pedirlo,

lo que me fue por Dios regalado,

lo que me arrasa, me quema, 

me devora, me desvela,

me baila, me canta al oído,

me susurra mientras duermo, 

me embaraza 

de mis mejores ideas, 

me moja en aguas nocturnas,

se me filtra de colores hasta en el sueño profundo

y me despierta inundada de palabras para d-arte 

y así sirvo el desayuno.



Arte es lo que me hace vibrar,

temblar, llorar, disfrutar, sentir que enloquezco a veces,

lo que me sueña despierta y hace que adore a la vida 

por su arte inmejorable y por ser tan fugaz e intensa

cuando en el arte se vive y se pena en sus des-artes...


El arte no es vanidad: el arte es necesidad.


Nace de una lacerante herida 

que el arte lame para sanar

y transformarla así en perla 

para regal-arte a Vos,

y para regalarme a mí; sí, a mí: 

para alimentar a esa niña herida que en mí habita

y que reclama, feroz, mirada, atención, validación,

un poco de comprensión con respeto identitario 

y un par de alas para levantar vuelo descalza 

y con los pies firmes sobre la tierra

al cielo que el buen Dios,

 en quien yo creo hoy, y a quien ella le creyó ayer,

- que es Padre y Madre perfectos -

le abra la puerta ahora, hoy mismo,

de ese cielo Paraíso que Él mismo le prometió

y al que ella quiso y quiere honrar 

sobre la "palma de su lengua" 

donde, perennes, Los Abuelos de la Nada le cantan 

a la quinceañera - que de nada, nada: todo -,

"El himno de mi corazón".


La niña devino adulta, esposa, madre, 

profe, prima, tía, jardinera, ama de casa, 

fregona (grrr..., aunque solo por default).


¡Uff, tantas cosas! 

¿Qué se yo? 

Si Vos me lo permitís,

ahora mismo paso lista 

-lista tachada por negra en el seno 

de la que hasta hoy dice que es mi familia...


Soy actriz de teatro frustrada, cantante, ya sin el don de la dulce afinación,

guitarrista sin punteo ni solfeo, bailaora sin cintura, 

equilibrista sobre la cuerda floja 

de un magro sueldo docente en mi Argentina querida,

artesana del rebusque, bloguera por afición, caminante existencial,

huérfana de padre en vida y de madre fallecida,

enraizada en la fe cristiana de la arbolada cruz 

bautizada en el fuego 

del Espíritu, que es soplo primero del Arte,

lo llames como lo llames.


El arte es desviado desbordees una sed implacable, 

es el hambre de tocarte en tus heridas

desde la herida que es mía

para alimentarme a mí y así alimentarte a Vos;

una herida que, sin dudas, para mí y para Vos, para todos, te diría,

es de un inmenso dolor

y que ahora, por fin, asumo, que entiendo, es necesario trepar

para por fin regalarme 

el arte de la sanación 

y así poder regal-arte mi arte 

y, de paso, san-arte también a Vos.


¡Eso sí que es arte, Dios! 

Paracelso: ¡esa Alquimia va por vos!


El arte es darme, es d-arte,

es tocarte con mi alma en el alma justo a Vos, 

es conmoverte y con vos moverme,

es conectarme desde mi soledad, artística y existencial,

 y es, ante todo, sanarme a mí y a todo mi frondoso árbol: 

esa es, creo creer, mi misión en esta vida 

y he ahí mi salvación, 

mi primera vocación, 

la nodal,

la mas profunda, 

su raíz trascendental.



Lo triste del arte, te cuento - y espero no aburrirte

(por extensa, por antigua, por autorreferencial...)

-, y es una gran tristeza esta,

es que la recompensa del arte es la incomprensión de muchos,

cuando mucho el ignor-arte...


Se siente una gran soledad siendo así como soy yo, 

aun rodeada de muchos,

que inclusive bien me quieren y me desean mejor.


