miércoles, 14 de marzo de 2012

En busca de sentido

                  El combate entre don carnaval y doña cuaresma, Pieter Brueghel el Viejo, 1559.


"En razón de su autotrascendencia, 
el hombre es una esencia en busca de sentido."
                         Ante el vacío existencial, Viktor Frankl.

A veces parece como que los pequeños rituales cotidianos que hacen a nuestra vida diaria se vuelven monótonos, aburridos, carentes de sentido. Se nos habla en los medios o leemos libros de personas que logran hacer trascender sus vidas más allá de los límites de su mortalidad. ¿Quién alguna vez no ha soñado con lograr alcanzar algo grande que lo haga trascender? Y sin embargo, la gran mayoría de nosotros vivimos vidas que se nos hacen pequeñas, anónimas y hasta insignificantes.


Ante el panorama del mundo que nos toca protagonizar, nos sentimos abatidos, empobrecidos, estrechados nuestros horizontes, vaciada nuestra capacidad de soñar, casi enfermos. Viktor Frankl le habla al hombre de hoy desde el siglo XX, y el mensaje que le transmite sigue siendo preciso, contundente y es posible que haya cobrado aún más sentido en nuestro confuso y líquido siglo XXI.


Viktor Emil Frankl, (1905-1998), neurólogo y psiquiatra austríaco, fundador de la Logoterapia y sobreviviente de  varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau, nos alecciona a partir de su experiencia:

"Preocuparse por algo así como el sentido de la existencia humana, dudar de tal sentido o incluso hundirse en la desesperanza ante la supuesta falta de sentido existencial, no es un estado enfermizo,  un fenómeno patológico.(...)
...  no es sólo que la frustración existencial esté lejos de ser algo patológico, sino que lo mismo cabe decir - y con muchísima más razón - de la voluntad misma de sentido. Esta voluntad, esta pretensión humana de una existencia llena, hasta el máxino posible, de sentido, es en sí misma tan poco enfermiza que puede - y debe - movilizársela (...)
Algunas veces no se trata tan sólo de movilizar la voluntad de sentido, sino de despertarla a la vida allí donde ha sido resquebrajada..."
                                                                 
Es un tiempo en el que se nos informa que se agregan al manual de trastornos de la mente más etiquetas y rótulos para lidiar con emociones, estados del alma y características de la personalidad como la tristeza ante las pérdidas, la timidez y la rebeldía, y se cree que la psiquiatría es la respuesta omnipotente a todos nuestros estados, Frankl advierte que es necesario dejar de divinizarla para intentar humanizarla. Es en el momento en el que el hombre atraviesa sus desiertos y se confronta con sus preguntas y dudas cuando se hace más auténtico, más hombre, cuando realmente comienza a comprender y a protagonizar su trascendencia, su grandeza. Sólo al hombre atormenta esta lucidez por la cual se duda de todo sentido. La sanidad reside en la voluntad de la búsqueda. Y advierte, lleno de sentido, que no se debe desvalorizar lo que hay de humano en nosotros. Cabe preguntarse por qué resulta tan atractivo andar etiquetando y buscando salidas farmacológicas y terapéuticas a situaciones que nos hacen transitar el sendero de nuestra más vibrante humanidad: "A nuestros mediocres les causa, al parecer, contento, oír decir que a fin de cuentas Goethe era también un neurótico como vos y como yo, si es que me permiten decirlo así. (Y quien esté libre de neurosis al cien por cien, que tire la primera piedra.)"
 

Según este brillante y apasionado pensador y orador, son cada vez más los que acuden al psiquiatra aquejados de un profundo sentido de vacuidad, a tal punto que él lo considera una "neurosis de masas". Es que no hay instinto que nos dicte qué tenemos que ser o tradiciones que nos marquen el rumbo hacia lo que se debe ser, y ya casi no conectamos con lo que queremos ser. Caemos en el conformismo y la deseperanza. Y la deseperanza, según Frankl, es comparable a una ecuación matemática:


D = S  −P
DESESPERANZA = SUFRIMIENTO − PROPÓSITO

Frankl reivindica la lucha por encontrar la voluntad de salir al encuentro de la actitud acertada para hacerle frente a nuestro destino más que una forma de cambiarlo, y la ecuación cobra sentido. Vivir es aceptar con dignidad el desafío que plantea la vida, con su carga de adversidad, porque nuestra vida tiene un propósito que descubrimos amando, trabajando, creando, y pensando en cómo afrontar el sufrimiento cuando toca. La pregunta no es ¿por qué a mí? sino ¿para qué?

Somos afectados por nuestro entorno, sin dudas, pero gozamos de una capacidad de elección, de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en circunstancias terribles. Se nos podrá arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir nuestro propio rumbo. Sentido no es algo que nace de la propia existencia, sino lo que le hace frente. Vale la pena leer en su legado la pasión y convicción con la que lo explica, para contagiarse de ella y seguir en la perenne búsqueda de sentido transitando los senderos de nuestra extraordinariamente ordinaria vida.

A boca de jarro

domingo, 11 de marzo de 2012

De Piaget, Pavlov y homeschooling...



Según Piaget el pensamiento concreto se desarrolla a partir de los 7 años, cuando el niño puede conocer la realidad que lo circunda y pensar sobre ella estableciendo relaciones a partir de sus sentidos. Los niños de esta edad pueden de este modo comprender que son capaces de agrupar objetos por colores o tamaños, jerarquizarlos de menor a mayor o por orden alfabético, encontrar los opuestos, realizar operaciones matemáticas sobre elementos observables (objetos, ábacos o contadores), etcétera, pero siempre deberán tener presente el objeto a estudiar o a analizar. Esta etapa concreta se extiende hasta los 11 años, momento en el cual comenzará a lograrse el pensamiento abstracto. Durante ella es recomendable que todo lo que se pretenda enseñar al niño pueda ser vinculado con su propia experiencia o, de no ser posible, a partir de imágenes (láminas, videos, películas, etcétera).

No obstante, a alumnos de cuarto grado de entre 8 y 10 años de edad, se les pide que realicen descomposición de cifras en decenas de mil, unidades de mil, centenas, decenas y unidades. Por lo tanto, se les da una cifra tal como 24.957 y el niño deberá reescribirla como 2 decenas de mil, 4 unidades de mil, 9 centenas, 5 decenas, y 7 unidades. ¡Fantástico! Pero, ¿dónde entra el pensamiento concreto?

Será simple concretizar la noción de unidades y decenas, posible la idea de centenas. ¿Cómo hacer concreta, tangible y sensorial la noción de unidades de miles y de decenas de miles? ¿Cómo logramos que este aprendizaje sea significativo para la mente de un niño en etapa del pensamiento concreto?


