Nuevamente, gracias a la riqueza interactiva de los blogs, se armó una especie de debate en el popular blog que sigo de Alejandro Rozitchner, http://www.100volando.net/, a raíz de un artículo que publicó el lunes 23 de mayo en la sección Opinión de La Nación Digital titulado "Para qué sirven los hijos". Estoy leyendo a Rozitchner, como ya comenté, lo estoy siguiendo, e hice un taller de escritura con él hace poquito. Me parece un tipo piola que, a través de su inteligencia, es capaz de olfatear el escenario y decir lo que de antemano intuye va a causar sensaciones ambivalentes y generar polémica. Se define como filósofo, y tal vez esto sea acertado, en tanto la tarea del filósofo es de alguna manera generar una fuerte reacción a través de una cosmovisión provocativa que se retroalimenta de la de otros pensadores y de su propia lectura de su realidad y su circunstancia. Y él se lleva todas las palmas en este sentido.
Rozitchner cita muy a menudo a Nietzsche , un filósofo que deconstruyó las actitudes vitales y morales del individuo, clasificándolas en actitudes positivas o negativas, un pensador que sentenció que "Dios ha muerto", con un sutil estilo y una cosmovisión que, en su momento, emergía como repuesta al desencanto que emanaba de la circunstancia histórica de sus tiempos. Fue quien le dio el puntapié inicial a la llegada del pensamiento existencialista y postmoderno , según el cual, cada uno es libre de optar y responsable por sus elecciones de vida y por la lectura de la vida a la que finalmente accede. Esta posturas filosóficas nos plantean el "para qué" y el "por qué" del ser y el existir, y eso es justamente lo que hace Rozitchner, cuando titula a su artículo "Para qué sirven los hijos", y cuando lo explica en términos más o menos "utilitarios", argumentando que los hijos son para hacernos la ilusión de "retener el tiempo", por eso nos obsesionamos con sacarles millones de fotos; son para que podamos a aprender a amar más y mejor; sirven para asomarnos al misterio de la muerte y asegurarnos una continuación de nuestra existencia a través de la de ellos; sirven para "revitalizarse" y limar nuestra egolatría o narcisismo; sirven para entender a nuestros propios padres y para descubrir el sentido de la vida . Y, según él, nada de todo esto implica el sacrificio propio o la autopostergación: yo, desde mi humilde realidad de madre de dos hijos, me pregunto cómo lo hace, cómo hace para no autopostergarse y autosacrificarse para así lograr asegurar el bienestar de sus hijos, no sólo en términos materiales, sino en presencia, escucha y acompañamiento que, sin dudas, implican renuncias a cosas que nos gustaría hacer por y para nosotros; cosas tan aparentemente banales como prepararles la leche, que, desde ya, nos quitan tiempo para pensar en el sentido de nuestra propia existencia y mirarnos la pelusa en nuestro ombligo por unos cuantos años. Y él mismo afirma que esto es así, al sentenciar que los hijos "suavizan nuestro narcisismo" antes de concluir diciendo que los hijos no significan una autorenuncia : ¿cómo se suaviza el narcisismo si no es a través de la autorenuncia, de "poner tu vida entre paréntesis"? Y en esto lo cito y me "autocito" en mi entrada: "¡Bienvenido al mundo Simón!" del 10 de mayo, donde incluyo algo que escribí sobre lo que criar significa para mí:
Criar es:
"poner tu propia vida
entre paréntesis para ser tutor del árbol de la vida de tus hijos
mientras te necesiten: es decir, por mucho tiempo…"
Tener hijos implica inevitablemente ponerlos en el centro del universo para correrte vos de allí, darse a ellos renunciando al propio ego. Para Osho, otro pensador que Rozitchner cita a menudo, y que yo también leo y leí, la clave de la felicidad y la realización vitales está en la desintegración del ego, y en el vivir solamente el presente. Pero no sé si Osho tuvo hijos... y si los tuvo, cuánto los paternó entre tanta meditación y práctica espiritual que se comercializa y vende que da gusto.
Todo blog se alimenta de comentarios, y hubo varios comentarios como reacción a este artículo en el blog de Alejandro. Hubo uno que incitó mi respuesta: el de Ramiro. Ramiro retruca que los hijos en verdad sirven para cumplir con un mandato social y para asegurarnos los cuidados que necesitaremos de viejos. También Ramiro piensa en los hijos desde una "postura utilitaria", pero expresa su pesar ante lo que seguramente vive como en estigma social que es muy real aún hoy, en pleno siglo XXI: el estigma que carga quien decide no tener hijos. Es innegable que en buena parte del mundo occidental, los roles sexuales están aún bastante estereotipados, a pesar de la revolución feminista, y todo lo que no responda al estereotipo se verá como "disfuncional", término que usan y abusan los psicólogos.
A Ramiro le contesta, si no me equivoco, Ricardo, la primera persona en comentarme en mi blog y en alentarme a seguir escribiendo, a quien le estaré siempre agradecida, bajo su seudónimo blogger de "Delivery Post-Crucifixion" quien también se autodefine como filósofo, y quien hace una defensa y alabanza de las ideas vertidas por Rozitchner, aunque se ve obligado a escribir otro comentario para aclararle a Ramiro que tener hijos es "una elección existencial", y que él respeta a quien decide no tenerlos.
