martes, 27 de octubre de 2015

Ahínco



ahínco.

(De ahincar).

1. m. Eficacia, empeño o diligencia grande con que se hace o solicita algo.


Real Academia Española





Yo escribo.

Yo, escribo.

  Yo, escribo...

Yo escribo:

¡Yo escribo!

Yo, ¡escribo!

¡Yo! Escribo...

¿Yo escribo?

Yo, ¿escribo?

¿Yo? Escribo...

Escribo con ahínco.

Escribo con ahínco...

¿Escribo con ahínco?

¡Escribo con ahínco!

Escribo... ¿con ahínco?

Escribo... ¡con ahínco!

Escribo: con ahínco.

Escribo con: ahínco.



Esta humorada con las palabras me la permito para celebrar el humor del escritor Pedro Fabelo, quien ha tenido a bien otorgarme el reconocimiento  Ahínco que además llega justo en el momento en que el jarro ha sobrepasado los 300 seguidores. Esperemos que después de esto no se me piante ninguno y aprovechemos para celebrar el acontecimiento numerológico del año. Había prometido que cuando sucediera, tiraría el jarro por la ventana, pero la verdad es que, llegado el momento de cumplir esas promesas que se hacen a bocajarro, y con toda esta gente linda que se ha sido sumando, me daría mucha pena hacer algo así. Si de algo sirven estos mimos es para dar más ganas de seguir adelante llenando el jarro. Y ahora paso a cumplimentar las condiciones del premio, que nada es gratis en este mundo, ni el agua para llenar jarros...


Al recibir el reconocimiento Ahínco se deberá:

-Agradecer públicamente a la persona que te ha nominado. 
- Nominar a cinco blogueros que reúnan las condiciones citadas en la descripción del premio, es decir, que se dedican con ardor al trabajo de creación literaria.
-Notificar a tus nominados.
-Situar el logo en tu blog.
-Explicar por qué deseas compartir tus escritos.

Para esta última consigna, voy a tomarme la licencia de citar al mismísimo Pedro Fabelo:



- ¿Por qué escribo? Porque me gusta escribir (...) Me gusta escribir porque es lo mejor que sé hacer. (...) Me gusta escribir para transmitir emociones. Me gusta sentir el afecto de la gente que me lee y que le gusta lo que escribo y cómo lo escribo. Me gusta escarbar en las profundidades del océano de mi mente y extraer de allí esos pequeños tesoros que llevan tiempo aguardando en silencio que los rescaten y los saque a la superficie. Me gusta escribir porque me hace sentir vivo. Me gusta escribir porque me pone contento. Y también triste. Y también eufórico. Y también melancólico. Me gusta escribir porque siento, deseo, necesito hacerlo. (...) Me gusta escribir porque en el proceso creativo encuentro por fin la paz que no hallo en el mundo real. Me gusta escribir porque al fin descubrí para qué vine al mundo."


Pedro Fabelo, Absurdamente, Antología del absurdo, "¿Por qué escribo?".



 ¡Muchas gracias, Pedro!




Mis cinco nominaciones go to:



- Flora Rodriguez, Entre Altibajos

- Juantobe, Edupsique.

- Eva Mercader, La ciudad esmeralda

- Maríjose  Luque Fernández, Sonrisas de Camaleón

- María Antonia Mafar, Mi mnemosine mafar







A boca de jarro



jueves, 22 de octubre de 2015

Soltate el pelo

Gustav Klimt, Danaë

Y como esta tarde se prepara para la lluvia,
tu cuerpo creció, floreciendo ante mis ojos,
y se preparó para este día.
Sangre bendita, hija mía, 
que anuncia tus frutos,
días futuros en los que encarnarás 
tu ser mujer.
Bendito sea este día.



