lunes, 27 de agosto de 2012

¡Yo creo!

"That's one small step for a man, one giant leap for mankind." Neil Armstrong.

El sábado murió Neil Armstrong,"el primer hombre que dejó su huella en la Luna", como lo titula el periódico. Por entonces corría julio de 1969, y aunque no tengo memoria, todos los adultos significativos en mi vida me han relatado el ser testigos de aquel hecho con pasión y fascinación sentados frente al único televisor de imagen en blanco y negro que había en sus casas, ajustando perillas, botones y antenas para lograr una visión clara de una proeza que vieron del mismo modo seiscientos millones de personas en el mundo.

Armstrong confesó en una de sus últimas apariciones públicas que jamás había soñado llegar a la Luna aunque amaba volar desde muy pequeño. Fue piloto de la NASA y voló desde planeadores hasta jets para tocar el cielo con las manos a los 38 años alunizando a bordo de la Apolo 11. En la Luna no quedó sólo su huella y la bandera de su país, sino además su cámara, aquella con la que tomó la foto histórica de su compañero, inmortalizado hoy para las nuevas generaciones por el personaje de "Toy Story", Buzz Lightyear, Edwin E. Aldrin Jr., apodado Buzz. Y a pesar de todos los cambios y avances que el hecho de llegar a la Luna nos ha dejado, muchos jóvenes y no tan jóvenes en la actualidad creen en la teoría conspirativa que sostiene que todo esto que conmovió a la humanidad y se convirtió en un sueño hecho realidad fue un fraude, una gran mentira que intentan demostrar a través de detalles en los registros fotográficos que quedaron, un show de ciencia ficción montado y grabado en un estudio de televisión.

Yo creo. Creo en Armstrong y en lo que su apellido le marcó como destino. Creo en el hombre, en la nobleza de muchos de sus logros y en la admiración que despierta en los que observamos esas proezas y nos enorgullecemos gracias a ellas de formar parte del género humano, aunque sea de vez en cuando. Creo en que es posible llegar a la cima sin haberlo imaginado jamás y luego volver al llano a disfrutar de los frutos de la tierra y una vida sencilla y familiar como lo hizo Armstrong en su granja de Cincinnati. Creo que es un grande aquel que pasó a ser el olvidado y quien sufrió el mayor miedo de que todo fracasara dentro de la nave sin poder dejar su huella en la Luna, pero aún así, desde lo más humano de su heroísmo, hizo posible que sus compañeros lo lograran, como es el caso de Michael Collins. Creo que Armstrong y sus compañeros tuvieron un atisbo desde la Luna de la majestuosidad de nuestro planeta, del universo y de su Hacedor, y creo que esa experiencia los cambió para siempre. Creo en las experiencias que nos dejan cicatrices que nos recuerdan momentos de enorme intensidad y absoluta plenitud y felicidad, de ser uno con el Todo. Y creo que una de estas noches habrá una enorme luna llena a la que podremos brindarle una sonrisa y hacerle un guiño, tal como lo solicitó su familia, en homenaje al astronauta que partió en su última misión a los 82 años, en nombre de lo bueno que somos capaces de hacer cuando nos lo proponemos.

A boca de jarro

lunes, 20 de agosto de 2012

¿Por qué?

Luke Fildes (1843-1927), El doctor


Mario murió hoy a la madrugada. Hacía trece años que estaba postrado como lo había dejado un ACV tras otro. Era joven y fuerte entonces y gracias a eso, y al amor y los cuidados que le dispensaron los suyos, sobrevivió a tan brutal golpe irreversible. Y ante estas situaciones siempre asalta la pregunta: ¿Por qué?

Desde ya, habían sucedido cosas que lo vulnerabilizaron quizás, pero ¿quién puede afirmar que fue eso lo que causó los dos derrames? Primero, fue víctima de un hecho delictivo en su empleo de años al que se lo asoció injusta e infundadamente al ser asaltado un transporte. Por ende, perdió el empleo siendo cabeza de una familia con tres hijos que aún dependían de su ingreso. Más tarde, encontró trabajo en otra empresa. Para entonces, su madre enfermó.

La medicina habla de factores de riesgo no modificables y modificables en el caso puntual de un accidente cerebro-vascular, como en casi todas las enfermedades. De los no modificables, tenía la herencia, el sexo y la edad. De los modificables tenía uno sobre una lista de ocho que brindan algunas fuentes confiables: hipertensión, que seguramente se agravó debido a los disgustos. La medicina no dice que viejas heridas del pasado, cuestiones no resueltas o emociones de las denominadas negativas causen un accidente cerebro-vascular, pero para algunos todo se explica a través de los sentimientos que no somos capaces de controlar y las llagas de un pasado a menudo remoto que no hemos sanado.

Hace años leí a Louise Hay, precursora del movimiento New Age y autora bestseller de autoyuda, la cual ha publicado varios trabajos, ha dado infinidad de charlas, cursos y conferencias y sigue en plena vigencia desde 1976, cuando difundió Sana tu cuerpo, un panfleto que contenía un listado de las principales enfermedades y su probable causa psicosomática, que fue ampliado e incluido como apéndice a su libro Usted puede sanar su vida,  publicado en 1984, libro que adquirí y leí en su momento.  Esta mujer se basa en su experiencia de vida para afirmar que nosotros podemos sanarnos a través del poder de nuestra propia mente. Ella fue abusada sexualmente durante su infancia y logró sobreponerse a un cáncer aparentemente terminal y eso la llevó a comenzar a ofrecer consejos prácticos para combatir los padecimientos de la gente, entre ellos, las famosas "afirmaciones positivas". En su extensa lista de patologías, existe una razón emocional que puede ser combatida a fuerza de voluntad y positivismo frente al espejo cada mañana. Hay algunas vedaderamente disparatadas y hasta irrisorias, como por ejemplo:

"Arrugas: Causa probable: 
Provienen de pensamientos depresivos. 
 Resentimiento con la vida."

Según Hay, las arrugas no tienen que ver con el natural proceso de envejecimiento humano ni se combaten con cremas o tratamientos especiales, sino afirmando cada día: "Expreso la alegría de vivir y me permito disfrutar totalmente de cada momento del día. Y rejuvevnezco." Será por eso que se la nota tan rejuvenecida...

Su idea principal es la de que detrás de cada enfermedad hay una razón emocional que se expresa a través de ella. La base es que las emociones denominadas "negativas", que no son menos normales que las que consideramos "positivas" en muchas circunstancias de la vida, enferman. Todas las enfermedades tienen un sustento psicosomático, pero ¿qué se puede decir en casos como el de este hombre o  tantos otros? ¿De qué emociones podemos hablar cuando alguien hereda una predisposición patógena o nace con una psicopatía congénita?

Casualmente, el viernes pasado se cumplió el primer aniversario del fallecimiento de una alumna de séptimo grado de un colegio querido debido a una leucemia. ¿Qué pensarían sus padres si se les dijera que "la causa probable" por la que su hija enfermó fue una: "Muerte brutal de la inspiración. Alguien que se dice continuamente: Todo es inútil." ? Era una nena que no llegó a empezar su escuela secundaria, llena de vida, planes e ilusiones.

Creo que a veces se puede llegar demasiado lejos buscando desde la omnipotencia de esta forma de entender y abordar lo que se nos vende como psicología respuestas al por qué para las que a menudo ni siquiera la medicina las tiene. Y hasta parece que se culpabilizara al enfermo de su propio mal. ¿De qué podrían haberle servido a este hombre o a la niña las "afirmaciones positivas"con las que esta señora Hay dice haberse curado de un cáncer y parece haberse planchado las arrugas? ¿Y qué hay de los que no logran ganar esas batallas: es que acaso son incapaces de superar sus debilidades emocionales?