Los que ejercemos de artistas 

sin jamás ser aplaudidos

somos lobos esteparios

sin jamás calzar de "artistas", 

sin rótulo, sin título, sin editorial ni editor ni corrector,

sin apellido, sin mecenas, sin escuela, 

sin propiedad intelectual ni derechos de autoría,

sin la técnica aprendida, sin filtro y con infinita torpeza,

a boca de jarro,- como lo hago yo,

sin jamás creerme "artista",

porque se me hace que esa mención es una gran distinción,

para pocos reservada, y que a mí, 

que siempre fui regordeta y muy bajita,

a mí eso me queda grande...



El arte está en mi madrina de Bautismo y Comunión,

madrina también en Letras

que me regaló a María Elena y a su mundo del revés,

está en la olla de fabes de Nicolasa Leonides, mi abuela materna asturiana

que me decía "Fernandita", 

que me mojaba el pan en sus tucos 

y todo en ella era arte gracias a su sonrisa

de dientes postizos sufridos 

que dejaba ella en remojo en su vasito nocturno; 

y está en la voz de Maruja, mi abuela gallega paterna,

hija del mar y las rías de un Viveiro 

que ahora es mío porque lo fui a refundar  

y que en escritos plasmé para lograr entenderme;

es Jesús Paz, su marido, mi abuelo habanero y rico, 

dueño de un pinar perdido por unas guerras absurdas

que ahora yo reclamo a gritos desde mi jardín urbano 

 - con pinos que yo misma planto en mis macetas de barro 

y que lloro cuando mueren o cuando vienen a hacharlos -,

varón de mundo mi abuelo que vino a hacer de mozo a mi Buenos Aires querido

cuando todos sus tesoros los perdió por ser un hombre de Paz, 

y así me legó su apellido, 

aunque me cueste encontrarlo en la realidad que vivo.






Arte es la Luisa Fernanda que me cantaban mis tías abuelas,

Tía Emilia y Tía Paz, mellizas ellas

 - vestían iguales, fijate,

y eso también es un arte, 

dado que eran bien distintas.

Arte es la Tosca que acompañó a mi vieja en su agonía durante noventa días 

y esa se la regalé yo, 

que de ópera, ni jota.


Es el mantón de manila que no tengo todavía,

el relicario robado, 

la batuta de Don Juan Latorre Capón,

- la de plata, la perdida, no la que tengo en casa...


Arte es Pastor Díaz y Rosalía de Castro con su negra sombra, 

que también se me hace propia,

y es la sombra de una sombrilla de encaje y seda 

que espero poseer un día,

encontrarla por sorpresa 

por las calles de esa España 

que es linaje y ancestría,

acriollada en los pucheros y el mate de mi abuelo materno

Don José Terenti, 

asturiano, 

almacenero en mi Villa Pueyrredón

y "gallego" por paranomasia para toda la gilada

(¿O eso será metonimia: no se, la verdad, 

me revientan esas palabras raras cuando juego a ser poeta,

tanto como a mi abuelo le reventaba que lo llamaran "gallego" 

siendo oriundo de Cimalavilla, en Langreo del Pricipáu d'Asturies );

un socialista honrado Don José, 

que leía su enorme edición de La Prensa 

y lo escondía de mi vista, 

aunque bien que me vía y aun mejor me protegía,

narrándome el ideario de Don Alfredo Palacios

cuando por fin se sentaba en su sillón de lectura

de tapizado barato los domingos bien temprano

y, sobre el fin de sus días, todos los santos días de una mísera jubilación.

Arte es mi primer diccionario sobre mi mesa de luz, 

es aprender a hablar lenguas cuando era aun muy pequeña 

en medio de los adultos que me legaron 

la flamencura que todo lo-cura,

que hoy pulsa aquí en mis venas,  aunque ya sin castañuelas...

Las castañuelas quedaron en manos de quienes se dicen "familia" 

pero no ejercen el arte del respeto por mi esencia

cuando me la diagnostican y me aconsejan terapia y ansiolíticos por cajas...


El arte es Van Gogh sin oreja, loco y solo en un asilo de Saint-Rémy

pintando tras la ventana los árboles que yo adoro,

muerto en la peor pobreza: la de ser, para los suyos,

un loco, un incomprendido...


