lunes, 2 de enero de 2012

Al gran Quino argentino: ¡Salud!


 En este mes de enero en el que millones de porteños parten rumbo a las playas de la Costa Atlántica argentina, colmándolas de sombrillas, carpas y bikinis, yo me he propuesto tener un verano cultural en la ciudad. Es que debería bajar unos cuantos kilos para la bikini que se impone en tiempos de belleza anorexígena, aunque según mi prima Lili, ponerse la bikini no es una cuestión de estética, sino de actitud. Ya me encargaré de reflexionar sobre el estar en forma en alguna entrada próxima...

 Tal vez me escape unos días al mar, en bikini o enteriza, de acuerdo a la actitud, pero entre tanto, intentaré aprovechar los largos días de verano que tengo de vacaciones de aula sumergiéndome en los mares de la obra y lo que se conoce de las vidas de exponentes de la cultura que me interesan, para aprender sobre ellos y compartir mi fascinación por su arte.

 Y se me ha ocurrido empezar por Quino, este genial humorista gráfico argentino que se ha hecho famoso en el mundo entero con Mafalda y sus personajes entrañables y tan coloridamente argentinos, aunque con una validez que va más allá de todos los idiomas a los que ha sido traducido. El trabajo de Quino en sus principios y hasta 1957, cuando logra cumplir uno de sus objetivos como dibujante, es decir, publicar regularmente en "Rico Tipo" y se le exige que sus dibujos sean con texto, no necesita de traducción alguna para arrancar una sonrisa mientras nos hace reflexionar sobre ciertas verdades sin banderas:

Década del treinta

Década del cuarenta
 Joaquín Salvador Lavado, hijo de inmigrantes españoles, andaluces, nació en la ciudad de Mendoza, el 17 de julio de 1932. Desde que nació se lo llamó Quino para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón, pintor y dibujante publicitario, con quien a los 3 años descubre su vocación. En la escuela primaria se hace conciente de que su verdadero nombre es Joaquín y vive las dificultades de su personaje Felipe: -"Me angustiaba tanto que en los primeros tres meses tenía malas notas, pero después terminaba el año con notas altas, aunque nunca era el primer alumno y eso me daba bronca", cuenta con la humildad que le es característica en su biografía digital en:http://www.quino.com.ar.

Felipe
 Imaginativo, romántico empedernido, mal estudiante, y un poco vago, Felipe es uno de los personajes más queribles, incluso para el propio autor, quien lo presenta como el más afín a él mismo. Es además el mejor amigo de Mafalda, su complemento ideal, ya que toda la seguridad que tiene Mafalda es equivalente a la suma de las inseguridades de Felipe.


 Quino, el hombre, probablemente no haya tenido una juventud fácil. En el 42 pierde a su madre y en el 45 a su padre. Viaja a la obligada Buenos Aires para comenzar a vivir precariamente deambulando de editorial en editorial sin suerte, y en el 57 se enfrenta con el servicio militar, otro motivo para sentirse: -"...terriblemente angustiado. Pensaba que nunca iba a salir de allí y tenía ganas de matar a todos, pero compartir mi vida con muchachos de diferente extracción social fue una ruptura muy grande, un enriquecimiento. Empecé a dibujar algo distinto".

 Es sin dudas la irrupción de lo distinto, Mafalda, con su genial agudeza, su aversión por la sopa y su mente adulta en el cuerpo de una niña, la que le vale su enorme popularidad y hace de su autor intelectual una marca registrada. En 1964, luego de 10 años de publicar tiras en variadas publicaciones de porte, que continúa creando hasta la actualidad ininterrumpidamente, aparece Mafalda por primera vez en "Gregorio", suplemento de humor de la revista "Leoplán". El 29 de septiembre de ese año en el semanario "Primera Plana", de Buenos Aires, comienza a publicar Mafalda regularmente y esto finalmente establece tanto al personaje como a su creador en el gusto colectivo.


 De allí en adelante, todos son avances. Quino comienza a viajar por el exterior, a publicar sus libros, a forjar los vínculos editoriales que le permiten mayor llegada, llegando a ser publicado en lugares tan remotos como Suecia, Finlandia y Taiwán. Recuerdo haberme encontrado con merchandising de Mafalda en Suiza, cosa que me sorprendió y enorgulleció sobremanera.


 Quino ha sido un hombre con ideales políticos definidos y no le resultó fácil publicar sus tiras cargadas de opinión en tiempos de dictaduras y guerras. En España, por ejemplo, Editorial Lumen lanzó el primer libro de Mafalda en el 70, y la censura del gobierno franquista forzó a los editores a ponerle una franja en la tapa que decía: "Para adultos". En el 76, año del golpe militar en nuestro país, Quino y su mujer, Alicia, con quien no tuvo hijos, se trasladaron a Milán, declarando: -"La Patria significa juventud, por lo tanto el hecho de estar lejos de ella ha hecho que mi humor se haya vuelto un poco menos vivaz pero tal vez algo más profundo". 



 Luego del restablecimiento de la democracia en Argentina, su Mendoza natal le otorga el título de Ciudadano Ilustre y dibuja a Mafalda y Libertad para un afiche del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina que celebra el Día de los Derechos Humanos y la recuperación de la vida democrática en Argentina. También colaboró con campañas por los derechos de los niños para UNICEF. Ha asistido a centenares de eventos en distintos lugares del mundo exponiendo su arte y cosechando premios y menciones, aunque llamativamente es un hombre de poca exposición pública y bajo perfil localmente.




 De acuerdo al testimonio de un artista gráfico al que tengo el gusto de conocer personalmente, y que tuvo el privilegio de asistir a una charla dada por Quino en la que narraba cómo había encontrado inspiración para crear a cada uno de sus personajes, se trata de un hombre verdaderamente simple y humilde, aunque tanto para quienes cultivan el oficio de la viñeta como para quienes crecimos leyendo las tiras de Mafalda, Quino es un artista descomunal. Por lo tano, durante este mes, iré intercalando mis entradas con posteos de algunas de las viñetas que considero más logradas de este genio del humor gráfico de nuestro tiempo para deleite de todos.

