lunes, 14 de diciembre de 2015

Una vida más o menos hervida







"Dejé de comer a los quince años, ¿sabe usted? A los quince años empecé a alimentarme, a ingerir lo estrictamente necesario para ir tirando, verdura hervida, carne hervida, pescado hervido, vida hervida... Y todo por amor, que ya es triste, lo imbéciles que podemos llegar a ser las mujeres, pero es que aquella tarde, yo no sé si usted lo entenderá, pero aquella tarde, jugando a la botella, yo creía que me moría, que me moría de pena, y de asco, y de ganas de Andrés..."


Almudena Grandes, Modelos de mujer, "Malena, una vida hervida", 
(Relato parcialmente autobiográfico), Buenos Aires: Tusquets Editores, 2012.




      A los trece años dejé de comer yo, sí Señor Juez. Hoy puedo culpar sin culpa alguna a la alegría por todas mis penas. A los trece años, volvía yo de la escuela pasada la una y media de la tarde, y mi almuerzo consistía en una ensalada y una naranja. Dos veces a la semana tocaba una hamburguesa para acompañar la ensalada y una tostada de pan integral. Los sábados era el festín del pescado, que me daba asco porque habíamos disectado uno medio pasado en el laboratorio de ciencias, y los domingos, pollo hervido con verduras hervidas y un poco de arroz hervido, para poder pasarlo. Abandoné la Coca Cola junto a las muñecas y la reemplacé - no sin resquemor y con mucho dolor - por agua de la canilla. Dejé las cenas a la mesa y en familia por una manzana que me comía escondida detrás de un libro metida en la cama, bien lejos de la heladera y de las sobras que quedaban en el horno. Cursaba el primer año del bachillerato en mi colegio de monjas, y todas mis compañeras ya habían desarrollado y se pasaban las tardes midiendo sus pechos, su cintura y sus caderas frente al espejo, mientras yo seguía siendo una nena regordeta y temerosa, siempre queriendo encajar y complacer, que estudiaba historia como loca para levantar el mal concepto que debía tener de mi persona la profesora que me llamó a dar lección un día que había pedido que "leyéramos" el tema, y yo - confiada en la palabra adulta como era - lo había leído nada más, lo cual me valió un tres como debut y un buen reto con papelón público incluido en el aula de primero bachiller.

-¡A ver, qué se cree usted, señorita! Cuando se le dice que debe leer, lo que debe hacer usted es estudiar. Usted ya está en la secundaria, por favor.

Estaba en la secundaria, me trataban de "usted", pero señorita no era. Cada vez que iba al baño a hacer pis, me fijaba si había algo rojo en mi bombacha, pero nada, nada de nada. Mis pechos eran una tabla rasa, y sólo destacaba en mi cuerpo infantil una cara redonda como la luna, un par de botones marrones como ojos y una panza que me apoltronaba desde los nueve años - el año en que abandonamos la casa de mis abuelos maternos con ellos adentro para vivir en un inmenso caserón, hecho que hizo bastante infeliz a mi mamá, aunque colmara mi infancia de felicidad y la anclara a un territorio vasto y entrañable, coronado de amistades por vez primera. Ahora que lo pienso, eso de estudiar en lugar de leer, eso mismo pero a la inversa, lo aprendí tan a fuego a mis trece años que lo apliqué al hecho de comer: cuando era cuestión de comer, yo hacía como que comía, pero me quedaba con un hambre feroz, como si tan sólo hubiese leído el menú de una carta, y ese hambre que quedaba dentro de mí lo sublimaba estudiando - como toda buena gorda traga.



En cuestión de meses, me convertí en un palo vestido y medio andrógino que andaba por ahí sin saber bien quién era. Mi mamá me llevó una tarde a la peluquería a la cual ella concurría e hizo cortar mi larga cabellera para transformarla en una melena estilo Colón, que haría resaltar mi adquirida delgadez insípida y rectilínea enfundada en nuevas prendas raras. Las fotos de esa época las tengo escondidas junto a otras más tempranas que dan cuenta de rollitos indeseables que asomaban por los costados de un traje de baño rojo furioso que se fue en una fogata de San Pedro y San Pablo en la esquina de mi casa. Lo de la quema o el desprendimiento de prendas - en forma de donación a la parroquia más cercana -  ha sido una constante en mi vida desde aquel traje de baño. Todas fueron prendas que llegaba a detestar al vérmelas puestas en fotografías tomadas sin permiso y en contra de mi propia voluntad. Cuando lograba bajar algunos kilos para entrar en ropas más amigables y atractivas, me deshacía de ellas como en un rito de purificación expiatorio, para arrepentirme al tiempo, cuando me ponía encima todos los kilos penosamente rebajados de vuelta.

