domingo, 31 de marzo de 2013

De vía crucis, muerte y resurrección

 
"El descendimiento", Roger Van der Weyden



 "El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada."
                                                                                                               La Biblia, Juan 20, 1.


  Soy una mujer de fe. Me han transmitido la fe que profesé a lo largo de mis días seres entrañables que me enseñaron a amar amándome desde sus humanas limitaciones y la profeso transitando diferentes relieves: a veces desde los valles, otras, escalando las empinadas montañas de los desafíos que se me presentan, aferrrada a ella como a un arnés, de puro cobarde, una fe miedosa pero humana al fin, y otras desde la aridez de desiertos en los que parece diluirse y perderse como granos de arena entre los dedos.
  
  Este último año ha puesto prueba a mi fe como ningún otro y ha sido parte como una montaña, parte como un desierto. Me enfrenté a la enfermedad de seres queridos que emergieron airosos y siguen peregrinando y me pasó lo que no esperaba a estas alturas del viaje, por pura soberbia: enfrentarme con la enfermedad propia. Tengo la fortuna de no haberme encontrado con un enemigo letal, sino poco familiar, tanto para mí como para los que se asume como bastiones de contención y apoyo en estos escollos: los médicos.
  
  En los últimos cuatro meses realicé un vía crucis por media docena de profesionales médicos, especialistas superespecializados que me desorientaron más de lo que los síntomas me desconcertaban. Y no los culpo. La medicina finalmente se ha convertido en una ciencia fragmentada que observa a cada ser bajo un minúsculo microscopio en una de sus partecitas dolientes y el resto del cuerpo es enviado a otro especialista que se encarga de observar ese otro pedacito del cuerpo del cual sabe, y así vamos pasando las estaciones de nuestro vía crucis de padecimientos con más dudas y miedos que certezas. Creo que todo esto me enfermó más que la enfermedad misma. Además de la lotería biológica y la herencia, que nunca es un millón de dólares en mi caso, mucho de lo que me enfermó se debe a los efectos de cargar con una cruz que resulta a menudo demasiado pesada, tuve que admitirlo, aunque me creía todopoderosa.
   
  Tanta fragilidad laboral, económica, social, tanta incertidumbre, tanto hacer agua en un desierto terminó por secarme. Y según me explican algunos, lo mío, seguramente un síndrome autoinmune, se ha hecho muy común, sobre todo en mujeres de cuarenta y aún más jóvenes, que hemos comprado este arma de doble filo que implica obtener y mantener cierta independencia en el plano económico y autorrealización en el profesional, pero que también queremos seguir siendo las madres y esposas que eran nuestras abuelas. El peso adaptativo de una vida de ajetreo sin tregua y acumulación de tensiones se llama precisamente "carga alostática" y su costo es la salud. Pero resulta que para curarme, la aumenté en lugar de alivianarla. 
  
  Empezó todo con un oftalmólogo que me vio por una queratitis reticente, refirió ojo seco y me derivó al reumatólogo. El reumatólogo pidió una batería de análisis que no arrojaron un resultado certero del diagnóstico presuntivo y quedamos en seguir explorando más adelante. Además abrió el abanico a otras rarezas, como una posible celiaquía o una mala absorción de ciertos nutrientes.

   Luego me fui a ver a una endocrinóloga porque mi cabello caía como las hojas de los árboles de este bello otoño, pero no me resultaba en lo más mínimo bucólico. Se me estudió la tiroides, se detectó la presencia no alarmante de ciertos anticuerpos, un agrandamiento de la glándula y combinamos repetir las pruebas en tres meses. Me fui entonces a una dermatóloga que frenara de alguna otra forma que no fuera con el suelo la caída de mi pelo. Me recetó medicación hormonal, un suplemento de aminoácidos y dos lociones que me aplico a diario. Difícil no sentirse enferma viviendo de este modo o pensar en qué sería de mi y de mi bolsillo, gastando fortunas en remedios, mayormente cosmetológicos, cuando envejezca. Naturalmente comencé a sentirme seca, vieja, algo muerta en vida. Mi piel comenzó a reaccionar diferente al sol, al contacto con el desodorante, al perfume que adoro, al maquillaje de siempre. Tuve que adquirir nuevos productos especiales para pieles hipersensibles e ir cambiando mis maquillajes por otros más costosos e hipoalergénicos que no me hicieran brotar en sarpullidos y enrojecimientos inusuales.
   
  De allí me fui a la ginecóloga, ya que la endocrinóloga estuvo de acuerdo con el oftalmólogo y la dermatóloga en que la causa de todos mis males podría ser también la menopausia, y si bien la idea no me resulta del todo ajena, tengo 44 años y hasta ahora ningún indicio de irregularidad que indique siquiera la entrada a esa etapa. Se supone que desde el comienzo del climaterio hasta la menopausia pasan años, al menos, largos meses: no era posible que todo estuviese pasando en cuestión de semanas. Pero a palabra de médico no se le miran los dientes. Allí fui y, según ella, nada que ver con la menopausia todavía. Faltaba la gota que rebalsó el vaso: el estomatólogo, quien supuse definiría el diagnóstico del síndrome de Sjögren, que en principio me dijeron que padezco, ese mismo día, con una biopsia de glándula salival. 

  El señor me recibió en su lujoso consultorio céntrico, rodeado de títulos y distinciones, y luego de una mañana de trámites, una hora y media de viaje y veinte minutos de demora en el turno me dijo que el procedimiento debería pautarse para otro día ya que era quirúrgico y requiere de anestesia y sutura. Se realiza una pequeña incisión en la parte interna del labio inferior para extraer una muestra que debería llevar yo misma a un patólogo, quien determinaría si tengo un gran, mediano o pequeño Sjögren, que, de todas formas, no tiene cura. La intervención es minúscula pero produce inflamación, se aplican dos o tres puntos en una zona que puede infectarse fácilmente y causar más molestia y dolor del que convive conmigo desde junio del año pasado, cuando empezó este malestar bucal y me vio mi odontóloga de toda la vida. Ella le restó importancia al cuadro, me recomendó tomar mucha aguita, consumir caramelos ácidos, lubricar bien los labios, incrementar la dosis de tranquilizantes y hacer terapia. A terapia no fui. Gracias que siendo hija y hermana de médicos clínicos ya trancé con la homeopatía. Desde luego, la biopsia quedó en stand-by: dudo que me la vaya a hacer. Según el catedrático estomatólogo, la molestia post-quirúrgica se pasaría con mucho helado y sin hablar. El pequeño inconveniente es que trabajo con la boca enseñando inglés. Además la inflamación de encías y molestias bucales que parecían responder a una condición conocida como xerostomía, o boca seca, no le pareció ser tal, por lo cual me derivó a... ¡un periodoncista!

   Esa tarde salí del consultorio, me metí en un colectivo abarrotado, palpé el caótico interior de mi cartera para desenterrar la batería de lágrimas, gotas y ungüentos oftálmicos con los que iba armada a todas partes y me di cuenta de que no estaban allí, sino que habían quedado en mi heladera, que con el correr de las semanas se había convertido en la de una farmacia. Hacía medio día que no me aplicaba gotas y no se me había caído un ojo. Mis dedos se encontraron con un espejito con el que andaba peleada. Lo saqué en medio del colectivo lleno, me miré los ojos con toda la objetividad de la que soy capaz y noté con alivio que eran los de siempre: ni más ni menos rojos que de costumbre. Me miré a los ojos. Eran los ojos de Fer, los ojos que hablaban de un alma enojada, agobiada, asustada, triste, hambreada. Fue una liberación encontrarlos ahí, como un morir y volver a nacer. Cuanto más siguiera así, más me haría dependiente de tanto médico y tanto remedio y más enferma me sentiría. Así que allí mismo, justo a la altura de Parque Centenario, camino de vuelta a casa, decidí parar. ¡Basta de médicos por un tiempo!

  Sigo usando la medicación de acuerdo a las necesidades. Voy aprendiendo a sintonizar con mi cuerpo, a escucharlo y decodificar lo que necesita. Me di cuenta de que ante todo mi mente necesita tranquilidad, aceptación y no desesperación. No me estaba muriendo, aunque se sabe que morimos un poco cada día. Así sentí que renacía a una nueva vida, ya no la de antes, pero tampoco una vida enferma. Simplemente una vida que, como reza una cita que encabeza a un sitio de Sjögren que visité muchas veces para aprender sobre mi presunto mal, deberá ser vivida como tal, no como una enfermedad. La cita es de Gustav Jung, un maestro para mí en mi transito por la vida adulta, y su eco fue lo que finalmente me hizo resucitar.

