martes, 15 de septiembre de 2015

Fotografía



Fotografía, Tom Jobim




Tú y yo, los dos
Aquí en esta terraza junto al mar
El sol se va poniendo
Y su mirar
Parece entonar con este mar


Ahora ya te marcharás
La tarde cae
Se desarman colores
Oscureció
El sol cayó en el mar
Y aquella luz de antaño se encendió


Tú y yo


Tú y yo, los dos
Solitos en un bar a media luz
Y una enorme luna sobre el mar
Parece que este bar
Ya va a cerrar
Y hay siempre una canción para contar
Aquella vieja historia de un deseo
Que todas las canciones han de contar
Y luego vino el beso


Aquel beso

Aquel beso








Fotografia, Tom Jobim


Eu, você, nós dois 

Aqui nesse terraço à beira-mar

O sol já vai caindo

E o seu olhar

Parece acompanhar a cor do mar

Você tem que ir embora

A tarde cai

Em cores se desfaz

Escureceu

O sol caiu no mar

E aquela luz lá embaixo se ascendeu

Você e eu




Eu, você, nós dois

Sozinhos nesse bar à meia-luz

E uma grande lua saiu do mar

Parece que esse bar 

Já vai fechar

E há sempre uma canção para contar

Aquela velha história de um desejo

Que todas as canções tem pra contar

E veio aquele beijo

Aquele beijo

Aquele beijo


"Traducir es producir con medios diferentes efectos análogos."
 Paul Valéry

A boca de jarro

lunes, 14 de septiembre de 2015

Espléndida edad



Espléndida edad en la que me pierdo
y no sé muy bien ni qué edad tengo,
pero sí sé que estoy un paso más lejos
del mero detalle en mi documento.

Espléndida edad en la que decido 
colgar los tacones de zapatos viejos,
llevar uñas cortas, el pelo más corto,
mojarme si llueve sin secarme el rostro. 

Espléndida edad que me trajo anteojos
-me dicen que así se logra ver todo-
aunque, contra el saber de mi oftalmólogo,
mi vista es mejor aun sin anteojos.

Espléndida edad: escucho y no oigo,
escucho también los discos de ayer,
visito los sueños del no-pudo-ser,
canto y bailo sola con estilo propio.

Espléndida edad en la que no salgo a comprar,
en la que no paso un helado por no engordar;
las miradas ajenas más bien me resbalan
y el qué dirán: ¿qué? No me dice nada.

Espléndida edad en la que no se está en edad,
en la que se agradece por no estar arrumbada,
en la que, se cree, ya no me-reces nada,
en la que me niegan por lo muy calificada.

¡Espléndida edad!

Porque exijo lo justo, porque armo mi juego,
porque no me contento con ser jubilada,
un ama de casa, madre, esposa abnegada;
porque veo y no leo en revistas baratas

que fulana de tal espléndida está
con una carrera bien consolidada,
su silueta avispada, su panza achatada,
su novio de treinta, sus tetas infladas.

Ni siquiera la juzgo,
sólo siento lástima:
la vida es tan corta
pa' nomás flotarla...

Silenciosamente y de madrugada
celebro mi vientre,
mis pechos caídos,
mi frente marcada.

Celebro sobrinos, hijos florecidos,
celebro ese cielo de mis caminatas,
celebro los treinta que quiero cumplir de casada
con el mismo tipo que echó panza y canas,

el único tipo que adoro enojada,
el único que de veras me ama,
y con ese sencillo pase de magia
yo me siento espléndida hoy...

¿Qué importa mañana?