Así fue como a lo largo de mis días he vivido una vida más o menos hervida como la de la Malena de Almudena, o bien una vida al horno de esa gordura consentida por rachas, una vida pendiendo siempre del hilo de un yo-yo. Hasta la fecha, me he puesto miles de veces a dieta y he leído decenas de libros sobre el tema sin dejar de verme siempre gorda. Algunos de esos libros se centran en el disbalance entre ingesta y consumo de energía, como si de hacer cuentas se tratara este asunto de comer y de vivir; otros, en cambio, ahondan en los ribetes emocionales y psicológicos de las personas gordas: el sobrepeso y el exceso entendidos como refugio de una debilidad emocional de la cual se percibe una necesidad irrefrenable de protegerse embutiendo. Lo cierto es que hoy he visto mi cuerpo reflejado en un espejo ajeno, más hostil y más certero que el propio, y me he vuelto a ver gorda, o - mejor dicho - me he vuelto a asumir gorda. Nunca se deja de serlo en verdad: puede haber tiempos de remisión, de control, pero la condición latente siempre se presiente, siempre está presente. Es tan sólo cuestión de empezar a comer en lugar de alimentarse y ahí viene.

Resulta por lo menos paradójico que los tiempos más felices y más plenos de mi vida - justo cuando algún logro extraordinario que envisiono desde lo más gordo de mis entrañas de soñadora sin remedio parece estar a punto de caramelo - han estado signados por ese descuido libre de melancolía que da paso a la alegría y que invariablemente trae consigo un odioso y fastidioso sobrepeso. Mi gordura, he concluído, por fin, frente a ese espejo juez a quien se lo he hecho saber en voz bien alta, es producto de mi alegría, es lo que me quita la cara de acelga hervida que tanto gusta en esta época. Y lo más curioso que me sucedió hoy, al ver mi cuerpo desnudo frente a ese impiadoso espejo, fue encontrarme al otro lado con los ojos indulgentes y amorosos de mi abuela, una gorda alegre y gallega, a quien hoy me encontré viva y plena del otro lado del espejo, toda ella, mi abuela: en mis brazos, en mis pechos, en mi vientre, en mis caderas, en mis piernas, en mis espaldas y en mis venas, hastiadas de una vida más o menos hervida de tantas dietas.




A boca de jarro

jueves, 10 de diciembre de 2015

Pesa


   En un intento desesperado por evitar lo inevitable ya, me bajé del bondi repleto y me tomé un taxi. Los autos iban nariz con cola por la avenida bajo una garúa fría y fina. El tachero notó lo desencajada que estaba mi cara por el espejito retrovisor y, para aflojarme, me hizo el viejo chiste del helicóptero que deberíamos tener los porteños para no llegar tarde a todos lados.

- Hoy no me salva ni el Tango 01, le digo...

La mera referencia que rozó a la señora bastó para que el tipo le bajara el volumen a la radio, se acomodara en el asiento y se despachara a gusto y sin temor. Con esa soltura que concede la universidad de la calle, apoyó su grueso antebrazo sobre el asiento vacío y siempre reclinado del acompañante y, mirándome fijo con ojos de lince, condensó en una frase su visión del gobierno saliente:

- Ni se caliente, señora. No pasa nada. ¿Sabe qué? Se afanaron tanta pero tanta guita que dejaron de contarla y la empezaron a pesar, y a nosotros nos sigue pesando cuando llegamos tarde a trabajar: ¿se dá cuenta cómo son las cosas?



A boca de jarro

lunes, 30 de noviembre de 2015

La visitación

Mosaico en la fachada de la Iglesia de la Visitación






     Fui a visitarla con un rosario de frases hechas y poco convencimiento. ¿Tendría ganas de recibir visitas? Yo, en su lugar, no las tendría. Hay tanto morbo en los ojos que visitan a veces. Iba sentada en el asiento del acompañante mirando a un costado, pensando, recordando, y me secaba las lágrimas, tratando de esconderlas, como ahora haría ella con la mitad de su cuerpo. 