                                           


Dos pajaritos se posaron en mi ventana
Me dijeron que no te preocuparas
Tu verano llegó con perfume a canela, tan dulce,
 las nenas saltan a la cuerda en la vereda

Tal vez a veces
Nos equivocamos, no pasa nada
Cuanto más cambian las cosas
Más se empeñan en ser las mismas
No lo dudes


Poné tus discos
Contame cuál es tu favorito
Dale, soltate el pelo
Calzate tus jeans desgastados
Te ayudo a alcanzar tus sueños
Vas a encontrarte a vos misma
en algún lugar, de alguna manera


(Traducción y adaptación de un fragmento de 
"Put your records on", por Corinne Bailey Rae)


Corinne Bailey Rae - Put Your Records On


A boca de jarro

lunes, 19 de octubre de 2015

Días de alto vuelo



Hay días en los que arde magia,
en los que llueve alegría,
en los que la vida emana
su claridad meridiana
y se me florece su mejor profecía.

Hay días en los que atisbo
la luz en mi propio abismo,
en los que todo es promesa,
en los que siento certeza,
días que libran la piedra.

Hay días en los que tus manos
crean un teclado
 y tocan para mí
aquella melodía
que sabía mía.

Días en los que camino a ritmo.
Días que se me hacen cluecos
pero de los huevos
de empollar los versos
dentro de mi pecho.

Días en los que me río
del revés del reino,
en los que no freno
si me pega el viento,
días de alto vuelo.




A boca de jarro

viernes, 16 de octubre de 2015

Los eskejos

Not to be Reproduced (La reproduction interdite, 1937) , René Magritte


En esta tierra mía donde justo se vinieron a bajar del barco mis abuelos, hace rato que hemos dejado de tener espejos para pasar a tener eskejos. Los eskejos son en apariencia iguales a los espejos que solían tener colgando de las paredes, en el baño y adentro de sus roperos mis abuelos, sólo que en los eskejos que tenemos en casa ahora se produce un fenómeno notable que paso a explicarles. Resulta que en estos eskejos de fabricación cien por ciento argentina se ve distinto. Se cae un botón del sacón, y en este eskejo es como que te vas acostumbrando a verte el sacón sin botón, a punto tal que en poco tiempo te parece que el sacón sin un botón está bueno, que tiene onda. Al tiempo, se te hace una agujero en la manga del mismo sacón al que se le había caído el botón, y se empieza a roer la tela alrededor del orificio, asoman todos los hilitos por ahí, te mirás al eskejo y te parece que igual el sacón queda lindo, que vas a la moda. Pasa un poco más de tiempo, y resulta que el paño del sacón se empieza a brotar en gorollitos que no los sacás ni con el jabón de lavar que te venden por televisión en la tierra de los eskejos para tales mágicos efectos. Te mirás en el eskejo con tu sacón lleno de gorollitos, agujereado, con hilitos y sin botón, y te parece de lo más kitsch. Pasan unos meses más, llega el tiempo de guardar el sacón porque ya llegó el calor, mirás al sacón sin un botón, agujereado, con hilitos y gorollos, lo ponés a contraluz, y notás que el color gris que tenía cuando lo compraste y lo pagaste un ojo de la cara se ha convertido en color ratón. Lo llevás a la tintorería para hacerlo aguantar una temporada más, y aunque la señora tintorera no te promete ningún milagro, te sale un discurso raro, como si estuvieras hablando por kadena nacional, ahí parada, levantando el índice y la voz, toda aireada, muy aseñorada frente al mostrador de la tintorería argentina, un diskurso que dice más o menos kosas como que para qué vas a komprarte un sakón nuevo de likidación si lo ke venden ahora es todo peor que tu sakón, ke te lo cobran kualkier kosa, kada uno lo ke se le kanta la reverenda gana, ke ya la kalidad de antes no se konsigue más y todas esas kosas ke te suelen embargar en una kaskada mental frente a todos tus eskejos. Entonces, ya medio en kaliente komo buena argentina ke sos, dejás al sakón sin un botón, kon un agujero en la manga, lleno de hilitos y gorollitos y kon su nueva tonalidad kolor ratón, pensando que lo vas a pasar a buskar en una semana, vas a pagar otro ojo de la kara por la limpieza en seko y va a terminar kedando igual de choto ke komo lo habías llevado. Te vas de la tintorería kaliente pero tratando de konvencerte de que la señora tintorera debe usar algún produkto mejor ke el jabón de sakar gorollos ke nos venden tan koloridamente aká por televisión, en la tierra de los eskejos, y ke es por eso ke kobra tan karo por la limpieza del sakón. Tal vez el año ke viene, kon un poko de suerte y viento a favor, pensás en kaliente, komo buena argentina kabrona ke sos, te podrás por fin komprar un sakón nuevo. Y si no, serán más eskejos, ké lo karió.