Esos seres que no encajan 

y que en vida los forzamos a mirar por la ventana 

y les cerramos la puerta 

para terminar colgados de los muros de un museo,

o de un templo, da lo mismo,

tras un grueso vidrio blindex,

a los que crucificamos y hasta en la cara escupimos y negamos en sus vidas, 

pero que hacen fortunas una vez que ya están muertos...



Arte es Hemingway de pie, tipeando sangre en sus letras,

borracho y hasta los dientes armado en sus desvelos suicidas;

arte es Blake, casando cielo e infierno, ya que ambos nos habitan,

arte es Dorothy Parker, la ilícita y su inventario,

arte es Wilde, el aforista, 

desde su cárcel por carta, De profundis,

y desde su bello retrato, el que lo hizo inmortal prisionero

de la juventud y la belleza, 

artes que siempre se añoran

cuando se pierden tan pronto como nos suele pasar.


                   ¡Son tantos y a la vez tan pocos!


Arte, y aquí me pongo de pie, Señoras y Señores presentes,

Arte es Cervantes y Arte es Shakespeare

muertos el mismo día, y no por casualidad, 

peleando una batalla que lleva las de perder 

en un mundo para el cual el enemigo 

está hecho de grandes molinos de viento

y de celosos rivales, como John Donne 

y Chris Marlowe con su Fausto sin igual,

en el caso particular del Bardo;

molinos y enemigos que solo ellos vencieron 

con una pluma de ganso, no matter, 

aunque todos conocemos.



William y Miguel


Arte es Calderón, encadenado a su libre albedrío, 

arte es Platón, su caverna, 

es el reflejo sutil, invisible para tanto ojo sordo,

que proviene de una visión que es personal y que es propia,

y a la vez universal - menuda la paradoja e imposible de explicar -, 

de una luz hecha de sombras, jungiana y, tal vez, freudiana, 

aunque yo a Freud no lo elijo como lectura ni arte:

me quedo con los mandalas de la luz de Carl Gustav Jung 

que ahora estampan mis vestidos y cuelgan de mis ventanas.



El arte es el primogénito de la imaginación frondosa,

la de mi árbol, la imaginación de Whitman,

que se la fumaba en pipa sobre su barba plateada,

en hojas de hierba fresca hechas poesía que es arte 

- y que les pese el trabajo de calibrar métrica y rima

 a los críticos de arte, que de artistas poco y nada.

               ¡A mí no me importa nada!


Arte es Mistral en su espina y en su rosa,

Alfonsina entrando al mar es arte,

la "Zamba para olvidarte" que hoy me cantan 

Sosa y Torres, digno hijo de Lolita,

y herederos en mi tierra de la gloria de la Lola.

¡Qué arte eterno en la gloria la del flamenco hecho zamba!


Arte hoy es Juan Luis Guerra que me saca a mí a bailar 

y me canturrea al oído:

"Si tú no bailas conmigo

la noche se queda en vilo (…), 

yo prefiero no bailar..."


 ¡Gracias por toda esa magia, 

artistas del alma mía!


Me la llevo puesta en vida y puedo morir contenta 

esta mismísima noche, aunque pediría, 

de ser posible, 

que sea en el arte de la cuna mía

y de la mano de aquellos que vieron y amaron mi arte.


Arte es Lorcaes Benedetti en mi corazón Coraza 

y arte es Galeano en mi fuego.

Arte es la hija de la lágrima de Charly García, que es hija mía también:

 la historia de una gitana sin castañuelas,

sin sus zapatitos de tacón pero con bolso de piel marrón,

la Penélope de Serrat, mi poeta y trovador, 

arte de mi adolescencia que me salvó del naufragio

al que me condenó el desamor de tus lindos ojos verdes

- verdes como mis dedos verdes que hacen arte en mi jardín,

ojos de mirada oscura que todo un mar me negaron

dejándome sin legado al desestimar mi arte 

en playas de arenas gruesas que casi casi me tragan.


El arte está en Juan, en Marcos, en Mateo y está en Lucas,

está en mi Santo Evangelio de cada día, 

junto al mate, a mano alzada pintado 

con la estampa de mi Fridha,

que mis alumnos me regalaron,

y está en mi mitología, como me la enseñó, con arte, 

Don Alejandro Dolina, de madrugada y por radio.