Se me vino aquella mañana gris, camino a la maternidad, el día que nació Juan. Yo había soñado con un día de sol. Había soñado con salir con todo en orden y listo, pero no había podido ser, y una lanza de angustia indecible me atravesaba la garganta por tener que acatar al destino tal como se había presentado. Pedí expresamente que no viniera toda la parentela hasta que estuviese repuesta, con la presión estabilizada, pero no hubo caso. La primera en caer fue mi suegra, y recuerdo bien - para mi mal - la incomodidad que me causaron sus ojos impiadosos escudriñando mi cuerpo tajeado y cosido, grueso y fofo, un cuerpo que albergaba un alma anestesiada y que todavía parecía paralizado luego de tantas horas de manoseo en el quirófano. Al menos en esos casos está la promesa del bebé recién nacido que hace que las heridas sanen más pronto, pero para ella no hay aliciente. Hay mutilación y un miedo que no cesa.

Recordé el cambio repentino en su voz al teléfono cuando arrancó con el tratamiento. Además del pelo, había perdido en náuseas aquellas notas cantarinas que hacían que me dieran ganas de hablarle. Se negaba a que la visitara, y negaba lo que todos sabíamos desde nuestra impotencia: que se salteaba sesiones, que demoraba en levantarse del escondite en el que había convertido su cama hasta pasado el mediodía, que ya no cocinaba y que había tapado todos los espejos de la casa con sus pañuelos de colores.

El hospital era tan deprimente por dentro como pintaba de afuera, y de las manchas de humedad en las paredes de los pasillos se desprendía esa vaharada - mezcla de acaroina y comida de enfermo - que me aflojaba las piernas. Sobrepuesta a mi aprehensión primitiva, caminé hasta la habitación 405. La puerta estaba entornada y la habitación, en penumbras. Sonaba de fondo el eco de pasos perdidos, el seseo de algunos televisores encendidos y el bullicio de la hora de la visita. Repasé rápidamente la lista de frases que había pensado decirle, resoplé y toqué a la puerta. La encontré tumbada de cara a la pared. Se dio vuelta lentamente, en un intento por disimular la dificultad de incorporarse, y sus ojos se salieron de unas ojeras infinitas y se fundieron con los míos, haciendo que estallaran las lágrimas en mil pedazos. Algo se sacudió dentro de mi seno.



A boca de jarro


viernes, 27 de noviembre de 2015

Florece el cactus


En el silencio
la lluvia tumba el jarro:
hoy soy verano.

En mi jardín ya
las flores se marchitan,
florece el cactus.

Hecha una pena,
enferma, callejera,
llegó su planta.

Sobre las piedras
heridas del pasado
habrán sanado.

Melancolía,
que todo lo cubría,

 la he arrancado.

La luna nueva
anuncia desde el cielo
un tiempo bueno.


Julieta Venegas - Buenas Noches, Desolación (Official Video)



A boca de jarro


martes, 24 de noviembre de 2015

La puta de las camelias



"¿Se puede ver algo más triste que la vejez del vicio, 
especialmente en la mujer?"
Alejandro Dumas, "La dama de las camelias".



     Parecía que para esa piba no había nada más importante en la vida que casarse, y casarse portando un ramo de camelias. Al menos eso repetía todo el tiempo cuando la conocimos de chica. En el barrio la apodamos "la puta de las camelias", y no nos equivocamos. Ayer se subió justo al vagón de subte en el que venía sentada de vuelta a casa. Es increíble lo que pasa en un ambiente cuando ingresa una puta: se abren las aguas. Los hombres se alzan, se les incendia todo, desde el pantalón hasta las orejas, y las mujeres nos repartimos entre entornar los ojos hacia el techo, como pidiendo al cielo clemencia, y comernos a la mina con los ojos de la envidia que nos despierta un ejemplar de nuestra misma especie y, en este caso, de la propia cosecha, que se animó a pasarse tan salvajemente de la raya. ¿Cómo habrá hecho para tener semejante culo, las piernas más largas, tan turgentes esos pechos, si esta era el adefesio del barrio? Y pensar que yo estuve en la fiesta de casamiento de esta piba cuando se casó con el mecánico de la otra cuadra, el pobre cornudo que le hizo dos hijos, el único boludo que no se dio cuenta a dónde iba a ir a parar el ramo.