Publicidad : Skip, Kita las pelotitas 




A boca de jarro

jueves, 15 de octubre de 2015

Una buena idea de ... Proust




(Traducción y adaptación de un artículo original de Alain de Botton, en The Independent, Cultura, domingo 23 de octubre de 2011.)

    En el París de los años 20, había un periódico llamado L'Intransigeant que ostentaba cierta reputación de publicar noticias de investigación, chismes urbanos, clasificados variados y editoriales incisivas. También tenía por costumbre lucubrar grandes preguntas y pedirle a las celebridades francesas que enviaran sus respuestas. "¿Cuál piensa que sería la mejor educación para su hija?" fue una. "¿Tiene alguna sugerencia para mejorar la congestión del tránsito parisino?" fue otra.
En el verano de 1922, el periódico formuló una pregunta particularmente elaborada para sus contribuyentes. "Un científico anuncia que llega el fin del mundo. ¿Cómo cree Usted que la gente se comportará desde el momento en que recibe la noticia y el del apocalipsis? ¿Y qué haría Usted en sus últimas horas?"
Las celebridades que respondieron incluían una quiromántica, una actriz, un político, y un solitario y bigotudo novelista que había pasado los últimos catorce años tirado sobre una cama angosta bajo una pila de frazadas escribiendo una novela inusitadamente larga. A partir de la publicación de su primer volumen en 1913, En busca del tiempo perdido había sido exaltada como una obra maestra. La crítica había comparado a Marcel Proust con Shakespeare y Stendhal, y una princesa austriaca le había ofrecido su mano en matrimonio. Entusiasmado por contribuir al periódico, y en el mejor caso un hombre solidario, Proust envió la siguiente respuesta, que bien puede ayudarnos a nosotros a lidiar con nuestras ansiedades apocalípticas: 



"Yo pienso que la vida de pronto nos parecería maravillosa si sintiésemos la amenaza de que vamos a morir mañana, como algunos dicen que sucederá. Piense en cuántos proyectos, viajes, romances, estudios, ella - nuestra vida - nos esconde, ocultos debido a nuestra propia haraganería que, segura de su futuro, los pospone incesantemente.



Pero haga Usted de esta amenaza un imposible y verá qué bella ella se pone nuevamente ¡Ay! Si tan solo el cataclismo pasara de largo esta vez, seguro no nos perderíamos la oportunidad de visitar las nuevas galerías del Louvre, ni de caer a los pies de aquel amor de nuestros sueños, ni de hacer ese viaje a la India.


El cataclismo no sucede y entonces nosotros no hacemos nada de todo eso porque nos encontramos de nuevo en la zona de confort de nuestra vida cotidiana, donde la negligencia adormece el deseo. Aun así, no habríamos necesitado del cataclismo para amar la vida tal como es hoy. Habría bastado con pensar que somos humanos y que la muerte puede llegar esta misma noche."


Marcel Proust


Aquí, una bella lectura de esa respuesta de Proust 
por el actor británico Alan Rickman:




martes, 13 de octubre de 2015

Truman: Somos Vida y Muerte











Todos somos eso: Vida y Muerte. 