San Telmo, Buenos Aires, 2009.

Al gran Quino argentino: ¡Salud!

A boca de jarro

jueves, 29 de diciembre de 2011

Resiliencia



 Hoy hace exactamente un año que a mi esposo le avisaron telefónicamente, ante la mirada estupefacta de mis dos hijos que lo vieron empalidecer y desmoronarse mientras lo acompañaban en el momento de la compra de fin de año en el supermercado, donde recibió el inesperado llamado, que quedaba afuera de su puesto full-time por reducción de personal, junto a otras ocho personas. Y fueron 351 días que tomó su peregrinar de entrevista en entrevista, mientras realizaba un trabajo que afortunadamente encontró de medio día, hasta encontrar otra posición equivalente a la que perdió. 

 Algunas de las personas que fueron despedidas masivamente con él no lograron reponerse al duro golpe, y se vieron afectados anímica y psicológicamente por el cimbronazo, al igual que sus familiares. El despido en la vida adulta se parece a un terremoto, que conmociona y destroza en el momento en el que se desata y que además produce el fenómeno de las réplicas, con consecuencias también significativas y devastadoras, tanto para la persona que lo sufre como para su entorno más íntimo. Hoy por hoy, deben ser muchísimas las personas que están recibiendo telegramas o anuncios de despido en diversos puntos de un planeta en crisis y preguntándose qué hacer con sus vidas y las de quienes tienen a su cargo.


 Allá por abril, cuando se empezó a sentir sobre nosotros la desolación y la angustia tras el sismo que marcará una antes y un después en nuestras vidas, salió publicado un artículo en La Nación que recorté y pegué en un cuaderno de apuntes que llevo, y que releí cientos de veces por lo esperanzador, escrito por Jorge Mosqueira, especialista en temas laborales y recursos humanos, titulado "Un pasado difícil puede fortalecer", que habla de lo valioso de contar con la experiencia de un despido en el haber de un empleado para los empleadores de hoy, justamente porque gracias a él se puede valorar la fortaleza de la persona en cuestión.

 En ese breve artículo que atesoré, tomado de la sección "Miradas", (30/04/11), Mosqueira da una definición de resiliencia:

"Es un término que proviene de la ingeniería. Describe la posibilidad de un material para recuperar su forma original luego de haber sido sometido a presiones deformadoras. Trasladado a individuos de carne y hueso, alude a la capacidad de algunas personas para superar situaciones difíciles y extremas y, más aún, hacer pie sobre ellas para renovarse con más fuerza, enfrentando una nueva vida de proyectos e integrándose de un modo equilibrado a la sociedad."


 Lejos de lograr recuperar nuestra forma previa, como sucede con los materiales, el despido nos trans-forma, y está mayormente en nuestra resiliencia el que esta transformación signifique hacer pie para renovarnos, reciclarnos, salir adelante, o hundirnos, para ser apenas la sombra de quienes hemos sido hasta que sucediera. En esta vicisitud, de la que uno se va reponiendo muy lentamente, llenándose de temores y resquemores ante la inevitable pérdida de una buena medida de confianza en el mundo circundante, uno aprende si es o no es resiliente. Mi esposo ha demostrado serlo mucho más que yo: jamás en todos estos meses ha perdido su confianza en sí mismo, la empatía para con los demás, el buen humor y la voluntad de seguir buscando hasta dar con lo que tenía en mente. A tenido sus bajones y sus días grises, desde ya, pero nunca se ha dejado vencer, nunca se ha rendido. Fui yo la que fantaseé con la posibilidad de abandonar nuestra profesión, probar suerte en otro rubro e inclusive irnos a vivir lejos de Buenos Aires o hasta emigrar.

 Y aprendimos que es cierto que cuando dos personas conforman una pareja se hacen una: todo lo que le pasa a una le sucede a la otra. Todos esos votos que hicimos alguna vez inconscientemente frente a un altar, elegantemente vestidos para la ocasión y más ocupados con la formalidad del asunto que con sus implicancias, se hacen realidad al atravesarlos: "...prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”.

 Esto de ser fiel implica, según lo veo, fidelidad hasta en el sentir. Soy fiel a tu tristeza también, a tu desventura, estoy con vos en eso, siento lo mismo que vos porque sos parte mía y yo, tuya. No se trata de una noción romántica: es la vivencia del amor de pareja real y maduro. Y también he logrado ser fiel a su resiliencia, que no parece ser tan fuerte en mí y que, por cierto, no se adquiere en ninguna escuela ni en ninguna farmacia. He aprendido de su mano que es verdad que es necesario reinventarse, intentar no desfallecer, aunque hay días en que todo intento parezca en vano. Y que es la lucha, mucho más que los logros o las pérdidas, la que le da sentido a nuestras vidas.


A boca de jarro

miércoles, 28 de diciembre de 2011

La voluntad de la naturaleza



Ayer causó alarma el anuncio en la infrecuente voz del vocero presidencial de que nuestra presidenta padece de un cáncer de tiroides del que será operada el 4 de enero. Las noticias opacaron el espíritu festivo y frívolo de estos días en los medios, días en los que los informes políticos tienden a minimizarse, a pesar de la presente pugna entre sindicalistas y gobierno, para dejar lugar a las crónicas de los accidentes que producen los excesos navideños o las notas de color sobre historias pintadas de la magia de la Navidad y el fin de año.

