"A cada tiempo su arte, y a cada arte su libertad "
("Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit")
A finales del siglo XIX se desarrolla en algunos países europeos un estilo de arte al que llamamos modernismo. Se produce en el marco de la revolución industrial, en las ciudades y al amparo de las clases altas. Es un arte decorativista que utiliza los nuevos materiales y pretende dar belleza a los objetos y los espacios urbanos. Se inspira en la naturaleza, aprecia las curvas y abusa de los ornamentos. En arquitectura se destaca, sobre todos, Antoni Gaudí; en pintura, Gustav Klimt. Por lo tanto, no es casual que se elija a Klimt para decorar ambientes, aunque hay mucho más en su pintura que lo meramente decorativo.
Al ahondar en su vida y su época, intentando explicarme lo que me subyuga de su obra, me encuentro con ciertos datos reveladores dentro de una maraña de chismes sobre su intimidad que no hacen más que iluminar su genialidad: no se puede ser genial sin cargar con una historia familiar densa y superarla, sin romper moldes para tallarse a uno mismo, sin abrirse espacio entre los ignorantes y los consagrados de otrora, sin encontrar oposición. William Blake, un siglo antes de Klimt, lo resumió sabiamente:
"Without contraries is no progression" ( "Sin contrarios no hay progreso.")
El matrimonio del cielo y el infierno, El alegato, 1790-1793.
Gustav Klimt fue el más famoso de los artistas austríacos de su tiempo y el primer presidente de un movimiento de rebelión artística conocido como la Secesión vienesa, la figura más representativa del modernismo pictórico (Jugendstil) en el mundo
de habla alemana, en un momento de transición en el que la capital cultural del mundo dejaría de ser Viena, su ciudad natal, para convertirse en París. Su arte no se habría visto envuelto en los escándalos y el rechazo academicista y crítico con el que se enfrentó si Klimt lo hubiese desplegado en una París que, a partir del fin de la Primera Guerra, fue el refugio de todos los grandes del arte en sus diversas expresiones y nacionalidades. Pero Klimt no sería el artista que es de no ser por la actitud con la que enfrentó a esa oposición que inevitablemente le dió mayor fuerza a su expresividad. De la vista de la película acerca de su vida, "Klimt", dirigida por Raoul Ruiz y protagonizada por John Malkovich, poco queda claro sobre su vida más allá de que los críticos y los académicos con sus repetidos "no" le importaban un bledo, y que en la esfera íntima fue desprolijo, como la inmensa mayoría de los grandes artistas de todos los tiempos: sus lazos familiares fueron tormentosos, fue promiscuo y enfermó de sífilis por serlo, dejó un tendal de hijos no reconocidos, y se trataba de una personalidad compleja, provocativa, díscola, que no transó con la hipocresía, ni la ignorancia, ni el miedo a ser auténtico a lo que envisionaba como arte y belleza.
Podría haber optado por una vida más cómoda. Nació en cuna de oro, ya que su padre, Ernst Klimt, era un orfebre que orientó fuertemente a sus tres hijos varones hacia su mismo camino profesional. Es el oro y la rebeldía para con el mandato paterno y social de su tiempo lo que descolla en sus trabajos y lo que le da un toque único, personalísimo y magistral a toda su descomunal obra:
Higiea, fragmento de "Medicina", 1907.
Detalles de láminas de oro en "El beso", 1908.
Los exponentes vieneses de la Secesión querían dar a su arte una expresión despojada de tapujos y lograr algo propio, sin caer en la imitación de lo foráneo, pero siendo fuente de inspiración y análisis en una Viena en la que la Academia de Arte decidía qué era aceptable y que era rechazado de plano: una actitud poco artística si las hay. Desde muy joven, Klimt trabajó por encargo para casas de renombre en el apogeo del imperio Austrohúngaro y ganó el respeto y la admiración de la exigente y entendida sociedad vienesa: se convirtió en "el elegido de los elegidos". Hasta que se le encomendaron trabajos para la Universidad de Viena, y allí comenzaron las rupturas y los escándalos. Se mantuvo firme en abandonar la norma y se empecinó en plasmar la desnudez erótica, que se convirtió en su motivo supratemporal por excelencia. Al negarse a seguir la línea que se intentó imponerle, y aún habiéndole dedicado diez fecundos años de trabajo, atravesados por críticas antisemitas acerca de su supuesta "desfachatez judía" e histerias nacionalistas, se abrió del proyecto devolviendo todos los honorarios cobrados y decidiendo presentarlo al público bajo el lema: "A mis críticos".
Peces de Oro, 1902.