 Vida y Muerte nos habitan. 

Son un misterio que nos excede. 




A ciertas alturas del cauce de una 
es preciso ir irrigando la otra,
ir abriendo camino para que las aguas confluyan
en armonía, 
regando la vida que continuará 
fluyendo hacia el mar de la existencia.





Solo aquellos que tienen la certeza de estar cerca de su propia muerte saben cuáles son aquellas pequeñas cosas por las que vale la pena vivir la propia vida.




Un verdadero aprendiz de su propia muerte sabe dar 
valiosas lecciones acerca de cómo vivir la propia vida.


Es posible que sea más fácil aprender a morir 
que aprender a vivir. 



Sería buenísimo que la muerte nos sorprendiera tan gratamente como me ha sorprendido el libro, el tono, el ritmo y el final de esta buenísima película que es "Truman", del director catalán Cesc Gay. Sería buenísimo que todos pudiéramos ser tan sensatos cuando nos llegue la hora del último viaje como es Julián, el personaje que interpreta, de manera soberbia, Ricardo Darín. Sería buenísimo que tuviésemos la lucidez de decidir cómo queremos vivir nuestros últimos días sin joderle la vida a nadie y que arreglásemos nosotros mismos lo que deseamos se haga con nuestros restos mortales, aun siendo incapaces de concebir esa última transformación. Sería buenísimo que todos intentáramos acompañar a nuestros amigos y seres queridos en el abordaje de la partida como lo hace el sobrio y medido Tomás, interpretado por un brillante Javier Cámara, un ser que irradia todos sus sentimientos a través de la mirada y que, desde el amor y la admiración, respeta y ennoblece la inobjetable lucha de su amigo por morir con dignidad. Sería buenísimo que en nuestra propia película vital pudiésemos hablar a bocajarro de nuestra propia muerte como propone adultamente Gay, sin dramatismo, con una pizca de humor, con honestidad y sin pasar facturas impagas a nadie, mucho menos a nosotros mismos. "Truman" es una película buenísima, una de esas rarezas cinematográficas de inusitada belleza donde lo mejor es que el perro es protagonista sin comerse la película.




Reflexiones suscitadas por la película "Truman".




“…Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.”

William Shakespeare

A boca de jarro

viernes, 9 de octubre de 2015

Gota del olvido




Gota del olvido, pendiendo de un grifo, ahora que me detengo, te miro, y sos como la promesa que escatima mi destino. Te miro, te toco, te desafío. No caés sobre mi mano, quedás congelada en un grueso hilo, con tu liquidez acuosa suspendida en el vacío. ¡Pobre gota! Podrías haberme llorado un río. 

Anoche yo te soñé, y me despertaste empapada en un sudor seco y frío, queriendo gritar tu nombre en un intento enmudecido. Mi voz no acudía a mi boca, ronca desde su olvido. Venían por mi las bravas aguas del olvido, me silenciaban, me arrastraban, me ahogaban, me asfixiaban, y yo queriendo gritar tu nombre, llamarte en busca de auxilio, enrollada sobre mis playas, me destrozaba en un chorro sucio y breve que caía de ese grifo, y solo me asistían tus ensordecedores gemidos. 

Por fin me partí en la acuosa exhalación de un alarido, sentada en la cama como un náufrago mojado, encarcelado en sus harapos, confundido, sin rumbo y sin sentido. 

¡Pobre gota del olvido de ese destino que viene a mí en sueños sin que yo jamás lo haya bebido!



Cry me a river (Ella Fitzgerald) 


A boca de jarro

lunes, 5 de octubre de 2015

Sirena de las Palabras

Siren song series by Victor Nizovtsev




Como en olas Ella llega, 

en puntillas, espumada, 

a tientas, de madrugada,

cuando oteaba mi partida,

besa mi orilla, la limpia,

y de pleamar me empapa.