A boca de jarro

domingo, 24 de marzo de 2013

Houston, we've got a problem...




Mis últimas entradas no han sido actualizadas por Blogger en los escritorios de los blogs amigos que tienen a bien seguir y mostrar mis publicaciones. Esta es una entrada de prueba para ver si, con la ayuda que he recibido de una colaboradora de Buzz (¿Light Year...?), logro solucionar el inconveniente. Me dice que es un problema con el bendito HTML, sigo sus instrucciones pero todo ha quedado congelado en el espacio exterior el 13 del 03 del 2013. ¿Será cosa de Dios o del diablo? Hasta he agregado mi propio jarro a mi lista de blogs para constatar el problema. Si esto sigue así, algunos (sólo se me permite agregar a diez), recibirán mis entradas por mail, o bien deberán tomarse la molestia de suscribirse a las entradas por correo electrónico, o simplemente pasar por aquí cuando gusten para ver si hay novedades. Sea como sea, a todos les agradezco el apoyo y la colaboración de siempre.

A boca de jarro

viernes, 22 de marzo de 2013

De estereotipos e individulidades


                                                                                
                                                

                                                                                                                                QUINO


¿Quién no conoce decenas de chistes de argentinos, "gallegos", que para nosotros son todos los españoles, "yanquis" o "americanos", es decir norteamericanos, franceses, brasileños, mal llamados por muchos aquí "brasileros", Católicos, Judíos y demás razas, etnias, credos y nacionalidades con las que estereotipamos humorísticamente a la inmensa y maravillosa heterogeneidad de grupos de individuos que han nacido en algún lugar del mundo por esas cosas del destino o que profesan un credo u otro por distintas razones? Acá va uno, muy oportuno si me permiten la afirmación:

"En una avión viajaban tres curas: un brasileño, un americano y un argentino. De repente, se apagó una de las turbinas. El americano rezó, le pidió a Dios que lo salvara, salió del avión y se estrelló contra el piso. El brasileño hizo lo mismo: rezó, se encomendó a Dios, saltó del avión y se estrelló contra el pavimento. Entonces el argentino empezó a rezar:

- Dios, ya sé que vos no me vas a fallar, que me voy a salvar porque vos no permitirías que muera el mejor de tus fieles.

El argentino se tiró, se abrieron las nubes, una mano lo tomó y sentenció:

- A este lo mato yo.  

Este tipo de humor tan nuestro refleja una verdad universal. Todos los habitantes de este planeta tenemos un chip en el cerebro que asocia personas con un estereotipo que forma parte del inconciente colectivo que engloba tanto a la idiosincrasia del pueblo al que pertenece su propia individualidad como un preconcepto generalizado sobre otras gentes. Lo cierto es que no todos aquellos nacidos bajo la misma bandera o más o menos practicantes de una cierta religión responden a esas características con las que solemos asociarlos. Esto también lo sabemos todos, quiero creer.

La cuestión es que con este asunto de un Papa argentino que causó revuelo y se tiñó de todas las ideologías posibles, con defensores y detractores, cuestionadores y fanáticos, catedráticos o legos opinólogos y tirabombas a sueldo, conservadores, progresistas, gente de centro y gente de izquierda, Católicos, Judíos, agnósticos, ateos e indiferentes, salió a relucir casi inconcientemente en mucho de lo que se ha dicho y escrito sobre la individualidad de este hombre, lo que el mundo tiende a pensar sobre nosotros, queridos y odiados argentinos, cosa entendible por muchas razones. Es exactamente el estereotipo que plasma el chiste que hasta nosotros contamos en nuestras mesas de café y nos hace reír. Es innegable que subyace un cierto preconcepto de que todos los argentinos somos tan apasionados y cabeza huecas como para que nos de igual Messi que Bergoglio y que por eso muchos estamos contentos. O de que ahora de repente somos más papistas que el Papa, como dijo una bloguera argentina que vive en Inglaterra. Me da la sensación, a riesgo de equivocarme, de que ha salido a relucir la idea de que somos sudacas de sangre caliente y poco cerebro. Esto dicho hasta por argentinos mismos, no me canso de recalcarlo. Muchos creen que todos pensamos que Maradona es Dios, nos enfervorizamos con Messi porque además de ser genial con el balón nació en Rosario, somos cholulos de Máxima Zorreguieta y la vamos de Gardel en la 9 de Julio y cuando andamos por el mundo. Admito que algo de ese triunfalismo debe ser cierto.

No obstante, para muchos argentinos, pensantes y apasionados, ya que una cosa no quita la otra, hay una larguísima lista de personas bajo nuestra bandera que nos despiertan una admiración menos ruidosa que no trasciende del mismo modo las fronteras. Acá va una y se que me voy a quedar corta, pero me pueden ayudar a completarla en sus comentarios: Favaloro, Milstein, Leloir, Borges, Cortazar Sábato, Gabriela Mistral, María Elena Walsh, Quinquela Martín, Quino y Mafalda, Caloi, Fontanarrosa, Piazzolla, Daniel Barenboin, Les Luthiers, Fangio, Vilas, Del Potro, Lalo Schiffrin, Julio Bocca, Juan José Campanella, el Rabino Bergman... Podría inclusive ampliar la lista con cosas nuestras que nos identifican positivamente, aunque a algunos de nosotros no nos gusten, nos caigan mal o las tengamos prohibidas por prescripción médica: el asado, los ravioles del domingo, la pizza con moscato y fainá, el vino tinto, el dulce de leche, el mate...


Es probable que con este listado no esté haciendo más que confirmar el estereotipo de argentina fanfarrona, el de aquellos que proclaman que Dios es argentino y por eso, en el chiste que cito, Dios lo quiere matar al argentino que muere, va al cielo a pesar de todo y se lo encuentra cara a cara, por soberbio. Dilma Rousseff bromeó en su encuentro con Francisco hace unos días diciendo que el Papa es argentino pero Dios es brasileño, y me pareció simpático y muy esclarecedor su chiste. Ante todo porque, a pesar de ser futbolera cuando de mundiales se trata y argentina, me caen muy bien los brasileños, a quienes tenemos como rivales odiosos y temidos en la cancha, donde los llamamos "brazucas de m...", discutimos para determinar quién es el mejor, Maradona o Pelé, y sentimos que, siendo pentacampeones, se creen "o mais grande do mundo", y además porque su comentario humorístico pone en evidencia ante un argentino que no se la cree lo que tantos piensan de nosotros. Es así y tiene su fundamento, nos guste o no, pero ojo al piojo: no somos todos iguales.

El miércoles atravesé la ciudad en colectivo, tren y subte, haciendo trámites, otro mal argentino, y me encontré con una Buenos Aires empapelada con pósters y afiches del Papa Francisco y con el obelisco enfundado en la bandera Papal. Los pósters y afiches son de proveniencia diversa, evidentemente. Es obvio que algunos responden a ciertos intereses creados a partir de esta proyección histórica que nos da el hecho de tener un Papa argentino que aún no hemos dimensionado y que medio país y medio planeta no termina de digerir. Pueden gustarnos más o menos, los podemos adjudicar a ese fervor bullanguero tan nuestro por cualquier cosa que huele a gol, a nuestra vena triunfalista y hasta podemos objetarlos desde nuestra propia ideología por estar teñidos de otra distinta a la nuestra, pero no creo que sean condenables. En todo caso, podríamos utilizarlos como herramienta de estudio para ver quiénes y cómo somos cuando no nos dejamos llevar por los lamentos del tango, la melancolía de los acordes de un triste bandoneón y el gris plomizo del cielo y el Río de la Plata. Porque además está también el prejuicio de que los porteños creemos que sólo nosotros somos argentinos, no el resto de los más de cuarenta millones de argentinos que habitan este extenso y variado suelo. No puedo dejar de pensar que otro hubiese sido el cantar si se hubiese elegido a un africano o a otro europeo más como Papa. Pero como canta el catalán Serrat y escribió Mario Benedetti "el sur también existe" y se hizo visible y materia de estudio y polémica con este acontecimiento.

