sábado, 17 de enero de 2015

Madre-abuela

Fernando Botero,  "Plenilunio"
El día en el que Luisa puso un pie en la panadería de la otra cuadra fue su perdición. Hacía el turno de la mañana, entrando a las seis para levantar la persiana del negocio a las siete menos cuarto y sacar la primera horneada de pan y facturas. Ya a las siete, le entraba a las figacitas de manteca para empujar los primeros mates humeantes. A eso de las ocho y media cuadraban un par de medialunas de grasa de la segunda horneada y algún que otro sacramento calentito con un cortado. Y al mediodía, antes de ir a casa a preparar el almuerzo para Beto y Nahuel, a quien debía retirar del colegio a la una menos cuarto, no sentaban nada mal unos sándwiches de miga de jamón, queso, huevo, tomate y lechuga. Así fue como, en un abrir y cerrar de ojos, se puso veinte kilos encima, y sus piernas estallaban de dolor por las várices infladas de tanto estar parada con semejante sobrepeso. Beto le decía, "Gorda, la panadería te va a terminar matando." Pero ella seguía comiendo, no podía parar, era más fuerte que ella. Sabía que por la tarde iba a tener que cuidar a Nahuel y la idea no le terminaba de cerrar. No se podía negar al pedido de su hija menor de hacerle de madre al crío todas las tardes porque la pobre hija trabaja doce horas por día a la par de su marido para poder parar la olla, aunque le resultaba difícil lidiar con el chiquitín. Por las noches se tiraba en el sillón frente al televisor ya reventada y trataba de convencerse de que no había amor más grande que el que sentía por ese borrego, a pesar de que se quejaba sin parar del trabajo que le daba con sus caprichos y berrinches. "Es que las madres modernas no están presentes para ponerles límites a los chicos: para eso ahora estoy yo, la madre-abuela...", le decía con voz retumbante a Beto, que cambiaba los canales buscando fútbol donde hubiera para ni siquiera mirarla.

La otra tarde la escuché pasar con el chico a rastras protestando por la vereda de casa a eso de las cinco y media, a la hora en la que algunos valientes recién se animan a salir al horno de asfalto medio desierto de las calles de barrio porteñas en pleno enero. Luisa tiene una voz potente y dominante por la que se me hace inconfundible. En estas tardes de verano no sabe qué hacer con el nieto aburrido en casa. Le puso una pileta de plástico en el patio pero el pibe no se queda quieto ni un momento y ya se le lastimó dos veces en lo que va del mes. Después hay que estarle dando explicaciones a la madre, que frunce el ceño cuando lo ve machucado. Le iba diciendo al nene que tenía que ir primero hasta la verdulería y que después le compraría un helado de dulce de leche, como habían quedado. Se la notaba pesada y cansada y daba pena ver cómo resoplaba y se abanicaba con el monedero. Seguramente mientras tanto Beto todavía estaba panza arriba con el aire acondicionado a todo lo que da sobre la cama. Tiene la excusa de que se cansa en el taller mecánico toda la mañana y de que no queda otra más que seguir hasta entrada la nochecita ajustando tuercas y rulemanes para no darle más que un poco de charla al pibe en el almuerzo y sintonzarle algún canal infantil así no hace ruido a la sagrada hora de la siesta. Ella lidia con todo: el negocio, las compras, la comida, la casa y el nene. Comer rico es su único escape de esta realidad que no termina de cuajar.

Hoy a la mañana me la encontré de cajera en la carnicería de la avenida. Se peleó con el panadero, estaba harta de madrugar tanto. Acá por lo menos le ponen una silla y hay aire acondicionado. "¿Y Nahuel cómo anda, Luisa?", le pregunté, tirándole de la lengua. "Nahuelcito, bien. Lo anotamos en la colonia de verano municipal para la segunda quincena de enero y todo febrero. Lo va a llevar el abuelo al mediodía y lo voy a pasar a buscar yo cuando salgo de la carnicería a eso de las cinco. La verdad es que, ¿qué quiere que le diga, señora? ¡Me cambió la vida! Eso de hacer de madre-abuela es un yeite moderno que no me termina de cerrar. Veremos cómo nos arreglamos después en marzo cuando empiecen de nuevo las clases." 