Según La Biblia, perdimos el paraíso, en el que la enfermedad, el dolor y la muerte no tenían cabida, por el pecado original, que no es otra cosa que la soberbia humana, la arrogancia de creernos Dios y poder dar batalla a aquello que finalmente nos vence y excede nuestro entendimiento. Pero para autores como Louise Hay, que abundan, nuestros males parecen ser en buena medida responsabilidad nuestra por no usar el poder de nuestra mente a nuestro favor. Y luego pensamos que sólo la religión nos taladra con la culpa.

Este afán de las sociedades psicologizadas como la nuestra de revolver siempre en las heridas de nuestro pasado o en nuestra vida emocional para encontrar respuestas usualmente de la mano de alguien que tiene una receta vendible para lo que nos aqueja no me termina de cerrar. Me parece mucho más sano y maduro asumir que la vida es luz y oscuridad, felicidad y pena, salud y enfermedad, y que el cuerpo enferma porque esa es su naturaleza y su destino ineludible que culmina en la muerte. Lo que pasa después es otro misterio que nos supera y que hoy me embarga. La pregunta probablemente no sea "¿Por qué?" sino "¿Para qué?"

La última vez que visité a Mario estaba lúcido y agradecido por tantos años de sobrevida que le permitieron ver crecer a sus hijos y estar acompañado por su esposa. Con ella tuvo un matrimonio que pasó por tantos años de salud como de enfermedad. Para nosotros, que los queremos y los conocemos, son un ejemplo de amor maduro y férreo, de fidelidad a las promesas que se hacen un día en la efervescencia de la juventud y del sentir frente a un altar, sin pensar en lo que verdaderamente significan. Ellos las cumplieron hasta el final. Y al hacerlo, nos dejan el legado de un ejemplo de entereza y dignidad. Porque el menú de la vida no se elige a la carta. No es cuestión de pensar en positivo nada más. La atractiva idea New Age de que "Cualquier cosa que yo decida creer, se hace verdad" prueba ser falsa muchísimas veces, y no es por error nuestro. Sería todo mucho más fácil si así fuera.

Sólo la humildad de aceptar el humus que somos y en el que nos convertiremos cabe como reflexión de la vida de este hombre que acaba de extinguirse. La humildad es precisamente la virtud opuesta a la soberbia con la que intentamos dar explicación a todo. La humildad no es en absoluto un concepto atractivo o que venda libros hoy en día, ya que se trata de la característica que lleva a la gente a realizar una acción sin proclamar sus resultados, sin vanagloriarse por haber vencido una debilidad o una desgracia. Se trata simplemente de tener el temple de soportar lo que nos toca mansa y silenciosamente, intentando encontrarle algún sentido que transforme el dolor en algo trascendente y fértil para quienes acompañan en el camino que por fin trae la liberación del sufrimiento y ennoblece al caminante al que le llega su descanso.


A boca de jarro

viernes, 17 de agosto de 2012

"La educación prohibida" y "El circo de la mariposa"



"Mientras mayor es la lucha,
más glorioso es el triunfo."



Algunos blogs amigos han subido la película "La Educación Prohibida", estrenada el 13 de agosto en 151 salas alrededor del mundo y disponible en internet, ya que no sólo se permite sino que además se alienta la copia, traducción y exhibición pública de la misma, siempre que no existan fines de lucro. La idea es que "La cultura se protege  compartiéndola". Les dejo un avance y el link a YouTube por si quieren dedicarle algo más de dos horas a su vista, que recomiendo:


Apoyo fuertementeno sólo la idea de compartir la cultura de esta manera, sino también, como propone este documental, que cuenta con la opinión calificada de más de 90 educadores, académicos, profesionales, autores, madres y padres entrevistados a lo largo y a lo ancho de 8 países de Iberoamérica, la urgente e imperiosa necesidad de repensar la escuela como la conocemos, de reflexionar juntos críticamente sobre su naturaleza anacrónica y obsoleta, empeñada en la emulación del modelo prusiano reforzado por la irrupción de las fábricas y la producción en serie, donde prima cantidad sobre calidad, velocidad de ejecución sobre proceso humanizador, que desde luego no contempla las necesidades del aprendizaje para la vida y que, por sobre todo, demuestra repetidamente que: "Su principal falencia se encuentra en un diseño que no considera la naturaleza del aprendizaje, la libertad de elección o la importancia que tienen el amor y los vínculos humanos en el desarrollo individual y colectivo."


Muchas veces he reflexionado yo misma en este espacio acerca de esta grave falencia y deuda del sistema escolar para con sus alumnos y para con sus docentes, quienes tampoco somos contenidos en nuestra afectividad ni capacitados para lidiar con las emociones propias o próximas abocados durante largas jornadas a la ardua tarea de educar. Lo he hecho siempre desde mi rol docente, desde mi perspectiva como madre de dos hijos en plena etapa escolar y como mujer pensante del siglo XXI que ha pasado por la escuela para luego des-aprender mucho de lo que allí se le enseñó. Con tristeza noto que lo mismo deberán hacer mis hijos. Me apena la dedicación y el esfuerzo que aún hoy, en la era de los avances más extraordinarios del conocimiento y la comunicación, se les deben dispensar a tantos contenidos y habilidades inútiles con los que se sigue insistiendo, siendo que el mundo ha cambiado tan radical y velozmente, designados y diseñados por personas que muchas veces son agentes totalmente ajenos al proceso educativo y a la realidad áulica. Y más aún me duele que en la escuela casi todo se reduzca a una calificación que hace que se etiquete al alumno con un concepto de sí mismo ante la mirada de los demás que resulta muy difícil de cambiar o remover por él mismo en todos los años que invierte en su paso por ella.


La nota numérica o conceptual que se le asigna a cada educando por su desempeño se convierte en lo que ese niño o adolescente, de cuyas emociones e individualidad poco se sabe y menos se contempla, cree que vale para el mundo más allá de las puertas de su casa, e inclusive, a menudo, puertas adentro, donde hasta sus propios padres toman esas calificaciones como un fiel reflejo de lo que ese ser es capaz de ser. Este es el defecto más nefasto del sistema educativo, que tiene repercusiones profundas sobre la autoestima y el destino de cada una de las almas que pasan por el colegio.


Expresiones como las que un niño logra realizar a través del arte, al cual se le otorga un mínimo espacio dentro de la currícula escolar, también se evalúan del mismo modo. Y siempre pienso en la enorme necedad de no permitir que el ser en desarrollo experimente el arte libremente, sin ningún juicio de valor mediante, para no caer en lo que los obtusos adultos sentenciaron acerca del dibujo que da comienzo y sustento al periplo de El Principito:

"Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante...
Las personas mayores me aconsejaron que dejara a un lado los dibujos... y que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática." 
 Antoine de Saint-ExupéryEl Principito1943.



De este modo, con cada interpretación adulta de lo que expresa un niño desde su ser niño, desde su enorme caudal imaginativo y fantasioso intacto al que no se encauza en las tediosas y mecánicas horas de clase, se va cercenando gran parte de su esencia. Es como si al niño que ingresa entero al sistema escolar se le fueran cortando las alas, o se permitiera por falta de uso que se atrofiaran aquellos recursos innatos con los que cuenta, y finalmente los reprime, los olvida, para quizás nunca volver a conectar con ellos. Asume entonces como verdadero el juicio de la estrechez adulta que lo encasilla creyendo que lo evalúa: se asume de acuerdo a polaridades basadas en comparaciones con sus pares. Así es como están "el apto" y "el inepto", "el rápido" y "el lento", "el hábil" y "el torpe","el capaz" y "el incapaz", "el aplicado" y "el vago", para finalmente emerger del sistema como "el fracaso","el mediocre" o "el sobresaliente". Y proporcional al arraigo a estas creencias inculcadas por años será su grado de sorpresa y frustración cuando se enfrente a la vida fuera de los muros de la escuela y descubra que aquellos juicios poco importan o carecen de validez en el mundo real.