Me resulta interesante ver cómo cada sector, cada grupo religioso e ideológico y cada país reacciona ante este hecho sin precedente y me sirve como una herramienta sociológica para seguir pensando en el ser argentina y habitante del diverso y heterogéneo mundo de hoy. Estaría buenísimo llamarlo a Zygmunt Bauman para que escriba sobre la argentinidad líquida (¡mirá que título que le tiré a Bauman!), pero ya está grande, lleno de guita, de premios y distinciones, cobra en euros, vivimos en el culo del mundo y no creo que le interesemos ni ahí.




A boca de jarro

domingo, 17 de marzo de 2013

El diario de hoy


 
  El diario de hoy es un ejemplar que estoy deseosa de leer, a diferencia de años de pesadumbre a la hora de recibir el periódico dominical, el único que compramos en casa en toda la semana. Parece surrealista, como si todo se tratara de un sueño y temo despertar porque se trata de un buen sueño. No es un milagro, no es que el mundo va a cambiar mañana o que ha cambiado algo de lo que me preocupa de él de la noche a la mañana y donde tengo, para bien y para mal, los pies bien plantados. Siguen angustiándome las noticias sobre la miseria, la injusticia social, las turbias maniobras políticas, la exclusión, la inseguridad, la inequidad, inclusive a la hora de abogar por los derechos humanos, porque humanos somos todos, el crimen, la impunidad y la violencia, la frivolidad y los excesos contrapuestos con la pobreza de tantos que duermen en la calle y comen de nuestros residuos en su desvalía, esa presbicia que les endilgamos a los poderosos de turno y de la que nosotros también padecemos, al punto de haberles dado el poder para ignorarnos y hacer de nuestras vidas proyectos truncos de un color gris plomizo.


  El humo blanco que salió de una chimenea el pasado miércoles en Roma limpió el cielo de mi esperanza, y creo que no soy la única que siente así. Vivo bajo el mismo cielo que el día anterior a ese, pero parece que el horizonte se ha despejado un tanto, que las nubes amenazadoras que cubrían nuestros ánimos día a día se han ido con vientos que huelen a cambio, como el aroma a lluvia cuando se anuncia sobre el campo reseco y que los pronósticos del tiempo no auguraban. Ni siquiera el hombre que llegó de madrugada a la desierta inmensidad del aeropuerto de Fiumicino, enfundado en un sobretodo negro, cons sus viejos zapatos negros de suela de goma gastada de tanto dificultoso andar y con una pequeña maleta que esperó solo al desembarcar, sin custodia ni comitiva de recepción, para luego dirigirse a la labor para la cual había sido convocado y con el boleto de vuelta en el bolsillo y su cuota de miembro del club deportivo San Lorenzo al día, esperaba este cambio de paradigma. De esta inesperada sorpresa proviene mi alegría. Es una alegría histórica de la cual todavía no hemos tomado verdadera dimensión. Pocos hombres salidos de este, el confín del mundo, han sido distinguidos y señalados por los nobles motivos por los que Jorge Bergoglio se convertirá en Francisco el martes 14, día en el que la grey Católica a la cual pertenezco celebrará la festividad de San José.


  Y me ha embargado una cierta euforia que hace años no sentía y que recordaré toda la vida como argentina y como ciudadana del mundo al ver a este hombre presentarse de blanco y sin púrpura ni armiño como Obispo de Roma y no como Papa, irradiando una mansedumbre luminosa de genuina y humilde alegría, procurando encontarse ante la magnitud de lo que vislumbraba y lo que pasaría por su mente y su corazón, hincándose para que oráramos todos juntos, como una gran fraternidad global, por él y por nosotros, por la paz, deseando a viva voz una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia que enfrenta una grave y profunda crisis y que hace un intento de renovarse sin precedentes, de discontinuidad con el pasado por el cual se la condena despiadadamente, basada en la figura de un hombre que rechaza el oro, la limusina y el lujo desmedido que se le ofrece para seguir llevando su austera cruz de plata, su anillo de bronce y viajar en el ómnibus con los demás cardenales que trabajaron para elegirlo a él, que pagó la cuenta del hotel donde se hospedó durante el Cónclave y que hace expulsar a un corrupto de una capilla del Vaticano por haber encubierto a sacerdotes pedófilos ni más ni menos que en los Estados Unidos. Desde ya, no ha cambiado al mundo, pero de una manera clara y directa, sencilla y sin discursos teñidos de moralina, sus gestos dicen más que mil palabras que nos aturdan y me hacen ver el mundo como un lugar un poco mejor.


  No han faltado aquellos que han sembrado cizaña intentando ensuciar su trayectoria de cura de la calle, de las cárceles, de las maternidades de mujeres violadas y solas, de los enfermos de sida, de los padres de aquellos hijos, y en muchos casos nietos menores, que murieron en un trágico incendio en una discoteca porteña en 2004, a quienes acompañó a la morgue en las horas más oscuras y de quienes jamás se desentendió, el cura que defiende causas como las de la AMIA o Malvinas, el pastor de un rebaño descarriado y necesitado de mirada que lo desvela. No han faltado compatriotas que confabularan en su contra y observadores internacionales que se han hecho eco de turbias historias infundadas de un pasado que como sociedad y como mundo no terminamos de dejar donde pertenece. Han llegado a decir que todo esto es una cortina de humo, una movida de corte mediático para distraernos de la muerte de Chávez y sus implicancias en Latinoamérica. Y por supuesto no faltaron los que nos criticaron por sudacas de sangre caliente y poca cabeza, fanatizados por este hecho extraordianrio, como cuando nos ponemos la camiseta para ver a la selección argentina. Yo pensé cuando leí o escuché cosas como estas en que a Lennon lo aplaudimos por su aún viva proclama de ser un soñador, y de no de no ser el único en "Imagine", pero parece que nosotros, católicos, protestantes, judíos, como el Ravino Bergman, que llamó a Bergoglio "su rabino", agnósticos, ateos o indiferentes, que sencillamente nos sentimos contentos con lo sucedido, no tenemos derecho a soñar. Me he encontrado con fotos burlonas como la de abajo, publicadas por argentinos mismos:
  Quien quiera que haya tenido una herida que no ha terminado de cicatrizar sabe que no hay nada peor que abrirla de nuevo cuando parecía estar cerrándose. Y es tristemente evidente que muchos no dejan o no pueden dejar sanar esa herida y así perpetúan nuestra enfermedad, ya que de ese modo no es posible proyectarnos a un futuro más sano. Todos los responsables de aquel mal de los setenta han sido juzgados por la justicia local: creo que no ha quedado nadie sin pasar bajo la lupa de la justicia. Y así y todo, hay quienes se encargan de intentar poner palos en la rueda para el nuevo camino que Francisco nos instó a transitar juntos y en el cual nos negamos a creer, aferrándonos al prejuicio de los errores cometidos por una institución humana, errores admitidos y por los cuales han pedido perdón figuras ejemplares y siguen haciéndolo. Una institución muy vasta y sobre la que se generaliza burdamente, sin conocer detalles que no ocupan su debido lugar en los medios, y de la que sólo parecen trascender los escándalos, el oro y la pompa y no las buenas acciones anónimas que se realizan en jeans y alpargatas de lona en silencio y con escasos recursos a diario. Pero el corazón humano es duro a la hora de perdonar y de juzgar con ecuanimidad y así es como se estanca en su camino hacia lo que podría ser un futuro un poco mejor. No dejamos de pensar con la cabeza puesta en nuestras amargas experiencias del pasado y le negamos a nuestro corazón, hambriento de esperanza, la posibilidad de escuchar y abrirse. Tal vez de eso simplemente se trate: de empezar a escuchar con el corazón y alimentarlo en la ilusión. Pero el miedo a ser defraudados una vez más parece poder más.

  Nuestros humos tienden a ser grises o más bien negros hace mucho, inflamados de desigualdades y desencuentros, restricciones a nuestras libertades, intolerancia, inestabilidad económica, falta de diálogo, sospechas de enriquecimiento ilícito, crímenes inexplicablemente violentos e impunes y falta de proyección hacia un futuro auspicioso. Y el pasado 13 del 03 del 2013 se abrió una pequeña puerta que dejó entrar la posibilidad de aires de cambio. Un cambio que ya se anuncia en la reunión entre nuestra primera mandataria y el nuevo Obispo de Roma, que hace tiempo ya no se encontraban cara a cara. Una puerta que abre la oportunidad impensada de que un latinoamericano valioso, valiente, bien preparado y carismático, que no cae en la demagogia ni comulga con el populismo, con el coraje de denunciar la injusticia y aquello que atenta contra el verdadero espíritu cristiano desde el corazón mismo del Vaticano, emprenda la misión de evangelizar sin sangre a un mundo que parece haber perdido la fe ya no en la divinidad sino en la humanidad misma. Y es allí donde reside su mayor mal, en la angustia y la falta de sentido que lo aqueja y que se ha intensificado por su materialismo a partir del desmoronamiento económico que arrasa con proyectos de vida dignos que quedan truncos en tantos rincones del planeta.