Mamá quiere ayudar a aprender esto a su niña de 8. ¿Qué hace mamá? Ni videos, ni láminas, ni películas. ¡Eureka: billetes! Mamá toma el dinero que está en casa, y hace pilas de billetes de cien para mostrarle a su inteligente hija, aunque aún pensadora concreta, lo que es una unidad de mil. Pero a mamá le resultará imposible mostrarle lo que son 24 decenas de mil con el efectivo en casa. Si esto fuese posible, no importaría tanto que a la niña le vaya bien y aprenda mucho en la escuela para asegurarle un buen puesto de trabajo en el futuro por el cual reciba como pago decenas de miles de billetes por mes...


Por lo tanto, papá y mamá profesores, que estudiamos a Piaget, lo dejamos a un lado este fin de semana y apelamos a Pavlov para entrenar a nuestra amada hija a resolver sus cuentitas ignorando las etapas del pensamiento en las que creemos porque las constatamos a diario. Vamos entonces a resolver cuentitas que carecen de toda relevancia, sentido y propósito para la vida infantil de mi hija hoy, un domingo soleado de marzo a sus 8 años, cuando está deseosa de jugar en la plaza y andar en su bici al aire y libre.


Hoy mismo, mientras adiestramos a nuestra pensadora concreta por la mañana, repasamos los diarios del domingo el padre y yo y nos encontramos con un interesante artículo en la revista dominical de Clarín, Viva, sobre homeschooling: educación en casa. Se trata de un movimiento bastante controvertido que abarca a un pequeño porcentaje de familias mundialmente, aunque en expansión (se calcula que dos millones de niños son educados así en el mundo hoy, mayormente en Canadá y Estados Unidos), que optan por instruir a sus hijos en casa siguiendo programas prediseñados principalmente por sistemas de derecha cristianos. Según se informa, "el homeschooling reúne corrientes de pensamiento divergentes y hasta incompatibles." En sus comienzos, en la era hippie de los 70, el movimiento reflejaba una pedagogía de corte humanista y liberal, y de hecho las fotos que acompañan al artículo muestran niños y madres que se asemejan en aspecto a aquellos hippies setentosos. Se los ve distendidos, rodeados de materiales concretos, coloridos y atractivos, en salas hogareñas especialmente acondicionadas para el aprendizaje y llenas de sol, acompañados por sus madres, quienes aparentemente se dedican a instruirlos en lugar de llevar adelante sus carreras. Se levantan más tarde que los escolares, al menos cuando ya hay luz solar, y dedican tantas horas al estudio como les demande o les entusiasme, para luego cortar por la tarde y unirse a talleres fuera del hogar de música, arte o costura y clubes deportivos. Para responder a los mandatos legales y recibir el reconocimiento oficial de su aprendizaje, estos niños rinden exámenes libres y, según los testimonios, su rendimiento es bueno. Hay algunos que se adhieren a programas para niños dotados como el diseñado por la prestigiosa Stanford University. Sus padres sostienen que sus hijos reciben educación de calidad de las mejores manos, padres sabios y cariñosos que los conocen en profundidad, y dicen estar "muy en contra de la marea."


Terminamos de leer el artículo y nos ponemos a corregir escritura de números en letras, tema sobre el que tenemos serias dudas lingüísticas a nuestros 43 años y de aplicabilidad a los 8 años, corregimos las multiplicaciones por dos cifras y las divisiones, apelando a la calculadora sin que nuestra pequeña nos pille, y terminamos con un dictado de números al cual le vemos nulo propósito antes de disponernos a preparar el almuerzo familiar del domingo. Después de almorzar, nos tomamos un breve recreo antes de la plaza, la bici y el planchado de uniformes que han de estar listos para mañana a las 6:45 a.m., cuando la tiranía del despertador nos hace saltar de la cama para que nuestros escolares se levanten, se vistan, desayunen y vayan al colegio en nuestra compañía sin llegar más tarde de las 7:25 a.m., y nos preguntamos concretamente si nosotros no hemos también estado haciendo homeschooling part-time por años sin la ayuda de Piaget para que nuestros hijos sean escolarizados en un colegio privado de la ciudad de Buenos Aires al mejor estilo Pavlov.


A boca de jarro

jueves, 8 de marzo de 2012

Ser mujer en el siglo XXI

Lady on the move

Navegando por los mares de internet después de varios días agitados, como da testimonio mi entrada de ayer, me encontré con esta cita de autor desconocido que traduzco del original en inglés y que resume mi sentir con respecto a ser mujer en este siglo que me ha tocado vivir:

" Sueño con una tierra que aún no existe, 
un lugar donde las mujeres sean valoradas
 por su inteligencia y su condición de madres
 y donde las elecciones entre carrera y maternaje
 sean un poco menos arduas."
                                                                                   


Día Internacional de la Mujer

A boca de jarro

miércoles, 7 de marzo de 2012

Repaso escolar



A mis alumnos les lleva meses entender que en inglés no se debe llamar "Miss" a una persona cuyo nombre conocen, en todo caso, podrían llamarme "Miss Paz", lo cual no suena muy sajón, y aún en los países de habla inglesa, a muchos profesores sus alumnos los llaman por su nombre, sin necesidad del "Miss" o "Mister", por lo cual me la paso tratando de animarlos para que me llamen como suelo reconocerme en la vida cotidiana, un "Fer" a secas y ya. Sospecho que a muchos les lleva meses recordar mi nombre, ya que han tenido y tienen una enorme cantidad de profesores distintos. Me toma tanto tiempo instruirlos en esto como en lo más básico del habla inglesa: agregarle un "Please" y un "Thank you" a todo cuanto digan. A mi pregunta de cómo están, deberían contestar "Fine, thank you". Y en verdad deberían devolverme la pregunta como gentileza. A sus pedidos de espera cuando les pregunto si han terminado lo que les he asignado, deberían responder: "Wait, please". Y esto no es solamente porque suena lindo, sino porque es parte del uso comunicativo real de la lengua que están aprendiendo. En un país angloparlante, sonaría mal y poco inglés decir "Wait" a  secas, o no responder al "How are you?" con un "Fine. Thank you. And you?". Un nativo se quedaría con la impresión de que no manejan bien el idioma o de que son redondamente descorteces.

En la sociedad del conocimiento, como la consideran hoy ciertos pedagogos, donde los niños son asumidos por sus padres y maestros como superdotados digitales, autónomos, índigos y cristales, donde los chicos manejan su propia compu, su propio celu, su tablet, su iPad y su MP5 desde tierna edad, hay que intentar barrer con este tipo de desconocimiento de las buenas maneras. Hace un tiempo, no mucho, si no demostrabas respeto e interés por las bondades de las formas en el trato, eras considerado peor que un analfabeto.