Deberá entonces recomenzar un proceso que toma toda una vida: el de aprender a descubrir quién es en verdad, qué lo hace vibrar y sentirse pleno, cuál es su misión y vocación primaria y cómo puede aprender lo que necesita para desplegarla. Seguramente esta tarea deberá llevarla a cabo mayormente en soledad, ya que en la escuela ha aprendido que los demás son competidores con quienes se lo compara y se lo mide constantemente, y esto de nada sirve a la hora de transitar el camino del autoconocimiento y la autorrealización.

Se sentirá tan frágil como la crisálida en su capullo antes de convertirse en mariposa, algo semejante a lo que ilustra "El circo de la mariposa", un cortometraje de un valor educativo diferente al que se apunta en la escuela, ya que este sí educa para la vida. El lugar: Estados Unidos de los años 30, un país en crisis tanto económica como moral, como tantos otros hoy en el mundo. El protagonista: un hombre a quien le faltan brazos y piernas, que ha renunciado a su condición de persona por asumirse como "víctima de un Dios que le ha dado la espalda", "un error de la naturaleza". El mensaje: la aceptación de nuestra condición, la lucha por la autosuperación y la alegría de por fin descubrir por nuestros propios medios que somos todos como una mariposa, únicos, singulares y efímeros, necesitados de maestros que nos eduquen en la creencia de nuestra grandeza y nuestra dignidad y nos guíen en nuestra búsqueda perenne por encontrar nuestro lugar en el mundo para darle un sentido a nuestro paso por él. También se los recomiendo y se los dejo aquí para ver y pensar en voz alta.



A boca de jarro

lunes, 6 de agosto de 2012

"El exótico Hotel Marigold"






Me la vendieron como una comedia inglesa y al ver los rostros de los actores que más me conmueven en el mundo y con el recuerdo fresco de Kenneth Branagh recitando unas líneas de La tempestad de Shakespeare en la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos, no lo dudé. Con perdón de todos los aficionados al deporte olímpico, no cambio ni un minuto de buen cine inglés por todas las prodigiosas hazañas de estos atletas que siempre intentan y a menudo logran batir su propia marca.

Estos siete soberbios veteranos de la tradición actoral inglesa tienen dos particularidades que, en mi modesto entender, jamás defraudan: por sus venas corre la sangre del Bardo, exudan talento, tablas y la tradición del oficio, y lucen naturales llevando con orgullo sus años, mostrando sus arrugas, sus canas y sus panzas con dignidad, y eso, en estos tiempos de errada búsqueda de la juventud eterna a fuerza de inyecciones y quirófanos que paralizan y momifican todo atisbo de expresividad, resulta admirable. Es así como ellos también, igual que los atletas olímpicos, rompen récords en sus propios logros actorales.


Judi Dench, impecable...

La película es un colorido canto a la vida tanto como un fiel reflejo de la cara más oscura de la realidad del mundo en que vivimos esa vida que, a pesar de todo, merece ser honrada. Estos otrora acomodados ciudadanos británicos cuya adultez ha transcurrido en la afluencia y en compañía, ahora descubren desde su soledad y su condición de ancianos jubilados que su sociedad no sólo no les ofrece el confort en el que han vivido siempre sino que además los desecha y los coloca en listas de espera cuando de su salud se trata. Asimismo, descubren que ellos mismos no han hecho todo tan bien como creían, o que han quedado cuentas pendientes que deben saldar antes de que sea demasiado tarde. Se les presenta como opción de retiro barata y a la vez idealizadamente exótica un hotel en Bangalore, que les pintan como magnífico, aunque se cae a pedazos, como sus propias vidas, ya que no les brinda la comodidad que esperan, pero les abre la puerta a un mundo de colores, olores, sabores, ritmos, sonidos y experiencias que los acercan a lo esencial: la sensación de que siguen vivos y de que sus vidas cobran sentido y así se adaptan, se encaminan, se enfrentan con la verdad, se cierran historias que han resultado heridas abiertas o que se han marchitado hace años.
El increíblemente versátil Tom Wilkinson


"El exótico Hotel Marigold" ("The best exotic Marigold Hotel") ostenta el lujo de un reparto que incluye a Judi Dench, Maggie Smith, Tom Wilkinson, Bill Nighy, Penelope Wilton, Celia Imrie, Ronald Pickup y Dev Patel. La película está dirigida por John Madden, director de "Shakespeare apasionado" ("Shakespeare in Love"), y claramente transmite esa pasión por la grandeza de las buenas letras y la dramaturgia británica de pura cepa a partir de un sólido y jugoso guión escrito por Ol Parker, basado en la novela These Foolish Things de Deborah Moggach.

 Maggie Smith, única...

La acción, que desemboca en un final algo rosa, pero en el que se percibe una evolución en los personajes y se hacen notar las ausencias que el paso del tiempo se cobra, reivindica el valor de la ancianidad por todo su potencial vital y por lo que las personas mayores pueden y deben transmitir en sabiduría a los más jóvenes insertados ambos en un mismo mundo como partícipes activos y agentes de cambio. El joven hindú Sonny Kappoor, encarnado por el mismo muchacho de "Slumdog millionaire", Dev Patel, es quien introduce el hilo conductor y eje temático que finalmente deja la historia como mensaje: 

- En la India tenemos un dicho: "Al final, todo irá bien". Por lo tanto, si no va todo bien, es que todavía no es el final.


Como explicara uno de sus productores, la novela les atrajo porque: "... precisamente cuando estos personajes podrían entrar en el período más gris de su vida, ante ellos se abre un capítulo vital absolutamente nuevo, con una explosión de brillo y color, literalmente, y la oportunidad de reinventarse".

Esto define el buen cine para mí: aquel que te deja pensando mucho después del rato de gozo y placer estético que te regala, el que resulta una deliciosa combinación de buen libro con excelentes actuaciones, una atractiva puesta en escena que enseña mucho sobre una realidad que no conocemos bien, tanto sea la de la India como la de la vejez misma, que nos llegará a los que lleguemos a ella, y el que es capaz de mostrar la realidad más cruda sin golpes bajos. Pero por sobre todo, el efecto del buen cine es el de despertar nuestra adormilada certeza de que el viaje de la vida siempre nos depara algún destino que nos brinda una oportunidad de reinventarnos.



 A boca de jarro

martes, 31 de julio de 2012

Una palabra tuya...


"Hay muchos seres que están aquí para ayudarte a despertar, a saber quién eres, a encontrar tu camino... Pero sólo tú puedes hacerlo por ti, nadie puede vivir tu vida. Nadie más que tú puede."

Ante la pregunta de rigor,"¿Cómo estás?", hay pocas personas que esperan o están preparadas para recibir una respuesta poco convencional pero sincera. Y ante la mención del nombre de cualquier dolencia, la mayoría de la gente hace gala de su más flagrante ignorancia y se pone a especular, haciendo que la persona que está sintiéndose mal se sienta aún peor. Y sin embargo, La Biblia, el libro de autoayuda más leído y más vendido de todos los tiempos, asegura que para sanar sólo hace falta una palabra de aquel que tiene el poder de mostrarte el camino de tu propia sanación. También creo que a menudo apenas una palabra mal dada basta para enfermar.

Cuando todavía ni la medicina se aventura a asegurar cuál es la causa de muchas de las enfermedades que padecemos a pesar de todos los adelantos y el arduo trabajo investigativo que invierte en ello, la gente común y corriente, y mucho peor si se trata de la propia familia de uno, no tiene ningún reparo en tratar el tema como si el estar enfermo se tratara de una cuestión de pura falta de templanza, fortaleza, madurez o voluntad del paciente, que impacienta... 