Mario Benedetti "Nunca veas a una puta"
- El Lado Oscuro del Corazón




A boca de jarro

viernes, 20 de noviembre de 2015

El arte de escribir



No es más que mi declaración de honestidad
el arte de escribir:
"Esto es lo que hago
y lo hago porque sí."


Escribir es
una reverencia de mañana
a las palabras,
de pie, junto a mi ventana.

Es buscar sin encontrar
la salida al laberinto de mi espejo.



Es abrir mi corazón,
dejarlo sangrar,
purgar todo cuanto bulle ahí dentro.

Es conjugar los colores de la paleta de mi alma
para plasmarlos sobre un papel en blanco.


Escribir es no editar el sueño
de encarnar mi propio sueño.


Es mentir por ser honesta
con mis cielos imposibles
y con todos mis infiernos.

Escribir es para mí
 como querer hacer música siendo sorda,
como intentar pintar sin tener manos,
o desear leer con ojos siendo ciega,
es conectar con esa voz invisible
que, despierta, 
se me hace sueño.

Y es buscar, sin diccionario,
 traducir la voz del viento.








"... yo sigo tu luz aunque me lleve a morir, 

te sigo como les siguen los puntos finales 

a todas las frases suicidas que buscan su fin. 

Igual que el poeta que decide trabajar en un banco, 
sería posible que yo, en el peor de los casos,
le hiciera una llave de judo a mi pobre corazón 
haciendo que firme, llorando, esta declaración: 

Me callo porque es más cómodo engañarse. 
Me callo porque ha ganado la razón al corazón,
pero pase lo que pase, 
y aunque otro me acompañe, 
en silencio te querré tan sólo a tí."









A boca de jarro

martes, 17 de noviembre de 2015

La edad de las orquídeas

  




    La última gran adquisición de Grace es una orquídea que consiguió de rebaja en el vivero del barrio una tarde calurosa de domingo. Según le dijo el joven empleado que se acercó amablemente a informarla, viéndola tan embobada con ella, las orquídeas también tienen edad. Necesitan completar todo un ciclo vital para poder dar flor. Sería justo decir que es al florecer por primera vez cuando una orquídea entra a la edad adulta: es así de injusta, también, la vida de una orquídea. Y si bien el follaje de una orquídea puede resultar interesante, lo que la hace realmente valiosa es, naturalmente, su flor, que - como toda injusta belleza - vive apenas unas semanas. 

El atento muchacho - muy buen mozo, por cierto - pasó luego a adentrarse en los secretos iniciáticos del cultivo de las orquídeas domésticas que hacen que florezcan: que el riego, que la luz, que las temperaturas y la humedad, que los fertilizantes. Los cuidados deberán ajustarse, también, a la especie de orquídea que tengamos entre manos. Grace quedó debidamente advertida de que alguien que decide cuidar de una orquídea como esa debería a su vez prepararse para cuidarla debidamente. En el vivero se dictan cursos los jueves por la noche para principiantes y avanzados en el arte. No hacía falta que el joven le dijera nada de todo aquello, tan gracioso y pintoresco como su camisa, abierta tres botones por los que no asomaba ni un sólo pelo. Grace ya había notado cómo tienen a todas las pobres orquídeas en ese vivero, bajo luces especiales, rodeadas de termómetros, clavadas a tutores, bajo el soplo de vida artificial de ventiladores y calefactores encendidos a través de las estaciones y siempre adentro. ¿Estos chicos jóvenes realmente creerán que hace falta tanto remilgo para llegar a viejo?


Bastaba con saber leer su mirada de maestra jardinera para jurar que se la iba a llevar a casa en el preciso momento en el que posó sus ojos a través de sus anteojos sobre esa preciosa flor amariposada que luce tan como ella, que no le importaba nada que esa única flor se cayera a los pocos días o que tomara casi un año más de cuidados intensivos intentar que floreciera de nuevo. A una forzada jubilada a quien le hicieron tirar la toalla antes de su mejor floración no la iban a venir a amedrentar con la edad de las orquídeas. Ella mejor que nadie sabe cuál es el valor de una orquídea, sabe que una orquídea vale más por ser quien es, por todos los inviernos internos sin flor soportados en sus días, que por sus flores, y que nunca se la debería rebajar por eso. Ella mejor que nadie sabe del arte de cuidar de lo que queda cuando se decide que una orquídea ya pasó su mejor momento.