Yo, por mi parte, no quiero ni hacer apología ni denostar ninguna postura o circunstancia vital con respecto al tener o al no tener hijos: y no es que me lavo las manos. Acuerdo con Rozitchner cuando dice que tener hijos es algo maravilloso, pero no por todas las razones que él enumera, sino porque los hijos son Vida, los hijos son el Dios en el que yo sí creo, y, como dice el genial Khalil Gibran en un fragmento de "El Profeta":
Tus hijos no son tus hijos,
son los hijos de la vida, deseosa de sí misma.
Vienen a través de ti, pero no vienen
de ti.
Y aunque están contigo
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos.
Porque ellos tienen
sus propios pensamientos.
Puedes albergar y cuidar sus cuerpos,
pero no sus almas.
Porque sus almas habitan
en la casa del mañana,
que tu no puedes visitar
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no busques hacerlos iguales a ti.
Porque la vida no retrocede
ni se entretiene con el ayer.
Ustedes son el arco
en el que vuestros hijos,
como flechas vivientes,
son impulsados hacia adelante.
Dejad, alegremente,
que la mano del Arquero
sea para la alegría.
A propósito de la alegría que me suscitó el cumpleaños de mi hijo mayor, reflexioné yo también acerca de lo maravilloso de tener hijos, y también escribí una vez, y esto se puede leer en los textos que incluyo en el sector de la derecha del blog, "el sector ilustrativo", una reflexión propia sobre los hijos. Hace poco también, el 24 de abril, día del cumpleaños de mi hija menor, el genial y erudito Sergio Sinay contesta la carta de una lectora en La Nación Revista acerca del desencantamiento que ella expresa por no haberse "realizado" como se esperaba socialmente de ella: como madre. Sinay cita en ese riquísimo aporte, titulado "Todos somos fecundos", a un brillante y valiente ensayo escrito en inglés por Laurie Lisle:"Without Child: Challenging the Stigma of Childnessness" ("Sin hijo : Desafiando el estigma de no tener hijos"), Ballentine Books, 1996. La verdad es que les debía un aporte sobre este ensayo a un par de mujeres que comentaron mi entrada sobre mi celebración y recuerdo del tener a mi hijo mayor, ya que ellas dicen entenderme y me felicitan por lo que transmito, y no tienen hijos. En el caso de una de las dos, a quien conozco en profundidad, el tema pasa y pasó por una decisión personal inteligente, meditada y totalmente altruista. Se puede, y creo que se debe, elegir no tener hijos, si uno siente que no va a ser apto para criarlos. No somos animales. Y el tema del instinto maternal y paternal ya está bajo la lupa de los estudiosos hace rato, tanto como el instinto de conservación de la especie, que a esta altura de la civilización, nos juega en contra más que a favor, por la superpoblación que nos aqueja; y si no, miren lo que sucede en Europa o en Japón, donde se elige o se coarta la posibilidad de los hijos, desde un punto de vista hedonista, en el caso de Europa, donde las "DINKY couples" (Double Income No Kids: Doble Ingreso Sin Hijos), prefieren disfrutar del consumo y autorrealizarse en lo laboral o lo intelectual en lugar de cargarse con la crianza; o, como en el caso oriental, donde no hay más lugar para nadie, entonces han llegado hasta el extremo de regular que cada familia (léase pareja con un hijo como mucho, y si no te multan), sólo puede tener un perro, por ejemplo. Interesante...
Lisle es una mujer inteligente y valiente, como mi amiga, pero sufriente, por eso necesita confrontar lo que siente que se espera de ella del afuera, igual que mi amiga. Habla con total honestidad intelectual y emocional del sentimiento que nos embarga de "ambivalencia a "madres" y "no-madres" por igual" acerca de nuestros roles. Se alza como portavoz de una minoría malentendida y mal vista, como las solteronas de antaño, que siente que es percibida como "egoísta", y desde ese sentir hace un brillante aporte autobiográfico, sociológico, psicológico y literario a la humanidad, aunque tal vez no figure en la lista de bestsellers, en tanto intenta, y estimo, consigue, saltar la brecha entre los "con-hijos" y los "sin-hijos". Es un libro que es un placer leer, y que entrelaza la narrativa personal con variados ejemplos de lo que ella denomina "chidlessness"( y aquí tendría que acuñar un sustantivo en español, pero la mejor transferencia sería "la condición de no tener hijos"), y las reacciones del entorno social a esa condición, ya sea por elección o por defecto, digo, por la incapacidad de engendrar hijos que muchos padecen aún deseándolos.