Según La Nación de hoy, luego de una primera reacción de lógica consternación, Cristina Fernández de Kirchner declaró en tono de broma, respondiendo a un llamado del Presidente Chávez, quien le expresó su apoyo:

"Voy a pelear por la presidencia honoraria del congreso de los que vencieron al cáncer"

Anoche me senté un rato frente al televisor, como millones de argentinos, a escuchar la opinión de cuatro médicos convocados por un periodista político que analizaban el tema. Los médicos expusieron estadísticas y probabilidades con respecto a lo que denominan "la sobrevida" de la presidenta, pero no saben aún demasiado, más allá de lo que trascendió de los estudios que arrojaron el diagnóstico y lo que se conoce acerca de este tipo de carcinoma. Aseguraron que el cáncer no se ha extendido ni hay metástasis, pero acordaron en que se debería esperar a la intervención quirúrgica y a analizar las conclusiones de los médicos que la asistan.

Por un momento, tuve la sensación de que se nos hablaba como a chicos, tratando de restarle importancia al tema, de quitarnos el miedo que la palabra "cáncer" genera por estar ligada, como dijo uno del los especialistas en el tema, "a algo deformante, doloroso y terminal". Además, se ocuparon de asociar este caso puntual con la enfermedad de varios líderes de la región: Chávez, Lugo, Lula y Dilma Rosseauff, sobreviviente de cáncer de mama.

El médico más activo en transmitir calma a la población insistió en que, a pesar de la enfermedad, muchos presidentes habían logrado llevar su gestión adelante, y citó el caso de Mitterrand, quien gobernó 15 años con un cáncer de próstata.

Otro de los panelistas apuntó que era inevitable para la gente pensar que la enfermedad estaba ligada al poder. Dijo que el poder, de hecho, produce envejecimiento prematuro, citando como ejemplo a Obama, quien según él encaneció a partir de su asunción como presidente, pero expresó que, a pesar de lo que muchos piensan, estos hombres y mujeres no enferman por alguna razón que esté asociada al estrés que les genera su rol de líderes y mandatarios, según un estudio de una universidad norteamericana, y que su nivel de expectativa de vida era exactamente el mismo que el de cualquier ciudadano común. Yo humildemente creo que entramos en el terreno especulativo, pero tal vez descrea de tanto cientificismo cuando se trata de los límites y los hondos misterios de la vida.

Me quedo con la impresión de que la enfermedad en nuestros tiempos ya ha pasado a ser entendida en buena medida como responsabilidad de quien la padece. La idea subyacente e inmediata que se desata en nuestra mente al enterarnos de un padecimiento de este tipo es "Ah... por algo será. Algo habrá hecho mal para tenerlo."  Y creo que la enfermedad sigue siendo un misterio que nos excede, y que como todo lo que nos excede, intentamos explicarlo para combatirlo cuando, en realidad, siempre nos confrontamos con un límite a lo que se puede conocer o prevenir. Éste es un ejemplo paradigmático si se quiere.

Como tantas otras personas ayer consulté en Google sobre este tipo de carcinoma, y si bien se lo relaciona con una alta exposición a la radiación en la infancia, se trata de un tipo poco frecuente de mal que se da mayormente en mujeres, y se aclara que sus causas son aún en gran medida desconocidas, como tantas otras cosas en la medicina de hoy.

Y sin embargo, aunque la medicina admite que no sabe explicar totalmente el por qué de todo lo que nos sucede en la vida en términos de salud y enfermedad, mucha gente está convencida de que somos nosotros quienes de algún modo "hacemos mal los deberes" y por eso enfermamos, como si se tratara de una cuestión moral. Me resulta una forma muy pueril de entender una realidad de la vida de hoy y de siempre, que continúa superando nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestra aceptación. Pensar que el enfermo no es víctima de la voluntad de la naturaleza sino su propio verdugo es una forma de pensamiento muy típico de nuestra posmodernidad culpógena. Nos dejamos seducir fácilmente por una imagen de salud ideal y óptima que, muy a nuestro pesar, está fuera de nuestro alcance.

Lo que Paracelso, el gran médico del siglo XV, dijo de la salud entonces me resulta válido aún hoy: 

"El médico sólo es el servidor de la naturaleza, no su amo. Por consiguiente, a la medicina incumbe seguir la voluntad de la naturaleza."


Es muy probable que curar sea en verdad acatar la voluntad de la naturaleza del individuo enfermo. Y esa voluntad es a menudo un misterio, aún para aquel que ha enfermado.


A boca de jarro

lunes, 26 de diciembre de 2011

La cuenta regresiva...



Ha pasado la Navidad con su conmemoración de un nacimiento. Ahora nos disponemos a hacer la cuenta regresiva del año que caduca: ahora nos damos cuenta de que los años tienen fecha de vencimiento.

El fin de año es un Memento mori. Esta es una frase latina que significa "Recuerda que morirás", y que se usa como tema recurrente en el arte y la literatura que trata de la fugacidad de la vida. Su origen se remonta a una peculiar costumbre de la Roma antigua.

Wikipedia explica: "Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, tras él un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre. Lo hacía pronunciando esta frase, aunque según el testimonio de Tertuliano probablemente la frase empleada era:
"Respice post te! Hominem te esse memento!""¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre" (y no un dios)."

Aquí no hace falta ningún siervo que les recuerde a varios de nuestros gerontes su mortalidad. Ellos mismos, sentados alrededor de la mesa familiar, se encargan de recordarnos que esta tal vez sea la última vez que celebren unas fiestas con nosotros. Y así nos aguan la fiesta. Luego brindamos y nos deseamos los mejores augurios, pero ante todo, la salud. Cuando falta la salud, según muchos, no tenemos nada.