A boca de jarro

viernes, 13 de noviembre de 2015

Del color de las hortensias

"Paisaje con niña y hortensias", Alfredo Ramos Martínez
        

      Ayer me volví a topar con esos ojos que, según todos decían, eran del color de las hortensias. Me volvieron a escapar una vez más. Yo nunca reparé demasiado en el color de aquellos ojos, y mucho menos en las hortensias que mi madre y mi abuela nos tenían prohibidas en el jardín donde jugábamos de nenas. 

-¡Hortensias en esta casa, no, válgame Dios!- solía decir mi abuela. -Las hortensias causan el desamor. Os vais a quedar para vestir santos.

-Se van a quedar solteras- nos traducía mi vieja, con toda santa paciencia. 

Yo jamás lo creí cierto. Más allá de la belleza de sus ojos, para mí, la nota principal de aquel mirar que ayer me esquivó otra vez, después de tantos años, era la transparencia que un hombre le arrebató una madrugada cualquiera, cuando murió la adolescencia. Así que mejor hubiésemos tenido hortensias para quedar solteras. Ella fue mi mejor amiga, la que jugó en mi jardín, la que fue conmigo a la escuela, la que iba conmigo a bailar, la primera que me defraudó en la amistad, y la primera que se casó mal después de que sus ojos perdieron lo que yo veía en ellos.

La nuestra era una amistad muy típica entre féminas: confianza y competencia en dosis parejas. Éramos compinches y, al hacernos mujercitas, salíamos a bailar con el arreglo de que nuestros padres se turnaban para ir a buscarnos. En el colegio nos sacábamos chispas para quedarnos con la bandera, y en el baile estábamos pendientes de cada levante y llevábamos la cuenta, en una libreta rosa, de nombres, fechas, teléfonos y marcas personales de cada pretendiente. La última entrada en ese anotador la hice yo, de eso no me olvido más. Ese pibe, que cayó en el baile una noche a la hora de los lentos, ya, de entrada, no me gustó nada para ella. Carlos. Era bastante mayor que nosotras, morocho, grandote, alto, con un vozarrón profundo, labios gruesos, y usaba una esclava de plata en la muñeca izquierda que me parecía de un gusto espantoso. Ella se enloqueció con él, decía que era su gran amor, pero a mí me daba mala espina.

Una noche que habíamos quedado en que mi viejo nos pasaba a buscar por la esquina del boliche a la una, como siempre, no la pude encontrar por ningún lado. Recorrí baños, reservados, barra, pistas, pero Alejandra se había esfumado. Vencida y dubitativa, me fui a casa y conté lo poco que sabía de Carlos. Hasta entonces, él había sido un secreto entre las dos, más que nada por el tema de su edad, según decía ella, y porque "ya sabés cómo se pone la vieja...." Estaba a punto de darme una ducha antes de irme a dormir, cuando sonó el teléfono en la cocina. Era su madre, preocupada por la hora.

-¿Y Alejandra dónde está? 
-No tengo idea. - la forzada respuesta. 
-Mirá, Fernanda, que me defraudás. Yo confiaba en que vos la traerías a casa de vuelta. Seguro que sabés dónde y con quién puede estar. Pensalo bien.

La verdad dolía porque sólo la conocía a medias. No pude hablar. Me puse pálida y me temblaban las piernas. En ese tiempo de la vida, traicionar la lealtad en la amistad es lo peor que te puede pasar. Debería haber imaginado que otras cosas más brutales y más horrendas tenían cabida en este mundo de mierda, un mundo que para mí, hasta entonces, era bastante puro y pequeño. Me arrancó el tubo mi vieja, le largó el nombre prohibido, sin reparo alguno, y le escupió que quien tenía que cuidar de Alejandra era ella, que a mí me dejara en paz, que era una nena, y que "Buenas noches, señora". No pude pegar un ojo. ¿A dónde se habría ido? ¿Se habría fugado con ese tipo, como pasaba en las películas? ¡Qué desgraciada, cómo me había hecho quedar, a mí y a mis viejos! ¿Tanto por una calentura?