  No es fácil admitir que se es creyente en un mundo donde está mal vista la espiritualidad así asumida y se prefiere la intelectualización como mecanismo de defensa a nuestro miedo a ser defraudados, teñida de ideologías nihilistas y desesperanzadas, donde se prefiere la descalificación desapasionada a la ilusión apasionada. Se nos cuestiona ahora a los católicos del mundo por no dar buenos ejemplos, como si tuviésemos el deber de ser todos santos. Jesucristo nos amó en y por nuestras miserias y así se erigió en pastor de ovejas que cargó en sus hombros a riesgo de ser manchado por sus excrementos. Compartió su mesa con las prostitutas, los marginales, los desviados, los excluidos de entonces y también se sospechó que aspiraba a un reino terrenal que nada tenía que ver con el reino que pregonaba ni con su ejemplo de vida. Por eso se lo crucificó. Ojalá no volvamos a hacer algo parecido una vez más. Estamos hecho de barro y nos sentimos hundidos en ese mismo fango, necesitados de una guía que nos inspire confianza desde sus gestos y sus acciones, aunque para eso es menester que le demos tiempo y una oportunidad de probar que es digno de calzar las sandalias de pescador que le han sido dadas, y no los zapatos rojos que se niega a llevar puestos. Y nos rehusamos a confiar. A veces lo que más nos cuesta es lo que más andamos necesitando. Con todo eso, por una vez, luego de haber transitado áridos desiertos en mi vida adulta, luego de haber caído en oscuros abismos de escepticismo y de sentirme perdida y temerosa, débil y tibia en mis principios, mis convicciones y creencias y llena de defectos como persona y como miembro de una sociedad, me desperté un domingo de madrugada a escribir sobre lo que me doy permiso a vivir como una esperanza de cambio, de asomar a un valle, bajo un rayo de sol que hace mucho no recibía en su suave y sanadora luz y deseosa de leer el diario de hoy.

 "Ojalá el otoño, en vez de hojas secas,
pinte mi cosecha de pitisa alegre,
siembre una llanura de patata y fresas,
ojalá que llueva café.

Pa que en el conuco
no se sufra tanto,
ojalá que llueva café en el campo.
Pa que en Villa Vásquez oigan este canto,
ojalá que llueva cafe en el campo.
Pa que todos los niños
canten este canto,
ojalá que llueva café en el campo
ojalá que llueva,
ojalá que llueva,
ojalá que llueva café en el campo."




A boca de jarro

miércoles, 13 de marzo de 2013

HABEMUS PAPAM ARGENTINO!!!


  


  El párroco de la pequeñísima parroquia de la vuelta de casa a la que asisto en ocasiones los domingos nos contó en la homilía del domingo pasado, después de la lectura de la Parábola del hijo pródigo, que hace más de setecientos años se realizó una reunión para elegir Papa en la que los purpurados no se terminaban de poner de acuerdo. Así fue como se extendió por largo tiempo. Entonces, para presionarlos a tomar una pronta decisión, el gobernador a cargo de la ciudad donde se llevaba a cabo el Cónclave en aquel momento, que recibió este nombre a partir de este suceso, decidió encerrar bajo llave a los prelados en el edificio en donde se reunían, de allí que a esta asamblea se la conozca con el nombre de Cónclave, (del latín "cum clavis" que significa "bajo llave").



  Sin embargo, lo más jugoso de esta historia no termina ahí. Los Cardenales indecisos en Viterbo no solamente quedaron encerrados bajo llave, sino que además, el señor de Viterbo, Alberto de Montebono, hizo realizar una abertura en el techo del edificio en pleno invierno europeo, y por allí se les suministraban alimentos racionados a quienes de todos modos se tomaron su tiempo para arribar a una determinación. A este Cónclave, que comenzó en el año 1268 y concluyó en el año 1271 para elegir al sucesor de Clemente IV, por fin se le ocurrió, luego de haber dilatado la nominación enredándose en discusiones bizantinas, bajo presiones de la política externa y ambiciones de los poderosos de Roma de turno, que la mejor opción sería ir en busca de un santo que vivía en oración permanente y muy frugalmente de lo que los lugareños le acercaban para alimentarse en lo alto de un monte. Este hombre fue nombrado Papa por ser bueno. Pero sólo duró en sus funciones unos escasos cinco meses, porque no basta con ser bueno, hay que ser un buen pastor de un gran y disperso rebaño, una guía que ande los mismos caminos que peregrinamos todos. Aunque este pobre hombre sí logró promulgar la constitución Ubi periculum, que regula la clausura de los cardenales para la elección pontífica y consagra definitivamente la figura del Cónclave como lo vimos realizarse hasta hace apenas unas horas.


  La cuestión es que HABEMUS PAPAM ARGENTINO, y es justamente en mi pequeña parroquia donde conocí a Jorge Bergoglio y donde hoy repicaron las campanas de felicidad ante la noticia para todo el barrio que lo tuvo allí hace unos meses no más. Una señora me comentó a la salida del templo el domingo que hace unas semanas Bergoglio concelebró la Misa en su barrio natal de Flores, y al salir, luego de saludar a toda la asamblea, como es su costumbre, se tomó el subte para volver a la Curia, como hace siempre: es un tipo que nunca quiso tener auto propio y se maneja en la austeridad del transporte público, como lo hacemos tantos de nosotros. Además de su admirable humildad, es un inteligente, agudo, bien formado y estudioso Jesuita, con entrañas de misericordia y empatía que clama por los más desvalidos, un Jesuita que por vez primera llega a ser Papa. La elección de este valioso hombre es un hecho que me ha estremecido hasta las lágrimas por diversas razones. La primera y más importante es porque se trata de un hombre auténtico, trabajador, conocedor de la naturaleza humana, sencillo y valiente, que llegó a ser un buen pastor de nuestra Iglesia emergiendo de la misma clase social a la que pertenezco, la clase media argentina, en extinción hoy por hoy; un técnico químico egresado de la escuela pública argentina de excelencia en su momento y hoy en triste y franca decadencia, hijo de un ferroviario y una ama de casa y formado como sacerdote en el Seminario de Villa Devoto, mi barrio. Y porque al frente de la Iglesia local ha desempeñado un rol clave como vocero de las injusticias sociales, la corrupción imperante y la miseria creciente que le preocupan como a uno más de nosotros. Por eso lo considero justo merecedor del cargo que se le ha sido asignado. 


  La segunda es que sus palabras se sienten siempre honestas y habla con el corazón abierto. Se expresa con frases y modismos que usamos nosotros en nuestras reuniones, en nuestra mesa, quiero decir, habla la lengua de la gente a la cual se dirige y así se hace entender y arranca sonrisas y asentimiento pleno en sus alocuciones públicas. Recibe aplausos y ovaciones a los que siempre intenta acallar, porque no busca ser adulado sino escuchado, aunque muchos oídos se resisten a sus verdades dichas siempre a boca de jarro. Cuando lo tuve cerca, le expresé mi admiración por su persona, e hizo un gesto con su mano, una mano grande y siempre abierta, como para restarle importancia a mis elogios, y luego me ofreció un fuerte y firme apretón de manos que habló más que mil palabras y que guardo en mi corazón. Allí estaba la ilusión que hoy se hizo realidad. Francisco I es un hombre que suele hacer lo que hizo en su primera aparición pública como Papa: se inclina frente a su grey y pide que oremos por él. Y también se anima a levantar su índice para denunciar sin miedo lo que cree condenable, aún a costas de ser desdeñado por quienes detentan el poder político.


  Y la tercera es que América Latina merecía tener un Papa salido de sus benditas entrañas por una vez. Por eso es Francisco I: es el primero de una larga lista que abre la puerta a una esperanza de cambio para nuestro convulsionado y estancado mundo. Para mi país también su elección plantea nuevos horizontes. Yo tan sólo quiero dar testimonio de la alegría de la gente de la calle, de la gente común, la mía y la de mis familiares, que me llamaron ante el anuncio conmovidos, gente común que se siente a la vez aún pasmada y orgullosa, aunque sabemos que lo que le espera no es tarea fácil. Como dijo otro sacerdote que vi por televisión hoy y al que también conozco personalmente, confiamos en que Dios le concederá la gracia y sabemos que todos deberemos pedir que le conceda las fuerzas necesarias que Benedicto no tuvo para llevar la enorme y compleja labor que se le ha encomendado a buen puerto. 