Me despierta, extrañada.

¿Es por mí que has venido,

es por mí, que estoy vacía, 

es por mí, que estoy varada, 

sin barca, sin luz, sin mapa,

sin mar, sin ruta, sin atlas?




¿Cómo podré yo servirte,

cómo podré conducirte,

cómo podré yo cantarte,

cómo sabré traducirte?

Yo tan solo amo las lenguas

y quiero volver a casa.



Mi alma te doy, entera,

igual la daba por muerta,

te entrego mis torpes dedos,

mis ojos y mis orejas,

te doy este par de remos

y te concedo mi Itaka.




Pero ella no me contesta,

solo me mira intrigada

y preguntándose por qué

quedé así tan marchitada,

tan seca, tan deshojada,

tan mustia, tan encallada.




Tómame entera, te ruego,

Sirena de las Palabras,

alza mis velas ahora,

aunque es de madrugada,

llévame donde tú quieras

que yo ya no pierdo nada.




A boca de jarro

jueves, 1 de octubre de 2015

Canto de mí mismo

Whitman Illuminated: Song  Of  Myself, Illustrated by Allen Crawford, Jonathan Cape, 2014.


SONG OF MYSELF, Walt Whitman


I celebrate myself, and sing myself,

And what I assume you shall assume,

For every atom belonging to me as good belongs to you.






CANTO DE MÍ MISMO, Walt Whitman




Yo me celebro y yo me canto,

Y todo cuanto es mío también es tuyo,

Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.


Traducción de Jorge Luis Borges




 "... no entreveo otra posibilidad que la de una versión como la mía, 
que oscila entre la interpretación personal y el rigor resignado.

Jorge Luis Borges, Prólogo a Hojas de Hierba de Walt Whitman, 
Editorial Lumen, 1991.




"...cada idioma es un modo de sentir el universo 
o de percibir el universo".
Jorge Luis Borges
A boca de jarro

sábado, 26 de septiembre de 2015

Se supo escritor

 

    Supo que era escritor aquel día de lluvia en el que, sentado en pijama frente a su ordenador, constató por primera vez que había logrado hacer de una ineludible mentira una bella y creíble verdad. Hasta entonces sólo había conseguido narrar prolijamente su puñado de verdades de perogrullo. Pero esto era diferente, era inaudito. Supo que era escritor y que ya no le importaba la verdad ni la mentira ni vestir más que su pijama. Supo que el despertarse de madrugada con las manos pesadas de ladrillos para construir castillos de palabras era algo que le iba a suceder con frecuencia, aunque no sabía a ciencia cierta con cuánta, y eso lo angustiaba más que la carga. Supo que el ir a todas partes armado de anotador y bolígrafos iba a ser su perpetua condena a la rareza. Supo, en lo más encendido de su ser, que esa vocación por vivir calzándose zapatos ajenos para hacer propias las historias que otros andaban era su camino, aunque el andarlo no lo conduciría a ninguna parte. Ese era su destino manifiesto, algo infinitamente menos importante que el inenarrable placer de escribir. Supo que aunque su nombre no quedara impreso en los anaqueles del tiempo siempre se imaginaría leído y acompañado cada vez que llegara a la mitad de ese cigarro con el que se premiaba en solitario luego de acabar de vaciarse del escritor. Se supo escritor y dueño absoluto de la locura necesaria para caminar en pijama por las cornisas resbaladizas en días de lluvia como aquel, clamando por el canto de las musas para hacer de su ineludible verdad una bella y creíble mentira.