Todo esto va de preámbulo para contar que en casa me gusta ser "Má", "Mami", pero cada año que pasa me pesa más tener que ser "la Seño Fer". Y no es que me moleste instruir a mis hijos además de educarlos, prodigarles presencia, atención, afecto y contención emocional, cocinarles y compartir la comida con ellos, comprarles la ropa, plancharla, remendarla, salir en busca de listas interminables de carísimos materiales didácticos que se les solicitan, conseguir turno con el médico para el apto físico escolar, llevarlos al médico, al odontólogo, a inglés, darles el beso de las buenas noches, etc. Lo que me cae mal es el tono con el que se me impone la instrucción desde la carpeta de mi hija que viene de la escuela.

Las maestras parecen no haber aprendido lo que yo tan vehementemente intento enseñar a mis alumnos de inglés: no agregan el "Por favor" al uso del imperativo. Y será que soy quisquillosa, antigua o que hablo inglés, pero me pega mal, para qué mentir. Abrir la carpeta de mi hija para ver qué tiene de tarea, bajo orden de sus maestras de que debe hacerla sola porque ya tiene ocho años y hay que fomentar la autonomía infantil, y encontrarme con el imperativo de "Ejercitar" sin un "Por favor" me pone fula. Sobre todo porque es una contradicción que la misma seño que alienta a los papás a hacer de nuestros hijos seres autónomos, envíe una orden por escrito de "Ejercitar". Y no hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que el mandato es para mí, "la Seño Fer". ¿Quién si no podría ayudar a mi hija a ejercitar temas que se supone deberían ser repasados en la escuela antes de apresurarse a evaluarlos como temas sabidos habiendo pasado escasos días del comienzo del ciclo y luego de un receso de casi tres meses? Convengamos en que mi hija, como sus compañeros de clase, se ha pasado el verano nadando y jugando, y el agua del natatorio y del mar ha oxidado algunos de sus conocimientos, aunque aprobó el nivel anterior con muy buenas calificaciones. El repaso escolar es un deber de la escuela.

Justamente, en una entrada reciente que recibió comentarios variados, reflexionaba sobre el latiguillo de la autonomía infantil como una forma muy posmoderna de deslindarse de las responsabilidades que les competen a los adultos en la educación e instrucción de los chicos. Aquí tenemos un ejemplo clarísimo, porque "Ejercitar", tal como "Repasar", "Revisar", "Reciclar", "Practicar" y "Diagnosticar los saberes como punto de partida para la enseñanza a realizar", es un deber que le compete a la maestra en el aula, y que se me transfiere sin siquiera mediar un "Por favor". La nota dice textualmente:

"En casa ejercitá: dictado de números. Escritura de números en letras. Comparación de números con signos mayor y menor. Anterior y posterior. Pares e impares. Composición y descomposición de números en u., d., c,. u. de mil y d. de mil. Operaciones matemáticas (suma, resta, multiplicación y división). Resolución de situaciones problemáticas sencillas. Para mañana repasar las tablas en forma oral."

Esto de ejercitar en casa de manera autónoma es realmente una situación problemática compleja a resolver... Aquí debe intervenir "la Seño Fer", además de comprar un cuaderno para ejercitar en casa después de terminar la tarea que hasta ahora se ha focalizado en diseñar carátulas decoradas con figuritas recortadas de revistas didácticas que cuestan un perú en donde buscar y recortar paisajes e imágenes de flora y fauna autóctona para ciencias, colocarlas en un folio plástico, poner nombre a cada hoja de cada carpeta, indicar grado, materia y número de página, forrar y etiquetar libros, identificar claramente todo objeto que va y muchas veces no vuelve del colegio porque no se educa a los alumnos en no quedarse con los objetos ajenos, aparte de tener trabajo dentro y fuera de casa y una vida para vivir. Una lista interminable de deberes en los que la "Seño Fer" tiene que tomar parte activa sabiendo que en muchos de estos formalismos no está la verdadera instrucción, que una carpeta florida y decorada no refleja un mayor o mejor aprendizaje. Y, lo más arduo, lograr que mi hija me vea como a una maestra auxiliar cada tarde y se enfrente con el dilema de obedecer lo que se pregona acerca de la autonomía infantil en gestión escolar desde el aula o seguir el dictado de las órdenes del sentido común de "la Seño Fer" de dejarse ayudar e instruir por ella, quien decodifica las notas de las que se notifica a diario.

Hoy llegó con unas  frases muy inspiradoras acerca de sus derechos y deberes. Me quedo pensando en uno de los derechos que se listan:
 
Yo tengo el derecho de
pedir ayuda cuando no entiendo la tarea ."

El tema sigue siendo la contradicción que se genera en la mente infantil entre la supuesta autonomía que se impone como un deber y el derecho a pedir y recibir ayuda. ¿Y a quién pedir ayuda sino a la "seño Fer"? Todo un trabajo de repaso de la escolaridad nuestra de cada día que siempre me hace ir un poco más allá.


A boca de jarro

domingo, 4 de marzo de 2012

Somos libros vivientes

"Eso es lo que nos ofrece la literatura: un idioma suficientemente poderoso para poder contar cómo son las cosas. No es un lugar donde esconderse. Es un lugar donde encontrar."   

JEANETTE WINTERSON


Preparando material de lectura para mis alumnos de inglés avanzados, me encontré con un ensayo de Jeanette Winterson, una escritora nacida en Manchester, Inglaterra, en 1959. En un breve e intenso texto titulado"A Roof of One's Own" ("Un Techo Propio"), reflexiona sobre sus memorias de la infancia para ahondar en su profunda conexión con los libros y su búsqueda identitaria. Y me impresiona encontrarme en su escrito con ideas que me asaltaron al ver este maravilloso cortometraje de animación premiado con el Oscar, The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore, un corto de apenas quince minutos de duración sobre el amor a los libros, creado por William Joyce y Brandon Oldenburg.

La historia arranca con la llegada de un huracán y su protagonista, el tal Mr. Morris Lessmore ("More is less more..."), un escritor y lector apasionado, descubrirá en los libros la mejor forma de salvarse de los vientos que destrozan su pueblo y arrasan hasta con las letras de su propia obra. Como en una mezcla de El mago de Oz, la película Pixar-Disney Up, el cine mudo de Buster Keaton y Harold Lloyd y los desastres del huracán Katrina, la paradójica magia del film mudo y apto para todo público reivindica el poder de la palabra escrita en tiempos en los que los libros como los conocemos parecen estar a punto de convertirse en piezas de museo.



Hay muchas capas de significado en este corto abiertas al público adulto. En mi caso, les debo a los libros mucho más que el saber. Les debo también, como lo simboliza Winterson y como lo deja entrever el corto, mi propio techo, la contención frente al desamparo que me brindó el testimonio de otras almas que pasaron por catástrofes en las que todo parecía perdido y, sin embargo, llega por fin un día en el que se es capaz de abrir los ojos y volver a encontrar un lugar en el mundo del color.