¡Que así sea!


   Oración  Simple

Señor: Haz de mí un instrumento de tu paz,
Donde haya odio, ponga yo amor,
Donde haya ofensa ponga yo perdón,

Donde haya discordia, ponga yo unión,
Donde haya error, ponga yo verdad,
Donde haya duda, ponga yo fe,
Donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
Donde haya tinieblas, ponga yo Tu luz,
Donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Oh, Maestro: 
Que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar,
En ser comprendido, como en comprender,
En ser amado, como en amar.

Porque dando se recibe,
Olvidando se encuentra,
Perdonando se es perdonado
Y muriendo se nace a la Vida.




 San Francisco de Asís 



A boca de jarro

domingo, 10 de marzo de 2013

Reverberancias del hijo pródigo: el regreso


Rembrandt, "El regreso del hijo pródigo"


 Se ve en la política de hoy y de antaño, se ve en la Iglesia en vísperas de un nuevo Cónclave, se ve en las grandes obras de la literatura y del cine que recrean la realidad, se ve también, aunque cueste más percibirlo con claridad, en el devenir de nuestras vidas, la necesidad y la búsqueda constante que tenemos aquellos que nos consideramos adultos de una fuerte figura paternante que nos brinde una sensación de protección y respaldo.

  Es interesante siempre analizar fenómenos como el de Hugo Chávez, cuya muerte parece dejar huérfanos a millones de venezolanos que lo despiden con lágrimas, a pesar de todo lo que envuelve y significa un "padre" como Chávez, y aunque un sentir como este no resulte históricamente novedoso. Sucedió en Europa con figuras de poder que generan hasta hoy tanto controversia y repudio como adhesión y fanatismo: Franco, Mussolini, Hitler, Stalin, Lenin, e inclusive, sin ir tan atrás en la historia, en la actualidad la figura, ahora vacante, del Papa. Sucedió en China con Mao. Es curioso que algunos insistan en que es el fervor del pueblo latinoamericano el que erige estos "padres" o "madres" idolatrados, como Perón y Evita en la Argentina o el Che Guevara, para venerarlos y adorarlos u odiarlos y denostarlos. Me inclinaría a pensar que se trata de un fenómeno humano universal no sólo de masas, sino también individual. Lo hacemos con ídolos deportivos, como Pelé, Maradona o Messi, con estrellas del espectáculo, como Elvis, Lennon o Bob Marley, y hasta con figuras destacadas de la cultura, tal vez en distintos grados. Y lo hacemos en el anonimato de nuestra cotidianeidad, siendo causa de equilibrio emocional o de un sentido de desorientación vital y profunda carencia afectiva cuando reclamamos más de lo que agradecemos de esas figuras que tenemos como padres, físicamente presentes o no.

  No hay historias más ricas que aquellas en las que se nos presenta la trama de la relación paterno-filial. Siempre podemos identificarnos con ellas, de un modo u otro, por similitud o franco contraste, aunque de la nuestra no conozcamos el desenlace. Justamente hoy se leyó en los templos Católicos de todo el mundo la bellísima parábola del hijo pródigo. Pródigo es aquel que abandona a los de su sangre, malgasta su dinero descuidadamente, para luego regresar convertido en una persona mejor gracias a haber extraviado el camino del bien propio. Y tiene mucho que ver el padre en este crecimiento que hace del hijo a un hombre que ya no depende de la aprobación de la figura paterna que muchos seguimos procurando toda la vida. Por eso, esta es la historia de un hijo, pero su padre juega un rol central en su desarrollo. El vínculo resulta crucial en el devenir adulto del joven. Y aunque Bíblica, no se trata de una historia moralista ni maniqueísta o en la que se ilustre el ejercicio de una firme autoridad por parte del padre. Muy por el contrario, en esta parábola, se nos presenta a un descarriado hijo menor que le pide a su padre la parte de la herencia que le corresponde para irse de la casa paterna a una tierra lejana a malgastar el dinero recibido en una vida licenciosa, dejando así vacante su puesto de trabajo junto a su padre y su hermano mayor. Pronto se le acaba el dinero y se encuentra en la necesidad de procurárselo, por lo que termina trabajando para un hombre insensible que le ordena alimentar a sus cerdos, de quienes llega a envidiar el alimento que toman. Es entonces cuando cae en la cuenta de lo que ha perdido y lo añora. Así es que decide volver. Su padre, que no había dicho nada cuando lo vio partir, sino que habilitó los medios para su viaje iniciático de crecimiento personal, tampoco le reprocha nada al verlo volver a la distancia. Se llena de alegría por el retorno de su hijo, que, según el texto de Lucas, estaba perdido y ha sido encontrado, muerto y ha vuelto a la vida, y manda a sus sirvientes a organizar una fiesta para celebrar el regreso.

  Se nos explica que es una historia de conversión. Y más allá de toda su implicancia espiritual para quienes somos creyentes, la conversión es el hecho que todo ser necesita transitar para crecer, y esto sucede cuando nos convertimos en nuestros propios padres, capaces de pararnos frente a los desafíos y cambios vitales sin el amparo de aquellos que nos dieron la vida, pero haciendo uso de lo bueno y nutricio que nos han legado. Sucede cuando dejamos de reclamar como niños lo que creemos que merecíamos o merecemos y por fin nos animamos a vivir con lo que nos ha sido dado, pero más fundamentalmente, con lo que hemos conseguido y construido por nuestros propios medios, por el hecho de ser quienes somos y cuando en definitiva aprendemos a valorarnos más allá de la valoración que otros hagan de nosotros, sobre todo, nuestros padres. Es entonces cuando se produce el prodigio de la conversión más sanadora que existe, como la encarnaron Gandhi o Mandela, para dar tan sólo un par de ejemplos. De todos modos, sin ese alejamiento previo de "la casa paterna", que puede implicar equivocar el camino, sin esa confrontación o cuestionamiento con lo que se espera de nosotros, a veces implícito, y sus consecuencias, sin llegar a aprender de nuestros propios errores y tomar las decisiones vitales que necesitamos tomar por cuenta propia, siempre dependeremos de una figura paternante que nos marque el rumbo.

  Escuchando hoy el relato pensaba que todos desesaríamos tener un padre como el de la parábola, aunque debe haber muy pocos. Y además son muy pocos los hijos capaces de tener la humildad de admitir que se han equivocado, de perdonarse por los errores cometidos y de valorar a padres para quienes valen simplemente por haberse encontrado a sí mismos, no como sus padres desean, sino en sus propios términos, y por el mero hecho de estar vivos y no por ser una continuación o "una versión mejorada" de sus propias vidas. Tal vez sea la inmadurez del género humano, la falta de buenos padres y de hijos capaces de madurar para convertire en sus propios padres ante esta carencia, lo que mejor explique los fenómenos de líderes paternalistas como los que estamos viendo hacer historia por estos días y las búsquedas y desencuentros de nuestras propias historias vinculares que tan profundamente nos marcan. Es claro que necesitamos evolucionar mucho más como especie y como individuos para merecer "padres" que no abusen de su autoridad y no interfieran con nuestro crecimiento personal.

A boca de jarro

domingo, 24 de febrero de 2013

Pongo rumbo al horizonte




 "Puse rumbo al horizonte
y por nada me detuve,
ansioso por llegar
donde las olas salpican las nubes.


  Y brindar en primera fila
con el sol resucitado,
sentarme en la barandilla
y ver qué hay del otro lado.

Y cuanto más voy pa' allá
más lejos queda,
cuanto más deprisa voy
más lejos se va."

                                                       "El horizonte", Joan Manuel Serrat.