A boca de jarro


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Reunión de ex-alumnas




     Odio las reuniones de ex-alumnas, pero Andrea insistió, dijo que eran los 30 años, que no creía que iba a estar en condiciones de asistir conmigo al festejo de los próximos 30 y que entonces no quería perderse la ocasión. Me hizo ruido eso que dijo. A nuestra edad esos comentarios no se deben dejar pasar sin más. Me empilché bien, tratando de disimular todos los kilos ganados en esta década perdida, y fuimos en su autito. El colegio está casi igual: la pintura caída del frente, el patio con sus baldosas de ajedrez lustradas por las monjitas, las aulas de techos altos y ventanas grandes, y la capilla, resplandeciente. Sólo cambió la cancha donde hacíamos los quemados del recreo largo, que ahora es un gimnasio techado que no pudimos ver porque estaba cerrado, para variar, y cambiaron, eso sí, las monjitas. Las nuestras se fueron todas a la patria celestial, como decían ellas eufemísticamente.

Entrar en esa capilla es tomarse un tren a todos los fantasmas del pasado. Se me viene el día de mi primera comunión, la carita de sueño que tenía por no haber dormido bien, con miedo de tener "malos pensamientos", en palabras de la Hermana Leticia, y mis abuelos, almaceneros asturianos, parados en la puerta del frente, vestidos de lo que no eran para no desentonar. ¡Cuántos miedos me metieron esas monjitas bigotudas e ignorantes, cómo me cuesta perdonarles eso y lograr ver lo que me habrán dado de bueno! Ahí siguen parados en el altar los dos enormes ángeles de la guarda de color pastel que, según las monjas, custodian al Santísimo, y según Marguery, que un día se hizo pis encima durante una misa en uno de estos bancos porque no la dejaron ir al baño, mueven los ojos durante los recreos cortos cuando ella los va a espiar. Yo nunca los vi moverse, pero los soñé en movimiento después de aquella gris y destemplada mañana en que nos dijo la rectora, ni bien tocó el timbre y formamos, que estábamos en guerra con Inglaterra para recuperar las Malvinas. La reliquia del santo patrono de la congregación sigue tapadita con esa cortina bordada que da más impresión que el mismo hueso. Y la Virgen nos mira fijo desde allá arriba, igual que entonces, cuando le pedíamos perdón tal como nos enseñaban, con las dos manitos cruzadas sobre el regazo. Me pregunto mucho últimamente qué sería lo que habría que perdonar tanto, ¿no? Se me ha dado por pensar, como le comento siempre a Andrea, que deberíamos haber sido un poco malas, un poco traviesas, un poco desobedientes, menos sumisas y perfectitas, menos reprimidas de lo que nos obligaron a ser para nuestro mal.

Acá, en el banquete aniversario de la promoción 85, están sentadas a la mesa todas las caras que conozco de memoria, como conozco cada baldosa de este patio que fue mi territorio en la niñez, mi piedra angular, y que me vieron convertirme en una mujercita. Caras que están cambiadas, como la mía, supongo, y, sin embargo, en esas pupilas que se topan con las mías con un dejo de extrañeza después de tantos años encuentro los mismos ingredientes de ayer: Susana, con su dosis de lujuria y de vanidad, Virginia, con sus gotas de envidia y de maldad, Gaby, con su medida de nada hastiada de todo, Alejandra, con su ración de mediocridad y sus aires de feme fatal, los mismos aires que me soplaron a más de uno durante todo el secundario por sobre mi insípida inseguridad, que se evaporó cuando el primer hervor, para el cual no convidé a ninguna de ellas. 