Arte es 
palabra, obra y gesto de ese Jesús al que sigo

en este arte de darme y el de darte lo que tengo, lo que soy, 

lo que yo anhelo para que solo Dios baste 

como le basta a Teresa, poeta, santa, y docta mujer del siglo XVI...

El Jesús que Teresa ama y por el que gustosa muere

a mí me enseña el perdón, 

aunque me cueste el olvido 

(y seguro habrá mas penas...),

me llama a sumarme, a levantar al caído 

a la vera del Camino, 

que es la Verdad y la Vida, 

y es el padre y el hermano que me invita 

a mí a sentarme a su mesa 

y a pasarla bien en ella

para comer de su pan 

y para beber de su vino, un buen Malbec argentino,

y así sanar mis heridas desde los ojos del alma, 

que es el núcleo del Amor.


Arte es mi salmo diario o nocturno, cuando cuadre, 

es mi canción, es mi baile,

es mi alegría, mi frustración más furiosa,

mi neurosis, mi mas infeliz desventura, 

mi mas deseada aventura,

mi eterna contradicción: 

yo siempre partida en dos; 

y es el intento salvaje de hamacarme en el dolor

y de comerme al mundo de un solo bocado limpio.


Arte es querer aprender, ya de grande, 

a ejercer el gran misterio de la autosanación,

de la autovalidación, 

del desapego absoluto de la opinión que es ajena,

la de un mundo que nos mide, que nos pesa, nos cotiza, 

convirtiendo a mucho artista en un producto de góndola, 

objeto de estantería, programa de televisión 

o personaje público en redes con mil y un seguidores,

gente a quien el mundo proclama, sin ningún empacho, "artista".


Mi arte es mi voz ignota

que no vende ni se vende,

aunque duele si la plagian, la hackean o la roban,

y mi mayor desafío ahora que estoy mayor,

que ya no puede esconderse, ni callarse, ni esperar un día mas,

mi arte es aprender a amarme, sin reservas, sin medida,

a darme yo el permiso de ser arte en este darme

y d-arte de mi arte a Vos que me leés hoy.


¡Toda mi gratitud por eso! 

Sin eso yo no soy yo...


Y si llegaste tan lejos, te digo, 

vamos cerrando por hoy.


Y a Vos, Arte mío, 

pan mío de cada día,

con total misericordia 

yo te abrazo en este día

desde la aceptación profunda de ser artista de vocación 

de absoluta imperfección, 

de pies desnudos sobre la arena caliente de un mediodía en mi playa,

densa, intensa, desnuda, profusa, ancha 

y ahora también canosa, 

y de artística pasión: 

en eso de abrazar mi arte estoy, 

en eso vivo

y en eso habré de morir.



A boca de jarro



miércoles, 13 de enero de 2021

El arte de perder

..


A Mamá  (13/01/1937- 30/11/2020)


One Art

By Elizabeth Bishop
The art of losing isn’t hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster.

Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn’t hard to master.

Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant
to travel. None of these will bring disaster.

I lost my mother’s watch. And look! my last, or
next-to-last, of three loved houses went.
The art of losing isn’t hard to master.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
some realms I owned, two rivers, a continent.
I miss them, but it wasn’t a disaster.

—Even losing you (the joking voice, a gesture
I love) I shan’t have lied. It’s evident
the art of losing’s not too hard to master
though it may look like (Write it!) like disaster.


Un Arte 
(También traducido como "El arte de perder")

De Elizabeth Bishop

El arte de perder no es arduo de aprender
tantas cosas parecen colmadas del propósito
de desaparecer que su pérdida no es ningún desastre.

Pierde algo cada día. Acepta el estrés
de la llave de tu puerta extraviada, del tiempo malgastado.
El arte de perder no es arduo de aprender.

Luego practica perder aún mas, perder más velozmente,
lugares, y nombres, y dónde era que tu deseo
quería llevarte de paseo. Ninguna de ellas es un desastre.