Hay a la vuelta de mi casa un muchacho cuya edad es difícil de calcular. Parece que el tiempo no pasara para él, tan estática es su existencia. Es difícil saber a ciencia cierta qué mal se ha llevado su vida de él, pero es claro que en él no está. No habla con nadie, no puede socializar, no se sonríe jamás, y sus días transcurren iguales unos a otros, sea víspera o fiesta de guardar. Se la pasa caminando el perímetro de la manzana de su casa, se queda parado observando la vida que transcurre a su alrededor sin vivirla. Y me pregunto qué sucede en su interior. Imagino que este muchacho debe gozar de mejor salud física que yo. Seguramente sus análisis clínicos tengan valores óptimos y sus órganos vitales no muestren ningún defecto ni patología. Pero es su alma la que enfermó.


Ante casos como este, siempre siento que deberíamos tener la humildad de desterrar del mundo la ilusión de que la enfermedad es evitable y que depende de nosotros el conservarla o perderla. Y no hablo de optar por la autodestrucción. Pero pensar que porque nos privemos de comer ciertos alimentos, o nos sometamos a rutinas férreas de ejercicios y a controles preventivos anuales no vamos a enfermar es una ilusión que nos hace sentir omnipotentes, es una jugada engañosa de nuestro ego que cree que todo lo puede controlar. Es miedo en el fondo, y no verdadero amor por la vida.

La meta final del cuerpo humano es la decadencia hasta convertirse en mineral. La enfermedad física y la muerte destruyen nuestras ilusiones de grandeza. La enfermedad es la inevitable contracara de la salud tanto como la muerte lo es de la vida. Y muchas veces, aunque no siempre, al enfermar el cuerpo, se hace curable nuestra alma. Nos hacemos plenamente concientes de nuestra finitud, de nuestra indefensión y fragilidad física, y tal vez emprendemos una búsqueda de sentido trascendente que nos conduce a una mayor valoración de nuestra verdadera naturaleza y del sentido de nuestro paso por el mundo, que desde ya, tiene fecha de vencimiento. Así de buena puede ser la enfermedad como maestra.

Por eso cuando nos deseamos salud al brindar, yo me pregunto a qué salud nos referimos: ¿a la salud del cuerpo o a la del alma? Porque si es nuestra alma la que ha enfermado para sólo seguir contando los días hasta el último en nuestro peregrinar por la vida, eso sí que es una verdadera calamidad. Esa enfermedad ya no tiene cura, y le quita sentido a todos nuestros esfuerzos por conservar nuestra salud física.


Tal vez a su modo este muchacho que deambula por los días de la vida que le ha tocado vivir no sufra. Tal vez sea yo quien sufre cada vez que lo veo y me pongo a pensar en el sentido de su existencia, la mía, la nuestra. Insisto en que no importa cuántos días se acumulen en este mundo, o cuáles sean las últimas fiestas en las que nos toque hacer un brindis y un Memento mori. Importa vivir con la intensidad que nos brinda la salud del alma, esa que cuando se pierde no se recupera con tratamientos clínicos ni medicación, esa por la cual no hacemos mucho por conservar. Por eso cuando alzo la copa y digo "¡Salud!", me deseo y les deseo a los míos ese tipo de salud.
  
Eso de durar y transcurrir
No nos da derecho a presumir
Porque no es lo mismo que vivir
Honrar la vida.
HONRAR LA VIDA (ELADIA BLÁZQUEZ) 


Sandra Mihanovich - Honrar la vida
                                        

A boca de jarro

viernes, 23 de diciembre de 2011

Paz a los hombres

"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
(Lucas 2, 14).


La paz en la tierra es el deseo primordial de la Navidad y el tema central de los sermones y la liturgia navideña. Va por extensión impresa en todas las tarjetas y mensajes saludatorios que recibimos y ofrendamos en estos días. Pasa con este texto bíblico, como con casi todos los grandes textos, que su traducción, luego de haber pasado por el griego y el latín, es muy controvertida. Eso que la traducción oficial llama la buena voluntad, en el texto original griego se denomina  eudokía
Luego de haber andado hurgando un poco en la etimología del vocablo,  aparentemente el mensaje de "buena voluntad" que ha llegado a nosotros no se refiere a algo asequible para los seres humanos, no depende de nuestra buena voluntad alcanzar esta paz que nos deseamos unos a otros, sino que es la buena mirada, el buen parecer, entendimiento, opinión, en definitiva, la complacencia de la divinidad con nuestra imperfecta humanidad la que nos brinda paz. La cita quedaría traducida como "... paz... a los hombres en los que se complace el Señor ", que en verdad somos todos, independientemente de nuestra voluntad. Parece que la buena voluntad es cosa divina, es a Dios a quien le caemos bien a pesar de todo, y es ese el mensaje que se nos transmite y que, por ende, compartimos con alegría: el ser aceptados tal cual somos. En definitiva, es lo mismo que esperamos de pequeños de quienes nos rodean, sobre todo, de nuestros padres: amor incondicional.
 

La paz en la tierra entendida como ausencia de conflicto, de guerras, es seguramente una utopía, aunque todos los iluminados y los textos sagrados de todos los credos pregonan la paz. ¿Cuál es entonces la paz que se nos desea o se nos augura? Pues justamente, la que emana de la aceptación profunda de nuestro propio ser sin cuestionamientos de ninguna índole. Es la paz que proviene de ponerle fin a las batallas que se dirimen en nuestro interior: nada fácil, por cierto.
   


"Mira en tu interior y siéntete en paz;
libre de temores y ataduras
conoce el dulce gozo del camino..."
BUDA

Creo que la paz así entendida es difícil de conquistar, aunque primordial, y, de ser alcanzable, traería como consecuencia natural la paz del mundo como los idealistas la han envisionado. Por eso creo que es la más compleja de todos los tipos de paz, tan compleja como nosotros mismos, y depende de nuestra propia aceptación de quienes somos en esencia. Se trata de estar en paz con nosotros mismos, ni más ni menos.