Fueron los pechos y las nalgas de esas bellas mujeres desnudas de cabellos largos y ondulantes, con su mirada firme y tierna dirigida al espectador, lo que escandalizó a toda una aristocracia intelectual hipócritamente sobria y pacata, a los poderosos que frecuentaban los mismos burdeles en los que se lo pescaba a Klimt in fraganti y que luego le bajaban el pulgar a la hora de reconocer su talento. De esa ruptura con lo que se esperaba de él surge su etapa dorada y la aceptación del público. En sus pintura se despliega su pasión por los mosaicos bizantinos, la influencia del japonismo, tanto en la indumentaria como en las formas, los colores vívidos y la luminosidad, la enormidad de sus cuadros, y su ansia por convertir cada obra en una alegoría poética en sintonía con otras manisfestaciones artístcas geniales, como la Novena Sinfonía de Beethoven que plasmó en el Friso de Beethoven, un cuadro de 34 metros de longitud y 2 de altura, que refleja en tres paneles el sufrimiento de la humanidad, las pasiones consideradas pecaminosas, las fuerzas destructivas y hostiles que se oponen al genio y al arte, a la sensualidad y a la desmesura, y el hallazgo de la felicidad consumado en la poesía.
El abrazo entre el hombre y la mujer se convirtió también en un motivo recurrente en su obra, y se catapultó a la gloria en El beso, "una oda a la humanidad", combinación perfecta entre oro, plástica y expresividad, una obra monumental de carácter simbólico que representa la unión mística, lírica y carnal del hombre y la mujer.
Sus retratos reflejan todas sus aventuras amorosas con mujeres prohibidas y capturan la esencia de una femineidad que empezaba a asomar, igual que un nuevo mundo: la nueva clase de mujer desafiante, extrovertida, sensual y tentadora no solo por su cuerpo sino por su elegancia, su gusto por los adornos y su conexión profunda con un mundo líquido, subterráneo, etéreo y erótico que tan bien supo plasmar en sus retratos femeninos vestidos o al desnudo.
AdeleBloch-Bauer I, 1907 , detalle
Pero sin dudas lo que más me asombra de este genial exponente de la pintura contemporánea es su penetrante visión del mundo femenino que también materna, como quizás él se haya sentido maternado por tantas mujeres que pasaron por su vida fugazmente. Es la imagen a la vez sensual y tierna de una mujer que conoce los ciclos de la naturaleza desde su estado embrional y que precisa de una red humana de contención en el acto de dar y cuidar vida: no hay nada como la serie de pinturas que ilustran lo que las mujeres descubrimos para nuestro asombro entre el rito iniciático del amor carnal y el sagrado instante en el que devenimos madres acerca de los secretos de las puertas de la vida que se nos abren al parir y nos conectan con ciertas visiones que entrelazan mundos concretos, de formas, color, piel, olor, fluídos y memorias latentes, con mundos sutiles de sensaciones ancestrales, emociones intensas, visiones místicas, presagios oníricos y certezas etéreas que transmutan la percepción sensorial y potencian nuestro erotismo.
Serpientes acuáticas II, (Las Amigas), 1904.
Las tres edades de la vida, 1905.
Muerte y vida, 1916.
Mujeres al desnudo, en una desnudez que no ofende, que no perturba, sino que devela y entroniza el arquetipo del dorado, apasionado y tierno poder de la fuerza sexual femenina, que, en definitiva, materna vida que se hace arte desde su desnudez.
"How can I help it? How can I help but see what is in front of my eyes? Two and two are four." "Sometimes, Winston. Sometimes they are five. Sometimes they are three. Sometimes they are all of them at once. You must try harder. It is not easy to become sane.” ― George Orwell, 1984
“Reality exists in the human mind, and nowhere else.” ― George Orwell, 1984
“Doublethink means the power of holding two contradictory beliefs in one's mind simultaneously, and accepting both of them.” ― George Orwell, 1984
Todos sentados con la boca oculta detrás de nuestros barbijos, como ovejas con bozal de un rebaño sin pastor, sin cura, sin vacuna y sin destino. Algunos miramos por la ventana al Buenos Aires devenido en páramo, una triste sombra del querido que ha sido. Otros no sacan sus ojos de la pantalla adictiva de sus celulares, en busca de otra app para obtener el permiso que tenemos que tener para que se nos permita transitar el territorio en el que hemos nacido, y al cual, aún sin libertad, seguimos edificando, intentando sanar, educar, aprender, vender - pese a todo y mal que les pese -, día a día, a fuerza de trabajo honrado, forzado, mal pagado, y se me hace que hay que sacar permiso hasta para pensar, para ponerlo en términos borgianos. Muchas veces este vagón de tren se me hace, en verdad, orwelliano, y "me percibo" Winston, encerrado en el cuartucho 101 bajo las luces del torturador que desde la app de mi celular - que, bajo esta luz porteña de hoy, me obnubila -, me pregunta por mi género, cuando Gran Hermano predica que eso es mera percepción: ¡menuda contradicción! Entonces viajo atrás en el tiempo, pero voy más allá de 1984, porque este cuento no me lo contaron: lo viví yo acá mismo, y es una película de terror que se repite en la pantalla a pesar de que no todas las ovejas de la granja se percatan ni se rebelan, una pesadilla recurrente que me despierta de madrugada, empapada de sangre, sudor y lágrimas.