Ejemplos de comentarios que he recibido que ilustran el punto:

* "Ah, eso debe ser porque te acelerás mucho.... ¿Ya probaste con terapia?" 
* "¿Pero vos te cuidás en las comidas?" 
* "Ojo con los medicamentos que te hacen más mal que bien: no abuses, ¿eh? ¿Por qué mejor en vez de tomar todo eso que te dio el médico no probás con la homeopatía?" 
* "¿Por qué no te vas a ver al Padre Ignacio en Rosario? Mirá que te curás de una, no es joda." 
* "Yo que vos me tomo tres días y me voy al convento de los monjes allá en Azul, en el medio de la nada: eso te depura completamente. Volvés totalmente renovada." 
  

Y una escucha mansamente, porque hay que soportarse mansamente, como dice también La Biblia, y piensa:"¿Por qué no respetarán lo que yo misma estoy haciendo por encontrar mi propia sanación? ¿Quién mejor que yo para aprovechar esta oportunidad de escuchar lo que mi cuerpo y mi alma me dicen y rectificar lo que hay que rectificar de modo que funcione para mí?"

Y al final se llega a la conclusión de que lo que más enferma es cómo se te revuelven las tripas cuando te das cuenta de que ni algunos de tus familiares te conocen en profundidad y aún así se creen con criterio, autoridad y derecho de juzgar tu forma de vivir y hasta tu forma de intentar ponerte bien cuando estás mal supuestamente por cómo vivís. Y ellos, que son tu propia familia, hacen poco por darte una mano en el día a día para que no te sientas tan sobrecargada, si es que es esa realmente la causa de mi mal, que afortunadamente no es nada grave, porque ni siquiera el gastroenterólogo que me practicó el estudio puede asegurar cuál es la causa ni me dio tantos consejos. Al contrario. El tipo, jefe de gastro en una clínica importante, un capo, tranquilo, cálido, muy gaucho, me dispensó su atención y me contuvo: "Ah, pero esto no es nada, señora. No le dé mayor importancia. Trate de evitar comidas pesadas, no ingiera aspirina ni ibuprofeno (cosa que no hago), y modérese con el café, el mate, el té y el alcohol (cosa que siempre hice). Aunque puede tomar, pero sin abusar (me volvió el alma al cuerpo...) Deje de funmar si fuma (lo logré hace tres meses), y vuelva a verme en un mes a ver cómo anda."

Sanarse es en gran medida ser capaz de encontrar el camino de la luz cuando nos cubre la oscuridad que siempre nos toca en algunos tramos del peregrinar por los días de nuestra vida. En buena medida, la luz viene cuando logramos dar ese paso indispensable para crecer que hace que nos transformemos, nos demos la oportunidad de un nuevo comienzo aunque van miles, aceptemos a nuestros seres queridos tal como son y dejemos de esperar que sean las personas que desearíamos o necesitaríamos que sean. Sucede cuando aceptamos nuestra vida tal como es, con todas sus maravillas y complejidades, sin que medie ningún milagro, sin escaparnos de viaje, estando presentes poniéndole el pecho a la coyuntura y procurando la mesura en todos los órdenes.

Igualmente, todos necesitamos contención para lograr todo esto, que es mucho, y que muchos ni siquiera jamás se lo plantean. ¡Qué importante y qué difícil es saber brindar contención y cuántas maneras sutiles hay de hacerlo! A propósito, quiero aprovechar la ocasión para decir dos cosas. La primera es que intentaré no dar más la lata con este tema, aunque fue para mí lo más importante que me sucedió en lo que va del año, por lo mal que me sentí, por el miedo que me dio ver mi salud amenazada y por todo lo que estoy aprendiendo, creciendo y reformulando a partir de ello. Y la segunda, es que ustedes, los que me comentan asiduamente, me han brindado un cálido y amoroso apoyo y una enorme contención que necesitaba para sentirme un poquito mejor día a día. Las palabras bien dadas han hecho mucho para volver a andar el camino de la luz.


A boca de jarro hoy les digo: ¡GRACIAS!

miércoles, 25 de julio de 2012

El ritmo del tiempo



"Los médicos y los psicólogos concuerdan actualmente en que el ritmo constituye un componente esencial del ser humano. El hombre tiene un ritmo de tiempo interior."

                    Anselm Grün, El misterio del tiempo, "Tiempo ritmado", Bonum.

Siempre que estoy convaleciente tengo la necesidad de buscar orientación y apoyo en libros que aparecen en ese preciso momento en el que más los necesito. Creo que la casualidad es causal: es simplemente que se agudiza la sensibilidad, que lo que pasaría inadvertido en momentos de fortaleza y omnipotencia no se escapa en tiempos de mayor fragilidad. Esto me sucede con los libros de Anselm Grün, monje y sacerdote benedictino, doctor en Psicilogía, Teología y Ciencias Empresariales, además de consejero espiritual, conferencista y voraz lector, que me ha llevado a aprender mucho gracias a que alimentado por sus lecturas se ha convertido en un autor prolífico de quien ya he leído una veintena de libros.

El misterio del tiempo se adentra en la vivencia moderna del tiempo comparándola con el mito griego de Cronos, que castró a su padre por envidia de su poder. Así Cronos logró derrocar a su padre y luego, haciendo caso de un oráculo que le vaticinó que sería destronado por uno de sus hijos al igual que él había hecho con su progenitor, Urano, cortándole los genitales, los devoró uno a uno tragándoselos ni bien nacían, de lo cual sólo se salvó Zeus, quien finalmente cumplió la profecía y derrotó a su padre.


Es esta la figura mítica o simbólica que ha moldeado nuestra percepción del tiempo en occidente, y al observarla entendemos por qué sentimos que el tiempo gobierna todo, que es necesario medirlo, frenarlo, acelerarlo, prolongarlo, ahorrarlo, gestionarlo, optimizarlo, a veces hasta matarlo. El tiempo así vivido devora todo lo existente, incluso en el momento preciso de producirlo. Se trata de un tirano que domina nuestras vidas con su paso mensurable, secuencial y cuantitativo, y que termina por engullir nuestros frutos dejándonos llenos de un vacío estéril que sólo genera presión y angustia.

Pero ya los griegos reconocían otra expresión del tiempo al que denominaban Kairós, también "Ocassio" para la cultura latina, el tiempo de las cosas, donde se combinan la potencia y la eficacia con la armonía y la mesura. Es también un dios pero el del momento oportuno y la medida justa. La naturaleza cualitativa de esta forma de experimentar el instante se asocia con un tiempo interno que tiene que ver con el fluir de la existencia pura y no se mide con el reloj, porque no transcurre sino que se plenifica en la vivencia del presente, en el que el pasado y el futuro se funden. Grün aclara que es un tiempo "agradable", "tiene buena calidad: se caracteriza por la gracia, el amor, la sanación, a integridad, la plenitud".  Es una dimensión donde Cronos se detiene y hace que el instante trascienda al margen de lo que marca el tiempo externo, el del reloj. Es, en definitiva, un "tiempo ritmado".

No es difícil entender a Kairós si pensamos en lo que representaba el tiempo para nosotros en la infancia, cuando pasábamos horas jugando sin preocuparnos por qué hacer después o cuándo finalizar. Es esa calidad de temporalidad en la que perdemos la noción de su paso y nos dejamos llevar por el fluir de la actividad que nos absorbe y nos resulta puro disfrute, como cuando hacemos algo que nos resulta placentero. Tal vez sea lo que más se acerque a lo que entendemos por felicidad.