  Me jugué y gané la apuesta ampliamente, señoras y señores. Aunque no me pone contenta ver que tan sólo la referencia al sexo resulte un gancho tanto más eficaz, un caza lectores tanto más eficiente que el intentar pensar sobre la compleja y diversa realidad que me toca vivir, que es la propuesta de este espacio de reflexión en el que últimamente se ha estado hablando de emociones negativas y enfermedad porque es eso precisamente lo que estoy transitando. La entrada sobre inteligencia erótica arrasó en número de visitas y comentarios, simplemente por el título, ya que está basada en una charla que seguramente la mayoría de quienes visitaron la página no escucharon, por el tiempo que insume, la barrera del idioma y la ausencia del material que muy posiblemente buscaban y no encontraron. No me cabe duda de que ese largo texto que resume las opiniones de la sexóloga Esther Perel, mechado con mi propia visión y vivencia del deseo en la pareja de larga duración, que podría rotularse como poco sexual, pacata, pasada de moda y hasta con cierto tufo a moralina, desilusionó al importante número de visitantes que llegó a ver de qué se trataba pero que no se encontraron con el contenido que imaginaban. Apenas dieron con una señora sexy en un video, con un parecido poco casual a Sharon Stone en "Bajos Instintos", al pie de una larga reflexión personal de lo más aburrida. Y, sin embargo, sólo por la mera mención del erotismo en el título, superó cómodamente en números a todo lo que he venido escribiendo este verano acerca de una realidad que, igual que el sexo, nos afecta a todos, pero, a diferencia del sexo, deserotiza y espanta, porque nada tiene que ver con el culto al placer y la juventud de nuestros tiempos: los cambios en la edad media de la vida y la enfermedad.

   Mis últimas entradas han sido fiel reflejo de todo el espectro de emociones negativas que afloraron al sentir que perdí la salud y con ella gran parte de lo que me identificaba con un "yo" agradable para mí misma y aceptable socialmente, sobre todo, desde lo funcional y lo estético: mi hermoso cabello largo que comenzó a debilitarse y a caerse, mis grandes ojos marrones que se secaron, se inflamaron y enrojecieron, la boca que prodigaba besos mojados y que ahora necesita de agua permanentemente, que saboreaba ricos platos que ahora producen ardor e inflamación y que hablaba y canturreaba sin parar en dos lenguas sin cansar la voz que hoy se resiente, mis articulaciones, que limpiaban, escribían, bailaban y ejercitaban sin dar queja y ahora duelen, mi piel que se bronceaba en verano y en la cual los perfumes resaltaban y ahora se reseca o erupciona como un volcán al mero contacto con la luz solar o un cosmético. Todo esto me hizo enojar y entristecer, ya que me forzó a tomar conciencia de mi finitud, llegando repentinamente a una edad en la que no esperaba algo así, a un punto de mi ciclo vital en el que habrá cambios incómodos aunque no letales que tendré que aceptar para los que la medicina no parece tener cura. Se me hizo claro que entré en un terreno que solemos temer porque aprendemos desde muy pequeños que nos hace feos, poco valiosos, invisibles o visibles a miradas que lastiman, porque incomoda, es desagradable y hasta nos hace sentir culpables de comportamientos pasados. Desde esta actitud de edadismo que llevamos impresa a fuego es desde donde también muchos afrontan la vejez misma y todo lo que ella conlleva: canas, arrugas, cambios corporales considerados antiestéticos, la supuesta falta de deseo y potencia sexual generada principalmente por lo que social e hipócritamente se espera del sexo y se toma como norma, falta de energías y vitalidad, achaques, dolor y muerte.  Por eso es que hacemos e invertimos tanto tiempo y dinero en retrasarla, disimularla u ocultarla.

  A pesar del desconcierto que me producen los síntomas, a mis 44 años, una historia clínica sana y sin un diagnóstico definido todavía, ha sido muy interesante comenzar a transitar este camino de enfermedad que seguramente ha llegado a mí para enseñarme alguna valiosa lección que necesito aprender, para abrirme caminos de indagación personal que conduzcan a un destino incierto pero seguramente más auténtico y más conectado con lo esencial así como a la aceptación de la realidad ineludible de que la vida es cambio permanente. Pero más interesante aún resulta ver cómo reaccionan los otros frente a ésto, quienes de un modo u otro me acompañan, desde sus propias y entendibles limitaciones, como las mías. Algunos, muy cercanos, se enfurecieron conmigo hasta los gritos, acusándome de estar generando o agrandando yo misma el escollo con mi actitud temerosa que dio paso al enojo, la ansiedad y la desesperanza por momentos y que, según ellos, es lo que más enferma, a pesar de que no se adopta por voluntad propia: es lo que sale, lo que hay. Esos gritos, con rótulos y revelaciones acerca de la imagen que proyecto en quienes los profirieron, dolieron mucho. Otros intentaron tranquilizarme haciendo comparaciones con otros seres que se enferman mucho más seriamente, razón por la cual debería yo considerar lo que a mí me pasa una nimiedad sin importancia y seguir adelante sin prestarle mayor atención. Por supuesto me conmueve ver a esa chica de no más de veinte que vive en mi calle y se pasea con su cabeza pelada por el efecto de la quimio y con su pequeña hija de la mano. Me apena profundamente descubrir, al entrar al negocio de uno de mis mejores vecinos, que el tumor que le extirparon el año pasado se ha extendido y ha tomado ganglios, y verlo desmejorado y deprimido aunque de pie y trabajando, igual que yo. Pero yo, como esa chica sin pelo y mi vecino con cáncer, vivo dentro de mis zapatos. Puedo ponerme en los zapatos del otro por un rato, puedo empatizar y compadecerme, pero no puedo dejar de conectar con lo que siento que falla en mí y que hasta hace poco funcionaba bien. Como bien lo explica mi estimado y respetado Antonio H. Martín, autor de la bitácora Cuaderno Nocturno, en uno de sus últimos textos, "A partir del caos": "De momento, sólo diré que parece que cada uno tiene su particular estilo, un modo personal de percibir y de reaccionar ante los hechos de la existencia, como una actitud natural no elegida, un lenguaje individual, y desde ahí camina y vive."
  
  Entiendo que la actitud con la que encaramos la existencia toda, en las buenas y las malas, no se elige a voluntad de un menú disponible, y que resulta harto difícil manejarla o dominarla de acuerdo a lo que nos conviene. De otro modo, no habrían muerto cientos de miles de almas en campos de concentración y sobrevivido sólo algunos que, con su enorme entereza y sabiduría, han dejado testimonio de la actitud de vida que permite lograr superar semejante atrocidad, como Viktor Frankl, por ejemplo. Se intenta no sufrir ante el dolor y la pérdida, pero no es tarea simple. Me admira lo que llaman "la práctica del no sufrir" de la que hablan los budistas. Según dicen, Buda vino a enseñarnos que aunque el sufrimiento es parte de la condición humana, no es necesario. Esto no quiere decir que el dolor no exista –el dolor es inevitable ya que sentimos. Sin embargo, insisten en que al practicar el arte del no sufrir, se aceptan los hechos de la vida y las lecciones que nos vienen a enseñar. Si estos hechos son dolorosos, naturalmente sentiremos dolor, pero no lo intensificaremos mentalmente agravando la historia que creamos y diciéndonos: "Esto es devastador. No puedo soportar  vivir así. Es demasiado para mí. Me va a arruinar". Según dicen, somos capaces de convertir el dolor en ganancia, de escribir un relato heroico de los hechos en el que el dolor sea una parte importante de nuestra curación y liberación y no una historia que nos confirme como víctimas y nos condene a un sufrimiento aún mayor. Se debería poder renunciar al sufrimiento y así dejar de aprender lecciones a través de traumas, conflictos y enfermedades para llegar a ser capaces de comenzar a aprender directamente del conocimiento en sí. Pero me temo que yo no he llegado a ese grado de iluminación o no he aprendido todavía a romper con este karma, aunque no pierdo las esperanzas. 

   No es mi intención regodearme en la infelicidad ni escribir sobre lo que se ha ido para no volver. No es mi intención dar lástima, dejar salir el vapor de mis malos humores o buscar que quienes me leen y comentan se vean forzados a darme ánimos y a ir perdiendo el interés de leerme porque sé que la temática no exhala positivismo ni alegría, y eso tiende a espantar hasta a los más compasivos de los seres. Por lo tanto, aquí hago un alto en el camino, me doy una pausa, me tomo las vacaciones que no me tomé de los médicos que encontré, los exámenes de laboratorio y los desvelos y pongo rumbo al horizonte. Entre tanto, me voy reincorporando, visiblimente distinta, diría desmejorada, pero es una impresión subjetiva comparada con aquella que no volveré a ser, a la rutina escolar de mis hijos y a mi trabajo, y continúo con los tratamientos paliativos y a la espera de definiciones. Todavía me quedan un par de buenos especialistas más por consultar, que por fin han regresado de sus vacaciones. Por eso éste es el verano de mi descontento, el más largo de mi vida, casi un invierno con poco sol. Me refugio en las caricias y el apoyo de mi núcleo más íntimo: mi esposo y mis hijos, mis verdaderos soles. Y cuando vuelva, tal vez haya crecido y podré dar algún otro testimonio más luminoso e interesante, algo más de una nueva "yo" que haya crecido y aprendido las lecciones necesarias del camino de la enfermedad que le ha tocado transitar, como a tantos. Me llevo una cita que publicó otro autor de blog amigo:


"Tu enfermedad refleja una desarmonía interior, en tu alma. Tu enfermedad es tu aliada, te señala que mires en tu alma, a ver qué te sucede. ¡Dale las gracias: te brinda la ocasión de hacer las paces contigo mismo!"