En eso siento un vibrar de cuerdas tenue en mis oídos, levanto los ojos de mi celu, y me encuentro con los ojos de un artista de las cuerdas, con su mirada cansada, herida, y con su violín al hombro y un carrito donde carga con su amplificador y su netbook, plateada y baqueteada, con las pistas preparadas. Viste de gris, y grises son las ojeras que se asoman por sobre su barbijo gris, que denotan una pena, la ruidosa desazón del estigma que reclama ser tocado y sanado de alguna que otra manera. Todo en él exuda la cristiana tristeza del estigma. Saluda, y nadie mira, nadie escucha. Quito mis auriculares de las orejas - que me auxilian a la hora de evadirme de los riesgos que estoy corriendo al usar transporte público en la tierra de los permisos digitales para obnubiladas ovejas acorraladas por siniestros empleados del Ministerio del Nosepuede que esperan en los andenes para llevarnos al matadero cuando nos cazan con el permiso del voto sin el permiso de subir al tren.
Clavo la vista en las clavijas del terciopelo del instrumento, que él afina con destreza y dedos finos y largos, como sacados de una pintura de un Modigliani, pancita cervecera, pelo revuelto y uñas largas pero limpitas, como nos han enseñado en casa a tantos. Presenta su próxima pieza. Aún me quedan dos estaciones para llegar a destino. Deseo ferviente de no llegar nunca, de escucharla toda, entera. Y se abre, estalla, majestuosa, en el vagón adormilado e indiferente del ferrocarril Mitre rumbo a Retiro, "Seminare", y se recrea toda mi adolescencia, aquel grito de rebeldía ante una dictadura que ha vuelto a perpetrarse en esta tierra, de donde, ahora, son mis hijos quienes quieren irse. ¡Qué gran tristeza me embarga! Cuánto resueno con esta melodía cuya letra casi ya he olvidado de tanto seminario andado en tristezas, decepciones y fracasos. Me pongo de pie, manoteo un veinte todo arrugado, descolorido, devaluado, tal como el arte que encarnamos. Se lo pongo en su bolsito gris y le digo:
- Me alegraste el viaje... El día, la vida entera, te diría.
Palpa mi alma por mis gustos musicales. Le doy la misma respuesta que al de la guitarra de la otra vez, respuesta ensayada, por no pecar de demasiado entusiasta, de desubicada, siempre temiendo ser mal leída por loca, por puta, pero me lo llevaría a casa, sí, claro, yo lo adoptaría, para calmar esta sed de maternar arte, esta abstinencia feroz de museos y de libertad de movimiento que me quema como el sol de este mediodía. Y no puedo evitar la intrusión del pensamiento en medio de la emoción que me embarga y que me pone en deuda con mi fe: nuestros pastores deberían adoptar a las ovejas descarriadas en lugar de dar sermones desde sus altares blanqueados en sus huérfanos templos abarrotados de arte y tantas veces cerrados bajo candado tras negras rejas.
- Me va casi todo de lo bueno. Pero me puede Sting.
Se abren las puertas en el vagón del Mitre. Tengo que dar el paso para irme al trabajo y dejar a mi arte afuera, porque el arte no es trabajo, tal como nos han enseñado.
Camino bajo el sol del mediodía en la ciudad de la furia. Arranca el tren. Y reverberan en el andén semi desierto los acordes de "Shape of my heart". Alguna vez yo la traduje, ahora que pienso, pero casi ni me acuerdo. Y se me hace que la escucho en la versión que yo traduje, cantada en español por una bella voz, no la que encontré en YouTube, precisamente, en ese tren que jamás me llega, pero en este viaje acompañada por la ejecución perfecta del violinista del Mitre.
“You think because he doesn't love you that you are worthless. You think that because he doesn't want you anymore that he is right - that his judgement and opinion of you are correct. If he throws you out, then you are garbage. You think he belongs to you because you want to belong to him. Don't. It's a bad word, 'belong.' Especially when you put it with somebody you love. Love shouldn't be like that. Did you ever see the way the clouds love a mountain? They circle all around it; sometimes you can't even see the mountain for the clouds. But you know what? You go up top and what do you see? His head. The clouds never cover the head. His head pokes through, beacuse the clouds let him; they don't wrap him up. They let him keep his head up high, free, with nothing to hide him or bind him. You can't own a human being. You can't lose what you don't own. Suppose you did own him. Could you really love somebody who was absolutely nobody without you? You really want somebody like that? Somebody who falls apart when you walk out the door? You don't, do you? And neither does he. You're turning over your whole life to him. Your whole life, girl. And if it means so little to you that you can just give it away, hand it to him, then why should it mean any more to him? He can't value you more than you value yourself.”