Sting - La belle dame sans regrets

martes, 8 de septiembre de 2015

Dolor de duelo



      Es un dolor punzante el de tu ausencia, un dolor espantoso que empezó tan pronto como ella se anunció. Un dolor como si me hubiesen metido una pinza o una tenaza a través de las venas, que me toma el cuello entero y el hombro izquierdo sin otra razón más que el estar sin vos. Un dolor de duelo que sólo me deja mirar hacia mi lado diestro, allí donde te veo por todas partes, allí donde está mi mano buena, que no para de escribirte mensajes que después reviso en tu celular y en tu correo, la mano que no cesa de revolver nuestras fotos viejas. Es un dolor justo del lado del que me tomabas de la mano cuando caminábamos juntos, del lado del que dormías vos en la cama y del que te sentabas en el sofá cuando mirábamos televisión, del lado por el que se asoma el sol por la ventana cada mañana y por el que espío las luces moribundas de la calle de enfrente cuando me acompaña el insomnio de este duelo eterno, mi amor.

Recorro la casa a tientas en la penumbra de la madrugada y te veo en cada rincón. Me detengo en esos detalles que quedaron congelados, ahí, en ese sitio, el día que te tuve que llevar al hospital. Intento recordar en un vano esfuerzo cómo llegaron ahí, donde yacen muertos, tan muertos como estás vos. ¿Quién los puso así, tan quietos y llenos de polvo, sobre la mesa, en el placard del dormitorio, en la heladera o dentro del aparador? Ojalá hayas sido vos y no yo.

No recuerdo bien los últimos días, la verdad, no sé si dormí en la cama o en el sillón del comedor, no sé si comí, si tomé pastillas o si me dí alguna ducha de madrugada. No me acuerdo de nada. Ni siquiera me puedo acordar de lo último que hablé con vos, las últimas palabras que pronunciaste, no, no las logro escuchar en tu voz. Ya ves, la falta de sueño causa estragos, no hay caso. Sólo recuerdo el último día, salir corriendo aquella madrugada en la que te despertaste con ese dolor tan grande en el pecho apenas dos horas después de la última inyección. Estabas tan pálido, casi sin aire, con la mirada fija en el techo, todo doblado, como si un puño enorme estuviera por arrebatarte el corazón, y te agarrabas fuerte, fuerte, el brazo izquierdo, pobrecito mi amor.

Yo, como siempre, fui una cobarde. Para estas cosas sólo servías vos. Salí corriendo al patio en vez de llamar enseguida a la ambulancia, y eché un grito enorme, una puteada tremebunda como nunca antes me había oído hacerlo. Un grito de bronca, de impotencia, de horror. Y caí de rodillas llorando junto a tu malvón. ¿Por qué no me tocó a mí, Dios, por qué? Yo no sirvo para vivir sola, no voy a poder vivir así, voy a perder la poca razón que me queda.

Extendí los brazos al cielo, que estaba oscuro y sin estrellas y, tal como lo había deseado, se apoderó de mí tu dolor. Ahora acá estoy, vida, acá estoy: casi sin poder moverme, pero preparándote panqueques para el desayuno, uno salado y otro dulce, como te gustan a vos.

A boca de jarro

viernes, 4 de septiembre de 2015

Te regalo una rosa



A gardener at midnight: The sick rose by Kristin Headlam

   

Era un desgraciado, uno de esos buenos tipos que tienen la mala suerte de conseguir todo lo que se proponen. Había experimentado en sus propios huesos la fatalidad de alcanzar su sueño, de tocar la gloria, de hacer carne su rosa. La vida, en su primer floración plena de la existencia, la más intensa, la más carnosa, la más roja, le había dado todo un jardín. Ya no podía echarle la peste a nada ni nadie por esa maldita insatisfacción repentina que te golpea cada mañana cuando extendés tus pétalos al sol, por esos ratos de melancolía los domingos a la tarde, cuando parece que el mundo muere sin llegar al otro sol, por los momentos de inquietud, de ansiedad y de avidez por más, sin saber bien qué.


Corría 1995 y Juan Luis Guerra tenía una carrera musical exitosa, una mujer que era la de su vida, un hijo al que adoraba, dinero más que suficiente para no tener que preocuparse por el dinero, el reconocimiento masivo de un público internacional, varios premios en su haber, buenas críticas, pero no se sentía pleno. Seguía por inercia con las giras interminables, los conciertos, las grabaciones, hasta que su cuerpo dijo basta. Una peste infectó su rosa. Y comenzó a perder la vista. ¡Bendita alegoría! No poder ver el bosque por los árboles.