Lo que sí es difícil para la mayoría de los mortales es asociar esta vivencia del tiempo con nuestra rutina, nuestro trabajo, nuestros quehaceres cotidianos. Kairós es lo que más escasea, lo que más añoramos, lo que buscamos en nuestros ratos de ocio y muchas veces somos incapaces de encontrar. Es que, según Grün, hemos perdido el ritmo. Sólo un ritmo que aligere el tiempo que marca el reloj, y nos libere de su tiranía mundana y utilitaria como si nos diera alas para conectarnos con el ritmo interno, el del alma, es el que hace que se evapore el agobio, la tensión y el estrés, el que nos permite experimentar el momento y sentir que formamos parte del inagotable fondo de lo Uno.

Cuando el cuerpo a través de ciertos síntomas nos hace saber que el alma sufre porque no respetamos su ritmo, porque hemos dejado de vivir de acuerdo a su propia cadencia y lo hemos tomado como lo normal, porque ya no nos movemos en función de la unidad cuerpo-alma que somos sino que intentamos estructurar las horas y encorsetarnos en la grilla que con ellas creamos por el hacer permanente que se impone, porque arremetemos contra el reloj sin encontrar sentido profundo al desborde y la agitación que sobrevienen, es precisamente cuando algo sucede que nos fuerza a entrar en la dimensión de Kairós y atisbamos el misterio del tiempo, que no es otra cosa que el misterio del  límite que nos es dado para vivir en este mundo y dejar nuestra huella. Conectar con este misterio es "una invitación a la esencialidad y primitivismo, a la autenticidad de el estar presente".

Veremos si todo lo que ha revelado esta lectura inspiradora y este proceso de sanación que seguirá su ritmo interno, y no el que los profesionales de la salud que me asisten vaticinan o el que yo misma desearía, se puede sostener a partir del lunes, cuando se acaba el tiempo del receso invernal y toda la familia vuelve a enfrascarse en la ineludible dictadura de Cronos, cuyo acatamiento hace que en ocasiones el alma emita un grito de dolor. Pondré todo de mí para que así sea.

Salvador Dalí, "Explosión del reloj"

A boca de jarro

jueves, 19 de julio de 2012

La barbarie en la civilización del ruido

RENE MAGRITTELa Decouverte De Feu, oil on canvas, 1934/5. 

"Barbarie y civilización son dos categorías de origen particular pero cuya aplicación puede ser universal. ... ser civilizado no significa tener estudios superiores, sino que se sabe reconocer la plena humanidad de los otros, aunque sean diferentes. No son bárbaros quienes no tienen buena educación o han leído poco, sino quienes niegan la plena humanidad de los demás."

Tzvetan Todorov, Semiólogo, filósofo e historiador de origen búlgaro y nacionalidad francesa, "¿Qué divide hoy a los bárbaros de los civilizados?, Clarín, Tribuna, Domingo 15 de julio de 2012, Copyright El País, 2012.


Todorov escribe esto como parte de un brillante artículo a propósito de una declaración del ex ministro del Interior francés, quien sentenció: "Para nosotros no todas las civilizaciones son iguales". A mí me deja pensando en días en los que intento hacer mayor silencio y se escucha más fuerte el ruido circundante. Muchas veces me sucede que al intentar estar en silencio encuentro que ese derecho inalienable de toda persona que se considera civilizada se ve privado sin permiso por el ringtone de un celular próximo, por toparse con un un ser alienado que parece que habla solo o se dirige a mi extrañada persona por las calles aunque en verdad está al habla con otro ser remoto en su dispositivo handsfree, por el ruido de una conversación ajena, por la charla interminable e irrelevante que la persona que se sienta cerca mío en un transporte o lugar público mantiene, sin reparar ni respetar mi silenciosa presencia, por la música que dejan hoy muchos jóvenes y no tan jóvenes emitirse por el altavoz de su dispositivo celular móvil, aún rodeados de una manada humana a la que no le queda otro remedio que oírla y soportar la polución sonora, o bien pasar por un bárbaro al requerir: "Por favor, ¿podría usted abstenerse de involucrarme en su privacidad, quiero decir, que tenga usted a bien mantener esta conversación donde no me vea yo forzada a ser partícipe involuntaria de la misma? ¡O bien váyase usted con su música a otra parte!".

Y agarrate Catalina si te animás a pedir algo así en el medio de un colectivo, un tren, un subte o hasta en un bar o restaurante, en medio de alguna clase, la sala de espera de un consultorio médico o en el mismísimo templo lleno, donde hay gente que a pesar de los ruegos que se le hacen de poner su teléfono en modo silencioso, recibe llamados en plena celebración religiosa y no precisamente de parte de Dios, queridos hermanos. No quisiera imaginar cómo podrían llegar a reaccionar estos bárbaros ante tal civilizado pedido para dejar aún más claro que lo son. Ni tampoco cómo lo harían, en respuesta automática de identificación con los pares, el resto de los bárbaros en la manada. Cualquier ser medianamente civilizado lo pensaría dos veces antes de hacer semejante solicitud, precisamente por temor a la reacción aplastante de la barbarie.

Ahora bien, me pregunto como lo hace Todorov si "¿... es que debemos renunciar a todo juicio de valor sobre un hecho cultural con el pretexto de que no es el nuestro?". La pregunta es obviamente retórica. La barbarie reside en la renuncia a mi derecho de exigir que el otro, diferente, armado hasta los dientes con aparatitos parlantes, sonoros y polifónicos, niegue mi humanidad avasallándola, ignorando mi presencia, invadiendo mi espacio de escucha y mi derecho a ser diferente, ni mejor ni peor, simplemente diferente en el reconocimiento de que la humanidad de los demás me está quitando la propia, en tanto impide mi elección del silencio y mi sentido de preservación de la privacidad, al pretender simplemente no entrar en sus asuntos íntimos, al no tener ganas de escuchar el repertorio musical que es de su agrado, al aspirar a que no se niegue ni se desestime mi humanidad silenciosa.

La opción que queda y que algunos que se consideran civilizados propondrían o de hecho han asumido como patrón de comportamiento social normal es sumarse a la barbarie, taparse los oídos con un par de auriculares y subir el volumen del Mp3, 4 o 5, el iPod o el mismo celular para que el ruido propio tape al ajeno en la enajenación, elevar el volumen del altavoz del celular para que mi música suene más fuerte que la del bárbaro más próximo, mi prójimo, y caer así de lleno en la barbarie de la civilización del ruido.

A boca de jarro

lunes, 16 de julio de 2012

Auscultando mi historia vital



"Cuando estás enfermo llevan un control de tu vida, un historial médico. 
Cuando estás viviendo, deberías tener otro. Un historial vital."

                         El mundo amarillo de Albert Espinosa, "Sexto descubrimiento".

El sábado por la noche, primer sábado del receso invernal, aún sintiéndome mal y con una temperatura de apenas cuatro o cinco grados (lo que al estar algo débil se registraba como mucho frío), decidí salir con mi familia de todos modos. Eran las fiestas patronales de una iglesia del barrio que siempre celebra de manera amena, quiero decir, más allá de la consabida misa. Se trataba de la presentación de un coro que, según el simpático cura párroco, brindaría un repertorio muy variado con una calidad vocal e instrumental excelente. Dudé antes de tomar la decisión de ducharme y vestirme para salir ya de noche en lugar de ponerme el pijama y quedarme en el calor del hogar mirando alguna serie o película. Pero sentí que valía la pena tomar fuerzas e ir junto a mi familia a escuchar música en vivo porque creo fervientemente en que todo aquello que le hace bien al alma ayuda a sanar cualquier dolencia física.