Estamos lejos de eso en general. Andamos buscando recetas, fórmulas, técnicas, terapias, gurúes, filosofías e inclusive lugares que conduzcan al hallazgo de la paz interior, pero me temo que todo intento por conseguir lograr la paz interna desde afuera no nos dará ninguna paz. Al contrario, entraremos en una lucha fútil y desesperanzadora por alcanzar un estado que no proviene de quienes somos en espíritu y en verdad. Condicionamos una experiencia que debería emanar de las profundidades de nuestro ser en su eje a un número de rituales que nos imponemos. Inclusive, hay teorías genetistas tan radicales que sostienen que hasta lo que entendemos por espiritualidad, armonía vital y felicidad, lo que entendemos por "paz" estaría determinado por nuestros genes. De ser así, esta paz que nos deseamos sin pensar ni profundizar demasiado dependería de lo que nos ha sido dado o negado por la naturaleza, y no hay Dios que valga entonces.


Sin llegar a tal extremo determinista, la aceptación de nosotros mismos sería lo que generaría paz en nuestro interior y, por extensión, paz con los demás, con la vida y con el mundo. Aceptarse a uno mismo lo entiendo como una actitud frente a la vida que implica estar atentos a lo que sucede en nuestro fuero interno, hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestra biografía intentando ser singulares y encontrando un propósito a nuestra vida cotidiana que no tiene por qué ser grandilocuente. Es una búsqueda constante de significado trascendente, una autoindagación permanente que da como resultado una transformación de nuestro ser en persona.

Siempre se nos insta a dominar la mente y a nuestra emocionalidad primaria para entrar en contacto con nuestro núcleo. Y en el esfuerzo por dominar, por reprimir lo más primitivo en nosotros, lo que es considerado culturalmente como tóxico o indeseable, o religiosamente como pecaminoso o vergonzante, entramos en guerra con nuestra naturaleza y no logramos aceptarnos.
                                                     
La guerra, la discordia y la agitación en el exterior son productos de todos esos estados en nuestro interior. Lo destructivo del afuera es una ampliación de nuestra realidad individual. El primer paso hacia la aceptación que trae la paz es una mirada honesta sobre nuestras luces y sombras, una mirada integradora y amorosa, complaciente, como la que se nos anuncia desde el Evangelio en este tiempo de parte de un Dios que es pura misericordia. Una mirada que se amigue con esas zonas que nos resultan un tanto oscuras. La observación que proponen muchos maestros espirituales me parece un buen modo de empezar a andar un camino que llevará seguramente toda una vida, y que tendrá muchos altibajos.


Parafraseamos al aforismo "Conócete a ti mismo", inscripto en la puerta del Oráculo de Delfos, recinto sagrado dedicado principalmente a Apolo, dios de la luz y la profecía, y nos nutrimos de la sabiduría de los griegos que allí acudían a consultar a sus dioses sobre cuestiones inquietantes, a ser sanados o inspirados, y a donde los gobernantes se acercaban para conocer los planes que el futuro había tramado para la humanidad, si decimos, en palabras de Krishnamurti:

"Si no se conocen a ustedes mismos, no habrá paz."

"Para poner fin a la guerra externa, deben empezar por poner fin a la guerra con ustedes mismos."



A boca de jarro

martes, 20 de diciembre de 2011

Sin palabras...



Esta foto la tomé del muro de Facebook de un querido amigo, Xavier. En Facebook circula acompañada de una breve reflexión firmada. Ignoro su origen. Las palabras están de más... Puede resultar un golpe bajo, aunque quizás como sociedad estemos necesitando un sacudón por estos días, en los que no le damos respiro a la billetera y la tarjeta de crédito.


No hay que irse hasta África para definir la necesidad. Si nos detenemos a mirar cerquita, bien cerquita nuestro, en la puerta del shopping, o de casa sin ir más lejos, encontraremos muchos seres que definen la necesidad todos los días.

Recuerdo que el New York Times causó conmoción con una imagen de tapa en un momento de este año. Se tomó la decisión editorial de mostrar una fotografía de extrema crudeza, a la que no se le podía sostener la mirada, para poner en evidencia la existencia de nuestros congéneres que, en algún lado, se están muriendo masivamente de hambre, con lo cual, las problemáticas del Tea Party por aquel entonces quedaban totalmente opacadas colocadas al lado de la foto de un niño somalí malnutrido. 

La imagen le dio a esta edición del periódico una repercusión extraordinaria. Generó un impacto muy fuerte en los lectores y tuvo miles de reacciones en Internet. Y lo inesperado de la publicación fue que, lejos de eclipsar la noticia de un posible derrumbe económico más en Estados Unidos, la realzó fuertemente. Dijo entonces La Nación sobre la imagen en cuestión, que no publicó: 

"Produce un desgarro profundo a cualquiera que la mire. Este niño desnutrido, que tapa su rostro como si quisiera protegerse de las calamidades que lo acosan, es sólo un caso de una tragedia de proporciones bíblicas. Según UNICEF, hay 2,3 millones de niños con malnutrición aguda en la región del "Cuerno de África" (Somalía, Yibuti, Eritrea y Etiopía) y más de 500 mil moribundos si no reciben ayuda en las próximas semanas. La situación es catastrófica y exige ayuda internacional urgente."
 


Ayer, deambulando por el shopping en el intento de ampararme del calor en alza de la ciudad y hacer tiempo para retirar a mi hija de una ostentosa fiesta de cumpleaños cerca de allí, tuve una "Epifanía", es decir, un instante indescriptible en el cual algo que trasciende los sentidos nos es develado. "Una revelación, la comprensión instantánea y no intelectual de una verdad profunda, perenne." Así se la define en un buen artículo que leí recientemente. Sentí una sensación de no encajar en mi entorno, y por ende, en mi mundo, en la sociedad en la que me toca vivir e interactuar con los demás, de no lograr entender lo que sucede alrededor mío. Es una vivencia de rareza, de extrañarme de mí misma por no conseguir entrar en la misma sintonía que los demás, por no contentarme con lo mismo que los otros, por no ocuparme de las mismas cosas. Y no se trata de un sentimiento que me haga bien, ni mejor, ni superior: simplemente me siento diferente y rara.