Veremos. No sé cómo habrá logrado que Beto se digne a llevar al pibe a la colonia en el auto con motor preparado que maneja haciéndolo rugir por todo el barrio en pleno mediodía de verano. Tal vez premiando al sacrificado abuelo con unos buenos chorizos y colita de cuadril para el asado del domingo en lugar de tanta figaza dura que sólo servía para budín de pan. Las mujeres siempre nos la rebuscamos para convencer a nuestros maridos de lo que necesitamos de alguna manera, y Luisa estará harta de hacer de madre-abuela, estará gorda, todo lo que quieran, pero no es la excepción a la regla, eso queda claro.

A boca de jarro

jueves, 8 de enero de 2015

En el subte porteño





    En el subte porteño, más concretamente en la línea D, que va desde el Barrio de Belgrano hasta la Catedral, hay carteles pegados dentro de los vagones que rezan: 



"No arrojar papeles en el piso. 
No pegar carteles en las paredes. 
No pintar los vagones. 
Gracias."

Tome el subterráneo para ir a regañadientes a la consulta con el endocrinólogo recomendado, otro especialista... Es paradójico que, con estos simples y claros pedidoslos porteños nos empeñemos en hacer todo lo contrario de lo que se nos pide para que nuestra ciudad no sea una mugre. Arrojamos al piso envases de gaseosa vacíos, colillas de cigarrillos fumados, envoltorios de alimentos varios, fósforos apagados, trozos de vidrio de botellas rotas y un largo etcétera. Ni qué decir de los excrementos de perros y gatos en las aceras y sobre todo en los canteros de los árboles mal cuidados que levantan las baldosas de las veredas y se enredan con el cablerío caótico de una urbe superpoblada en sus ramas a mediana altura, que con frecuencia caen desplomadas sobre techos, automóviles o personas cuando hay tormenta. Da pena ver el estado en el que se encuentran tantos árboles que las autoridades se niegan a podar erróneamente. La poda anual es necesaria para la salud de los árboles y para la urbanidad, además de ser una fuente más de empleo para tantas personas que necesitan trabajar. Recuerdo que alguna vez nos hartamos del alergénico plátano que se elevaba por sobre los techos de nuestro departamento antiguo y nos tapaba todas las rejillas con su pelusa amarillenta y lanuda e intentamos hacerlo podar por un buen señor que nos tocó el timbre y se ofreció a hacerlo por unos pesos. Algún vecino llamó a la policía que acudió raudamente a nuestro domicilio a frenar el intento de ganar luz y salud para nuestra vivienda y la cuadra entera por estar consumando lo que ahora llaman acá un "delito ecológico". Detuvimos la operación de inmediato, so pena de ir presos por el bendito árbol, y emprendimos la búsqueda de una nueva casa que compramos con mucho sacrificio y la ayuda de la familia sin estar siquiera terminada su construcción.




Todo eso se me vino a la cabeza mientras, sentada en un sillón de pana desgastado y descolorido, observaba la suciedad a mi alrededor no sin cierto grado de alarma. Ya en las escalinatas de descenso a la estación me revolvió un incisivo olor a orina humana después de haberme topado con media docena de seres humanos durmiendo en los alrededores bajo las marquesinas de algunos negocios echados sobre el húmedo piso sobre cartones bajo el sol del mediodía.  A estos los llamamos "cartoneros", aunque cuando era chica decíamos que eran "linyeras". Hice un esfuerzo por no enojarme más con la realidad en la que vivo y que no puedo cambiar para mejor, y mis ojos comenzaron a posarse en la variopinta fauna humana apretujada en el compartimento mal ventilado y maloliente. En un vagón de subte cabe el mundo entero, es increíble. Está la embarazada con los pies hinchados que se abanica con la tarjeta magnética que ahora usamos en lugar del viejo cospel para acceder a las vías, quien, con todo justo derecho por estar que revienta, pide asiento ni bien asciende, porque si no lo pide, no se lo ceden. El muchacho que ocupaba el lugar destinado para embarazadas y personas con movilidad reducida le dice a la chica que pensó que estaba gorda y no embarazada, y la chica le tira una sonrisa como un cuchillazo directo a su tatuada y depilada yugular de metro sexual. No hay nada peor para una porteña que la traten de gorrrrda, máxime un tipo que está más arreglado que una mina. Un horror.