Todo ser humano intenta escribir su propia historia, algunos lo hacen de manera literal, como Mr. Morris Lessmore en el corto. Y todo ser humano debe enfrentarse con vientos endemoniadamente huracanados que parecen capaces de borrar todo lo escrito hasta el momento de su llegada y dejarnos sin más ideas, sin letras ni colores para seguir creando la historia de nuestra propia vida, sin techo. Algunos llaman a esos vendavales crisis vitales. Cuando arrasan, dejan al mundo patas para arriba y a los ojos como nublados, viéndolo todo gris.

Es el momento de enfrentar un duelo por lo que se ha ido para nunca más volver, que es la persona que habíamos sido antes del sacudón, ni más ni menos. Se elabora muy lentamente, ya que se detienen los relojes, y parece que ya no hay inspiración ni brújula que nos guíe al sendero que habíamos andado hasta que azotó el temporal. Es posible que haya que comenzar a andar uno nuevo, pero uno queda tan vacío y aturdido que es arduo dar con él.


Es preciso redescubrirnos, recrearnos, reconectar con nuestra esencia, aunque los sentidos han perdido su agudeza hasta para olerla. Y los libros pueden rescatarnos y guiarnos para empezar a trazar algunas posibles coordenadas en un mapa moribundo como un libro deshojado. Es en la historia de otros sobrevivientes que se han enfrentado a la sombra que emerge del vendaval y han tenido el coraje de dar testimonio de su paso por el abismo, en la palabra vivida y viva legada por ellos, que incluso pueden ya haber partido, donde poco a poco se encuentra un refugio, un techo, se descubre que uno no es el único que ha pasado por allí y que otros han logrado emerger. Y un buen día, quizá cuando se comprende que cielo e infierno, luz y oscuridad, son las dos caras de la moneda que llamamos vida, asaltan las ganas de hacer nuevamente. Logramos ponernos en marcha y se vuelve a sentir la necesidad de continuar escribiendo esa autobiografía que parecía haber quedado trunca, seca. Se vuelve a ver el mundo en colores alguna tarde de otoño. El sentimiento de confusión e incertidumbre permanece, pero ya se lo sabe compartido, se lo ha enfrentado y se le conoce el rostro, se lo puede nombrar y poner en letras sobre papel.



El cortometraje es un homenaje a lo que hacen los libros por nosotros, y nosotros por ellos al leerlos. Como dice Jeanette Winterson en su singular ensayo:


"Muchas veces me he refugiado en los libros. No concibo al arte como un consuelo, sino que lo imagino como un techo sobre mi cabeza. (...)
Libros. Libros escritos o por escribirse.  Los de otros y los propios. Los libros son un hogar. No hacen un  hogar, son un hogar. (...)
¿Qué cuentan las historias? Que la vida es un viaje a través de un bosque oscuro. Que el alma está en peligro. Que el deber y la pasión destrozan al corazón. Que la belleza es tan buena razón como cualquier otra. Que el entendimiento es único. Que los milagros suceden. (...) Que siempre hay otra oportunidad. Que el amor existe.
Y estas cosas necesitan ser dichas de todas las diferentes formas posibles, de generación en generación, una y otra vez. La conectividad de nuestra historia y de nuestro ADN. Lo que hacemos y lo que somos, ensamblado en el arte. (...)
Nosotros somos el libro viviente."

¡Que disfruten del  corto!



A boca de jarro

jueves, 1 de marzo de 2012

"You is sweet, you is kind, you is important"

"Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, 
yo aún tengo un sueño."

Martin Luther King. 


Me gustó mucho la historia que nos cuenta "Criadas y señoras" ("The help"), basada en el bestseller de Kathryn Stockett (2009), ya que no sólo podría ocurrir en una pequeña ciudad del sur de los Estados Unidos en los años 60 (Jackson, Mississippi). Su universalidad en cuanto a ciertas verdades sobre la vida de las mujeres de distintas condiciones sociales la hace trasladable a muchos lugares del mundo de hoy, especialmente a aquellos en los que hay grandes distancias entre una clase pudiente y una clase baja trabajadora. A pesar de esta virtud del libro, muchos han odiado la película por su melodrama y otros la han utilizado para generar controversia racial una vez más, ya que consideran que se trata de un cuento más en el que los personajes negros son "salvados" por los blancos o que son empleados como vehículos para alcanzar una vida mejor.


En el contexto que delinea la ficción, las mujeres de clase alta se hacen madres para cumplir con lo que se espera de ellas socialmente por sus propias madres, esposos y círculo social, tercerizan las tareas domésticas al punto de ni siquiera levantarse de una silla para abrir la puerta si alguien llama o preparar algo de comer para el esposo que llega de trabajar. Tienen hijos, pero no ejercen como verdaderas madres. Lo declara vehementemente a su criada negra una niña rubia (y gordita, como recalca su madre) a la que cuida Aibileen Clark, entrañable personaje encarnado por Viola Davis: "Tu eres mi verdadera mamá".



¿Quién es mamá? Mamá es la persona que te conoce, que te registra, que te alimenta, te viste, te peina, te lleva a dormir y vela por vos cuando enfermás, que te hace sentir protegida y, sobre todo, quien te hace saber que "Sos dulce, sos especial, sos importante", aunque lo diga mal, aunque tenga escasa escolarización y aunque tenga la piel de otro color. Estas criadas negras ejercen el rol de madres de las hijas de sus señoras, quienes de muchas formas, son dueñas de sus vidas aunque no de sus destinos, haciéndolas trabajar seis de los siete días de la semana, usar sus propias dependencias sanitarias y dejar a sus propios hijos al cuidado de otras mujeres que toman la posta porque no queda otro remedio. Aunque ya no se las llame criadas y no sean todas negras, la vida de las empleadas domésticas muchas veces se parece bastante a lo que se muestra en esta historia, y se sienten una "posesión". Se impone el eufemismo de "The help" ("Ayuda doméstica"), que da nombre al libro y que se utiliza hasta a nuestros días, cuando en verdad son ellas el pilar y el alma del hogar. Sabemos que donde hay necesidad de apelar a eufemismos es donde se intenta confrontar con alguna verdad a la que no nos gusta mirar. Estas mujeres son las verdaderas amas de esas casas en las que las señoras siguen siendo niñas llenas de pretensiones que no terminan nunca de asumir sus roles adultos y sus vínculos en profundidad, y así transcurren sus días intentando llenar el vacío existencial de sus vidas.