Cita de Ghislaine Lactot tomada de "Sánate a tí mismo" por mj en Eternauta.       

¡Que así sea!  

 
A boca de jarro 

domingo, 17 de febrero de 2013

Inteligencia erótica



"The very ingredients that nurture love — mutuality, reciprocity, protection, worry, responsibility for the other — are sometimes the very ingredients that stifle desire." 

"Los mismos ingredientes que alimentan al amor, el compañerismo, la reciprocidad, la protección, la capacidad de confiar en el otro, la preocupación, la responsabilidad, son a veces exactamente los mismos ingredientes que apagan el deseo." 

                               
Esta cita resume el concepto básico que sustenta una charla de casi veinte minutos de duración dada por Esther Perel, psicoterapeuta, sexóloga y antropóloga belga que seguramente muchos considerarán atractiva sexualmente a pesar de  o, más probablemente, gracias a , la evidente artificialidad estética que disimula su edad cronológica. Perel, conferencista en Ted Talks New York, investiga los secretos del deseo sexual y el erotismo en sus expresiones multiculturales basándose mayormente en sus viajes por el mundo y en su práctica de consultorio de apoyo a parejas en crisis en Nueva York, ciudad donde reside actualmente. Es además autora del libro Inteligencia Erótica y Mating in Captivity: Reconciling the Erotic and the Domestic. Me resultó interesante escucharla por el sentido común que avala todo lo que afirma en un inglés fluido, que maneja además de otras ocho lenguas. No viene a decirnos nada nuevo a quienes estamos en relaciones de pareja hace años. Lo que resulta novedoso e indudablemente efectivo como gancho comercial para vender es el acuñamiento del término "inteligencia erótica", ya que estamos más o menos familiarizados con la idea de inteligencias múltiples, pero ésta no aparecía en la lista que confeccionó el poco erotizante Howard Gardner, y que hasta podría llegar a considerarse como un aspecto ligado a la inteligencia interpersonal, aunque el erotismo no implica necesariamente el trato con otro u otros. Perel insiste en el rol central de la imaginación y el juego en el deseo, a tal punto que sentencia que el sexo no es algo que hacemos sino un lugar al cual nos transportamos.

La idea es reconciliar lo que a primera vista parece irreconciliable: el amor que perdura a través del tiempo, dentro del marco de la pareja monogámica — especie en extinción según los expertos , que en nuestros tiempos convive el doble de años que aquella para la cual el matrimonio era un pacto económico cuya principal función era la procreación, con una vida sexual plena y satisfactoria. La pregunta que ella misma hace e intenta responder es cómo se logra reconciliar estos dos aspectos: el amor y la realización sexual por años. Como respuesta, da pautas un tanto vagas, que no contemplan ni la naturaleza del ciclo de la vida ni la realidad de millones de seres, especialmente la de los habitantes del siglo XXI, en mi humilde entender. Describe acertadamente lo que sucede con respecto a  lo que esperamos quienes nos embarcamos con amor y pasión en esta aventura actualmente. Cuando decidimos vivir en pareja es porque buscamos un lugar de pertenencia más allá del hogar paterno, alguien que nos ofrezca seguridad y respaldo, tanto económica como afectivamente, un cierto estatus social, permanencia, responsabilidad, protección, una familia, todo aquello que consideramos y asociamos con la noción de "hogar". Y al mismo tiempo, sentimos una fuerte necesidad erótica alimentada por lo que percibimos como la adrenalina de "el viaje": la aventura, la novedad, el misterio, el riesgo, el peligro, lo prohibido, la transgresión, todo ese cosquilleo que nos brinda un amante fogoso, que a su vez es un confidente, un compinche con cierto grado de atrevimiento sexual que alimenta el erotismo. Pero todo esto lo buscamos en esa misma persona de la que pedimos familiaridad y estabilidad, con quien compartimos la cotidianeidad y con quien solemos traer hijos al mundo ("El sexo hace bebés y los bebés destruyen el deseo", dice Perel, logrando complicidad risueña con su mayormente joven audiencia en un momento de su exposición). Razones por las cuales el misterio deja de serlo en poco tiempo y hace que se marchite el deseo sexual, que era un elemento fuerte en los comienzos de la relación. Es entonces cuando la pareja puede salir en busca de ayuda profesional como la que Perel ofrece o a comprar sus libros, sintiéndose disfuncional, como diagnosticarían muchos psicoterapeutas.

El dilema, según ella, reside en compatibilizar el amor de pareja con una vida sexual satisfactoria dentro del marco de la monogamia con hijos, aunque ya no tantos como antaño, y a largo plazo, algo inaudito en la historia de la humanidad. Estos son los dilemas que nos plantea el amor erótico en nuestros tiempos según esta señora, donde parece haber una crisis del deseo. Esperamos que la pareja cubra necesidades de las que antes se encargaba el clan o la aldea. Y sin embargo, ella insiste en que es posible lograr reconciliar esas dos realidades, la del sentido de protección y el de aventura que foguea la pasión con una misma pareja. "Amar es tener, mientras que desear es querer", afirma, y eso implica cierta distancia cómoda desde la que podemos vislumbrar a nuestra pareja en su propia salsa, fluyendo en su medio y alejado prudencialmente de nosotros, radiante y vibrante haciendo aquello que como individuo lo enciende. Y es gracias a esa visión del otro conocido que vemos con ojos nuevos que el deseo surge o resurge en nosotros. Al ver a quien me resulta tan familiar bajo la luz de lo novedoso, en ámbitos que no solemos compartir pero que alimentan su individualidad, dice Perel, nos excitamos: cuando lo vemos "en escena", en su medio, lleno de autoconfianza y asertividad, cuando lo vemos en una reunión o en una fiesta siendo requerido y codiciado por otras u otros, por ejemplo, es cuando logramos ver lo conocido como un misterio atractivo que deseamos porque sentimos que se ha alejado, que se ha salido del ámbito de lo que tenemos o de lo que dependemos o necesitamos. "No hay necesidad en el deseo, hay simplemente un querer poseer al otro sexualmente", explica. Y al verlo distante, aunque conviva conmigo, me sorprende lo inusual de la visión y se enciende la pasión. Y cita a Proust para no dejar dudas: "El misterio no es viajar a lugares nuevos sino mirarlos con ojos nuevos."

Me pregunto para qué tipo de personas esta disquisición puede llegar a resultarle trascendente en tiempos en los que sentimos que flotamos a la deriva en muchos ámbitos, incluido el sexual. Para los millones que luchan por sobrevivir en un mundo en donde hay hambre, guerras, crisis de todo tipo, despersonalización y que nos deja solos y desprotegidos en tantos aspectos, creo que no. Para aquellos que aceptan con madurez el ciclo natural de la vida, esa explosión hormonal que caracteriza a una etapa que luego da paso a otra en la que las hormonas se acomodan, si se crece y se evoluciona adultamente acorde con el calendario, y las prioridades cambian, aún amando a nuestra pareja y manteniendo una intimidad sexual satisfactoria, y prevalece el compañerismo, el diálogo, la toma de decisiones compartidas con respecto a lo que esa pareja ha construido por y a través del deseo, me parece que tampoco. Hay poco espacio para la imaginación y lo lúdico en el mundo porque así se nos impone la realidad a los ciudadanos de estos tiempos líquidos, como los describe agudamente el brillante y galardonado sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman de 87 años. 