Pero todo eso también lo tengo que dejar atrás porque Andrea está acá y es la que me trajo por algo. Ella me quiere bien, me conoce, me banca, sabe de mis escasos éxitos y mis estrepitosos fracasos, celebra los cumpleaños de mis hijos y les hace regalos. Ella, como yo, es consciente de que nuestro envase tiene fecha de vencimiento y de que hay que exprimirlo al mango. Ella no me mide por mis títulos, mis calificaciones, el número de hombres que pasaron por mi cama, la cantidad de años que llevo de casada, cuántos kilos engordé en cada embarazo o cuántos hijos tuve el coraje de traer a este mundo. No. A ella le van mis bromas, mis sueños, mis lamentos y quejas, mis sensatos razonamientos en forma de consejos trasnochados vía mail cuando se trata de su familia ensamblada, de sus viejos y sus achaques o de la perra de su cuñada y la conchuda de su suegra. Y aunque la quiero bien y la sé valorar, esto se me hace denso cuando se pone espeso. Que estás igual, boluda, que si al final te recibiste de profesora de inglés, que si al fin tu viejo aprobó tu elección de carrera, que cómo están él, tu hermana y tu mamá, que si te casaste, que a qué edad y con quién, o contra quién, que cuántos hijos tuviste y que si trajiste las consabidas fotos de billetera de tus hijos porque yo, mirá, acá te voy a mostrar a los míos, rostros de pibes que no me dicen nada porque ni conozco al papá, aunque me lo puedo imaginar porque sé qué clase de tipo te va, y ahora, acá sentada a la mesa apoyada sobre los caballetes de siempre, las tengo que mirar y poner cara de feliz cumpleaños ante esas caras vacías, y tengo que decirle qué lindos son y toda esa sarta de pelotudeces que se dicen en estos bodrios. Preferiría que nos acordáramos de nuestras travesuras, cuando nos macheteábamos en historia y la vieja no nos pescaba, cuando fumábamos en el sótano del salón de actos, nos rateábamos de geografía con la excusa de que nos teníamos que confesar con el perverso del capellán, o cuando le poníamos papelitos bañados en plasticola sobre la silla del escritorio a la de biología para que se le quedaran pegados al culo, ¿te acordás? 

Me cuentan de hazañas de las cuales, según ellas, fui yo la protagonista, pero yo ni me acuerdo ya. Les cuento de cosas de ellas que quedaron prendidas a mi memoria, pero las niegan entre risotadas, convencidas de que ellas jamás hicieron eso. Pasan de largo los sándwiches de miga porque siguen todas a dieta, pelan sus celulares y me preguntan si yo estoy en Facebook o si tengo WhatsApp para seguir "en contacto". ¿Quiénes seremos todas estas a estas alturas de este viaje sin pasaje de vuelta, me pregunto? Cierro los ojos, bajo la cabeza, miro el reloj: es tarde ya, y se viene la torta, el brindis y las selfies. Hasta para hacerme tantas preguntas es tarde ya.



A boca de jarro

viernes, 18 de septiembre de 2015

Clavado en el bar



      Se llega a una de estas reuniones necesitando imperiosamente desensillar. Después de haberle estado dando vueltas al asunto por días y días desde que llegó el folleto a mis manos en algún bar, y de haberle pegado dos vueltas a la manzana antes de entrar - a pesar de que siempre me creí muy resuelta y extrovertida - recién entonces tomé aire, exhalé, bufando casi, y me mandé por el largo pasillo hasta el salón del fondo. Esto es como los baños de los restaurantes, pensé: siempre al fondo a la derecha. Y me sonreí al tomar asiento, con un cartelito con mi nombre clavado por una alfiler de gancho a mi remera, más por esa complicidad con ese núcleo divertido mío que tanto adoro - lo único que me mantiene a flote hace meses - que por caer simpática antes de ver de qué va esto de un grupo de auto-ayuda en un bar. Lo que pasa, como le expliqué al coordinador ni bien me hizo presentar ante un aquelarre compuesto de tres minas más viejas y más piradas que yo, sentadas en semicírculo bajo una luz mortecina, lo que pasa es que vengo de un tiempo largo de haber estado digiriendo el estofado de que necesito ayuda, aunque para serles franca, yo no sé a ciencia cierta si esto se trata de una enfermedad de la cual me voy a curar o si voy a tener que acostumbrarme, o más bien, resignarme, a vivir así. En algún lado leí, entre todo lo que se lee por ahí sobre el tema, que la ansiedad es la epidemia silenciosa de estos tiempos, pero mi problema, en realidad, es que siempre estoy ansiosa por hablar, y en mi casa ya nadie me quiere escuchar. 