Paralelamente a esta realidad, existe una hermandad de mujeres blancas y negras que no conforman la norma aunque deban pagar el precio con exclusión, violencia y desprecio. Son mujeres que se juegan por la autenticidad y la lealtad y que encuentran un sentido profundo a sus vidas, que trascienden a través de lo que legan por necesidad vital y por amor a sí mismas y a los demás. Ellas son, en definitiva, quienes abren las ventanas al pequeño gran cambio posible, de profundas reverberancias sobre sus propias vidas. Se hermanan más allá de su color o clase social, en su condición de mujeres, con todas las delicias y las amarguras que esta conlleva. Y finalmente, alguna de las que no se animó a enfrentarse con lo que se esperaba socialmente de ella admite: "El coraje a veces se salta una generación..."


En palabras de Victor Frankl "La sociedad de la opulencia sólo satisface necesidades, pero no la voluntad de sentido." El ser humano, en su condición de varón o mujer, "... es capaz de transformar en servicio cualquier situación que, humanamente considerada, no tiene ninguna salida. De ahí que en el sufrimiento se dé una posibilidad de sentido. (...) Al cumplir un sentido, el hombre se realiza a sí mismo." Y también la mujer, para quien el tironeo que conlleva la vocación de realización personal en el mundo del trabajo con el deseo de encarnar el alma de su hogar y su maternidad genera una buena dosis de frustración y dolor aún en pleno siglo XXI. Todo destino se manifiesta y cobra profundo sentido cuando se es capaz de descubrir la voluntad para escribir el libro de nuestra propia historia, que es alimentada por esas amorosas palabras que prodiga una mujer-madre:

"You is sweet, you is kind, you is important."

A boca de jarro

lunes, 27 de febrero de 2012

AUTONOMÍA

Hemos sido convocados a reunión de padres ante el inminente comienzo del ciclo lectivo, y la palabra que más resonó entre las paredes del salón escolar en boca de los docentes que nos dieron la bienvenida fue AUTONOMÍA. 

Los chicos, se nos dice, nuestros hijos de primaria, deben lograr alcanzar la AUTONOMÍA en cuestiones de gestión de su propia escolaridad.  Esta idea se ha transformado en el caballito de batalla de la pedagogía y psicología infantil de la última década, inclusive desde el jardín de infantes, al tiempo que las demandas académicas se han complejizado, asumiendo que estos niños pertenecen a una generación de superdotados veloces en la adquisición de saberes. Además, los tiempos se han acelerado en cuanto a los logros que se espera que alcancen y los plazos se han acotado. Todos usan y abusan del término, y me pregunto si se detienen a pensar en lo que verdaderamente significa y si esto es posible o siquiera deseable.

Según el diccionario de la Real Academia Española, AUTONOMÍA es la “condición de quien, para ciertas cosas, no depende de nadie”, y yo me pregunto si no se tratará de una noción relativa que proviene de idearios políticos y sociales de otras épocas en las que no entendíamos al mundo como una aldea dividida en bloques en la cual todos dependemos del equilibrio del resto. ¿Qué país del mundo hoy puede considerarse a si mismo AUTÓNOMO? ¿Acaso no vemos como todos necesitamos de créditos, préstamos, auxilios y salvatajes de otras naciones, que a su vez alguna vez habrán precisado lo mismo o lo harán?


Me entusiasmaría más que en tiempos de feroz individualismo se nos recibiera a los padres con la propuesta del acompañamiento de nuestros hijos en el crecimiento gradual y respetado, proponiéndonos presencia sin sobreprotección ni abandono, un difícil pero necesario equilibrio a lograr. Y percibir de los docentes que los guiarán en este tramo la convicción de que los van a instruir en la adquisición de hábitos contemplando la individualidad de cada chico y potenciando lo que traen de casa, acompañando pacientemente más que esperando que se las arreglen solos, que no dependan de ellos ni de nosotros ni de nadie.

No concibo a la infancia, ni siquiera a la adolescencia, como un período donde sea esperable o deseable la AUTONOMÍA. En verdad, no concibo siquiera mi vida adulta de manera totalmente autónoma: soy responsable de hacer y responder por muchas cosas, a veces demasiadas, sin un respaldo que en otros tiempos estaba más a mano porque había más manos en la masa familiar al servicio del cuidado de la casa y los hijos. Había más abuelas y abuelos dispuestos y cercanos, tías y tíos disponibles, redes de vecinos con quien al menos se podía conversar, la calle y la escuela eran lugares donde no faltaba mirada, registro y control como suele suceder hoy. Creerme AUTÓNOMA sería asumirme como superpoderosa, y esto no sería ni realista ni saludable. Dependo de los demás de muchas formas, y eso no menoscaba mi adultez para encarar la vida.


Siento que se emplea la palabra AUTONOMÍA con ciertas connotaciones sospechosas: tal vez se espera que los chicos sean autómatas, autodidactas, autosuficientes, autores de sí mismos, con autodominio y hasta con cierto grado de autoridad. Y habría que cuestionarse si todo esto que esperamos que nuestros chicos alcancen cada vez más tempranamente en su desarrollo no es producto de nuestra propia tendencia a eludir un compromiso más profundo en lo emocional y lo presencial por comodidad y por temor a ejercer nuestros roles adultos con toda la intensidad que se requiere.


Creo en una maternidad, una paternidad y una docencia que se complementen en escoltar el crecimiento de los niños impulsándolos amorosamente a que desarrollen recursos para enfrentar el aprendizaje y la vida, fomentando la AUTOESTIMA, ayudándolos a gestionar sus miedos y sus inseguridades para  transformarlos en AUTODETERMINACIÓN y AUTOSUPERACIÓN, iluminando para aprender a discriminar entre deseos y necesidades. Pero para eso sería menester que como padres, docentes y adultos que elegimos hacernos cargo de niños que dependen de nosotros por largo tiempo aprendiéramos nosotros primero a reconocer nuestras propias necesidades y a no confundirlas con nuestros deseos de AUTONOMÍA, deseos de desvincularnos de la responsabilidad que nos compete. En la medida en que toleremos la dependencia de los chicos seremos capaces de llegar a verlos alcanzar la AUTONOMÍA cuando sea el momento propicio, y a no confundirla con la supervivencia de quien tiene que arregrárselas solo cuando no está listo porque se encuentra huérfano de mirada, de presencia y de cuidados por parte de los adultos que se evaden del trabajo que demanda y desborda, pero que, insisto, hemos elegido como opción de vida.


Con esto de la AUTONOMÍA pasa como con todas las potencialidades. Si no habilitamos tiempo para que se desarrolle madurativamente en lugar de imponerla como meta inmediata, los resultados serán muy diferentes comparados con lo que se lograría si se respetara el proceso de crecer gradualmente que transita todo niño.


Deadlines (Plazos)


A boca de jarro

jueves, 23 de febrero de 2012

Nuestros tiempos


No voy a entrar en detalles sobre lo que pasó ayer. Ni tampoco voy a ahondar en por qué pasa. Todos lo sabemos. Todos lo vemos a diario. Muchos viajamos corriendo riesgos todos los días y estamos como curtidos, adormecidos, acostumbrados a andar como vacas camino al matadero en el transporte público en Buenos Aires. Ahí paro. Es necesario frenar para pensar en cómo vivimos y cómo morimos.