Aquel lunes me la encontré, como era de esperar, antes de la formación, en el patio de la escuela. No la dejaban faltar ni que fuese el fin del mundo. Y yo sentí que lo era. Se la notaba descompaginada y algo maltrecha. Sus ojos parecían distintos, sin brillo, vacíos de sueños y hasta hinchados de llorar. Pude imaginar el escándalo en su casa, pero nunca que todo había pasado por la fuerza. Me acerqué tímidamente, antes de que vinieran con cuentos todas las demás, pero se dio media vuelta y no volvió a hablarme nunca más. Restaban apenas unas semanas para recibirnos.

Ayer, cuando me la encontré, me costó reconocerla. Lleva el pelo corto y algo rojizo, y el rostro retorcido como en una mueca. Imagino que jamás pudo superar lo que le pasó aquella noche de domingo. De Carlos supe que se separó después de que se cansó de que le pegara estando ya casados y con hijos. Sus ojos me rehuyeron, pero alcancé a notar que poco y nada queda en ellos del color de las hortensias. 



A boca de jarro

martes, 10 de noviembre de 2015

Baños de diseño



En mi próxima vida, no quiero pensar. ¡Quiero diseñar! Ya lo decía Steve Jobs, que de esto sabía algo: "Estamos aquí para dar un mordisco al Universo, sino ¿para qué otra cosa podemos estar aquí?" Eso es. En mi próxima vida, quiero pegarle, no un mordisco, un tremendo tarascón al Universo. Definitivamente, en mi próxima vida voy a tener un baño de diseño, por lo menos para no mear fuera del tarro a la hora de contestar las preguntas de mi hija adolescente.





Es que el otro día me sorprendió con una pregunta tan posmoderna que me hizo caer en este anacronismo de pensar. Asaltada por esa inquietud de vanguardia que la caracteriza siempre que damos una de nuestras vueltas al perro, a la antigua, me preguntaba cómo eran los baños de mi escuela. Mi respuesta, ahora que me doy cuenta, fue paupérrima, muy siglo XX:

-Los baños de mi escuela eran baños. Tenían una puerta, inodoros pequeños en la primaria, más grandes en secundaria, ventanitas altas, como respiraderos, una pileta para lavarse las manos y un espejo todo salpicado.

Debo confesar que su tren de pensamiento me apabulló una vez que lo pillé. Para la generación de mi hija, un baño no es simplemente un baño: un baño es un objeto de diseño. Mi hija nació en una casa con más de un baño, por lo tanto, ha tenido la chance desde muy chica de compararlos. No se trata ya de un único espacio compartido por el grupo familiar ni de ese sagrado lugar al que acude tanta gente... A Dios gracias, mi hija ignora también la cruda realidad de tantos millones de seres humanos que aún hoy, en la era del diseño, no cuentan ni con baño ni con casa. Para los adolescentes de su generación y de su condición social, la cruda realidad pasa por el sushi. Y los baños son poco menos que sitios turísticos, aptos para dar rienda suelta a la creatividad y al buen gusto, y así dejar en ellos mucho más que aquello que dejan los valientes. Son sitios donde se debe dejar una huella personal, pero a la luz de las velas aromáticas, con aceites esenciales, sales de baño y en una lengua foránea.






Inevitablemente, mi respuesta iba a frustrarla y hacer que se encendiera como una lámpara de diseño.

-El diseño es el pensamiento hecho visión, Má.

- ¿Y se puede saber de dónde sacaste eso vos, che?

-¡Ay, Má, por favor! Eso lo sabe cualquiera. Lo postearon en Instagram el otro día.




Eso lo sabe cualquiera... Tristemente cierto. Las frases de diseño arrasan en las redes un día cualquiera. Hoy hay pensamientos, citas, libros, tipografía y autores de diseño. Hay sillones, mesas, camas, blanquería, accesorios decorativos, vajilla, cocina y hasta mates de diseño. Con decirte que este pasado Día de la Madre no tenía ni puta idea de qué regalarle a la vieja - que afortunadamente, aun siendo jubilada argentina, no necesita nada -  y entré como por un tubo: ¡un mate de diseño!