La presentación se llevó a cabo dentro del precioso templo que estaba helado. ¡Cuánta más gente acudiría a la iglesia si tan sólo no fuese tan fría y lúgubre en invierno y tan calurosa y sofocante en verano! ¡Y cuánta más gente llenaría los templos como este, que estaba repleto una noche gélida de sábado, si allí pudiéramos ir a reír, cantar, bailar y pasarla bien y no nada más que a cumplir o a llorar! Tal como el cura había profetizado, el coro nos deleitó y nos hizo entrar en calor con un repertorio delicioso que nos llevó por lo sacro, la lírica, lo popular y un popurrí sinfónico de Queen y Los Beatles que no nos esperábamos y salvó la noche para mis dos hijos. Hubo hasta tangos y tuvimos la oportunidad de silenciar a las privilegiadas voces y convertirnos en protagonistas por un rato, ya que el director le dio la espalda a su propio elenco y digitó nuestra entusiasta interpretación de "El día que me quieras".

De repente, cantando, cosa que adoro hacer, caí en la cuenta de cuánto tiempo hacía que no cantaba. Cuando era más joven y había menos al don pirulero a que jugar, solía cantar muy frecuentemente: tocaba la guitarra para acompañarme, me compré un micrófono que conectaba a mi equipo de audio en el cuarto de estudios donde pasaba mis horas y hacía playback a pesar de los vecinos, cantaba bajo la ducha, que solía ser mucho más que el trámite cotidiano en el que se ha ido convirtiendo con el paso del tiempo, cantaba...

Por un rato se esfumó de mi cabeza mi historia clínica y se abrió ante los ojos de mi mente mi historia vital, y ausculté con total claridad un grave síntoma del mal que me aqueja y cuyo diagnóstico no termina de cerrar: esa "yo" que ahora se siente enferma ya no canta como la "yo" que vibraba de salud solía hacerlo. Y recordé a mi abuela paterna, de quien heredé la veleidad musical, que cantaba mucho, incluso mientras limpiaba la casa y cocinaba, incluso a pesar de que la vida le arrebató a su primogénito y a su esposo tempranamente.

Albert Espinosa, un Sobreviviente de la Enfermedad, ambas con mayúsculas, habita lo que él ha dado en llamar "el mundo amarillo": " una forma de vivir, de ver la vida, de nutrirse de las lecciones que se aprenden de los momentos malos y de los buenos.". Y dice en este capítulo que cito al comienzo:

"Lo bueno de escribir las cosas es que te das cuenta de que esta vida es cíclica: todo vuelve y vuelve. El problema es que nuestra memoria es reducida y muy olvidadiza. Realmente te fascinará ver cómo tus males o tus alegrías vitales se repiten y en tu historial vital encuentras las soluciones a todo."

Nunca tan sentido como en esta epifanía que me embargó el sábado por la noche y que hizo que me entonara, que redescubriera el poder del canto, una fabulosa medicina natural que tenía olvidada.

"Por qué cantamos" de Mario Benedetti y Antonio Favero, Fragmento.

"Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la Vida
y porque no podemos, ni queremos
dejar que la canción se haga cenizas.
Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto, ni la bronca.
Cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota.
Cantamos porque el Sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo, en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta..."

A boca de jarro

lunes, 9 de julio de 2012

La perla

"Self-portrait with scarf" Rebecca Harp


"Y, como en todos los cuentos que van de boca en boca y calan en los corazones de las gentes, sólo existen los extremos: lo bueno o lo malo, lo blanco o lo negro, cosas virtuosas y malignas, y no hay posiciones intermedias."
                                                                          La perla, John Steinbeck.

La fragilidad a la que nos enfrenta la sensación de falta de salud, por más nimio y tratable que el problema que tengamos que combatir sea, hace que nos detengamos. Cualquier malestar es un claro pedido que nos hace el cuerpo de la necesidad de parar, de descansar, de focalizar, de indagar, de replegarnos para conectarnos con el mensaje que el cuerpo reclama que escuchemos, ese cuerpo que generalmente cumple con lo que se espera de él y en eso se olvida de que se debe ante todo a sí mismo. Si ese cuerpo que es uno no está bien, difícilmente pueda estar bien para el quehacer cotidiano y para los demás. 

Me practicaron un estudio gástrico invasivo que arrojó un diagnóstico que según los médicos es "nada serio", aunque el impacto del rótulo y lo que conlleva, además de lo que se lucubra, hay que digerirlo para luego juntar fuerzas y encaminar la sanación. Y justo frente al lugar donde tomé un desayuno tardío luego de horas de ayuno contraproducente para mi condición pero necesario para la práctica médica y sumamente purificante para el alma, había una librería magnífica de techos de teja, pisos de madera y ventanales que dejaban pasar la luz tibia del sol de una fría mañana de julio en Buenos Aires. 

Siempre que he tenido que pasar por trances que involucraron mi salud y mi sentido de integridad física y supervivencia encontré un libro oportunamente del cual sostenerme. Y esta vez se me vino la necesidad de entrar en la librería, lugar que adoro, y adquirir una breve novela de John Steinbeck que me quedaba pendiente: La perla.

Probablemente una de los primeros efectos de enterarse que uno padece de alguna enfermedad sea la autoindagación y el preguntarse cuánto he hecho yo para llegar a esto, y si esto cambia mi vida de aquí en más, qué cosas me han quedado por hacer. No sé si es sabio pensar así o ni siquiera si es prudente pensar tanto, pero supongo que pasa. A mí me pasa. Y una de las primeras cosas que se me vinieron a la cabeza como respuesta fue mi inclinación por pensar tanto la vida, por intentar tragar lo que considero voluminosos y copiosos hechos cotidianos que luego resultan indigestos. Se reafirmó la percepción de que no soy de las que asume que puede comerse a la vida. Más bien, temo que la vida termine por devorarme a mí. Y una de mis cuentas pendientes consiste simplemente en leer algunos libros que tengo en una lista que cada año se hace un poco más extensa. Así de simple. Aunque parece que nunca hay tiempo para saldar esa cuenta. Es entonces cuando se filtra la medida del tiempo y se hace tiempo.

La perla es una novela bellísima, llena de simbolismo y narrada con ese despojo, simplicidad y hondura que sienta tan bien en un proceso de curación. La estoy leyendo de a poquito, masticándola lentamente. Tanto que apenas terminé el primero de apenas seis capítulos. Mi vida por estos días, como mis actividades, se mueve en cámara lenta. 

Me quedo con unas líneas que percibo, que a modo de espejo, reflejan lo que estoy sintiendo actualmente. Cuando todo está bien, siento en mi cabeza lo mismo que Kino, el protagonista de La perla:

"En la cabeza de Kino había una melodía clara y suave, y si hubiese podido
hablar de ella, la habría llamado la Canción Familiar.
"

Pero si aparece la amenaza del mal, me inunda y me arrastra esa música tan temida como el escorpión en la novela:
"A su cerebro acudía una nueva canción, la Canción del Mal, la
música del enemigo, una melodía salvaje, secreta, peligrosa, bajo la cual la
Canción Familiar parecía llorar y lamentarse.

El escorpión seguía bajando por la cuerda...”

 La Canción Familiar acompaña aunque también llora y se lamenta ante la irrupción de la Canción del Mal, y se descubre que La Perla es ese tesoro que vivimos buscando aún cuando lo tenemos, y que sólo se aprecia cuando se teme perderlo y se ve claramente que no hay nada que buscar. Este estado de equilibrio que se nos hace tan frágil y vulnerable cuando se esfuma nos conecta con nuestra endeble humanidad, que no es otra cosa que un ensamble de melodías que se me hacen más audibles hoy por hoy.



A boca de jarro

domingo, 1 de julio de 2012

Resistiendo la "cosificación"

"Square Me", Rebecca Harp, 2010.