Se me vino a la cabeza una historia magistral de Graham Greene, "A Day Saved" ("Un día ganado") (1935), publicada en Twenty-One Stories (1954). Y cito, traduciendo como mejor salga, aclarando que la palabra "día" es una unidad de tiempo que bien podría ser reemplazada por hora, minuto o segundo....

"Yo te pregunto, ¿qué significa un día ganado para él o para ti? ¿Un día ganado a qué?, ¿para qué? En lugar de pasarte el día viajando, vas a ver a tu amigo un día antes, pero no te podrás quedar indefinidamente, viajarás a casa veinticuatro horas antes, eso es todo. (...) No podrás morir en la víspera. Entonces quizás te des cuenta de lo apresurado que fue de tu parte ahorrar un día, cuando descubras que no puedes escaparte de esas veinticuatro horas que has preservado tan cuidadosamente; las puedes patear hacia adelante una y otra vez, pero en algún momento deberás pasarlas, y entonces puedes llegar a desear haberlas pasado tan inocentemente como se las pasa en el tren..."

Viajamos muy mal en esta ciudad. Y vivimos muy mal. Vivimos corriendo desenfrenadamente contra el reloj desde que nos levantamos hasta que llegamos a casa. Es un apremio alienante y sin sentido que se cobra vidas de formas diversas y nos infecta a todos. Quienes lastimosamente, por causas de variada índole que todos conocemos de memoria y padecemos mansamente, perdieron sus vidas en este horripilante accidente ferroviario de ayer, viajaban en los primeros dos vagones, los más cargados siempre. Y lo veo todos los días, no me lo tienen que contar por televisión ahora que hubo otro accidente. Viajamos así  para bajarnos antes, en vagones que triplican su capacidad de albergar pasajeros, para escaparle en algo a la marea humana que se forma al descender la multitud de cada tren a la hora pico y así poder ganar tiempo, llegar unos minutos antes al trabajo y que no se haga tarde, para ahorrar tiempo....

Así viajamos en el ómnibus y manejamos nuestros automóviles y nuestras motos también, siempre apurados, a los bocinazos, ordenando que los de adelante avancen de una vez porque hay que ganar tiempo. Así vivimos y así morimos. Una verdadera lástima tener que vivir y morir tan impensadamente ante la absoluta negligencia de quienes deberían cuidarnos para que lleguemos a nuestros trabajos y de vuelta a casa cada jornada sanos y salvos.

"Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás"  (Gn. 3:19)

A boca de jarro

martes, 21 de febrero de 2012

Aquellas pequeñas cosas


Cuando se cierra o abre un ciclo, hay que hacer lugar. Se sabe que lo viejo deja una maroma de papeles y cositas que ya no tendrán mayor relevancia ni utilidad en el futuro, y sin embargo, por alguna razón que creo viene arraigada a tiempos más previsibles y lentos en el ritmo voraz del cambio que los nuestros, se tiende a guardar, a no dejar ir, a encarpetar y etiquetar, pensando que lo que se preserva puede llegar a ser de utilidad.

Hay un exceso en esta tendencia conocido en inglés como hoarding, palabra de difícil traducción. Se lo considera un trastorno psicológico por el cual la persona tiende a guardar obsesivamente objetos de manera compulsiva y excesiva, disminuyendo el espacio que necesita en su ámbito para moverse cómodamente. A veces se refiere a él como el Síndrome de Diógenes, aunque no se trata de la acumulación de basura, sino de objetos que hasta pueden nunca haberse estrenado.


El problema de acumulación puede llegar a niveles tales que quienes lo padecen no encuentran un rincón libre de pilas de trastos donde puedan hacer algo confortablemente en sus hogares u oficinas, como comer, estudiar, o simplemente dormir: no hay una mesa o escritorio libre en toda la casa ni lugar suficiente en la cama para acostarse. Esto genera problemas de relación con el entorno, sobre todo, con la pareja, quien hastiada, puede llegar a optar por marcharse por lo imposible que resulta todo intento de hacer entrar al hoarder en razones.

Conozco a un par de personas con este problema. Y estos días en los que hice limpieza, pensaba mientras me despojaba de cosas que guardé por años, si no existirá un nombre para denominar a la persona que se ubica en el extremo opuesto al hoarder, a quien fácilmente se desprende sin culpa de cosas que otros normalmente atesorarían de por vida, y que ha llegado a buscar objetos que botó o donó hace tiempo por error, es decir, que se fueron en la pila por distracción, y que sí podrían haberle resultado de utilidad. Ese es mi caso.

Frente a muchas de "...aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas", me senté el otro día y me puse a pensar. Se trataba de informes académicos con mi nombre y la firma de mis maestras y profesores de entonces, boletines de calificaciones, libretas de asistencia y comunicados escolares con algunas epístolas escritas por compañeras a quienes no volví a ver a pesar de las palabras azucaradas que nos prodigáramos en esos cuadernillos bajo promesa y juramento de no separarnos nunca. 

Es la vida quien se encarga de poner distancia entre nosotros y nuestro pasado. Y en esto la vida es muy sabia. Observando toda aquella pila de papeles amarillentos con tinta borrosa por el paso del tiempo, y midiendo el espacio físico de mi mobiliario y el emocional en mi interior, tomé finalmente la decisión de partir con ellos, dejarlos ir. 

Llegué a entender que, aunque se hablara de mí en todos ellos, ahí no estaba yo. Yo no soy ni jamás fui ninguna de esas cosas, de esas calificaciones, de esos comentarios de otros significativos en mi vida. Tampoco soy mi CV ni mis títulos, no soy mis documentos ni mi licencia para conducir, no soy mi edad ni mi barrio, mi país ni mis vínculos, no soy mis roles ni mi circunstancia, no soy mis añoranzas ni mis sueños presentes o pasados. Todo eso no me define ni me abarca: soy algo indefinible y cambiante en apariencias, aunque con un núcleo íntegro e inalterable que no se modifica en su autenticidad con el paso del tiempo, y que por lo tanto no necesita de papeles, documentos o testimonios que prueben que fue o es. Sólo yo lo conozco. Y adivino, aunque probablemente haga falta tiempo para confirmarlo, que he logrado averiguar de quien se trata en parte gracias a esta costumbre de despojarme de todo aquello que no necesito tener para recordarme quien soy. Gracias a este hábito que a algunos exaspera o supera en entendimiento o tolerancia, he logrado deshacerme de casi todo lo que en verdad no soy. Y me siento un tanto más livianamente verdadera.

A boca de jarro

sábado, 18 de febrero de 2012

¿Hablamos de números?