Sube la puta cara enfundada en una mini color caqui y remera musculosa con estampa de leopardo  el "animal print", muy en voga por estos lares hace ya unos cuántos años  rubio su pelo largo y recién planchado, largas sus uñas pintadas de negro, haciendo juego con sus tremendas sandalias de plataforma de madera y capellada dorada que combinan con un enorme bolso imitación Gucci que venden los senegaleses y otros varios que se apropiaron de las calles sin permiso como manteros, arrojando mantas sobre las aceras para exhibir sus productos varios truchos, y parada con su envidiable estampa de Barbie, sin asirse a ningún pasamanos, le da duro a su iPhone con la mano donde le brilla un reloj enorme. Desliza el pulgar con asombrosa habilidad sobre la pantalla de su aparato y un treintañero carilindoenfundado en un pantalón azul marino Calvin Klein y una camisa blanca y bien planchada Polo, gira en sentido de la puta y se posiciona rápidamente a su lado. Sin notar siquiera que me como la escena con los ojos, pela su tremendo iPhone y, sin quitar la mirada fija en la pantalla del celular de la puta fina, empieza a digitar él también desesperadamente con la mano donde le brilla una alianza de platino. Pienso en la pobre cornuda que seguramente le planchó la camisa esta mañana con manos de uñas cortas de ama de casa sacrificada y sigo devorándome el intento de levante virtual con la vista. En eso el tipo se aviva de que lo estoy relojeando demasiado, y rompo contacto visual riéndome para mis adentros. Antes los levantes callejeros o en transporte público se parlaban, ahora se digitan en tecnología de punta. No puedo dejar de rascarme la cabeza ante los cambios que han devenido en tan pocos años en esta ciudad que creía conocer de memoria.

Ya llegando a Facultad de Medicina, la estación en la que me tengo que bajar para ir a la calle Laprida, a un segundo piso, con este calor pegajoso que me hace transpirar, y sin novedades en el frente del levante virtual porque la puta fina ni se mosqueó con el punto del Calvin Klein, después de que desfilaron por el corredor abarrotado de gente de pie una decena de vendedores ambulantes dejándote sobre el regazo tarjetas bono contribución, Mantecol, chicles, lupas y mini kits de costura para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, sube un trío de músicos con rastas y tatuajes de colores en todas las partes del cuerpo visibles, que son demasiadas para mi gusto, y se ponen a tocar "Thriller" de Michael Jackson, con guitarra, saxo y tambor sobre una pista de lo mejor. Tiran al piso una lata de dulce de batata pelada que usan a modo de gorra. Se ve que la gorra se la birlaron en alguna vuelta de éstas, que es lo menos que te puede pasar en el transporte público porteño. Me pongo contenta, ya que, al menos, los gustos musicales de estos pibes son más o menos los mismos que los míos cuando tenía diez años menos que ellos. Saco un billete de cinco mangos de la billetera y se lo pongo en la latita justo antes de bajar. Me da las gracias medio fruncido. Con cinco mangos no se hace nada en este íspa hoy o por hoy pero peor es nada, hermano. No te voy a lagar el billete de cien que tengo reservado para taxi por las dudas.

Emerjo del mundillo subterráneo y entro a caminar ligero para llegar a horario. Se nota que en eso también estoy un tanto descolocada: la puntualidad no es una característica porteña. El médico me hace juntar orina en la sala de espera por media hora antes de darme la orden para hacer otro análisis de tiroides, aunque me dice que él no piensa que haga falta, que lo que me hace falta es llenarme la vida con algo más que mi familia. Chocolate por la noticia, doc. 

-¿Y la caída de pelo, doctor?-, le pregunto, en un último intento de sacarle algún jugo a esta humillante pérdida de tiempo. 
-Eso es estrés y herencia, señora. Tome aminoácidos que no le van a venir mal.-, me escupe el sabiondo doc. 

Herencia, sí, todo es herencia, hasta el estrés. Siempre que me hablan de herencia pienso que todo lo malo se hereda, nunca un millón de dólares... Otra pastilla más, ni loca. Me raparé como Miley Syrus para estar más a tono con los tiempos. Y me vuelvo al subte silbando bajito.

A boca de jarro

martes, 6 de enero de 2015

Los especialistas


Me miró por sobre sus anteojos con ojos expertos de especialista. Luego de haber escuchado mi endeble voz y observado mi quebradizo lenguaje corporal atenta y silenciosamente, notó lo que estaba atravesado en mi garganta hacía ya tanto tiempo, y, para ser sincera, aún continúa allí a pesar de las píldoras redondas y celestes que me recetó para tomar cada mañana con el desayuno y las alargadas y ranuradas amarillas que debo partir para ingerir con mucho líquido a la hora de acostarme aunque me revuelvan el estómago todo el día. Alguien que sabe del asunto me ha dicho que a esto se le llama "el chaleco químico". 