"La investigación de las enfermedades ha avanzado tanto que cada vez es más difícil encontrar a alguien que esté completamente sano."
                                                                      Aldous Huxley

Por estos días no me he estado sintiendo bien: tengo lo que en principio aparenta ser una gastritis que se me está estudiando. Produce acidez, malestar estomacal y esofágico por reflujo, falta de apetito y disminución de peso. En otras épocas de mi vida, hubiese pagado por estar más delgada sin tener que privarme de comer lo que me gusta. Pero sentirse mal no es agradable, sobre todo porque hay que manejar la actitud con la que se enfrenta el sentirse enfermo. Y además porque, a pesar de que sus causas pueden ser varias, muchos asocian lo que me sucede con una de las características de mi personalidad: la ansiedad.

Lo primero que hice después de este último episodio de acidez fue recurrir a un médico clínico. Hacía ya un par de años que no me hacía un control y creí oportuno empezar por allí y ponerme en manos de un profesional que decidiera, si era necesario, derivarme a un especialista. Pero mi decepción fue grande cuando entré al consultorio y recibí una mano blanda y una mirada esquiva en vez de un firme apretón y atención. Lamentablemente, hace años que los médicos se han convertido en empleados administrativos cumpliendo con estrictos horarios y llenando interminables planillas o documentos en la pantallas de sus computadoras para ordenarle al paciente someterse a toda clase de estudios más o menos sofisticados y dar con un diagnóstico. Los ojos del médico aletean por sobre el paciente y sus manos casi ni lo tocan.

El paciente, por su parte, llega a la consulta médica esperando justamente lo que no encuentra: ante todo mirada, contención, un bálsamo empático, una mano en el hombro en forma de apoyo conversado: creo que estos siguen siendo los pilares de toda curación cuando la hay. Siempre que el cuerpo hace ruido, empieza también a hacer interferencia la cabeza, y lo más normal es perder la calma que vivenciamos como salud. Por eso los médicos nos llaman pacientes, aunque no todos tengamos esta virtud para lidiar con la enfermedad. Ahora resulta que ellos también han perdido el don de la paciencia. Será por eso que los divanes de los terapeutas están tan concurridos: necesitamos de alguien que nos dispense su tiempo para ser escuchados y escucharnos así a nosotros mismos.

El clínico no me miró a los ojos en los escasos diez minutos que duró la consulta, no me dejó explayarme más allá de dos oraciones corridas en la descripción de mis síntomas y no me interiorizó acerca del estudio que me harán en unos diez días, la fecha más próxima que encontré disponible, dejándome con un manojo de prescripciones y nervios: "Vuelva cuando tenga todos los resultados". Y mientras tanto, bánquesela, señora mía. Y lidie usted con su cabeza que empieza a dar vueltas. O páguele a un terapeuta. O llénele la paciencia que a usted le falta como paciente y a mí como médico a su familia.

A falta de contención médica, siempre están los familiares y amigos listos para emitir un diagnóstico, encima si entre ellos hay médicos, como es mi caso: "Eso es de los nervios". Hace años que he sido etiquetada como la nerviosa de la familia. Y por lo tanto, todo lo que siento o me sucede se debe a mi actitud tensa frente a los avatares de la vida. En definitiva, la lectura que se hace es que la culpa de mis males es toda mía. Más allá de que algunas enfermedades estén emparentadas con causas psicológicas, ¿se podrá generalizar así sobre los motivos por los que enfermamos? ¿Será acertado o pertinente establecer en todos los casos una relación tan categórica entre las enfermedades que contraemos y los rasgos de nuestra personalidad o las erosiones en nuestra biografía? Por asumir esto como cierto, un día hace años decidí hacer terapia.

Vivo de hecho en una sociedad altamente "terapeutizada", que tiende a ver cualquier rasgo negativo del carácter como expresión posible de enfermedad mental. Se tiende a rotular manifestaciones como la ansiedad como signo de psicopatología, aún cuando la persona tenga justificados motivos ocasionales para sentirse ansiosa. Cuando intenté hacer terapia para enfrentar y vencer mi ansiedad, que no es una constante en mi vida pero que emerge en momentos puntuales, me quedé con un cúmulo de ideas confusas sobre mí misma y con la amarga sensación de estar enferma. Por eso decidí abandonarla, porque creo que todo lo que hace a nuestra personalidad, inclusive lo que consideramos desagradable e indeseable en nosotros, no es necesariamente sinónimo de enfermedad. Decidí no seguir cavando sobre las raíces del árbol de mi historia para desenterrar las causas de lo que me sucede y se exacerba cuando hay motivo de preocupación. Además, existen nombres de trastornos y síndromes que encajan perfectamente con toda la gama de respuestas psicológicas a la realidad con las que reacciona cualquier persona cuerda, sana y normal frente a determinadas situaciones. Inclusive alguien que decide abandonar su terapia se encuadra dentro de lo se denomina como trastorno de incumplimiento del tratamiento prescripto. Un poco como explica Lou Marinoff en Más Platón y menos prozac, con bastante mala vena en contra de los terapeutas:

"La declaración o suposición de que algo existe sin que haya modo de probarlo es lo que los filósofos denominan "cosificación". Los psiquiatras y los psicólogos son expertos en la cosificación de síndromes y trastornos: primero se los inventan y luego buscan síntomas en las personas y sostienen que eso demuestra que la enfermedad existe."

Hasta hoy pienso que no puedo cambiar mi molde, mi biografía, las circunstancias que me toca enfrentar y mucho menos mi carga genética y los rasgos de mi personalidad. Los que me dicen que lo que me pasa es por nerviosa no son precisamente monjes zen. Lo máximo que puedo hacer es observar la forma en la que respondo ante la vida tal como se presenta, intentar entenderme y esforzarme por lograr que mis reacciones ante lo que siento no me desborden, como el ritmo de la vida tal como se impone, las dificultades que genera la situación general en la que me encuentro inmersa y los imponderables de siempre, como este contratiempo en mi salud. Y resistirme a la "cosificación", al menos hasta que se demuestre lo contrario.

Creo que la salud mental y la calidad de vida que tenemos deriva de una mezcla de los acontecimientos que podemos controlar y aquellos que escapan a nuestro control, la reflexión permanente y discernimiento que hacemos sobre ellos y el intento de procesarlos y atravesarlos con la mejor actitud posible desde la aceptación de quienes somos en esencia. 

Por eso, hoy elevo una Oración  por la Serenidad:

Señor, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar;
Valor para cambiar las cosas que puedo; y sabiduría para conocer la diferencia.


A boca de jarro

lunes, 25 de junio de 2012

De multiprocesadoras, multitasking y viejos coladores


Cuando me estaba por casar, recibí como regalo una multiprocesadora de alimentos. Me pareció el artefacto más completo que me podían regalar para las tareas culinarias que me aguardaban una vez que aterrizara de mi luna de miel y comenzara el casamiento real. Pero al enfrentarme con la tarea de cocinar, cosa que usualmente sucedía a última hora del día, cuando mi flamante y hambriento esposo y yo aterrizábamos luego de una jornada de trabajo de día completo, lo último en lo que pensaba era en ponerme a procesar alimentos empleando adminículos diminutos que tenía que desarmar como un rompecabezas, encastrar y ensuciar para luego lavar y secar uno por uno y volver a armar para guardar. El cuchillo y la tabla resultaron mucho más nobles y prácticos. Y hasta hoy siguen dando buenos resultados.