Dejar los ansiolíticos. Mirar de frente al miedo y sacarle la lengua. Tocar fondo en lo más profundo de la oscuridad del abismo íntimo, hacer votos de silencio por un largo tiempo y descubrir la propia y verdadera luz. Pincharse con las espinas de la rosa y sangrar vida y savia: ¡sabia vida! Volver a creer a Dios, que no es lo mismo que creer en Dios, y reírse de la vida simplemente porque en el cielo no hay hospital...

Te regalo esta rosa y me regalo esta historia de sanación del alma.



Te regalo una rosa,
la encontré en el camino,
no sé si está desnuda
o tiene un solo vestido,
no, no lo sé.

Si la riega el verano
o se embriaga de olvido,
si alguna vez fue amada
o tiene amores escondidos.

Ay, ayayay, amor,
eres la rosa que me da calor,
eres el sueño de mi soledad,
un letargo de azul,
un eclipse de mar, pero,
ay, ayayay, amor,
yo soy satélite y tú eres mi sol,
un universo de agua mineral,
un espacio de luz
que sólo llenas tú, ay amor,
ayayayay.

Te regalo mis manos,
mis párpados caídos,
el beso más profundo,
el que se ahoga en un gemido.

Te regalo un otoño,
un día entre abril y junio,
un rayo de ilusiones,
un corazón al desnudo.

Ay, ayayay, amor,
eres la rosa que me da calor,
eres el sueño de mi soledad,
un letargo de azul,
un eclipse de mar, vida...

Ay, ayayay, amor,
yo soy satélite y tú eres mi sol,
un universo de agua mineral,
un espacio de luz
que sólo llenas tú, ay amor.








A boca de jarro




lunes, 31 de agosto de 2015

Retoños del Árbol de Diana

Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.
Alejandra Pizarnik

He dado el salto de mí al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.

Sólo la sed
el silencio
ningún encuentro

cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra.


por un minuto de vida breve
única de ojos abiertos
por un minuto de ver 
en el cerebro flores pequeñas
danzando como palabras en la boca de un mudo


ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe


Salta con la camisa en llamas
de estrella a estrella,
de sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
la que ama al viento.


ahora
          en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada.



Memoria iluminada, galería donde
vaga la sombra de lo que espero. No es
verdad que vendrá. No es verdad que
no vendrá.


explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome



Alejandra Pizarnik, Árbol de Diana, 1962 (Fragmentos)



A boca de jarro

miércoles, 26 de agosto de 2015

La pelota

Tarsila do Amaral, "Abaporu", 1928




"Deja que ruede 
Como el aire entre las hojas 
Todo es oro, todo es sal 

Que llegará el día 
Que no quemen sus recuerdos 
Que se apagará el dolor 

Personalmente creo 
Que todo esto es una locura..."


               Las pelotas, "Personalmente"

      Ya hacía varios días seguidos que amanecía antes que el sol, pero una de estas madrugadas una molestia ardiente me desalojó de la cama a las cuatro de la mañana. Sentí como una pelota atascada en la boca del estómago que se me subió hasta la garganta después del desayuno, cuando ya todos se habían ido a atender su juego. Restándole importancia, y dura como soy para lanzar, me tomé una Buscapina con un jugo de naranja y arremetí con los quehaceres de rutina para acallar mi conciencia ancestral: barrer la vereda, poner la ropa a lavar cosa que ha ganado en volumen últimamente, muy a mi pesar, tender bien las camas de los chicos, poner orden en los placares, limpiar los baños y decidir el menú del día.