Me rehusaba a ir a ver a otro especialista más de una larga lista y a comenzar a emplear un pastillero por primera vez en la vida a mis cuarenta y seis años, a sumar química de la cual dependo hace ya más de once años, desde aquel segundo post-parto en el que me pasé sin dormir cuatro o cinco noches seguidas, ya no recuerdo exactamente cuántas fueron, al regresar de la internación a casa, pero todos los miembros de la familia insistieron. Me preguntó con voz serena y sostenida si en aquella oportunidad sentí temor de cuidar a mi beba recién nacida, y no, no era eso. La cuidaba y mucho. Era una angustia que me había invadido al mirar a través de la ventana del tremendo hospital un día gris y lluvioso de aquel abril del 2003 y se me había quedado adherida al alma. Siempre me causaron aprehensión los hospitales, el incisivo olor a desinfectante que invade todos los sentidos, la bata blanca pero siempre salpicada de algo qué no se sabe bien qué es de los médicos, las corridas de las enfermeras por los largos pasillos, la falta de color y las manchas descarnadas de humedad de las paredes y los techos, la sangre salpicada en los pisos, los gemidos provenientes de otras habitaciones, la desolación pintada en algunos rostros vagabundos y somnolientos cuyas manos se aferran a un café intomable que se debe tomar para soportar estar ahí dentro, la comida insípida de enfermo y mi cara reflejada en el espejo del diminuto baño que ya no parecía ser la misma que la de antes de haber ingresado. Extrañada de mí misma volví a casa hecha un manojo de nervios que me hacían temblequear de la cabeza a los pies y saltar las lágrimas de angustia sin ninguna explicación racional. Todos me decían que debía estar feliz, que está cesárea programada con un capo en la obstetricia había sido todo un éxito, que por fin aquella cicatriz abierta en el bajo vientre que curaba mi esposo con esmero todas las noches desde la infección que me había pescado en el quirófano en el primer parto había quedado cerrada y lucía bien. Y yo entendía todo eso y no me explicaba todos esos sentimientos que me invadían. Leía libros especializados para entenderme pero no me entendía. Había deseado a esa criatura por años, me había reformado de mis malos hábitos: fumar, comer grasas, el sedentarismo de quien se sienta a corregir papeles por horas. Había hecho ejercicio como loca para estar en óptimas condiciones para el embarazo y continúe ejercitándome hasta el séptimo mes, un día en el que, al salir de la rutina matinal del gimnasio, sentí que me desmoronaba en un sudor frío frente a la puerta de la oficina de correo. Me atajó un policía que estaba merodeando la zona. Me hizo tomar asiento y me acercó una gaseosa de naranja bien dulce. Me sentí un poco mejor y volví a casa ya decidida a caminar más lento y a dejar el ejercicio por el momento.

Por aquel entonces también acudí al especialista, ese que me recetó la pastilla circular y blanca que ahora debo ir reduciendo de acuerdo a esta otra especialista y que entonces me impidió hacer lo que más anhelaba: amamantar a esa hija que completaba la familia que había soñado. Aquel médico joven, soberbio y mal entrazado me habló de crisis de angustia, de distimia, y me mandó a otra especialista a hacer terapia, luego de chequear que mis hormonas tiroideas funcionaran correctamente. Lo irónico fue que después de meses de hacer terapia y pagar  un ojo de la cara por cada sesión con la especialista en depresión post-parto, autora de un libro sobre el tema y todo, se me volvió a referir al especialista mal entrazado a controlar los niveles tiroideos de nuevo. Dieron otra vez, como era de esperar, al límite del hipotiroidismo, pero nadie quiere meter mano al eje tiroideo, eso queda claro.

Hoy tengo cita con otro especialista, un endocrinólogo recomendado, para hacer otro control hormonal y ya van demasiados. Lo cierto es que la especialista en psiquiatría que me recetó más pastillas de colores me aseguró que es normal que me sienta abatida en esta realidad donde no se premia al mérito, donde impera la corrupción, la avivada criolla y el "no te metás", donde todos los futuros son inciertos, los nuestros y los de nuestros hijos. Parece que estos últimos veranos están signados por los especialistas. De éste que voy a ver hoy, después les cuento.