Yo perdí el reloj de mi madre. Y fíjate, mi última, o
casi última, de tres casas se perdió.
El arte de perder no es arduo de aprender.

Yo perdí dos ciudades, bellas las dos. Y mas ampliamente,
algunos reinos que eran míos, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.


—Hasta perderte a ti (la voz jocosa, el gesto 
que adoro). No habré de mentir. Es evidente
el arte de perder no es demasiado arduo de aprender
aunque pueda parecer (¡Escríbelo!) un desastre.


Esta traducción del texto de este bellísimo poema también va especialmente dedicada a la familia Scala, para cuyas perdidas no encuentro palabras de consuelo en ninguna lengua...

 Hernán (Junio 1985)
Cecilia (Enero 2021)
                                                                                             



A boca de jarro

lunes, 11 de enero de 2021

Va de Bautismo

Bautismo de Cristo, Mosaico del Baptisterio de Rávena. Siglo V d.C.


Para Pablo

    

     Ayer en la liturgia cristiana se celebró el Bautismo de Jesús en manos de su primo Juan El Bautista, un hippie, un loco lindo que andaba descalzo, cubierto en pieles y se alimentaba de langostas en el desierto esperando y anunciando a grito pelado que venía uno a quien él no era digno de atarle las correas de sus sandalias de pescador de hombres. 

En la lectura de ayer del Evangelio de San Marcos (1,7-11), Jesús se nos presenta como uno más en las filas de los ignotos que hasta hoy lo seguimos enardecidos por su testimonio y su palabra de vida, luego de 30 años de bajo perfil como asistente carpintero de un José ya entrado en años, para ingresar a una vida de exposición pública entre pescadores y pecadores, enfermos, chorros y prostitutas, gente de baja estofa, una vida que solo le dura 3 años y que termina en su crucifixión, pedida por la muchedumbre que lo había recibido con palmas en alto en su entrada triunfal a Jerusalén para luego dársele vuelta y elegir salvar al ladrón de Barrabás ante un Poncio Pilato que - como buen político romano - , se lava las manos y hace que otros se las manchen con la sangre de un inocente. 

¡Qué bien me cae este hombre, Jesús, “El Barba”, como lo apodan mis hijos bautizados y peleados con su identidad intachable - fanáticos de los influencers de Instagram y los youtubers que desearían encarnar... -, por culpa de una iglesia que peca por su humanidad y sobre la cual se generaliza bestialmente, pagando así justos por pecadores, una vez más. ¡Este Jesús me cae cada día mejor! ¡Y el Bautista me encanta! Terminaron uno peor que el otro... ¡Qué mundo  este, che!

Cabeza de san Juan Bautista. José de Ribera. 1644.


En este soberbio pasaje bíblico en pleno río Jordán, se nos pinta a un hombre adulto ya, fiel a sí mismo y seguro de su misión, ungido del Espíritu que lo enciende en medio del agua bajo el manto blanco de la paloma que lo cubre desde el aire y que le da alas para volar con los pies descalzos y firmes sobre la tierra, un Espíritu al que hoy en nuestra híbrida posmodernidad llamaríamos “intuición” o “inspiración”, un fuego que lo conduce sin ruta fija ni brújula a cada paso, hasta cuando - como nosotros tantas veces en nuestras vidas adultas -, se enfrenta a una tormenta en una barcaza llena de tipos que entran en pánico, o como cuando se adentra en el desierto y afronta por elección propia y vence a la tentación de lo fácil, de lo que brilla, de lo que nos hace mal porque se nos ofrece siempre a cambio de la propia dignidad, que es el precio más alto que pagamos por esas ofertas que tanto nos tientan a cada paso…

Jesús encarna los cuatro elementos: agua, aire, fuego y tierra. Y me quedo con la figura del primo, porque yo me reencontré con uno mío, profeta del árbol mío, que me pasa letra, que es fuego de inspiración, agua de consuelo, tierra de sueños a concretar juntos y aire donde echar a volar a donde nos lleve nuestra misión. Y me quedo, sobre todo, con las palabras centrales del texto de Marcos de la liturgia de ayer: “Tú eres mi hijo amado”: palabras que todos deseamos escuchar y vivenciar de nuestro propio padre y madre o figura paternante, aunque no a todos nos sucede. Por eso amo a este Padre en el cielo que me habla así a mí, a este Jesús que me limpia las heridas con su bautismo, que me enciende en fuego vital, que me da alas para andar por el aire de mi tierra y las aguas de mi jarro, y a este primo y hermano del alma mía que me ha venido a rescatar de otro de tantos de mis desiertos existenciales y que hoy me colma de gratitud.