Emergí del claustro ya ordenado pasadas las diez por los víveres para pergeñar algo para el almuerzo y, al comenzar la marcha, noté que la pelota se había reducido en tamaño pero seguía atorada, rebotando dentro de mi esófago. A la actividad de esa acidez gástrica y la falta de sueño se le sumaba la resaca de todos los cafés que me había tomado en un intento por neutralizar el desasosiego, entre que subía y bajaba armada hasta los dientes de trapos y aspiradora. Suelo preguntarme a esas alturas de mi yugo cotidiano cómo harían mis abuelas para dejar todo reluciente sin aspiradora y sin chistar. Y hay que ver cómo le daban a la cocina ellas. Lo mío no es cocinar, lo sé: se trata de una estrategia de supervivencia, un mal necesario. No funciona como terapia ni como acto de realización personal, lamentablemente. Lo que sigo sin saber todavía es qué será lo que sí funciona para acatar el mandato de trascendencia que heredé de la noble rama paterna de mi árbol. Todas estas rumiaciones, y algunas ensoñaciones pintorescas, me acompañan allá donde vaya desde que dejé de trabajar.

Volví cargada a la media hora, tiré las bolsas sobre la mesa y encendí la radio para hacer el ritual doméstico algo más llevadero, pero esta estación que se escucha bien desde la cocina pasaba música que me pegaba como latosa, y las noticias cargaban con un insufrible lastre oficialista que me irritaba aun más. ¡Ay, si la abuela me viera! Quedaría desheredada de esos libros de cocina ilustrados de tapa dura que aparecieron en lo de mi vieja y encontraron mejor puerto en la cocina de mi hermana, cuatro años más lejos de los cincuenta y mil años más aplacada y domesticada que yo. 

Almuerzo al paso con los chicos  ahora, dueños de muchos silencios, pocos o nulos aplausos para el platillo que se limpian de un zaque y siempre apurados por irse a sus cuartos a enchufarse a sus aparatos y a desenchufarse de mamá, acuso sensación de haber comido demasiado rápido, demasiado fuerte, demasiado; le doy rauda puesta a punto a la cocina y me rindo en una obligada siesta sobre el sillón del living para poder llegar a la noche entera. Él siempre vuelve a casa recién pasadas las seis. Se impone caminata bajo un tibio sol de media tarde, y me voy al parque mascando chicle, mirada impasible y sonrisa falsa para la vecina de la esquina que suele estar en la puerta a esa hora, sacando al perro a cagar. No la puedo ver a esta tipa, que larga al perro todas las mañanas y lo deja mear en el cantero de mi árbol o sobre el portón de mi garaje, pero la saludo igual. Y en ese preciso momento, cuando estoy dejando atrás a la vecina y a su asqueroso perro, noto que la pelota se convierte en náusea.

Tanta cosa que se observa por cortesía, por obligación aprendida, por condescendencia auto-impuesta, que se ve que se formó una pelota de enojo en el estómago, bah, una pelota de ira: llamemos a las cosas por su nombre de una puta vez. Tanto enojo con la vida porque las cosas no te salieron como vos soñaste a los veinte, y después, a los treinta, y un rato más tarde, a los cuarenta. Lo bueno es que ahora, en el despojado umbral de los cincuenta, ya no hay a quién tirarle la pelota.


Tarsila de Amaral, "Estudo Nú", 1923




Las pelotas - Personalmente


A boca de jarro


jueves, 20 de agosto de 2015

Mariposa traicionera

         
    Salgo a caminar a media mañana, me enchufo a los auriculares, me espabila el viento fresco que me acaricia la cara, ese viento que ya anuncia otra inminente primavera, ¡y van tantas ya! Será una más pero bien diferente. No cargaré con la ansiedad de aquellas otras que presagiaban la locura del cierre de año, de notas, de boletines y planillas que rellenar, de finales que planificar y administrar para luego convertirse en pilas de papeles acuciantes. Miedos ajenos de no aprobar, cuestionamientos por aconsejar prudencia y espera, padres ofuscados con reproches trasnochados, cansancio, agotamiento, aburrimiento, sueño atrasado o frustrado, cuerpo contracturado, tantas cuentas pendientes que pesan. No, todo eso no, y sé que no hay vuelta atrás. Este año me puse diez kilos encima, caminé por las paredes cuando dejé el rivotril por voluntad propia y terquedad heredada, sobreviví a la abstinencia y aquí estoy. Nadie me llama, nadie me espera, nadie demanda, nadie paga, cuentas claras que conservan la amistad. Ahora la primavera pinta distinta, y es hora de empezar a saborear las bondades de esta desocupación docente y limpia, premeditada, elegida mas no digerida, que me hace sentir tan bizarra y descolocada, tan triste, tan vacía, tan inútil, tan cero a la izquierda, tan perdida como otras veces y tan insignificante sin precedentes, tan invisible a las miradas que más me importan y a las demás, todo ello más que nunca antes de todas las primaveras que aún recuerdo.
  