No sé qué pensarán ustedes, pero personalmente, después de casi veinte años de compartir mi vida y mi cama con el mismo compañero, el secreto del deseo en nuestra relación se encuentra en la risa cómplice, en su mano sobre mi hombro y sus dedos deslizándose por mi espalda al caminar juntos por la calle, sus caricias tangibles y etéreas, las del alma, sus gestos de caballerosidad amorosa, sus ojos, donde siempre veo al hombre a quien elegí y sigo eligiendo y veo el reflejo de aquella que fui y a quien él eligió y sigue eligiendo, porque me miran desde las profundidades de un amor que ha recorrido un camino intenso, nuestros códigos secretos, que sólo tienen sentido para nosotros susurrados apenas al oído, nuestra historia en común. Contrariamente a lo que afirma Perel sobre los bebés, los hijos que trajimos al mundo me han erotizado profundamente, e intuyo que me han hecho mucho más inteligente eróticamente, aunque la idea de esta inteligencia según su explicación no termina de cuajar para mí. Contrariamente a su opinión de que "Cuidar del otro es un poderoso anti-afrodisíaco", a mí me erotiza cuidar de los míos, porque el erotismo es un océano que se sale de los cauces de la sexualidad e inunda el cuerpo, el amor y la vida toda cuando es vivido en plenitud. La maternidad y la paternidad, sanamente entendidas y ejercidas, sin perverciones que lamentablemente abundan y dañan profundamente, son sumamente erotizantes, en el sentido del erotismo que esta mujer no contempla y que va mucho más allá de la genitalidad a la que ha quedado reducida en este siglo la compleja, rica y cíclica sexualidad humana, a quienes muchos intentan emplear como objeto de estudio para generar aún más insatisfacción con la vida que llevamos y así vendernos soluciones facilistas que no aplican a la individualidad, la marca más distintiva de nuestra especie. Y les digo más: me juego a que simplemente el título de esta entrada atraerá muchísimas más visitas al blog que todo lo que he venido escribiendo últimamente, que tiene mucho más que ver con la realidad de tantos, porque el sexo se ha convertido es un dios que ocupa el vacío que ha dejado ese Otro que ha quedado eclipsado, entendamos la divinidad como sea que la entendamos. Les dejo el video de la charla en inglés con acento francés y subtitulada al español para quien quiera escucharla.






A boca de jarro

miércoles, 13 de febrero de 2013

Las doradas manzanas del sol


"Aunque estoy viejo de vagar
A través de tierras vacías y de tierras montañosas,
Descubriré a dónde ella ha ido
Y besaré sus labios y tomaré sus manos;
Y caminaré entre el cálido, largo y moteado pasto,
Y recogeré hasta que el tiempo y los tiempos se acaben
Las plateadas manzanas de la luna,
Las doradas manzanas del sol."


                                                                      W. B. Yeats


 Acabo de releer un cuento corto cuyo título, "Las doradas manzanas del sol", da nombre a una colección entera de Ray Bradbury en la cual figura último, y que a su vez cita textualmente la última línea del poema del irlandés W.B. Yeats "The Song of Wandering Aengus" ("La canción de Aengus el errante"). Este fue el verano más atípico de mi vida. Un verano en el que anduve errante, como Aengus, quien en ese breve poema busca a su amada que se fue, como yo estuve y sigo buscando lo que amo y siento ido. Y el título de este cuento en la edición que tiene mi esposo, ya algo amarillenta y en español, fue una de las pocas cosas que me tentaron como lectura últimamente. La clave, creo, está en el sol, ese sol cuya energía los personajes del cuento buscan en su fantástico viaje al Sur, rumbo al sol, aunque no hay direcciones en el espacio para estos hombres en busca de la luz que el capitán de ojos de oro fundido encuentra de todas formas y atrapa; y el sol que faltó en este verano mío que se me hace interminable, y al que ayer, sacando cuentas, descubrí que aún le queda un poco más de un mes de vida.

El relato narra la expedición de un grupo de humanos que tiene como objetivo arrancar un pequeño trozo de la superficie  solar y traerlo a la Tierra. De igual manera que, según piensa el capitán, ya a punto de alcanzar su meta, un millón de años antes de ese sideral viaje un hombre desnudo en una solitaria senda norteña vio un rayo que hería un árbol y lo atrapó en sus manos desnudas para dárselo a su gente como el don del fuego, tal vez la esencia misma del verano, ahora el grupo de expedicionarios espaciales quería obtener aquel otro fuego que llevaba en su seno el secreto de su energía inacabable que guiaba y llevaba vida a los planetas, un trozo de la candente superficie que el capitán de la expedición captura en su Copa de Oro, "un poco de la carne de Dios", según Bradbury. Al final de la narración, la tripulación de la nave interplanetaria Copa de oro, llamada también Prometeo y el Ícaro, cuyo destino era el sol del mediodía, se precipita en la fría oscuridad alejándose de la luz y rumbeando al Norte con la sonrisa fresca de un trozo de crema helada en la boca, habiendo cumplido su misión. 

Mucho se habla del sol. Se dice que estamos entrando en una etapa de tormentas solares que, como si de un cuento de Bradbury se tratara, representan una amenaza para nuestro planeta procedente del espacio. Nos dicen que daña hasta al pelo en verano y nos compramos shampoo reparador para nuestro cabello reseco aunque luminoso. Las mujeres de cutis más bello e inmaculado declaran que su secreto reside en evitar la exposición solar y en la protección extrema y permanente de su piel contra los rayos nocivos del sol, sobre los cuales no se cansan de alertarnos los especialistas. Vemos cientos de publicidades de productos que funcionan como protectores, bloqueadores o pantallas solares cada verano. De hecho, en casa hay varios dando vueltas, con distintos grados de factor de protección y distintas características: resistencia al agua, humectación, propiedades autobronceantes y demás yerbas. Tantas cosas, que cada vez se hace más complicado decidir cuál comprar. Pero lo peculiar de este verano es que no me expuse al sol. Y eso que adoro hacerlo, me hace bien, me llena de energía en su justa medida y a las horas en que no lastima, como le sucede al capitán de la nave que viaja al sol en el cuento, y sobre todo me hace bien verme al espejo con mi piel bronceada y mi mejillas enrojecidas como manzanas, las doradas manzanas del sol.
   
Intenté un par de veces sentarme al sol con mucho protector, anteojos y libro, pero mi piel este maldito verano reaccionó mal al astro rey. Hubo sarpullidos, enrojecimiento y ardor inauditos, y me asustó ese sol que amo, que me conecta con la vida y en buena medida con la salud, ya que el sol es fuente de la indispensable vitamina D que después si falta nos dan  tomar en cápsulas. Por fin me lo confirmó la especialista que me trata cuando le comenté acerca de lo que me andaba pasando con la piel: "Evite exponerse al sol como lo viene haciendo" sentenció, desde su lánguida palidez. Y al aprobar la conducta que adopté como preventiva por instinto, me entristeció, porque también confirmó esa sensación de que me pierdo otra cosa más que amo, aunque yo sigo buscando entre tierras vacías y montañas con esperanzas errantes, como Aengus.

Este verano se me perdió el sol. Está ahí afuera, sus rayos le dan color a la piel de mis hijos, cachorros llenos de energía y luz que juegan y nadan bajo el sol todas las tardes sin que pueda acompañarlos, así como irrumpen y colman las habitaciones de mi casa y levantan la temperatura que sólo aplaca el aire acondicionado, que también daña: ojos y vías respiratorias se resecan con lo que hemos creado los humanos para aliviarnos de un sol que se tornó implacable y que no soportamos ya ni adentro de nuestras propias viviendas cuando el verano citadino aprieta. Y ni hablar del consumo de energía y el daño que ésto causa al medio ambiente.

Otro poeta, pero catalán él, también amado como el sol del recuerdo de una juventud dorada con sus amores de verano, Joan Manuel Serrat, un romántico en el sentido moderno del romanticismo que celebrarán mañana muchos alrededor de este mundo, que sigue girando alrededor del sol y que se muere sin él o tal vez muera por él, como predicen algunos e incluso como sucede con tantas cosas y seres amados, dice en una de sus canciones más intensas, grabada a fuego en mi memoria:

      "No hay nada más bello que lo que nunca he tenido  
Nada más amado que lo que perdí
    Perdóname sí hoy busco en la arena  
Esa luna llena que arañaba el mar...
   

¡Queda la luna! Esa luna que alumbra las horas oscuras y que llevo en todos mis lunares como marcas del sol que me bendijo tantas veces con su luz. Buscaré entonces las plateadas manzanas de la luna, no sin perder las esperanzas de recobrar pronto, quizás cuando acabe el verano, las amadas y doradas manzanas del sol.


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