Y ahí nomás, cuando me estaba embalando para largarle al tipo todo mi rollo existencial, me cortó, el muy maleducado. Se disculpó torpemente, arguyendo que sólo se trataba de una presentación informal y que nos iba a dar una dinámica más tarde para que nos conociéramos un poco más y ahondáramos en nuestra problemática individual. Cazó un marcador azul y se puso a dibujar sobre una pizarra blanca unos circulitos todos torcidos que - según él - representaban las áreas del ser humano: el área física, el área cognitiva, el área valórica, el área emocional, el área social, el área espiritual... No paraba de hablar, repitiendo como un loro una teoría bastante pedorra que yo ya había leído en un libro re-pedorro que me compré una vez saliendo del supermercado, esa vuelta que no podía dormir más de cuatro o cinco horas corridas por noche y no daba más. Tiré la guita: ni leyendo el libro mejoraron mis insomnios.

Hasta ahora yo miraba todo el show entretenida con un rico cafecito y me acordaba de mis clases de geometría en el secundario, cuando Sordetti nos daba conjuntos. Sordetti, ¡qué personaje! Me decía que yo era como una escalera: un diez al principio del trimestre, un cuatro a la mitad y un siete rasposo al final que me salvaba cuando me llamaba a su escritorio por arriba de sus anteojitos maléficos y su sonrisita displicente para cerrar el promedio y firmarme la libreta. Me quedé ahí, colgada del techo del bar, como en el 85 me había colgado del techo del aula de quinto bachiller, aquella vez que la vieja me preguntó no sé qué cosa de un teorema un lunes a primera hora y yo no tenía ni puta idea de qué contestar porque había dormido escasas horas por ir a bailar a la matiné del domingo. Se me vino patente a la memoria emocional la vergüenza que sentí aquella vuelta bajo la mirada punzante de las tragas del curso sobre mi perfil malo, y en eso caigo que el tipo me está apuntando con el dedo y me está hablando a mí, directo a la yugular.

¿Vos creés en Dios? ¿Vos tenés fe?  me increpa, totalmente sacado. 

Yo con mi fe en Dios tengo mi arreglo particular  le escupo, ansiosa pero triunfal. ¿Por qué? ¿Acá hay algún derecho de admisión, acaso? 

Listo. Dios lo hizo pisar el palito a media hora de haber empezado. Se le inflaron las venas del cuello, se le encendió la pelada y empezó a citar a los profetas, desde los del Antiguo Testamento, pasando por el papa Francisco, hasta los del Apocalipsis - si es que los hay - espetando las eses por entre sus incisivos al nombrar lo que a estos fundamentalistas posmo disfrazados de corderos les encanta alimentar: el demonio. Decía cosas como que era el demonio el que nos atormentaba con nuestras emociones negativas, y que era a ese a quien teníamos que vencer retornando al amparo de la luz de Dios que sólo brinda la fe que tenemos que tener. El abuso del imperativo a esas alturas me hizo carraspear.


Basta para mí, me dije, sin perder la compostura y sin siquiera retrucar. Le tiré una sonrisa al mejor estilo Sordetti, me puse de pie y lo dejé clavado en el bar como la mejor. Todo esto sin dudar y sin temblar, lo cual ya es todo un logro para una ansiosa asumida y crónica, convengamos. Y cuando llegué a la esquina de ese bar de morondanga entendí aquello otro, que también leí en alguna parte: un razonamiento puede estar equivocado pero una emoción, jamás. Me di media vuelta, miré a los ojos a aquella adolescente pizpireta que supe ser en aquel glorioso 85 y la invité a desensillar conmigo en algún otro bar. 





Maná - Clavado en un bar 




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