"Me dicen que abra los ojos y contemple las bellezas que el sol alumbra; que admire sus montañas, sus valles, sus torrentes, sus plantas, sus animales y no sé cuantas cosas más. Pero entonces, ¿el mundo no es más que una linterna mágica? Ciertamente el espectáculo es espléndido, pero en cuanto a representar allí algún papel, eso es otra cosa."   Schopenhauer.


Los argentinos tenemos la fama hecha de ser quejosos. Voy a hacerle honor a la fama. Ayer miraba y escuchaba en el noticiero el cierre de un debate que quedó abierto hasta que se reanuden actividades después del feriado de carnaval, el miércoles de la semana entrante, que es característico en este momento del año en el que nos preparamos para arrancar con el ciclo lectivo. Los representantes de los sindicatos docentes se reunieron con los representantes del gobierno a discutir las mejoras en el salario de los maestros que son la condición mediante la cual las clases arrancarán en las escuelas públicas en tiempo y forma el 28 de febrero como se había pautado. De no ser así, las aulas seguirán vacías unos días más, como ya es costumbre hace años en este país.

Hasta aquí la noticia no es noticia. Lo que escandaliza son los números que se manejan, tanto por una parte como por la otra. Y lo que más me sorprende es que no ha salido nada publicado sobre el tema en el diario más popular de la Argentina el día de hoy. ¿Será que nos hemos acostumbrado y lo vemos como una nota de color? ¿Estaremos hablando de números o habrá una cuestión mucho más honda y paradójica de fondo que nos estamos perdiendo?

Una vez un renombrado periodista político argentino aplicó una rica imagen para explicar lo que nos sucede con esto del acostumbramiento. Dijo que cuando a alguien se le cae el botón de un saco, lo percibe como llamativo por un tiempo. Si no lo arregla, pronto se irá acostumbrando a la ausencia del botón y seguirá adelante. Si al tiempo se le rasga un bolsillo, lo sorprenderá el hecho de lo mal que luce y lo incómodo que resulta, pero si no lo enmienda, pronto se habituará a su saco en estas condiciones. Y podríamos seguir con el acostumbramiento al deterioro infinitamente.

Los gremios reclaman un salario mínimo para el docente de escuela pública de jornada simple (cinco horas diarias in situ), de 3.100 pesos, mientras que el poder no está dispuesto a concederle más de 2.800 pesos. Tres mil cien pesos equivalen a algo así como seiscientos cincuenta dólares. Dos mil ochocientos pesos son quinientos cincuenta dólares aproximadamente. Por eso discuten: por una diferencia de trescientos pesos que no redime a ninguna de las dos cifras, ya que ambas dejan a quien las gana apenas por sobre la línea de pobreza, ya que las cifras oficiales se empeñan en querer hacernos creer que la Canasta Básica Total (CBT) que mide la línea de pobreza para una familia tipo se ubicó en enero en 1.423,92 pesos, según reflejan datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC).

Un barrendero empleado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires percibe un salario base de 5.000 pesos, el equivalente a un mileurista español. Y no tengo absolutamente nada en contra de esta labor: por el contrario, me parece digna y absolutamente necesaria. Es más, creo que nos haría falta una flota mayor de barrenderos y que a la ciudad y a los trabajadores que de ese modo conseguirían un empleo les resultaría ampliamente beneficioso. Pero, ¿existe comparación posible entre un maestro y un barrendero? ¿Qué papel desempeñan los docentes de escuela pública al estar tan mal pagos? ¿Y qué hay de lo que se expresa a través de los números, que implican una forma de no poder con la vida propia para quien lleva a cabo la tarea de educar, acerca de la importancia de la educación pública en los hechos, no en los floridos discursos políticos?

Sarmiento dijo: "El buen salario, la comida abundante, el buen vestir y la libertad educan a un adulto como la escuela a un niño". Lo dejo ahí, no tengo ganas de pensar más allá. Me cansé antes de empezar. Hago huelga de cerebro: total que más da, es feriado largo por carnaval, y la vida es un carnaval, como cantaba Celia Cruz... 


A boca de jarro

jueves, 16 de febrero de 2012

Ser o no ser el Bardo...


 Esa es la cuestión a la que alude, sin convencer a nadie de que Shakespeare sea un fraude, la película "Anonymous", dirigida por el alemán Roland Emmerich ("Independence Day", "The Day After Tomorrow" y "2012"), un atracón difamatorio para paladares negros que arremete confusamente contra todo lo aprendido de figuras descollantes que nos han dejado un legado riquísimo, infinitamente mayor al entretenimiento que ofrece este thriller de época en el que lo único rescatable es la ambientación, las escenas en El Globo, las líneas de Shakespeare citadas y las actuaciones de Rhys Ifans y Vanessa Redgrave. Me quedo con Al Pacino en su búsqueda laberíntica de Ricardo III. En "Anonymous", se pretende remachar sobre la vieja teoría de la desintegración de la figura del cisne de Avon sin presentar un sólo hallazgo contundente, basándose en las irregularidades regulares para los tiempos que resultan suspicacias sólo extemporáneamente.


 Los nombres que se barajan son varios y todos suenan familiares para quien ha estudiado algo del tema. Hay por lo menos una docena de nombres sobre los que se ha contruido esta teoría que cobró fuerza en el siglo XIX. Releyendo apuntes de estudiante, me encuentro con la innecesaria necesidad de probar la autenticidad de la pluma de un genio a quien se le desconfía por haber logrado ser descollante sin títulos nobiliarios ni demasiada preparación académica. Shakespeare no fue un intelectual, aunque los intelectuales se encargaron de apropiarse de él para poner sus obras bajo el microscopio en busca de explicaciones para un talento innato incomprensible para la mente mediocre, para quien se ha cultivado y sueña con hacerse un nombre pero carece de vuelo propio para salir del anonimato.

 Ya en 1592, justo antes de una temprana muerte, el poeta y dramaturgo Robert Greene exhortaba vilmente a sus colegas a desconfiar de un "advenedizo cuervo adornado con nuestras plumas que por su corazón de tigre envuelto en piel de actor se cree capaz de inflar el verso (...) y es el único "sacude-escenario" (shake-scene) del país". El juego de palabras es intencional y lapidario. Pasaron los años, se fueron acumulando pruebas en forma de documentos de una vida ordinaria, y Shakespeare fue incrementando su riqueza logrando que su padre, sobre quien también se especula pudo ser desde granjero o carnicero hasta fabricante textil o político y diplomático, obtuviera el permiso para un escudo de armas, mientras que el hijo se hacía poseedor de  propiedades suntuosas, compraba acciones del teatro El Globo y del Blackfriars, entre otros. Es claro que a este William no le iba nada mal para ser meramente un actor descerebrado como el bufonesco personaje que se delinea en este film.