Lo cierto es que desde entonces el ritmo de mi vida se ha ido acelerando como mis pulsaciones a lo largo del día. Llegó el primer hijo, las idas y venidas a la casa de los abuelos que lo cuidaban mientras iba a trabajar  fuera de casa, idas y venidas al cole, a inglés, a fútbol,  a fiestitas de cumpleaños; más tarde llegó la segunda hija, pintó el desenfreno para poder atender todos los flancos con ayuda y todo, hubo mudanza de departamento a casa, vuelta a empezar y seguir con las idas y venidas por dos, y sigo corriendo desde que me levanto antes que todos por la mañana hasta que me acuesto y verifico que todos estén acostados cada noche. Y casualmente hoy, buscando mis últimos análisis para llevar al control médico que me tocaba como hace dos años, pero que postergué por no tener afortunadamente ningún síntoma de mala salud y por la falta de tiempo característica en mi rutina, me encontré con la multiprocesadora en un rincón, arrumbada y oxidadas sus cuchillas que prometían alivio y rapidez en el arte de matar hambre.

Mirándola y considerando seriamente deshacerme de ella de una buena vez, caí de pronto en la cuenta de que con el paso de los años me convertí en una: soy una multiprocesadora. Hago camas, no sin antes rescatar todo tipo de objetos perdidos de las profundidades entre las sábanas revueltas (pañuelos, monedas, medias de pares distintos, etc. sin entrar en detalles de los mismos...), ordeno placares, limpio los pelos del cepillo de mi princesa que invierte una media hora diaria al cuidado de su cabello, ya que según ella es "su tesoro", refriego bañeras e inodoros a pesar de que en los comerciales de televisión me llamen "obse" por eso, pongo orden en la caverna en la que se ha convertido la habitación de mi hijo adolescente, cocino como para un regimiento aunque somos cuatro normalmente a la mesa, aspiro, barro, lavo, tiendo, seco, plancho y además, en mis ratos libres, enseño inglés y blogueo... Soy la más completa versión de multiprocesadora en el mercado y, sin embargo, todo lo que hago a la velocidad del rayo no tiene un precio. Y por si fuera poco con todo eso, tengo componente autolimpiante incorporado: me baño y me aseo por las mías para estar presentable frente al mundo. ¡Sí! ¡Mis adminículos me los lavo y me los seco yo misma!

Es curioso que esta característica de la vida urbana moderna de las mujeres y los hombres que hemos elegido formar una familia sea tan preciada en el mundo del trabajo. Allí se la conoce como multitasking, la capacidad de atender o hacer varias cosas al mismo tiempo con cierta velocidad y bastante eficiencia. En ese mundo sí se cotiza esto que nos hacen ver como una virtud. Y sin embargo, sigo pensando sobre mí misma y sobre el multitasking lo mismo que pienso sobre la multiprocesadora que me obsequiaron creyendo que me hacían un bien, allá cuando, sin imaginarlo siquiera, tomé la decisión de convertirme en una: estamos sabiamente diseñados para hacer una cosa por vez, atender un sólo juego, caminar más y correr menos, transitar cada instante focalizando en una única cuestión. Si no nos pasa como al colador, ese viejo y fiel compañero de mis abuelas, que se tomaban su tiempo para hacer la misma cantidad de cosas o tal vez más, ya que no contaban con lavarropas automáticos digitales, hornos autolimpiantes, aspiradoras, microondas, freezer y demás invenciones de la era tecnológica: se nos empieza a escurrir la vida por los agujeritos.


A boca de jarro

miércoles, 20 de junio de 2012

Solsticio de invierno


La astronomía enseña que el solsticio de invierno corresponde al instante en que la posición del sol en el cielo se encuentra a la mayor distancia angular negativa del ecuador. Dependiendo de la correspondencia con el calendario, el evento del solsticio de invierno se produce entre el 20 y el 23 de junio en el hemisferio sur. La palabra solsticio se deriva del latín sol ("sol") y sístere ("permanecer quieto"). Y así se siente y nos hace sentir.

Parece que se trata de una percepción del mundo estacional que tiene que ver fundamentalmente con la escasez de luz debida a la tendencia al alargamiento de las noches y al acortamiento de los días típica del invierno. Según las fuentes que he consultado, el invierno mismo es una vivencia subjetiva, puesto que no tiene un principio o mitad que esté científicamente establecido, a pesar de que podemos calcular con exactitud el segundo en el que ocurre el fenómeno del solsticio. Y aunque en teoría el solsticio de invierno sólo dura un instante, este término también se usa normalmente para referirse a las 24 horas del día en el que se produce. Por lo tanto, lo estaremos transitando por estas horas en estas latitudes.

Resulta interesante investigar cómo cada cultura lo ha celebrado a través del tiempo, con mayor intensidad cuando se vivía más en sintonía con nuestro reloj biológico y se dependía de los ciclos de la naturaleza de forma más radical. La mayoría de ellas lo reconoce como un día de celebración y cambio, de introspección y sobre todo de rituales que implican la comunión grupal alrededor del fuego como una forma de ahuyentar la oscuridad ancestralmente temida por el ser humano que el invierno agiganta. En sus orígenes, probablemente subyace el miedo a la ausencia permanente de luz que representa ni más ni menos que la ausencia de vida tan temida.

Algunos historiadores afirman que todas las tradiciones derivan directamente de un tronco común que comenzó en la cuna de la civilización, del mismo modo en el que se especula que todas las lenguas son ramas de un mismo árbol. Aquí me gustaría detenerme como el sol parece hacerlo brevemente por estas horas en nuestro cielo y reflexionar, ya que es el momento más propicio para la introspección por calendario. El invierno es para la memoria ancestral de la humanidad sinónimo de necesidad de repliegue y resguardo, más sueño y descanso para hacerle frente a la carencia de alimentos frescos, al hambre y al frío y a la forzada insuficiencia de movimiento y actividad física. Las celebraciones del inicio del invierno que se llevan a cabo en la noche más larga del año suelen ritualizar una petición de floración perenne a través del uso de elementos como iluminación brillante y cálida en forma de velas, fogatas o inclusive grandes fuegos artificiales, cercanía con el prójimo, además de baile y canto como actividades terapéuticas entendidas en el sentido menos rebuscado y más primario de la terapia. La idea que subyace estas costumbres es la de evitar el malestar que conlleva la falta de luminosidad, resetear el reloj interno y reavivar cuerpo y espíritu.

Me iluminó aprender algo que les comparto en esto que tomo como mi propio ritual de solsticio acerca de la celebración incaica del solsticio de invierno, denominada  Inti Raymi (o Fiesta del Sol), una ceremonia religiosa en honor del dios sol Inti realizada por los sacerdotes incas para  vincularse con el sol. En Machu Picchu, aún hoy queda erguida una gran columna de piedra llamada Inti Huatana, que significa " piedra o picota del Sol" o, literalmente, "para amarrar al Sol". La ceremonia para atar al sol a la piedra tenía como objetivo impedir que el sol se escape. Pero después de la conquista, desaparecieron todos los demás Inti Huatana, y la práctica de atar el sol se extinguió. La Iglesia Católica suprimió todas las fiestas y ceremonias Inti por considerarlas paganas aunque aún se realiza una representación teatral del Inti Raymi en Sacsayhuamán (a dos kilómetros de Cusco) el 24 de junio de cada año, atrayendo a miles de visitantes locales y turistas.


Este año especialmente no hago más que recordar la línea Shakesperiana que abre Ricardo III, dado que se me hace"el invierno de nuestro descontento", un invierno oscuro para nuestra sociedad, de estrechez y angostura por restricciones que nos quitan el aire y nos dejan helados, de falta de perspectiva de horizontes límpidos. La falta de luminosidad en nuestra visión del futuro tal vez nos llame más que nunca a celebrar en el menos banal de los sentidos: a observar el fuego que aún arde en nuestro interior e intentar avivarlo a pesar de las adversas condiciones climáticas, a reunirnos con los nuestros para darnos apoyo y calor, a compartir de nuestras reservas y mancomunar esfuerzos para pasar el invierno. Necesitamos más que otras veces amarrar al sol para que no se nos escape.

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