A boca de jarro

lunes, 15 de diciembre de 2014

Un inglés en Nueva York



Sting en vivo en Berlín
"Un inglés en Nueva York" es una de mis canciones favoritas, compuesta e interpretada por quien considero un talentosísimo poeta musical británico, Sting, aunque mi abuelo asturiano me tiraría de las orejas por tener estas inclinaciones musicales. Quizás el hecho de que su guitarrista principal, Dominic Miller, haya nacido en Buenos Aires me redimiría de su desaprobación y repudio de los ingleses. Lanzado en 1987 en el abum Nothing Like the Sun (Nada como el sol), el tema está inspirado en Quentin Crisp, quien se había mudado de Londres a Nueva York poco antes de que Sting lo compusiera y lo grabara con Branford Marsalis acompañándolo en el saxo. Se trata de una composición irónica que de algún modo se mofa de la idiosincrasia pacata inglesa, a tal punto que al pronunciar la palabra "New York" en el estribillo repetidas veces, Sting lo hace con voz nasal y afectada. Quentin Crisp es todo un personaje excéntrico dentro y fuera de la cultura británica. Se trata de un conocido escritor, modelo artístico, actor y narrador de historias que pasó a la posteridad por su agudo ingenio y su flagrante y expuesta homosexualidad.


Quentin Crisp
Por estos días, estoy haciendo mucha terapia musical, y me quedo con una estrofa de este tema en particular que fue ícono de los ochenta y que es hoy un regalo para mis oídos adultos en la versión que Sting realizara de él en Symphonicities,  trabajo en el cual reivindicó su pasado pero reconstruyéndolo y elevándolo a una escala sinfónica acompañado nada y nada menos que por la Orquesta Filarmónica de Londres. Intentaré traducir simplemente unas estrofas ya que resumen mi visión de mi presente en el país donde me ha tocado nacer y vivir:


"If "Manners maketh man" as someone said
Then he's the hero of the day
It takes to suffer ignorance and smile
Be yourself no matter what thet say.

I'm an alien, I'm a legal alien
I'm an Englishman in New York.

Modesty, propriety can lead to notoriety
You could end up as the only one
Gentlenness, sobriety, so rare in this society
At night a candle's brighter than the sun."


"Si "Los buenos modales hacen a todo caballero que se precie de tal", 
como alguien dijo
Pues él es el héroe del día
 Hay que ser hombre para ser ignorado y sonreír
Sé tú mismo no importa el qué dirán.

Soy un extranjero, un extranjero documentado
Soy un extranjero en Nueva York.

La modestia y la decencia
Pueden traer mala fama
Podrías terminar muy solo
La gentileza y la sobriedad
Tan raras en esta sociedad
Por la noche una vela brilla más que el sol."

Creo que con esto se cierra un año en este blog que ha sido poco fructífero y luminoso en muchos aspectos. Ciertamente, si hay un lugar en el mundo donde pasaría estas fiestas es en Nueva York, bien lejos de este infierno donde me siento una extranjera documentada por tantos diferentes motivos. Cabe desearles a todos los que tienen a bien visitar este espacio asiduamente un buen final de año y un mejor comienzo de año nuevo. Y me lo deseo también, si se me permite, a mí misma y a los míos que me aguantan... Les agradezco la compañía, y saludo calurosamente al público ucraniano que visita asiduamente el jarro de acuerdo a lo que arrojan las estadísticas.


Sting: Englishman in New York. Live in Berlin 2010 (3/15)


A boca de jarro

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Camisa amarilla

Gal Costa en el Blue Note de Nueva York, Mayo 19, 2006.


"Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando."

 Rabindranath Tagore


Ary Barroso, uno de los más afamados y prolíficos compositores de música brasileña, reconocido con la Orden del Mérito en 1955 y aclamado como presidente de honor y consejero perpetuo de la Sociedad Brasileña de Autores, Compositores y Música, fundada en 1944, aportó innovaciones melódicas y armónicas a la samba del Brasil y se irguió como ferviente defensor de la música popular brasileña y de los derechos de autor. Su trabajo más destacado fue "Aquarela do Brasil", un típico ejemplo del tipo de samba que componía, con temáticas y arreglos grandilocuentes que hicieron que su música se denominara samba de exaltación por honrar las bellezas de su pueblo y de su tierra. Este tema se encumbró internacionalmente como un himno del Brasil al ser incluido en la película animada de los estudios Disney "Saludos Amigos" en 1942, y pasó a ser la primera canción brasileña con más de un millón de reproducciones en las radios estadounidenses.