Seco los lagrimones que se me escapan precalentando y tarareo a Maná, surfeando estos altibajos que suelen embargarme hace un tiempo ya. Lo canto en voz alta y me importa un bledo el qué dirán. Los pájaros del parque bajan de las ramas altas a mi encuentro matinal y me alegran la hora bendita de soledad. Me estiro, brazos al cielo, con esa brisa que me moldea en franca invitación a ensoñar, y me concedo el permiso de olvidar toda la lista de deberes del hogar que, culposa, dejé sin realizar. Ya no es más esa tampoco mi prioridad, aunque sienta que eso también está mal, que es "disfuncional". Harta ya de esa voz interna que me taladra la conciencia, voz que enjuicia, que sopesa, que diagnostica, voz que está tan excedida de peso como su dueña, me propongo conscientemente imaginar.



Una playa caribeña, aunque jamás pisé una, sería un buen lugar. Arenas doradas y blandas, aguas turquesas, casi tornasoladas, como estos tordos que andan cazando lombrices por acá; calor en su punto exacto, sostenido en una ola de aire marino leve, cielo diáfano, sol al mango, del que broncea sin lástima y sin lastimar, todo ideal. Ando segura de mí misma, a ritmo, por la orilla dorada de ese mar que me hace un guiño, que me con-vida, que me tienta a la zambullida, y dejo de pasar desapercibida ante las miradas ajenas como hace rato me pasa acá. Me hago más alta, delgada, descalza, descomunal: sombrero de ala ancha, dos piezas blancas, firmes mis pechos, bien trazadas mis caderas, los muslos torneados, los brazos finos y largos, dibujado ese soñado abdomen que jamás fue mío, cara fresca y lavada, anteojos oscuros, libro en mano, colgando graciosamente a mi lado, y nada ni nadie más. Llama la sed y me acerco a un bar en la playa, piñas colgando de un techo bajo, sillas altas, barra, tragos, bachata, poca gente, dos o tres habitués nomás.


El barman me bate con clase un daiquiri sin igual. Como si fuese el Thomas Hudson de Hemingway me lo tomo doble sin parpadear y lo saboreo lánguidamente mientras hojeo el libro que me escolta en este viaje de ida a la felicidad. Levanto la vista de esa línea que queda flotando en mis sentires, y mis ojos se posan sin asombro, sin alarma, sin grito de auxilio, sin huida, sobre el aura de su maciza figura a contraluz. Viene paseando solo en dirección al bar. Sin pena y con toda la gloria se hace próximo y, con su inconfundible voz y acento singular, ordena una ronda de tragos que me incluye. Audaz y abierto juego de miradas, pocas palabras, guitarra a mano, se pone a tocar. Y por fin, a miles de kilómetros de mi gris realidad, un hombre soñado que aspira la g y esfuma la ll de mi orillero abecedario me convierte en mariposa traicionera cantando esa melodía que me abandonó, loca de amor, a los diecisiete, hoy, treinta años atrás. Se saldan todas las deudas, se cierra el debe de una, vuelo cerca del sol y soy feliz sin más.








A boca de jarro

miércoles, 12 de agosto de 2015

Argucia de escritor



argucia.

(Del lat. argutĭa).


Real Academia Española © Todos los derechos reservados



Argucia de escritor

Vivimos para encontrar 
esa línea del libro de la vida 
que justifica 
toda nuestra existencia.