Hay celulares, ordenadores, tarjetas, comidas, parejas y cuerpos de diseño. Así como la liquidez inundó la solidez de los vínculos en nuestra era - generando relaciones en las que los individuos se consumen uno a otro sin llegar a fusionarse, diluyéndose en su esencia amorosa so pretexto de escaparle al compromiso y al vínculo maduro, profundo y responsable - de la misma manera se está abriendo paso a una corriente en la que sólo flota la imagen. Y la imagen se crea, ya no para satisfacer una necesidad humana, sino para crear la necesidad. ¿Se entiende o es muy de diseño? Es que en mi época, digámoslo, lo que flotaba era otra cosa. Ahora nos parece que el mate qualunque ya no sirve para tomarse unos buenos verdes. Hace falta tener un mate de diseño. Y el baño ya no es solamente un baño, es "el cuarto de baño"- ojo al piojo - y ya no nos basta para hacer nuestras necesidades, ni siquiera en el colegio, hija mía. Es preciso contar con un receptáculo agradable que observe la armonía cromática incurriendo en la iconolingüística y - de ser posible - que respete también las leyes del feng shui para lavarse los dientes y darse una duchita rapidita antes de irnos a dormir. Así seguro que no era el baño de mi escuela, qué esperanza. Eso sí: que al baño lo siga limpiando Magoya o, en su defecto, Má.






A boca de jarro

viernes, 6 de noviembre de 2015

Premio literario

    



     A través de este espacio que tanto adoro y que creé sin jamás pensar que me iba a permitir crecer en el arte de escribir como para llegar a esta instancia, deseo agradecer públicamente a la Biblioteca Popular de Bomberos José Manuel Estrada de Lanús por la calidez con la cual me recibió su Presidenta, Myriam Peradotto, y toda su gente el domingo 1 de noviembre pasado para premiar mi relato "El día que conocí a Borges" con el tercer premio de narrativa que participó del Certamen Aniversario de los 70 años de dicha entidad cultural. Destaco el activo compromiso con la cultura y el arte por parte de todos los miembros de la Biblioteca, alojada en una bella casona sobre el cuartel de Bomberos Voluntarios de Lanús. Ha sido para mí un verdadero honor ser distinguida con esta premiación y haber tenido el privilegio de que mi trabajo fuera valorado por escritoras locales de la talla de Silvia Miguens - prestigiosa escritora argentina a quien admiro, finalista del Premio Emecé en 1995, y conocida por su trayectoria en el género de la novela histórica -, Mabel Pagano - prolífica y premiada novelista y cuentista de Lanús - y Raquel Álvarez Frea. Hago extensivo mi agradecimiento a todos Ustedes, quienes con su atenta lectura y comentarios hacen que mis letras cobren un sentido tan profundo que ya se han convertido en una actividad fundamental y hasta indispensable en mi vida.    



A boca de jarro                                                                                                                                                                                       

miércoles, 4 de noviembre de 2015

De libros, trastornos y disfrute




"Nunca sentí que la literatura fuera algo que debía estudiarse, 
sino más bien algo que debe disfrutarse."


                                     Aldous Huxley



     Siempre tuve la manía obsesivo-compulsiva de tener mis libros organizados temáticamente, y hasta hubo una época en la que los tenía agrupados por editorial, respondiendo al diseño de los lomos: todos los de Penguin, según su color, en un sector alto, las colecciones de cuero, coronando, en el centro de la biblioteca, y los diccionarios - monolingües por un lado y bilingües por otro- , abajo, por lo pesados y porque deben estar siempre a mano. Estaban ordenados, además, por lengua y por autor, y los autores de una misma lengua dormían siempre juntos sobre los mismos estantes, para no ser condenados al exilio o desterrados de algún modo entre otros, como a varios les sucedió en vida y fuera de sus libros. 