Me forcé entonces a entrar a la obligada juguetería llena de cuerpos abalanzándose sobre juguetes obscenamente costosos, para simplemente mirar las góndolas abarrotadas de clones de objetos de los que sobran entre las pertenencias de mis amados hijos y sobrinos, quienes de hecho esperan un regalo mío. Y pensé otra vez, como lo hice el día del niño, que hay muchas infancias. Entonces se me vino la imagen, la fuerza de la imagen por sobre las palabras. Son días de imágenes. Son días en los que me quedo sin palabras.

A boca de jarro

domingo, 18 de diciembre de 2011

El niño interno



¿Dónde está? 
¿Dónde lo hemos perdido? 
¿Cuándo fue la última vez que verdaderamente lo escuchamos, le prestamos algo de atención, le hicimos caso, nos reímos con él, nos metimos en la trama de sus sueños?

Dice Anselm Grün en "Mi pequeño libro de Navidad", en el capítulo que lleva por nombre el título de esta entrada:

"La psicología habla hoy del niño interno que todos llevamos dentro de sí; todos fuimos lastimados de niños o sufrimos decepciones, por las expectativas que teníamos de recibir un amor incondicional. Como adultos, tenemos que entrar en contacto con el niño lastimado y asumir la responsabilidad por él, cuidándolo y vendando sus heridas. Pero no podemos detenernos en el niño lastimado, sino que debemos dejarnos guiar por él hacia el divino niño que también está dentro de cada uno de nosotros. El divino niño es una imagen que representa el verdadero yo, y que sabe exactamente lo que es correcto para nosotros, pues ya en la niñez nos mostró caminos y nos hizo encontrar un lugar seguro, en medio de lo desconocido, del desamor y de la incomprensión. La navidad nos hace recordar al divino niño que hay en nosotros, quien se aferra, en medio de la frialdad y la soledad, a mi singularidad y confía en que hay algo divino que sólo podrá ser expresado por mí. Éste es el mensaje de navidad: en el fondo de tu corazón llevas un divino niño, y cuando escuchas tu corazón, percibes con exactitud qué es bueno para ti y qué cosas cargas solamente porque otros te las han dicho. Únicamente cuando entres en contacto con el divino niño que hay en ti, tu vida se tornará auténtica y recibirá algo de la liviandad que caracteriza a los niños."


A boca de jarro

viernes, 16 de diciembre de 2011

Fin de ciclo

Todas las ilustraciones han sido tomadas de http://institutojvgonzalez.buenosaires.edu.ar/ingles/index.html 
y han sido realizadas por la profesora Susana Marchetti en 2004.




Se termina un año más de clases para mis hijos y para mí, como madre de mis hijos y como docente. Llegamos al final con mucho cansancio después de tantas evaluaciones finales, los trámites pertinentes y el asentamiento de las debidas constancias.
Hoy, sin embargo, más que evaluar lo que sucede en la escuela en general, me detengo a reflexionar sobre lo que ha sucedido en mi aula este año y lo que me pasa a mí como profesora de inglés en el vigésimo primer año de docencia ininterrumpida.

Cerrando mis propios cursos, suelo pedirles a mis alumnos que me hagan una especie de devolución o "feedback", breve y de ser posible por escrito, de lo que ellos sienten fueron aciertos y desaciertos o flaquezas en el dictado de mi materia. Lo hago con total apertura y pidiéndoles honestidad absoluta, porque sirve en la autoevaluación de mi quehacer docente.

Este año me sorprendió el hecho de que les sorprenda tanto a mis alumnos como a mis directivos, quienes también evalúan mi rendimiento profesional de diversas formas, cuánto me río al dar clase. Y sin embargo, los chicos no dejan de apuntar que aprenden mucho, que vienen a clase motivados y que disfrutan en general del curso. Parece que mi risa y la de ellos, que en verdad resuenan al unísono, reverberan en el piso donde doy clase. Y parece que las buenas risas en el aula no son algo muy común.

Repensando y releyendo lo que han escrito sobre mis clases, hoy en casa ya más distendida, sin más notas que cerrar ni planillas que llenar, llego a la conclusión de que habría abandonado mi carrera docente hace años si no fuese porque me río mucho cuando enseño, porque verdaderamente me siento feliz en clase, salvo algunos días en los que es generalmente lo que me ha sucedido afuera del aula lo que me pone un tanto agria, o cuando noto que dentro del aula nos estamos riendo de alguien y no con alguien.
Este año no ha sido fácil en lo personal, y sin embargo, el dar clases ha sido un gran cable a tierra, la posibilidad de olvidarme de los problemas que tardaron en resolverse tanto como se tomó el año en comenzar y terminar. Me pasa que pierdo la noción del tiempo y del resto del mundo, me encuentro sumida en la actividad que nos convoca, me sube la temperatura corporal, me siento en acción, y me divierto, me divierto mucho. Alguna vez leí, justamente en algún libro de inglés, que a este estado se lo conoce com "the flow", y es lo que más se parece a lo que entendemos por felicidad. Es lo que nos pasa cuando jugamos de chicos, cuando hacemos algo placentero en general, y yo tengo el enorme privilegio de que me suceda mientras trabajo.
No concibo la enseñanaza de otro modo: no creo que nadie pueda aprender sin risa, sin interés en algo que vaya más allá de la materia en cuestión, y que tiene que ver con lo humano, con involucrarse y encariñarse genuinamente con los otros, con el encuentro y la comunión de almas, con creer en la persona que se tiene en frente, aunque a mí me gusta más estar al lado, con el respeto que emana de aprender a valorar al otro más allá de su desempeño académico, tanto se trate del profesor como del alumno.