Es, sin embargo, un tema algo menos conocido el que me ha fascinado por estos días, llamado "Camisa Amarela", y no logro encontrar ninguna traducción digna ni interpretación contextual de esta poesía que hallo tan bella. Así es que, armada de mis modestos conocimientos de Portugués y de mi enorme gusto por la música del povo brasileiro, intentaré homenajearla y dejarles la versión que más me gusta en la voz de Gal Costa.


La letra original dice así:


 Encontrei o meu pedaço na avenida de camisa amarela
Cantando "A Florisbela", "A Florisbela"
Convidei-o a voltar pra casa em minha companhia
Exibiu-me um sorriso de ironia
Desapareceu no turbilhão da galeria


Não estava nada bom, o meu pedaço na verdade
Estava bem mamado, bem chumbado, atravessado
Foi por aí cambaleando, se acabando num cordão
Com um reco-reco na mão


Mais tarde o encontrei num café zurrapa do Largo da Lapa
Folião de raça, bebendo o quinto copo de cachaça

Voltou às sete horas da manhã, mas só da quarta-feira
Cantando "A jardineira", "A jardineira"
Me pediu ainda zonzo um copo d'água com bicarbonato
Meu pedaço estava ruim de fato, pois caiu na cama e não tirou nem o sapato


Roncou uma semana
Despertou mal-humorado
Quis brigar comigo
Que perigo, mas não ligo!


O meu pedaço me domina
Me fascina, ele é o tal
Por isso não levo mal
Pegou a camisa, a camisa Amarela, botou fogo nela
Gosto dele assim
Passou a brincadeira e ele é pra mim

Acá va mi traducción y se aceptan con agrado correcciones:


Encontré a mi pedazo en la avenida de camisa amarilla
Cantando "La flor es bella", "La flor es bella"
Lo invité a venir a casa a hacerme compañía
Exhibió una sonrisa de ironía
Y desapareció en el torbellino de la galería 
No estaba nada bien, y mi pedazo, la verdad
Estaba bien mamado, emplomado, encabronado
Fue por ahí tambaleando, acabando en un cordón
Con una canaca en la mano
Más tarde lo encontré en un café mugroso de Largo da Lapa,
Jaranero de raza, bebiendo el quinto vaso de cachaça.



Canaca, en Portugués "reco-reco".


Largo da Lapa, Río de Janeiro. Los Arcos de Lapa actualmente no funcionan como acueducto, pero siguen siendo vitales para Rio ya que forman parte del recorrido del famoso "bondinho", el tranvía eléctrico de la ciudad, rumbo al barrio de Santa Teresa, a 5 minutos del Sambódromo da Marquês de Sapucaí y a pocas cuadras de la estación de Metro Cinelândia.
Volvió a las siete de la mañana, pero de un día miércoles
Cantando "La jardinera", "La jardinera"
Me pidió un poco zonzo un vaso de agua con bicarbonato
Mi pedazo estaba en mal estado, pues cayó en la cama
Y no tiró ni un zapato.

Roncó una semana

Despertó malhumorado
Quiso camorrear conmigo
Que seduzco aunque no ligo

Mi pedazo me domina, 

Me fascina, él es así
Por eso no lo tomo a mal
Tomó la camisa, la camisa amarilla y le prendió fuego
Gusto de él así 
Pasó la festichola
Y él queda para mí.


Cuenta la historia de una mujer que, como la buena samaritana, encuentra a un hombre jaranero y bebedor y se lo lleva a su casa por encontrarse sola. El color amarillo de la camisa tiene connotaciones supersticiosas, ya que se cree que trae mala suerte por estar asociado con el orgullo, la falsedad, la traición y el azufre de los infiernos, amén de haber sido usado como color de banderas para alertar sobre epidemias en la Edad Media y vestir a los apestados de este color. Aún hoy, se habla de prensa amarilla por su morbosidad, y en el ámbito teatral es un color vetado por creerse que Molière murió vestido de este color pocos días más tarde del estreno de "El enfermo imaginario". Las canciones que este buen señor entona son típicas marchas carnavalescas, lo que los brasileños denominan "Marchinhas de Carnaval". El tipo se va por ahí a emborracharse en una parte típica de Río de Janeiro, Largo da Lapa, y vuelve recién un miércoles, probablemente el miércoles de ceniza, cuando termina la fiesta de Carnaval. Finalmente, cae dormido en la cama sin siquiera descalzarse, despierta con resaca luego de una semana, ella lo atiende y, como en toda historia de amor con final feliz, él le prende fuego a su mala suerte y se quedan juntos. Lamentablemente, se pierde la poesía del original en la traducción, pero les dejo a la espléndida voz del Brasil, Gal Costa, que se dio el lujo de cantarla en vivo en el Blue Note de Nueva York, llevando a la bossa a las dimensiones del jazz en un concierto formidable grabado el 19 de mayo del 2006, para que la disfruten tanto como lo hago yo en casa con sumo placer. 




