"Las edades y la muerte", Hans Baldung Grien.
Alguna vez leí un libro, que ahora me encuentro releyendo, acerca de la crisis de la mitad de la vida, la cual, de acuerdo al autor — un monje alemán, benedictino y jungiano, Anselm Grün—, se produce entre los cuarenta y los cincuenta años, etapa en la cual me encuentro. En esta ocasión, me he acercado al libro con un mayor grado de escepticismo, ya que si hay algo que enseña la vida es que, a ciencia cierta, nadie sabe cuál es la mitad de su vida, dado que todos podemos morir mañana. Según Grün, este tramo se caracteriza por un profundo replanteamiento del sentido de todo que trae aparejado una sensación de "apretura" y puede conducir a grandes cambios, abandono de las circunstancias habituales, separaciones matrimoniales, depresiones y trastornos psicosomáticos diversos que se manifiestan como síntomas externos del confrontamiento del ser consigo mismo.
Muchos han sido los autores que han dividido la vida en etapas o edades. En mi modesta opinión, el más genial ha sido William Shakespeare, cuando, a través de Jaques (Jaime) — el bufón de "Como gustéis" ("As You Like It") — una comedia sobre el amor y sobre la búsqueda de la identidad — en un soliloquio que ha pasado a la historia de la mejor dramaturgia mundial — divide a la vida en siete edades. Cito porque vale la pena leer aunque más no sea la traducción:
"Como gustéis", Acto II, Escena VI.
Este año mi vida ha sido rara. Dejé las aulas, extraño enseñar y el contacto con alumnos, aunque las condiciones de trabajo no me conformaban. Las tareas domésticas no me complacen, no obstante, las realizo todos los días por obligación, y no me siento inspirada como antes para escribir. Tuve que hacer un alto en mi labor como voluntaria de acompañante de los enfermos ya que no me daba el alma para irles a dar esperanza cuando veía que las mínimas condiciones sanitarias no se encuentran satisfechas. Como acompañantes espirituales, no estamos respaldadas por algún especialista que nos contenga en la tarea, que es realmente ardua. Salía del hospital apaleada por las realidades que veía y que sólo con un rato de escucha no se pueden subsanar. No se nos otorga permiso para dar de comer a los que tienen hambre y nadie que los alimente, ni de beber a a aquellos que claman por agua. Tenemos casi todo prohibido, y nuestra presencia por la mañana entorpece el trabajo de médicos, enfermeras y personal de limpieza. Parece que todo lo que emprendo finalmente queda trunco y no logro encontrar mi lugar en este mundo en lo que ni siquiera creo que sea la mitad de la vida.
A boca de jarro