Por estos días me enteré del delicado estado de salud de una Profesora de profesoras, nuestra querida y admirada, adorada profe de Grammar I&II y Linguistics, fanática de Noam Chomsky, Ana, que ha marcado la vida de tantos de sus alumnos en el Profesorado de donde egresé, justamente con lo que más recuerdo de ella: su risa, cálida, un tanto infantil, auténtica. Ana me marcó con el fuego del amor por enseñar, y me mostró claramente a través del ejemplo, la mejor metodología, qué clase de docente quería ser.

Reír es una elección de vida, una forma de comunicación universal. La risa de Ana quedará siempre grabada en mi memoria, su vivacidad, su entrega, lo mucho que disfrutaba y creía en lo que hacía. La genialidad humorística de Susana reflejada en las ilustraciones que he tomado para acompañar esta reflexión, un poco a modo de homenaje a mi casa de estudios, a sus profesores y a nuestra profesión en un fin de ciclo más, va también como ejemplo del espíritu del cuerpo de profesores que me enseñaron a enseñar. Y espero que sea la risa lo que mis alumnos y yo más recordemos de tantas horas de trabajo compartidas.

A boca de jarro

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La navidad apócrifa



Las revistas que acompañan la tirada nacional de los periódicos dominicales vinieron tan gordas como Papá Noel, ¿o debería llamarlo Santa Claus? La propuesta es "celebrar con ideas", aunque la idea fija es una sola: COMPRAR. Y es comprar así, con mayúsculas, ya que los avisos son para bolsillos bien forrados: autos y perfumes importados, joyas y accesorios de lujo, relojes costosos, ropa de diseño y marca, decoraciones de interiores alusivas por diseñadores "con nombre y apellido". En fin, resumiendo, de un centenar de objetos que se promocionan bajo el slogan de "Happy Season", " Merry Xmas", todo muy localista, creo que me interesaría comprar el repelente para mosquitos (muy típicamente navideños por estos lares), el antitranspirante, alguna que otra botella de un buen champagne (lo primero para antes de la reunión familiar, lo segundo para cuando se vayan todos...), y un tratamiento para el cabello, porque todo esto me saca caspa...

Es que realmente no hay nada más alejado del verdadero espíritu navideño que COMPRAR. Pero parece que es lo que la gran mayoría hace mayormente en estos tiempos. Es una lástima que nos perdamos la esencia de la Navidad en el shopping o en el tumulto de las calles comerciales o los supermercados abarrotados de gente. Y es más lamentable aún, en mi modesto entender, que los medios de comunicación masivos no hagan más que calentarnos la cabeza a grandes y, sobre todo, a chicos, con COMPRAR, y no se ocupen de mostrarnos más que una navidad apócrifa. Lo auténtico de la Navidad está muy lejos de eso que sale en las revistas de los diarios del domingo en nuestro país y, me atrevería a decir, en el mundo. Diría que el 90% de la población mundial -a riesgo de quedarme corta - no regala los anillos de Cartier, los perfumes Armani, las prendas Tommy Hilfiger, los relojes Molvado y las Toyota Hilux. Ni falta que hace. La realidad de la Navidad es el recuerdo de un nacimiento en un establo de Belén. Tanto para creyentes como para quienes no creen en la divinidad del niño cuyo nacimiento reverenciamos, quien confunda Navidad con hacer regalos costosos está errado, y no hará más que engrosar los bolsillos de algunos y su propio vacío existencial haciendo caso omiso de lo que se muestra en la publicidad como el espíritu navideño. 

                              
La Navidad debería remitirnos al hecho de lo sagrado de un nacimiento aún en las condiciones más extremas de pobreza digna. A la realidad de una mujer que se la jugó entera cuando dijo "¡Sí!" a la locura de ser madre sin estar casada, en tiempos en que ésto le podría haber costado la vida, que bien podría haber perdido a pedradas; y de ese hombre, José, de quien poco se sabe, que en sueños escuchó una voz que le indicó un destino, y la escuchó no sin dudar y debatirse internamente, claro, como nos sucede a todos enfrentados con nuestra misión en la vida. En los evangelios apócrifos se dan muchos más detalles del antes y el después del nacimiento de Jesús. La aparición del ángel a María incluye un extenso diálogo lleno de preguntas muy lúcidas hechas por una joven mujer atónita pero reflexiva frente a Gabriel, donde demuestra que además de estar dispuesta a hacer lo que su Dios espera de ella, piensa, razona y teme. De ahí que en cuanto comienza a hacerse visible su embarazo, emprende un viaje peligroso para una muchacha tan joven en su estado, y se va a visitar a su prima Isabel, también encinta, no sólo para acompañar a una mujer entrada en años a punto de parir, sino también para darse tiempo de digerir lo que se le venía y esconderse de la vista de su gente por un tiempo.

Al momento de producirse el nacimiento, se encontraban, según los textos apócrifos, a mitad de camino, y decidieron refugiarse en una caverna, donde, según allí se cuenta, se produjo el nacimiento sin asistencia de una partera, quien recién llegó una vez consumado el hecho. Según estos textos, el alumbramiento verdaderamente "alumbró" la caverna, tanto que su luminosidad le indicó el camino a la experimentada matrona, que llegó para asombrase del estado de perfecta virginidad de María, quien más allá de toda disquisición, era virgen de los modos de este mundo. Fueron entonces un hombre y una mujer los verdaderos protagonistas de esta historia. Un hombre y una mujer escapados, temerosos, sin medios, sin conexiones ni ayuda de nadie más que del Dios en el que creían, los que hicieron posible el milagro de la vida en condiciones impensables. Ese es el misterio al que deberíamos remitirnos en Navidad. 