Lo que yo puedo aportar sin ser filósofa, ni Lisle, ni Sinay, sino mujer y madre pensante y sensible, a un hombre que expresa ese misma sensación de estigmatización social y que cuestiona el "por qué" del "deber ser", es que procrear puede adoptar múltiples formas que no necesariamente incluyen hijos. Por empezar, parimos nuestra propia vida, y encarnamos su misterio desde el momento en que somos hijos. Desde ese rol, tenemos que, tarde o temprano, paternar o maternar a nuestros padres, o a otros seres humanos que elegimos "como hijos", desde lo psicológico y filosófico hasta lo material y espiritual, en honra del respeto que les debemos, y en esos cuidados a los que alude Ramiro, que son un sabio mandato Bíblico. Paternamos y maternamos vida en la forma de trabajo, creación, vínculos, mascotas, plantas... la lista es infinita, creo. Los ejemplos de vidas fecundas sin hijos abundan: Jesucristo (¡y no me vengan con que los tuvo!), María Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, Anselm Grün, Jorge Luis Borges, María Elena Walsh, etc, etc, etc. Vidas maternantes y paternantes hiperfecundas y sin hijos biológicos. Y, como bien dice Sinay, es válido encontrar la autorealización en todo o en algo de todo eso, si no se elige o no se puede tener hijos.
Pero es cierto lo que Ramiro expresa acerca de la presión social que está puesta allí, y en muchos otros lados: cuando sos soltero/a, te preguntan:"¿No tenés novio/a, vos?". Cuando tenés novio/a, te preguntan: "¿No te casás, vos?". Cuando te casás, la pregunta es: "¿Para cuándo el bebé, che?". Y cuando por fin tenés un bebé, la pregunta es "¿Para cuándo la parejita, eh?". Y entre las celebrediades de Hollywwod, la pregunta será: "¿Cuando adoptás a un Camboyano?"...
Hay presión social. Yo la sentí. Por eso entiendo a Ramiro y empatizo con su postura, aunque tengo hijos, y sé que es maravilloso. Como diría Rozitchner, en su último libro, "Ganas de vivir", de Sudamericana, 2011, la diferencia nos hace iguales, en tanto es un rasgo en común, pero no debe ser acallada
Y para concluir, quisiera blanquear otra sensación, no tan maravillosa, que me inunda cuando leo reflexiones de padres y madres de hoy en sus disquisiciones sobre la maternidad y la paternidad. Siento, lisa y llanamente, que no tienen la valentía de blanquear la ambivalencia que expresa Lisle, y otras autoras que ya leí por sentirme un tanto solitaria en mi sentir, como María José Eyras en "La maternidad sin máscaras: Un testimonio sincero sobre la encrucijada de criar hijos", publicado por Temas de Hoy, o Clara Coria, Anna Freixas y Susana Covas, en "Los cambios en la vida de las mujeres: Temores, mitos y estrategias" de Editorial Paidós; mujeres que, en definitiva, expresan lo que también sentimos los "con-hijos", aparte de la maravilla: el sentir muchas veces que son "un grillete más que un barrilete que nos permite volar" (aquí cito a un varón, Ramiro : cito a mi obstetra Mario Sebastiani en su libro, que me recomendó comprar mientras fui su paciente, "Embarazo dulce espera?" de Paidós, y que obviamente no te recomiendo). Es el sentir que los hijos nos limitan en nuestra total autorrealización como así también nos plenifican, que nos acotan en muchos sentidos, y nos enriquecen, y nos potencian en otros tantos. Los padres que no se permiten ese sinceramiento, el del lado oscuro, el que mis admirados Carl Jung, Anselm Grün y mi maestra de crianza Jungiana, Laura Gutman, explicarían en términos de las luces y las sombras que todos encarnamos y que a todos nos habitan, también está mal visto, y conlleva cierto estigma. Gutman en realidad echa tanta claridad sobre esto que dice que es gracias a los hijos que logramos enfrentarnos con nuestra propia sombra y acceder a la posibilidad de ACEPTARLA.
Yo siento que nos hemos ido a un extremo en el tema de lo maravilloso de traer hijos al mundo, sin permitirnos, como hace Joan Manuel Serrat en su famosa canción, decir sin culpa que nos joden bastante muchas más veces de las que quisiéramos, en tanto nos descolocan e incomodan también, y no nos damos permiso para decirlo en voz alta por sentir que es feo. Pero es cierto: hay fealdad dentro nuestro, por más hijos que traigamos al mundo, y por mucho que los amemos, como de hecho yo los amo. Y blanquearlo nos hace mejores padres, en tanto nos hace mejores personas, honestos con nosotros mismos. Como también nos hace mejores personas decidir a conciencia no tenerlos, si para nosotros tenerlos es meramente cumplir con otro mandato social más, y pensamos que traer hijos al mundo no es nuestra aspiración vital más profunda. Cuando hombres y mujeres tienen hijos por que "hay que tener hijos", se dañan, y les hacen un daño a sus hijos que suele dejar huellas indelebles.
Y con esto concluyo, Ramiro, Alejandra y Lorena. Alejandro dice que no tiene tiempo de leer mi blog, así que a él no le aviso que voy terminando, porque no va a leer esto, como tampoco mayormente responde a los comentarios de sus seguidores en su blog: deja que se geste una especie de foro. Está bien, todo vale, si es la elección consciente que cada uno hace con el regalo más preciado que se nos da: LA VIDA.
Y te lo digo así, como siempre, a boca de jarro.