Mike Stilkey, Pintura en libros

"Yo había sufrido un accidente y una operación; estuve muy cerca de la muerte sin pensar nunca en ella. Después del accidente, yo no sabía si podría seguir escribiendo. Entonces, me dije, si trato de escribir un ensayo crítico breve y fracaso, sabré luego que no me quedan esperanzas. Si hubiera intentado escribir un poema, eso no me hubiera dicho nada, porque los dones son revelados por la musa o el Espíritu Santo. Así que intenté algo nuevo - un cuento que era un poco una argucia también - y cuando lo logré vi que podía volver a la literatura y ser, bueno, no un hombre feliz, de modo que nadie es feliz, pero al menos sentir que mi vida estaba de algún modo justificada."

           Jorge Luis Borges, El aprendiz del escritor, Sudamericana, 2014

Ekaterina Panikanova, Pintura en libros


A boca de jarro

lunes, 10 de agosto de 2015

El deber de un escritor



"Yo creo que el deber de un escritor es ser un escritor, y si puede ser un buen escritor, está, entonces, cumpliendo con su deber. Además, tengo para mí que mis opiniones son superficiales."


"...yo no elijo mis propios temas, ellos me eligen a mí. Hago lo posible por oponérmesles, pero esos temas siguen preocupándome y persiguiéndome, de modo que finalmente tengo que sentarme a escribirlos, y luego pulirlos para deshacerme de ellos."


"Uno debe recordar también que hay una diferencia entre lo que un escritor se propone hacer y lo que en realidad hace."


Jorge Luis Borges, El aprendizaje del escritor, Sudamericana, 2014

A boca de jarro

miércoles, 5 de agosto de 2015

En esa luminosa oscuridad



Lo tuve ahí, sentado en la penumbra de esas horas temidas en las que se sabe que te queda poco por hacer y por vivir, pero, así y todo, habiendo ya recogido tus petates, sin fuerza, sin resto, sin ganas de comer, sin poder dormir, dolorido y molesto, aún así, no te querés ir; horas en las que repasás tus días, que te parecen pocos, en las que pensás en lo tuyo y en los tuyos sin vos, te aferrás a esa rutina que se te hace tan intrascendente en su devenir y, aún así, no querés largar por nada del mundo cuando te llega la hora. Lo tuve ahí, sentado en un rincón, caído, vencido, entregado ya, triste, oscuro, enojado, y no supe qué decir. Tanto que le escribimos que ya no puede leer, de lo mucho que lo queremos y lo mucho que lo vamos a extrañar, de lo mucho que significaba su luz en nuestras insignificantes vidas que van a extinguirse igual que la de él. Puta, lo tuve ahí, cuando había ya entendido que hay otra luz que queda cuando se nos pone el sol y que ahí estamos siempre, en esa luminosa oscuridad. Tan sólo atiné a comprarle un muñequito plástico que camina y habla a cuerda. Lo hizo funcionar con sus dedos largos y flacos y se sonrió. Acá lo tengo ahora conmigo, en mi biblioteca, bajo esta luz gris de la ventana por la que miro al mundo, donde troqué libros de enseñar inglés por poesía y cuentos que sueño con escribir bien para por fin volver a mi mejor luz. 



Maná - Bendita Tu Luz (Music Video)


A boca de jarro

martes, 4 de agosto de 2015

Ausencia




Ausencia
Liuba Maria Hevia
  

Hay ausencias
que son como el olvido,
que empolvan madrugadas y semillas,
que se fueron perdidas a esos mares
donde nunca podrán hallar la orilla.

Hay ausencias que rozan con el alba,
mariposas celosas del espacio,
austeras prisioneras de las flores
que te ponen su miel para los labios.

Ausencia, remoto fantasma
que violas las puertas, que cantas,
que gritas al cielo esa voz
que has llevado contigo,
que escribes tú la canción que falta,
que siempre nos recuerdas la distancia.

Hay ausencias
gaviotas que te salvan,
que desdeñan fronteras y estaciones,
que rondan las paredes, las palabras,
dibujando la fe con sus crayones.

Hay ausencias
que te hablan de un mañana,
que se tornan de todos los colores,
que te ponen el mundo en la ventana
y de esperanza llenas los balcones.

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