A boca de jarro

viernes, 14 de noviembre de 2014

La belleza


Antonio Berni, La mujer del sweater rojo, 1935
Escuchando algunas canciones de mi adolescencia, me encontré con una emotiva composición de Alejandro Lerner,  cantante, compositor y músico argentino, quien nos marcó a muchos con sus temas, titulada "La belleza". Mucho se ha escrito y hablado acerca de la belleza y, hasta hoy, es un don de los más preciados. Para muchos, lleva a ser catapultado a la fama y al éxito, entendidos estos como triunfar en el mundo material y hacerse popular sin tener ningún otro mérito ni talento.

Sin meterme demasiado en el complejo mundo de la filosofía, diré simplemente que la belleza puede ser considerada como una valoración puramente subjetiva y personal del sujeto que concierne a la estética, o bien una característica objetiva que es propiedad inherente a la persona o al objeto que se reconoce como bello.


Oscar Wilde
Para Oscar Wilde, escritor, poeta y dramaturgo  irlandés, la belleza era un tema sumamente importante. En la vejez, su madre se encerraba en una habitación a oscuras, con las cortinas corridas, para que nadie la viera porque sentía que había perdido la belleza que alguna vez de joven tuviera. Además, hizo retirar todos los espejos de su casa. Posiblemente, él heredó esa obsesión estética, y esto se vio reflejado en varios de sus escritos y conversaciones. Tal vez, el epítome del tratamiento del tema sea el que quedó plasmado en la novela El retrato de Dorian Gray, la cual parte del argumento universal de la eterna juventud, dado que el protagonista posee una excesiva admiración por sí mismo que lo conduce a no desear otra cosa que conservarse joven y bello tal y como aparece en un retrato que un artista realiza de él. Ese empecinamiento del joven por mantenerse siempre atractivo lo induce a conjurar una especie de pacto faustiano a través del cual logra conservar siempre la misma apariencia, mientras que la figura del cuadro es la que envejece por él. Cae en una espiral de perversión y búsqueda desenfrenada de placer hedonístico, y es así como el retrato refleja los actos cometidos como si se tratara de la imagen de su alma.

De allí viene una famosa y aforística cita que dice:

"La Belleza es una forma de Genialidad  es superior al Genio ya que no necesita ser explicada."

El mucho menos afamado y agraciado Lerner, sin embargo, le da una vuelta de tuerca al tema de la belleza que me ha conmovido aunque no convencidojustamente en una etapa de la vida en la que se siente que la juventud se va y esa belleza de antes comienza a esfumarse irremediablemente. La canción de Lerner dice así:

Cuando la belleza pase
Será bella tu mirada
Será bella tu sonrisa
Y las noches serán claras.

Cuando la belleza pase 
Cada beso, cada abrazo
Será un grito de belleza
Serás bella en mi conciencia.

Oh, mi amor, oh , mi amor
Oh, mi amor, oh, mi amor...

Cuando la belleza pase
No habrá más que lunas nuevas
Y en un círculo de estrellas
Brillarás con luz eterna.

Cuando la belleza pase 
Te daré lo que me queda
Cuando la belleza pase
Cuando la belleza pase
Quizás no nos demos cuenta.

Es un buen consuelo, aunque no es cierto que cuando la belleza pasa no nos damos cuenta. Cuando la belleza pasa, duele.



miércoles, 29 de octubre de 2014

La mitad de la vida

"Las edades y la muerte", Hans Baldung Grien.

Alguna vez leí un libro, que ahora me encuentro releyendo, acerca de la crisis de la mitad de la vida, la cual, de acuerdo al autor  un monje alemán, benedictino y jungiano, Anselm Grün, se produce entre los cuarenta y los cincuenta años, etapa en la cual me encuentro. En esta ocasión, me he acercado al libro con un mayor grado de escepticismo, ya que si hay algo que enseña la vida es que, a ciencia cierta, nadie sabe cuál es la mitad de su vida, dado que todos podemos morir mañana. Según Grün, este tramo se caracteriza por un profundo replanteamiento del sentido de todo que trae aparejado una sensación de "apretura" y puede conducir a grandes cambios, abandono de las circunstancias habituales, separaciones matrimoniales, depresiones y trastornos psicosomáticos diversos que se manifiestan como síntomas externos del confrontamiento del ser consigo mismo.