Así, los ingleses como Jane Austen, Emily Brontë, Graham Greene, E.M. Forster, Thomas Hardy, Henry James, D.H. Lawrence y Mary Shelley se encontrarían todos juntos a la hora del té en el sector de literatura inglesa en inglés. Hay autores, sin embargo que, a pesar de ser de lengua inglesa, no encajan en esos compartimentos estancos, debido a su singularidad o a su significación para mí. Es el caso de Charles Dickens, cuyos trabajos dormitan antepuestos a todos los de los demás, como paternando al resto, y sus colecciones preciosas de novelas en ediciones especiales - que adquirí en tiempos de importación abierta y accesible - están alojados junto a los libros de ediciones de lujo, como la de Facundo, El Quijote, El Decamerón, Selected Tales de Poe, Sherlock Holmes, The Complete and Illustrated Short Stories, las obras de Unamuno, en cuero rojo y detalles dorados, y Maquiavelo, en marrón y oro. Lo mismo sucede con las obras de William Shakespeare, que además están forradas en plástico transparente en su edición Signet Classic y llenas de notitas y papelitos amarillos ad hoc, fetiches de la estudiante que supe ser. Las obras completas de Shakespeare son un lujo de libracos preciosos, y soy afortunada de tenerlas tanto en inglés como en español, aunque la verdad es que prefiero consultarlas sueltas, ya que resulta odioso y tremendamente incómodo hacerlo de semejantes armatostes decorativos. Conste que digo "consultarlas" porque es eso precisamente lo que hago: buscar alguna que otra cita que se me viene de Liar o de Hamlet, o de algún soneto del cual he olvidado el número. Hace años ya que no me permito leer teatro, salvo que vaya a ver la obra y desee refrescarla de antemano. Así lo hice antes de ver puestas de Miller o Beckett, pero el teatro, en mi vida adulta y fuera de los claustros de estudio, es para ser disfrutado en el teatro. Y los libros son para ser disfrutados y no disectados como objeto de estudio.



Otros autores que parecen escapar compañía en mi biblioteca son Chaucer, Joyce, Marlowe, Dahl y Wilde, que nunca sé muy bien dónde poner, así como Huxley, Golding y Orwell, a quienes acopio juntos. Con los norteamericanos sucede más o menos lo mismo. El Gatsby se hospeda próximo a la obra de Salinger, que he releído varias veces, pero Hemingway, en su despojada y robusta simpleza, y Steinbeck, en el esplendor de sus novelas largas así como las más breves, se ganaron el podio de los favoritos y arrasan con números de ejemplares. Paul Auster llegó más tarde a las trincheras americanas de mis desvencijados estantes y comparte campamento con Harper Lee y Capote. Hubo que hacer lugar del lado British para la Rowling y sus ocho maravillosas entregas, pero los libros se las arreglaron para caber todos.  Los poetas viven en su mundo aparte, como corresponde, y sólo los Románticos ingleses conviven.





Este año llegaron varios Borges, Bioy, Cortázar, Octavio Paz, Pizarnik y antologías de cuentos nuevas, además de un par de preciosuras ilustradas que son libros arte, entonces los más senior y adustos tuvieron que hacerles espacio. Ahora mi TOC se ha desplazado alegremente y sin culpa alguna de la biblioteca a mi mesa de luz y al escritorio en el que escribo, y hace que sienta el impulso de rodearme de libros bellos para encontrar inspiración a la hora del inmenso disfrute de escribir. Allá por abril, cuando empezó a pintar el frío, tuve una remisión de mi trastorno de hoarding literario. Fue entonces cuando incurrí en el sacrilegio de desprenderme de unos ochenta ejemplares de literatura española y argentina de mis años de secundaria en sus versiones Kapeluz, que estaban totalmente desguazadas y pasadas de amarillo. Todavía no me perdono por haber desalojado de mi biblioteca a aquellos libros ancianos en su agonía. Aunque debo admitir que de semejante pecado mortal brotó una vena laissez faire inusitada y más que bienvenida que trajo aires frescos a mis trastornos y a mi vida: se acabó la era del orden en mis estantes. Los libros son ahora quienes deciden el lugar que ocupan y se acomodan solitos, susurrándome al oído, en noches como esta, cuál será el próximo que se vendrá a la cama conmigo junto a una buena taza de té cortadita apenas con leche dulce y whisky para mi propio disfrute.



A boca de jarro

Buscar este blog

A boca de jarro

A boca de jarro
Escritura terapéutica por alma en reparación.

Vasija de barro

Vasija de barro

Archivo del Blog

Archivos del blog por mes de publicación


¡Abriéndole las ventanas a la realidad!

"La verdad espera que los ojos
no estén nublados por el anhelo."

Global site tag

Powered By Blogger