 Los testimonios que dan crédito a la pluma de Shakespeare son numerosos en las publicaciones de la época: "... las Musas hablarían en el estilo finamente cincelado de Shakespeare si quisieran hablar inglés...", "el Terencio inglés", y su "habla de miel". Igual suerte corren sus personajes, que comienzan a cosechar alabanzas que quedan registradas bajo la firma de nombres ilustres que no vale la pena citar porque se montan al nombre de quien llevaba el propio para pasar a la historia. Además, no se deja del todo claro en pantalla que la Inglaterra isabelina fue tan poco apacible en términos de intrigas, confabulaciones, revueltas, ejecuciones y asesinatos como gloriosa para el arte y el espíritu del Renacimiento, que recién floreció ya entrado el siglo XV en esas tierras insulares, y que se propagó más allá de la corte de una reina muy pulida como Isabel. A los gentiles (the gentry), gente como Shakespeare, ésto les llegó en forma de fuerza creadora más que como erudición. Coexistían en esta Inglaterra el refinamiento de la cultura con la brutalidad de las costumbres. Los gentiles igual componían sonetos como empuñaban la espada. Una cantidad de comerciantes y campesinos comenzaron a comprar libros y a estudiarlos.

 La conclusión a la que se llega luego de intoxicarse con tanta conspiración basada en muchas hipótesis sin una tesis que las sustente es que los ilustrados que creen que sólo Salamanca presta no logran captar la verdadera esencia de un grande ni perdonarle el generoso regalo de natura. No logran entender que, en las palabras de un amante de la controversia, Ben Jonson, sabiendo "poco latín y menos griego", un hombre que "no pertenecía a una edad, sino a todos los tiempos" ("He was not of an age, but for all time") fuese capaz de eclipsar por sus propios dones, y que se pudiese hacer ficción acerca de sitios a los que nunca se había viajado o relacionar temas de la vida cotidiana con las hondas implicancias de logrados personajes. Sólo hace falta un talento inconmensurable y una sensibilidad tan grande como la que da el conocimiento de la naturaleza humana que se aprende viviendo. La vida que se asocia a Shakespeare revela cierto paralelismo con sus obras: pasiones irrefrenables, celos, decepciones amorosas, las trenzas históricas y los problemas políticos de la corte que todos conocían, la ingratitud, la traición, la ambición y el amargo renunciamiento al poder. El resto proviene de una imaginación fecunda, ganas de aprender, un oído dotado y la ausencia de escrúpulos en materia de copyright, cosa que no debería resultar difícil de entender hoy, en los tiempos de PIPA y SOPA.


 Las historias de Shakespeare eran historias tomadas del saco de la cultura colectiva de sus tiempos, cuando cualquiera plagiaba al vecino, agregando y quitando a voluntad. Los teatros no escatimaban en espionaje de escritos, ideas y hasta decorados. Los préstamos e interpolaciones eran moneda corriente. Y todo esto sucedía ante la total indiferencia del público, el verdadero protagonista del teatro isabelino, para quien el autor era una mera anécdota: lo que contaba para esta gente, que compartía un enorme gusto por el vino y el teatro a cielo abierto, era la obra. No existía el fanatismo por los actores o los autores que profesamos hoy. Ésto hacía que el nombre del autor ni siquiera figurara en los libros de contabilidad de la Casa Real donde se montaba la puesta para la corona, y así es como la duda se siembra sobre la figura misma del autor.


 Quien haya tenido un buen maestro en el estudio del teatro shakesperiano ha aprendido que Shakespeare no es para ser probado o refutado como un nombre, ni siquiera para ser leído, mucho menos para ser diseccionado por las ciencias del pensamiento moderno. Shakespeare es para ser disfrutado sobre un escenario por los actores y desde la butaca o de pie, en El Globo, si es posible, por la audiencia, que entonces le avisaba al protagonista si se desenvainaba una daga a gritos pelados, o moría de risa con las bromas soeces de las comedias y los chispeantes "conceits", que hoy tenemos que deshojar como a una margarita para captar. Si su audiencia entendía y gozaba los versos era precisamente porque su creador manejaba sus mismos códigos, porque él era uno más con ellos.


 Como dice alguna línea del guión de la película: "Es difícil escribir, ¿no es cierto?, después de algo así. Te devora el alma (...) Es una perfección sin escuela que arrasa con el espíritu." That is the question... En realidad nada importa una vez que arrasa el huracán Shakesperiano, ni el nombre; es claro que ni a él le importaba: "¿Qué hay en un nombre?". Ni siquiera el nombre del creador de ese arte único importa, aunque es tan real y auténtico que aún pasados casi cuatro siglos de su muerte (1616), sigue siendo motivo de envidias y sospechas  porque sigue vivo agitando su lanza (shake-spear).




A boca de jarro

martes, 14 de febrero de 2012

Abriendo ventanas


Las ventanas en la pintura son un motivo poderoso y recurrente. Evocan una mirada contemplativa hacia el mundo del afuera que a su vez conlleva una observación reflexiva de lo que se vivencia en el interior de uno mismo.

Dalí.

Mi pintura favorita con este motivo es, como podrán adivinar, la Figura asomada a la ventana de Salvador Dalí. Tal vez vea en ella a una mujer semejante a mi abuela paterna, en el paisaje imagino se puede parecer a las rías de su Vivero natal que la vieron crecer y que mi abuela añoró toda su vida al abandonarlo para nunca más volver a verlo. Por extensión, me siento un poco como esa mujer, contemplando la línea del horizonte, el límite que parece imponerse obstinadamente a nuestros deseos de trascender y superar ciertos escollos que nos impone la vida. Finalmente, la mujer se dará la vuelta y todos los habitantes de la casa volverán a sus rutinarios quehaceres en torno a la ventana, como las pinturas de Vermeer lo plasman:





Estos largos días de verano se comienza a añorar la rutina después de tanto tiempo concentrado de descanso de la aceleración que el día a día que tomamos como norma imprime. Y dan ganas ya de dejar de mirar pasar la vida a través de la ventana, abrir la puerta y ponerse en movimiento. O de abrir las ventanas y que sople un viento que refresque y despeje ante la mirada sorprendida algún nuevo horizonte. Dicen que el poder de llegar allí donde nuestra vista apunta está en nosotros, pero a medida que crezco cada vez me resulta más difícil de creer...

Friedrich


LAS VENTANAS de Constantino Cavafis

En estas oscuras piezas, donde paso
días agobiantes, voy y vuelvo arriba abajo
para hallar las ventanas. 
-Cuando se abra
una ventana habrá un consuelo- .
Mas las ventanas no están, 
o no puedo encontrarlas. 
Y mejor quizás que no las halle.
Acaso la luz sea un nuevo tormento.
Quién sabe qué cosas nuevas mostrará.
Monet.
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