Muchos han sido los autores que han dividido la vida en etapas o edades. En mi modesta opinión, el más genial ha sido William Shakespeare, cuando, a través de Jaques (Jaimeel bufón de "Como gustéis" ("As You Like It")  — una comedia sobre el amor y sobre la búsqueda de la identidad  en un soliloquio que ha pasado a la historia de la mejor dramaturgia mundial   divide a la vida en siete edades. Cito porque vale la pena leer aunque más no sea la traducción:


"El mundo es un gran teatro,
y los hombres y mujeres son actores.
Todos hacen sus entradas y sus mutis
y diversos papeles en su vida.
Los actos, siete edades. Primero, la criatura,
hipando y vomitando en brazos de su ama.
Después, el chiquillo quejumbroso que, a desgano,
con cartera y radiante cara matinal,
cual caracol se arrastra hacia la escuela.
Después, el amante, suspirando como un horno
y componiendo baladas dolientes
a la ceja de su amada. Y el soldado,
con bigotes de felino y pasmosos juramentos,
celoso de su honra, vehemente y peleón,
buscando la burbuja de la fama
hasta en la boca del cañón. Y el juez,
que, con su oronda panza llena de capones,
ojos graves y barba recortada,
sabios aforismos y citas consabidas,
hace su papel. La sexta edad nos trae
al viejo enflaquecido en zapatillas,
lentes en las napias y bolsa al costado;
con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas
para tan huesudas zancas; y su gran voz
varonil, que vuelve a sonar aniñada,
le pita y silba al hablar. La escena final
de tan singular y variada historia
es la segunda niñez y el olvido total,
sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada."

                                                                                "Como gustéis", Acto II, Escena VI.

Es posible que, hoy por hoy, nos empeñemos en desterrar ciertas edades, en prolongar otras, en negar al soldado dentro nuestro, o al juez, lleno de falsas verdades, y mucho más en aniquilar al viejo enflaquecido en su segunda niñez, pero, señoras y señores, doy fe de que abundan, y al verlos postrados en una cama de hospital no dan ganas de llegar a la vejez.

Recientemente, ha fallecido un primo hermano mío de cuarenta y nueve años, dejando viuda e hijo huérfano. Lo cierto es que, como en tantas familias, no nos tratábamos, pero la noticia de su muerte, tanto como la de Daniel, el año pasado, me conmocionó.  Es un tanto impresionante enterarse de que mis coetáneos ya comienzan a emigrar. En otra etapa de la vida, la muerte suele ser lo que les sucede a los ancianos que han vivido lo suficiente y han cumplido con todas las metas que, se supone, se deben alcanzar, pero estas muertes de personas a quienes he conocido y que parten de este mundo acusando más o menos mi edad hacen que me replanteé todo el sentido de mi existencia y la posibilidad de que puede acabar en cualquier momento y de un modo súbito o doloroso, y, dado que eso no se elige, mete miedo.

Este año mi vida ha sido rara. Dejé las aulas, extraño enseñar y el contacto con alumnos, aunque las condiciones de trabajo no me conformaban. Las tareas domésticas no me complacen, no obstante, las realizo todos los días por obligación, y no me siento inspirada como antes para escribir. Tuve que hacer un alto en mi labor como voluntaria de acompañante de los enfermos ya que no me daba el alma para irles a dar esperanza cuando veía que las mínimas condiciones sanitarias no se encuentran satisfechas. Como acompañantes espirituales, no estamos respaldadas por algún especialista que nos contenga en la tarea, que es realmente ardua. Salía del hospital apaleada por las realidades que veía y que sólo con un rato de escucha no se pueden subsanar. No se nos otorga permiso para dar de comer a los que tienen hambre y nadie que los alimente, ni de beber a a aquellos que claman por agua. Tenemos casi todo prohibido, y nuestra presencia por la mañana entorpece el trabajo de médicos, enfermeras y personal de limpieza. Parece que todo lo que emprendo finalmente queda trunco y no logro encontrar mi lugar en este mundo en lo que ni siquiera creo que sea la mitad de la vida.

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