Ni las luces de los arbolitos, ni los fuegos de artificio, ni los estruendos, ni los regalos, ni las comilonas regadas por el mejor champagne deberían apartarnos del hecho de que el gran misterio de la vida que celebramos en Navidad reside en lo sencillo, en lo simple, en el deseo profundo de aceptar a los demás derribando las barreras de nuestros prejuicios, de un mundo que asista a las parturientas excluidas al dar a luz, que dé cobijo a los pobres y albergue a los sin techo. La Navidad es la promesa en los corazones de los puros de un mundo más humano, donde el amor sea más fuerte que el odio, la inclusión más extendida que la exclusión, y la luz sea el arma que derrota a la oscuridad que brilla en el apócrifo glamour del consumismo.


A boca de jarro

lunes, 12 de diciembre de 2011

De edades, ciclos y fin de año...

  

"Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. 
Nada de lo humano debe quedar fuera de nuestra obra. 
En el poema debe haber barro, con perdón de los poetas poetísimos. 
La Poesía no es un fin en sí. 
La Poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo."
                                                                                                              Gabriel Celaya.


  Desconozco quién fue el autor o de dónde surgió el concepto de las edades humanas de las que tanto hablan médicos, especialistas y científicos. Imagino que lo aceptamos como canon que ha pasado ya por mutaciones y variaciones múltiples, conforme se ha ido extendiendo la expectativa de vida humana, a tal punto que ya se habla de la "quinta edad" como el umbral de la muerte, y no se la vé a esta última edad del mismo modo que se la veía años atrás.


  Partamos de la base que no comparto el criterio de enmarcar al ser humano en grupos de edades, como tampoco me gustan las tablas de peso, los percentilos, o los datos estadísticos que marcan la norma. Entiendo que para los profesionales de la salud han de tener su utilidad, pero a mí me enferman. Creo en la unicidad del ser que escapa a esas mediciones. Tampoco asocio mis propias etapas vitales con los años del calendario, exceptuando eventos tales como graduaciones, fechas de ingreso y egreso laborales, casamientos, mudanzas, nacimientos y muertes, que impactan sobre mi percepción de la continuidad de mis días, de modo que mi vida ya no es la misma antes y después del evento. Estos hitos sí quedan enfrascados en mi memoria con la etiqueta de la hora, el día, el mes y el año en que sucedieron, junto a otros detalles que guardo en mi memoria afectiva, como palabras o silencios, gestos, miradas, cielos nublados o despejados, hojas secas revoloteando en la brisa bajo un sol dorado o vientos gélidos, olores que se atesoran, presencias o ausencias que se extrañan, el ritmo del latido de mi corazón... 

                          
  La fiebre de temporalizar la vida me aburre. Y se vé muy a las claras en estas épocas en las que comenzamos la loca cuenta regresiva hacia el comienzo de un nuevo año. Nos ponemos a hacer balances, a mirar el año que concluye para ver si hemos alcanzado o no los objetivos que nos impusimos cumplir el 1 de enero, día en que no hay mucho más que hacer después de los excesos del día anterior, y los días anteriores a ese, porque el frenesí arranca ya en noviembre. Es un día en el que hay que ponerse a hacer algo para frenar el efecto nocivo de la desaceleración.


  A mí la cosa se me hace más cíclica. Creo que mi vida será mayormente la misma el 2012 que el 2011, aunque debo admitir que este año tengo ganas de hacer una fogata catártica con el almanaque saliente. De todas maneras, lo que cambiará será el almanaque, y probablemente mis cambios no se me harán  tan notorios, a menos que algún gran evento me conmueva, y entonces lo recordaré, ya que seguramente marcará un ciclo que se acaba para dar comienzo a otro, al que asociaré con lo que aprendí del evento, con lo que gané o perdí a través de él. Es más, podría llegar a afirmar que si me ofreciera la más clarividente de las brujas decirme el año en que voy a morir, no me interesaría conocerlo: no me obsesiona el número de años que he de estar en este mundo, sino la intensidad con que viva los días que transcurran hasta mi partida.


  Será por eso que me dá lo mismo festejar fin de año aquí o allá, con los tuyos o los míos, con los nuestros o solos, comer ésto o aquello, brindar a las 23:45, a las 0:00 en punto, a las 0:15 u otro día, porque es todo un ciclo que no va pautado por el reloj, ese feroz tirano que me taladra todas las horas de todos los días de todos los años. Pero mis razonamientos de poco importan a la hora de ponernos de acuerdo con mis seres queridos para reunirnos a festejar.

  Con eso también tengo mis reservas: es que hay años que parece que no se me dá por festejar, aunque entiendo que siempre hay motivos, que estamos los que estamos porque hemos sobrevivido a una serie de batallas de salud, de trabajo y de vida ganadas, y estamos juntos, reunidos alrededor de una mesa con provisiones: todo eso es motivo suficiente para celebrar. Pero las celebraciones impuestas por calendario y tradiciones heredadas me irritan un tanto, debo confesar.


  Más que años o edades, me gusta la visión de algunos poetas sobre la vida. Un poeta que no conocía, conocido como Gabriel Celaya, creador de un estilo de poesía no elitista, al servicio de las mayorías, "para transformar el mundo", poeta español de la generación literaria de posguerra y uno de los más destacados representantes de la que se denominó "poesía comprometida", escribió su autobiografía de la siguiente manera:

Autobiografía

No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.

Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece.
¿Donde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes?
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero.
Eso, para seguir.

¿Le parece a Ud. correcto que un ingeniero haga versos?
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio.
Si sigues con esa chica te cerraremos las puertas.
Eso, para vivir.

No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto.
No bebas. No fumes. No tosas. No respires.

¡Ay, sí, no respires! Dar el no a todos los “no”
y descansar: Morir.



INSPIRACIÓN por Gabriel Celaya.
 

 
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