Raúl, gato de mi primo Pablo.


A boca de jarro

lunes, 4 de enero de 2021

Padre Nuestro 2021

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Padre nuestro:

¿Estás en el cielo? 

¡Escuchame entonces, por favor!

Mirá que si no te lo pido a gritos, ¿estamos?

   Santificá Vos mi nombre en el Tuyo 
porque a mí nombre 
lo han andado difamando injustamente 
últimamente, 
    y eso 
me jode soberanamente...

  ¡Yo no quiero un reino, Padre!
Vos ya sabés lo que quiero, 
es mucho menos que eso...
¡Dámelo de una vez 
   para poder servirte 
encarnando eso que quiero 
para mí y para los míos! 
Contá con eso, Padre:
Vos me conocés bien, 
Vos me regalaste estos dones:
estás manos, esta voz,
estas palabras, este corazón,
estos pies,
y yo solo quiero darme.

       Hágase alguna vez mi voluntad,   
Padre, ¡dale!
Así en Tu tierra como en mi cielo.

 Dame hoy 
mas 
que el pan de cada día, 
por un día, 
  para ver cómo me sabe 
y cómo lo puedo partir y repartir 
como enseñó tu Hijo,
porque estoy 
con hambre de mas    
para mí y para los demás: 
¿Vos pensás que eso está mal?

    Ya no te puedo pedir perdón
por las ofensas 
porque perdí la cuenta,
          e intentaré perdonar 
      a quienes me ofenden
y lo seguirán haciendo
en nombre de un amor
que nunca es como el Tuyo, 
por algo te elegí 
a Vos como Padre.

   Pero, por favor,
Padrecito, piedad,
que  mucho me cuesta perdonar,          
es que las ofensas duelen
como la madre que me parió, 
y Vos sabés
cómo ella 
me dolió
y me duele todavía.

 ¡Dejame caer
 en la tentación, Padre! 
¡Dale!
Yo estoy segura de que a Vos 
   te va a divertir tanto como a mí: 
¡tanto la reprimí!

 ¡Resulta tan tentadora
 la tentación 
que los hombres inventaron 
por temerle a Tu alegría, 
      sobre todo a estas alturas 
de mi efímera existencia,
y aunque solo Vos 
sabés el cuándo,
hace rato se fue el tiempo
al que los poetas
le escriben 
sus versos mas encantados...

     Y librame solamente del mal 
         que por bien no venga, Padre,
    porque, como te darás cuenta,
yo ya dejé hace tiempo
           de creer en los milagros.

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A boca de jarro

sábado, 2 de enero de 2021

Blanca Dapenna




"No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía."

Julio Cortázar, "Conducta en los velorios"



    El hecho de que, de todos los nombres que podrían haberle puesto, la fueran a llamar así, Blanca Dapenna, aquel día, el día de su muerte, parecía profecía, aunque solo aquel día, y sirvió para alimentar la conversación en medio de la desazón de un velatorio sin colores por falta de flores. Ya había escuchado yo varias teorías acerca de la importancia y el significado de los nombres que se nos dan al nacer, pero nunca había tantas como en esta muerte.

La pusimos verde por aquellos días en  los que la nombraron manager en la oficina - y ya pasó toda una vida-, siendo, como era, que se trataba de la digna hija de su madre, la anterior jefa máxima. Chica de familia bien, con conexiones y de buen inglés, pero sin título, tenía apenas unos años más que nosotras, y, sin embargo, subió de un zaque al piso más alto para instalarse en la alfombra roja. Probablemente ella sabía que de ese piso no la iba a mover nadie: solo la muerte. Lo que me intriga y me corroe por estos días es si el temor de su final, lento, cruento y anunciado, el espantoso final que al final le tocó en suerte, la habrá acompañado casi tan largo como mi envidia. El caso es que su sentencia  la mantuvo en secreto por un tiempo, aunque no llegó a ser tan largo ni tan negro como los celos que yo silenciosamente le había profesado.

No olvidaré aquella reunión pringosa en la que nos la presentaron. Vestía trajecito sastre rojo, camisa de seda blanca inmaculada, al mejor estilo de la nobleza inglesa, y unos zapatos de taco cómodo y elegante que eran el centro de todas las miradas femeninas presentes. En nuestro ambiente, a una mujer se la juzga más por su apariencia que por su sapiencia, y su cabello rubio, piel trigueña y ojos verdes, con un centenar de pecas asomadas a los balcones de sus rosadas mejillas, que de vez en cuando se ponían coloradas como manzanas, y siempre cuando se enojaba, le concedían el aire perfecto para ser nuestra superior a su muy temprana edad. Eligió coronarse el cuello abierto con un collar de perlas que yo sólo usé el día que me casé, y tampoco podré olvidar que por el coraje de llevar perlas aquel día también la envidié: yo intuía ya para entonces que la vida nunca me concedería una reunión con unción para volver a usar las mías.

Me la encontré de sopetón una mañana helada y gris entrando al ascensor de la oficina hace cosa de dos años. Yo andaba de cacería de papeles por el centro, y recuerdo que había salido de casa apurada, despeinada y enfundada en mi gastado tapado gris de paño, arriba de todo lo que tenia, y deseando no ser vista. Cuando salió del ascensor, la noté distinta: más delgada, más etérea, como iluminada y rejuvenecida. Llevaba un tapado azul de ensueño, ese azul que no se consigue en la grisura de Buenos Aires, con detalles de cuero en las mangas y solapas, y un sombrerito haciendo juego que delataba el país de procedencia de la prenda. Ya me habían puesto al tanto de que se había pasado unas semanas en Estados Unidos, pero nunca imaginé la razón de aquel viaje - o la del sombrero -, tan extemporáneos ambos a mi austero y monocromático calendario de trabajo.

Otra vuelta que pasé por la oficina por más papeles grises y amarillos, la vi parada en la puerta de su despacho, al que los empleados llamábamos "el oval". Me encandiló su nuevo corte de pelo, bien cortito, tal y como siempre lo había querido usar yo, sin jamás juntar coraje para animarme al cambio. Y una vez más me puse verde por sus agallas para cambiar y rehacerse. Fue recién meses después que las chicas me contaron que el cambio en su apariencia era producto de sus repetidos tratamientos oncológicos, tanto acá como en el exterior.

Así y todo, imaginaba que de esta ella saldría. Una mujer de esos colores se me hacía casi tan eterna como invencible. Fueron varias las veces en estos últimos meses de vacíos y de esperas en las que, mirándome al espejo, la pensé: -"Si ella pudo, ¿por qué no habré podido yo también?"

El día que recibimos la noticia de su muerte, las chicas guardaron silencio. Yo, en cambio, sentí que todo adentro mío hacía un ruido oscuro. Eche mano a mi vestido negro y me fui al velatorio sin pensarlo demasiado. Era consciente de que a su familia ni la conocía, que mi presencia no agregaría ni quitaría nada, y aunque odio todo el sordo ruido de los velorios, sentí que debía despedirme y enmendarme de algún modo. Me abrí paso por las caras conocidas y las otras y me fui derecho a verla. Ni una flor, ni una cruz, ni una vela. Lo tomé descaradamente como un  ejercicio de afrontamiento que hice yo solita y mi alma negra: ¡nunca antes había visto un muerto de tan cerca! Había perdido mi mejor amistad de adolescencia por no poder acompañar a mi mejor amiga en el velorio de su mamá, que murió de cáncer a los 44 años. Nunca supo entender ni perdonar mi aprehensión. Siempre quiso cambiarme... Y fue la primera y única vez que miré a Blanca Dapenna con pena, sin poder ver ningún otro color mas que el de la despiadada blancura de la muerte.


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